Un mundo de monstruos

 

Aquel mundo era un planeta muerto y que olvidar por parte del Imperio, un lugar de donde los monstruos más terribles habían salido a la galaxia de la mano del enloquecido Konrad Curze, para sembrar el miedo en la galaxia. Cuándo la Herejía de Horus terminó, las fuerzas de los leales al Emperador encontraron a Nostromo como un osario de muerte, un lienzo a la locura del Primarca de los Amos de la Noche y una declaración de que nada estaría a salvo en la oscuridad del espacio. Daimos Vekari observó su mundo natal desde el puente de mando de aquella nave comercial, los muertos de la tripulación yacían tirados como juguetes rotos y desollados. Habían pasado diez milenios desde que vio a su Padre genético apuñalar con un inclemente bombardeo orbital el mundo de Nostromo, matando a miles de millones en un instante. Las visiones de su antiguo hogar y una transmisión en el viejo código de la Legión lo habían traído de vuelta a aquel miserable lugar desolado. Una sonrisa apareció en su pálido rostro, sabía que el Acechante Nocturno había tenido el don de ver el futuro y posiblemente está situación era parte de algún tipo de intrincado plan, para cuándo él no estuviera. Su pesada armadura azul medianoche adornada con latón, pieles humanas y cadenas lo hacían parecer un espectro vengativo, subió a una lanzadera y dio la orden de despegar al piloto servidor. Daimos se acomodó en uno de los asientos, mientras la lanzadera despegaba y dejaba atrás a la nave Beneficio Paciente que ahora era un osario de muerte. Sintió la aceleración y pudo sentir el calor de la fricción de entrar en la atmósfera de Nostromo en las paredes del compartimento de tropas de la lanzadera. 

-Informe de signos de vida, transmisiones y detección de energía -gruñó Deimos con voz rasposa por el comunicador de compartimento de tropas, mientras fruncía el ceño. -Prepara contramedidas defensivas... por si acaso.

-Atmósfera del planeta idónea para los humanos, detectados signos de vida vegetal y animal...-la voz de Servidor sonó impersonal y carente de sentimientos.-Solo se detecta una transmisión en bucle cifrada, no se detectan signos de energía. ¿Desea aterrizar lo más cerca posible del punto de transmisión?

-Sí, hazlo -la orden salió de los labios de Daimos como un susurro, mientras se colocaba el casco alado y lo cerraba herméticamente.-Espera mi regreso...

La lanzadera cambió el rumbo y cruzó el cielo nocturno de Nostromo, para aterrizar a una docena de kilómetros de los restos olvidados y ennegrecidos de lo que fue una vez la capital de aquel mundo corrupto de criminales y asesinos. La rampa de desembarco crujió ante el peso de la armadura de Daimos cuando esté descendió por ella con paso tranquilo, mientras empuñaba su bolter para hacer frente a cualquier amenaza. Habían pasado diez milenios y aquel mundo había cambiado, la contaminación de la extracción minera y de las refinerías había desaparecido, los pantanos contaminados y los bosques radiactivos habían sido incinerados por los bombardeos de hace diez milenios, para ser sustituidos por enormes hongos tan altos como árboles, que formaban extraños bosques en los que flotaban nubes de esporas. Aquel era un mundo de monstruos y su vida se abría paso, alimentándose del cadáver de la civilización humana que había habido antes. Pequeños mamíferos escapaban ante el avance de Daimos, qué era inexorable en dirección a las ruinas de la antigua capital de Nostromo. El sonido de pesadas patas avanzando entre las raíces del bosque de hongos le hizo detenerse, alzó su bolter y se preparó, algo estaba cazando en aquella oscuridad nocturna. Cinco enormes ratas del tamaño de caballos salieron gruñendo entre los hongos con su pelaje erizado y manchado de espora bioluminiscentes, Daimos abrió fuego y las dos primeras fueron reducidas a pulpa sangrienta, la tercera cayó al suelo con las patas delanteras arrancadas por los proyectiles. Sin dudarlo soltó su bolter y desplegó las garras relámpagos retráctiles, lanzándose hacia delante para despedazar a las enormes ratas restantes de aquella manada. Una de las dos enormes ratas saltó sobre Daimos, en un intento de derribar al Astarte, pero este la agarró con su mano derecha al vuelo y la alzó como si fuera un pelele de paja. La mano acorazada de Daimos apretó el cuello de la enorme rata, que arañaba con sus garras y azotaba con su cola la armadura de azul medianoche, con una risa cruel rompió el cuello de la bestia y la arrojó contra la otra rata que se acercaba para atacarlo, derribándola. Una punzada de dolor le llegó a Daimos y bajó su mirada, viendo a la rata que había perdido las patas delanteras morder su bota acorazada, sus garras relámpago relucieron con luz mortecina cuando cercenó la cabeza del monstruo a la altura de su cuello. La última rata se puso en pie con el pelaje erizado y mirando a Daimos con sus ojos rojos, chillando de furia animal. Las lentes rojas del casco de Daimos relumbraron en la oscuridad de la noche y se lanzó a la carga contra la bestia. Las garras de la enorme rata rasparon el pectoral de Daimos, haciendo saltar un mar de chispas y este respondió con un rápido movimiento de sus cuchillas relámpago, cercenando las patas delanteras de la raya que cayó de bruces al suelo. Una sonrisa cruel se dibujó en el rostro de Daimos bajo su casco y fue cercenando de forma meticulosa las demás extremidades y la cola de su víctima, para luego guardar sus cuchillas y sacar de su cinturón un cuchillo de desollar. La rata era un cuerpo que se agitaba aterrada ante Daimos cuándo esté empezó a desollar la viva con tranquilidad absoluta, mientras los chillidos de dolor y agonía resonaban por el bosque de hongos. 

