La tierra de Grecia se quejaba y lamentaba, no había sufrido tanto desde la rebelión de los Dioses contra el reinado de Cronos. Y la culpa de todo la tenían los propios Dioses, se habían vuelto complacientes y desatendido sus obligaciones, favorecían a los humanos y les dejaban expandirse como un cáncer, mientras se vanagloriaban de ser adorados. Era solo cuestión de tiempo que aquellos que tenían sangre divina o titánica se alzarán contra esa injusticia perpetrada por el gobierno corrupto del Olimpo. Hades había visto la magnitud de lo que se enfrentaban sus hermanos, pues una horda de gigantes, cíclopes y semititanes había atacado el Inframundo, su propósito estaba claro, liberar a Cronos y los Titanes encerrados en las profundidades del Tártaro. Había pedido ayuda a Zeus y al resto de Dioses, pero ninguno vino en su auxilio, más preocupados en sus maquinaciones y depravaciones que en evitar el colapso del actual status quo. La lucha había sido encarnizada y violenta, pero al final no siquiera un Dios podría solo contra tal ejército. Si último acto fue mandar a Perséfone y sus hijos a esconderse al Elíseo, para luego sellar su entrada y evitar que las almas de los inocentes fueran tomadas. El frío sobre su carne desnuda lo despertó, el dolor de las heridas y el roce de las frías cadenas lo hizo estremecerse, había sido atado a un colosal poste que era usado como estandarte de aquel ejército y obligado a ver cómo el reinado de los Dioses del Olimpo y de la Humanidad llegaba a su fin.
La marcha hacía temblar la tierra, derrumbaba montañas y arrasaba bosques, las arpías, centauros y faunos marchaban como exploradores e incursores, saqueando y matando en las pequeñas aldeas al paso de la horda. Los gigantes, cíclopes, semititanes y titanes avanzaban tras ellos, pisoteando los edificios y cultivos sin piedad, mientras que en la retaguardia los seguían gorgonas con arcos, espectros condenados del Tártaro y humanos que habían renunciado a los Dioses del Olimpo en busca de sobrevivir al fin de su reinado. Cronos se acercó al Titán que portaba el estandarte de donde colgaba su primogénito, el Dios Hades, lo miró con una sonrisa de desprecio.
-El fin del reinado de mis hijos ha llegado, mi pequeño -la voz de Cronos sonaba con tonos y ecos imposibles, negó con su cabeza haciendo que su largo cabello blanco se agitará. -Has sido diligente en tu trabajo de gobernar el Inframundo y mantenernos presos, es una lástima que tus hermanos y hermanas te abandonarán a tu suerte.
-Puede... pero ya te derrotamos una vez, padre...-las palabras salieron como un siseo de los cortados labios de Hades, mientras sostuvo la mirada de su padre desde su posición encadenado. -Te recuerdo que la profecía de Urano todavía está vigente...
-Es cierto, pero he tenido tiempo para reflexionar sobre mis errores en mi encierro -asintió Crono con solemnidad y sonrío nuevamente a su hijo. -Veremos si tienes razón o no, espero que disfrutes del espectáculo de la caída de tus hermanos y hermanas.
Cronos señaló la alta montaña que se alzaba ante ellos: el monte Olimpo, la morada de los Dioses. En las faldas de la montaña ya formaban regimientos humanos de diferentes ciudades como Tebas, Esparta o Atenas, junto a ellos un ejército de autómatas de diferentes tamaños y máquinas de guerra extrañas forjadas por el Dios Hefesto. Todos los Dioses Olímpicos estaban allí, a la cabeza de la última resistencia contra aquellos que ellos mismo habían marginado y dado de lado. Zeus se alzaba sobre aquellas fuerzas empuñando el rayo, su rostro palideció al ver a los Titanes, a su padre y al maltratado Hades, que colgaba como un adorno más del asta del estandarte del ejército enemigo. Hades observó los dos ejércitos desde su privilegiada posición, sabía que aquella batalla iba a ser más cruenta y destructiva que la rebelión contra su padre milenios atrás. Los cuernos sonaban y el ejército dirigido por Cronos se unió en regimientos y formó una línea de combate contra los defensores del Olimpo.