Tras media hora, Daimos se apartó del cuerpo desollado de la rata que aún respiraba y se puso la capa de piel sobre la armadura de color medianoche, como una parodia o burla a las capas de piel de los Lobos Espaciales. Avanzó hasta donde había arrojado su bolter y lo recogió con cuidado, los sistemas de localización de objetivos de su casco se activaron, marcando a los enormes murciélagos que observaban con voracidad los cuerpos de las ratas. Podía derribar a aquellos acechantes voladores, pero sabía que no debía perder tiempo con aquella caza estúpida. Daimos volvió a internarse en el bosque de hongos, mientras escuchaba el chillido ultrasónico de los murciélagos al descender sobre aquellas ratas destrozadas. Siguió avanzando hasta que notó que el bosque de hongos se hacía menos denso y daba paso a los restos de la capital de Nostromo. Los restos de la enorme ciudad estaban vitrificadas por el intenso fuego de los bombardeos orbitales, los edificios destrozados parecían cadáveres dejados a la intemperie para que fueran limpiados por las bestias. Podía sentir el suelo crujir bajo el peso de sus pies, sus ojos estaban fijos en el único lugar que sobresalía en aquellas ruinas, la Torre del Acechante. Se alzaba como la hoja de una daga de obsidiana, brillando de forma majestuosa y amenazante a la vez, intacta entre toda aquella destrucción y sin marcas de desgaste o erosión por el tiempo. Daimos se paró ante aquella enorme torre y paso su mano derecha acorazada por su superficie, que se había cristalizado y oscurecido por las lluvias de cenizas, tierra y humo. Aquella torre había tenido un propósito que no había llegado a cumplirse, ser el hogar de su Legión y un lugar que su sola mención aterrara a los mortales, pero el Acechante Nocturno en su arranque de demencia e ira, había arrasado el planeta hasta los cimientos. Un suspiro salió por la rejilla de voz del casco de Daimos y siguió la superficie con sus lentes, hasta encontrar lo que buscaba un acceso al interior. Un haz de luz azulada salió la superficie de cristal de la torre, escaneando a Daimos durante un largo momento y dándole la certeza que aquel lugar seguía operativo pese a tanto tiempo y destrucción sufrida a su alrededor.

Un acceso se abrió ante él con un chirrido de milenios de no haberse usado, dejando ante Daimos un acceso a la oscuridad del interior de la torre, que parecía llamarlo como un canto de sirena. Sin dudarlo cruzó el acceso y se internó en el oscuro pasillo, mientras se quitaba el casco, pudo escuchar como la entrada se cerraba detrás de él. Colgó su casco de un enganche de su cinturón, miró a la oscuridad, dejando que sus ojos se adaptarán a ella. Avanzó en silencio, recorriendo pasillos y salas donde yacían tirados restos humanos de los antiguos habitantes de Nostromo, mientras nubes de polvo se alzaba a cada paso que daba y telarañas de fino hilo se enredaban en su adornada armadura de azul medianoche. El tiempo parecía que no pasaba en aquel lugar de asfixiante oscuridad, había ascendido durante horas o tal vez días en la torre, recorriendo las solitarias salas que olían a sepulcros olvidados. Daimos se puso en cuclillas y observó lo que había ante él, era el cuerpo de una rata normal totalmente limpiado de piel y carne, rompió uno de los huesos y vio el fresco tuétano de su interior. Era el primer rastro de vida en el interior de aquel mausoleo, una sonrisa cruel apareció en su pálido rostro y siguió avanzando en busca de los habitantes de aquel lugar olvidado. Siguió avanzando por los pasillos, encontrando cada vez más signos de vida, pronto notó las figuras humanas que se escabullían en la oscuridad a su paso, pronto se encontraría con los descendientes de los habitantes de Nostromo.