Durante un instante que pareció durar una eternidad, ambos ejércitos se observaron, midiendo sus respectivas fuerzas. Un instante después se desató el infierno, una lluvia de piedras del tamaño de casas pequeñas cayó sobre los defensores, arrojadas por los cíclopes desde las líneas traseras del ejército invasor. Los gritos de dolor y pánico se desataron por las líneas olímpicas, mientras las balistas, catapultas y arqueros respondían el fuego. Ambos ejércitos se lanzaron a la carga, chocando con una brutalidad y ferocidad antinatural. Las garras y las espadas chocaban, las arpías descendían sobre las líneas mortales, agarrando a víctimas y alzando el vuelo, para arrojarlas desde las alturas, solo para luego ser derribadas por las flechas de los arqueros. Gigantes cargaban aplastando a mortales y autómatas hasta ser abatidos por las largas picas de las falanges de humanos.
Pero aquellos combates eran cosas infantiles, pues la devastación se alzaba entre la lucha de dioses y titanes. Rayos caían del cielo con un simple movimiento de la mano de Zeus, géiseres salían disparados de las entrañas de la tierra a las órdenes de Poseidón, las plantas se rebelaban y atrapaban a los incautos sirviendo a Deméter, Hera lanzaba flujos de energía desde sus manos y Hestia hacía llover fuego del cielo. Pese a ello, los Titanes seguían luchando, usando sus poderes elementales para responder aquellos ataques y obligando a retroceder a los Dioses. Cronos retrocedía el tiempo segundos hacia atrás para que sus guerreros esquivaran los ataques y a todo aquel que intentaba atacarlo envejecía siglos antes de llegar ante él por su aura temporal.
Zeus se lanzó contra su padre, esgrimiendo el rayo como si fuera una espada para decapitarlo. Crono arremolinó la energía del ambiente en sus manos, creando dos hojas de energía y parando el ataque. Padre e hijo volvieron a enfrentarse en combate singular, como hicieron milenios atrás, la creación a su alrededor fue reducida a cenizas por el poder desatado. Cada golpe y parada hacía temblar la realidad, mortales e inmortales gritaron al sentir ese poder, muchos perdieron la cordura y otros simplemente fueron borrados de la existencia como si solo fueran un pensamiento fugaz. Zeus sonrío, estaba haciendo retroceder a su padre con sus ataques, esta vez lo mataría y reafirmaría su dominio sobre la creación. Entonces lo sintió un dolor agudo en el torno y el filo de una lanza atravesó su espalda, saliendo la punta de la hoja de su pecho. Giró su rostro y su mirada fue de asombro, al ver a Ares, empuñando su lanza contra él y un grito de dolor salió de su garganta, cuándo la hoja salió de su cuerpo. Las piernas de Zeus fallaron y cayó de rodillas sobre el polvoriento suelo, la sangre mancha su pecho y su túnica, su respiración era un siseo entrecortado, mientras sentía la mirada de diversión y triunfo de Cronos.
-¿Por qué lo has hecho, hijo mío? -preguntó Zeus, sintiendo la ironía de aquel momento y sufriendo el mismo destino de su padre, al ser derrotado por su hijo. -Yo...no era tu enemigo...
-Por qué mi abuelo puede darme algo que tú me has negado, un lugar donde vivir y amar a Afrodita-Ares respondió con frialdad absoluta y pateó el cuerpo de Zeus, haciéndolo caer al polvo. -Es tu fin, padre.
Hades vio sombrío como Ares decapitaba a Zeus y alzaba la cabeza, había cierta ironía en ello, pues ellos habían destronado a su padre y ahora Zeus era asesinado y destronado por su hijo. Suspiró y miró a lo largo del campo de batalla, vio explotar a Poseidón cuando el Titán Océano, se transformó en agua y entró por su boca sin interferencia alguna, para luego reconstituirse dentro del Dios, reventándolo en mil pedazos. Helios yacía empalado al estrellarse su carro celeste contra un bosque, Hefesto resistía desesperado, golpeando con su martillo y sangrando un centenar de cortes. Deméter, Hera y Hestia habían sido capturadas como trofeos de guerra, Baco había sido decapitado y los centauros bebían su sangre como si fuera vino, mientras los faunos pateaban su cabeza como si fuera una pelota. Artemisa y Atenea lideraban la retirada de las fuerzas supervivientes, que eran perseguidas por hordas de almas condenadas. Hermes había sido petrificado y su cuerpo roto dispersado por el campo de batalla.
Hades sabía que era el fin de la era de los Dioses del Olimpo, era el ciclo de la vida en el universo. Todo nacía, crecía, se reproducía y finalmente moría, ahora era su turno y tarde o temprano, también lo sería para el nuevo orden que se alzaba. Sonrío levemente con tristeza y suspiró, sabiendo que al menos su amada y sus hijos estaban en el Elíseo, fuera de aquel ciclo de vida, muerte y destrucción sin sentido.

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