Cuándo entró en aquel pasillo, vio un cambio en aquel lugar, las paredes y el techo estaban cubiertos de huesos, cada diez pasos un cráneo lleno de grasa ardía con una mecha hecha de pelo humano. Avanzó con el bolter en la mano dispuesto a acabar con los residentes de aquellas ruinas, pero se sorprendió al ver humanos de piel pálida y ojos rojos, sus largas cabelleras eran blancas como la nieve, vestían harapos y en sus cuerpos llevaban la marca de la Legión de los Amos de la Noche grabada a fuego. Al pasar por los pasillos y salas, aquellos seres se arrojaron al suelo en señal de sumisión total, cosa que asombró a Daimos, pues no esperaba que aquellos desgraciados reconocieran a uno de los verdaderos hijos del Acechante Nocturno. Uno de ellos, avanzó hacia Daimos, aquel ser se apoyaba en un largo cayado de huesos humanos y de su cuello colgaba una cadena con el emblema de la Legión, hizo una reverencia y miró al Astarte antes de hablar.

-Sé bienvenido heraldo pálido -dijo con reverencia el sacerdote en el antiguo idioma de Nostromo con tu siseo, para luego señalar hacia el fondo del pasillo. -El oráculo te espera, mi temido señor.

-Veo que no habéis olvidado el miedo a los míos, eso es bueno, sacerdote -respondió Daimos apartando al sacerdote y avanzando hacia el final del pasillo. -Iré a ver a tu oráculo y saber qué quiere de mí.

-Nosotros permaneceremos aquí, esperando tu regreso -el sacerdote se inclinó nuevamente de forma reverencial ante Daimos. -Esperando por nuestra salvación o condenación.

Daimos lo escuchó, pero decidió ignorarlo y no responderle, su objetivo estaba a pocos pasos de él, al fin podría terminar con los sueños y visiones que lo habían estado acosando en los últimos años. El cambio de iluminación le golpeó como si fuera una bofetada, aquella enorme sala circular estaba iluminada por luces alógenas, los muros estaban cubiertos de frescos de los grandes eventos de la Octava Legión, su formación, el castigo a Tassar, la llegada a Nostromo y el encuentro con su Padre genético, Ullanor y un montón de mundos más, que eran viejas leyendas para la gran mayoría de los Amos de la Noche. Daimos avanzó y vio una docena de servidores lobotomizados trabajando sin descanso entre las consolas de control y mando, aquel lugar no era un santuario, sino el centro de mando de la Torre del Acechante. Al llegar al centro de la sala sintió la cruel mirada de la estatua de Adamantino a tamaño real del Konrad Curze, por un instante Daimos pensó que se movería y lo despedazaría de forma cruel, a los de aquella representación del Primarca había un montón de ofrendas, seguramente llevadas allí por los descendientes de Nostromo. Un leve chirrido mecánico llamó su atención, sus ojos negros miraron más allá de la estatua y vieron un enorme nicho excavado en la pared al fondo de la sala. Allí se alzaba otro ser titánico, un gigante de metal, plástico y carne antigua en su interior, un Dreadnought Contemptor revestido de blindaje azul medianoche y con el emblema del cráneo alado de los Amos de la Noche. Aquella enorme máquina de guerra se alzó, clavando su mirada antigua de sus lentes verdes en Daimos, los cables conectados a su estructura se tensaron, mientras sus enormes puños de combate soltaron descargas de energía.

-Daimos Vekari al fin has llegado -la voz del Astartes enclaustrado en el interior del Dreadnought sonó distorsionada por el altavoz de su pectoral, resonando por la sala como un canto fúnebre. -¿Estás listo para cumplir la voluntad del Acechante Nocturno?

-Así que eres tú quién ha mantenido la torre -respondió Daimos estudiando al Dreadnought e intentando recordar dónde había escuchado aquella voz tan familiar. -La voluntad del Acechante Nocturno fue arrasar hasta los cimientos Nostromo, esto contradice sus órdenes, anciano.

-Veo que has olvidado mucho de lo que te enseñé, niño -un toque paternal se hizo tangible en la voz del Dreadnought, mientras su mirada se posaba en Daimos. -El Acechante Nocturno veía el futuro y no solo unos pocos años hacia delante, veía siglos y milenios de la oscuridad que se cernía sobre esta maldita galaxia.

-Tarsus... dijeron que moriste en Tassar...-Daimos palideció al  reconocer al Astarte dentro de aquella máquina de guerra, aquel que lo reclutó de las sombrías calles de Nostromo y lo entrenó para ser un Legionario. -¿Estás diciendo que esto lo preparó el Acechante Nocturno hace diez milenios?

-Sí, Daimos. El propio Konrad me internó en esta máquina de guerra y me ordenó ser el guardián de la torre hasta que la galaxia se partiera en dos -Tarsus lo dijo de forma solemne e incluso en su tono de voz parecía que estaba sonriendo de forma sarcástica. -Antes del bombardeo a Nostromo sellé la Torre del Acechante y activé los escudos de vacío, vi arder este vil mundo y escuché los gritos de aquellos que olvidaron lo que es el miedo.

-Entiendo, el Primarca era enigmático y desconfiado a partes iguales -asintió levemente Daimos y se lamió sus finos labios. -Pero la Legión ha cambiado, tras la desaparición de Sevatar y la muerte del Primarca, los capitanes formaron partidas de guerra y partieron la Legión -el ceño de Daimos se frunció y sus puños se cerraron con ira apenas contenida. -Han olvidado el viejo propósito y solo se dedican a sembrar el miedo de forma inclemente, ya no son la venganza justiciera, solo quedan asesinos sin escrúpulos y lo peor es que los nuevos reclutas han caído muchos a la adoración de los dioses del Inmaterium.  Ya no queda nada de la legión que conociste, maestro.

-Ya lo sé, por eso Konrad odiaba a sus hijos, por qué vio lo que se convertirían después de su muerte, la misma escoria que cazó en su niñez aquí en Nostromo -la voz de Tarsus destilaba asco en cada palabra, uno de sus enormes puños señaló a Daimos. -Pero tú no te has corrompido, ni físicamente y tampoco espiritualmente. Es tu hora, el momento de reconstruir la Legión con estos prisioneros que han olvidado todo menos el medio al castigo de los Amos de la Noche -alzó sus enormes brazos mecánicos como si quisiera abarcar toda la torre con ellos.-En este lugar hay semilla genética almacenada, fábricas de armas y armaduras, campos hidropónicos listos para ser cultivados y una cantidad ingente de candidatos. ¿Te alzarás como el heraldo de la voluntad del Acechante Nocturno? ¿O te seguirás revolcando en tu frustración y melancolía, Daimos?

-Elijo seguir la senda que ha preparado el Primarca para mí y reforjar la Octava Legión en la venganza justiciera y el miedo -respondió Daimos con un asentimiento leve de su pálido rostro, mirando la estatua de su Primarca nuevamente.-Tomo el manto del legado de nuestro Padre, que la galaxia tiembla y arda ante los Amos de la Noche.

-Que así sea -asintió Tarsus dando la orden de activación de toda la Torre del Acechante y preparándose para guiar a su antiguo pupilo. -Hoy ya no eres más Daimos Vekari, sino el nuevo señor de la noche y el terror. ¡Salve señor de la Octava!

Si, ahora era el nuevo señor de Nostromo y de una nueva Legión nacida de sus cenizas, nuevos monstruos revestidos en azul medianoche se alzarían para cumplir con la voluntad de su difunto padre y poner orden en una galaxia en caos, un orden basado en el miedo y la obediencia. Por un instante, Daimos sintió la mirada de la estatua del Acechante Nocturno y como si su cruel sonrisa estuviera dirigida hacia él, haciéndole entender que solo era un monstruo, pero con un propósito más elevado que su condición, llevar la voluntad del mayor monstruo que ha existido nuevamente a la galaxia. Nostromo siempre ha sido y será un mundo de monstruos, eso jamás cambiaría y él se aseguraría de ello.

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