El olor a cordita se mezclaba con el de la sangre derramada y atenuaba el hedor de la corrupción del Caos, una figura dorada se mantenía de pie rodeada de cadáveres destrozados y despedazados. Rogal Dorn respiró profundamente y miró a su alrededor, había matado hasta el último traidor del puente de mando de aquella corrupta nave, pero a un alto precio, toda su guardia de honor había muerto y él mismo había perdido su mano derecha, su armadura dorada estaba mellada y agujereada, manchada de sangre corrupta de sus enemigos y de sus hijos caídos en combate. La furia y la sed de venganza retrocedió, dejando solo la tristeza y amargura que habían arraigado desde el final de la Herejía de Horus. Sus poderosas piernas fallaron y cayó de rodillas en la sucia cubierta, la basta espada que sujetaba descendió y golpeó el suelo con el repiqueteo de una campana fúnebre. Aquel lugar corrupto que lo rodeaba le trajo recuerdos amargos, la escena de muerte que encontró en el puente de mando del Espíritu Vengativo y su fallo de llegar demasiado tarde para salvar a Sanguinius y a propio Emperador de Horus. Lágrimas amargas cayeron por su triste semblante, había perdido demasiado en la Herejía de Horus y en la posterior Purga. Su padre encerrado para la eternidad en el Trono Dorado y sus hermanos leales habían muerto o desaparecido, dejando sobre sus cansados hombros el peso de sostener todo el Imperio de la Humanidad. Sus ojos miraron la espada que su mano izquierda aún sujetaba, aquella basta y tosca arma era otro recordatorio de un fracaso, la masacre de la Jaula de Hierro y el fraccionamiento de su Legión en Capítulos.
Rogal ya no podía más, se sentía cansado por las pérdidas sufridas y la culpa que lo atormentaba, sabía que solo debía dejarse llevar y ceder al abrazo del olvido que prometía la muerte que le rondaba. Una risa amarga salió de sus resecos labios, rendirse era todo lo contrario a lo su filosofía y vida había reflejados, aun si quería descansar y dejar todos sus problemas fueran sustituidos por la fría paz que la muerte le prometía. Entonces algo llamó su atención, un punto de luz dorada en mitad de aquel puente de mando corrupto, soltando un largo suspiro alzó su mirada y vio como ese punto crecía exponencialmente hasta formar un portal. Reconoció la energía que irradiaba aquel portal, llevaba la firma de su Padre, sin pensarlo se puso en pie y se acercó al cadáver del líder de sus guardaespaldas, el Sargento Arteru Belias. Con delicadeza Rogal desconectó el enorme puño de combate de Arteru, para luego conectarlo al muñón de su brazo para proteger su herida y se encaminó hacia el portal. Podía sentir una voz al límite de la audición que le llamaba, instándole a cruzar el dorado portal que temblaba delante de él. Se puso el casco y sin dudarlo cruzó el portal, dejando atrás aquella nave corrupta y la propia realidad, para zambullirse en el mar embravecido que era la Disformidad.
Un mar de locura y demencia desmedida lo rodeó, arriba era abajo, abajo era derecha, derecha era izquierda, izquierda era arriba, el presente, pasado y futuro se mezclaban deformando el tiempo y espacio. Vio reinos alzarse y desaparecer, almas y demonios vagar en las corrientes de la Disformidad como peces y la gran columna de luz del Astronómicon. Rogal se centró en aquella columna y se dejó guiar, siguiendo una familiar voz que lo llamaba sin parar. Demonios y Dioses dementes lo observaron con cierto interés pasajero, mientras sus guerras por extender sus enloquecidos dominios provocaba turbulentas tormentas en el espacio real. Rogal sintió su cordura romperse y recomponerse un centenar de veces ante las imágenes que veía, sin detenerse en su empeño en seguir la voz que lo guiaba por la luz del Astronómicon. Y tras lo que pareció una eternidad, al fin encontró su objetivo, una pequeña embarcación navegando sobre el pilar de luz. Dos figuras permanecían en ella, un bebé en vuelto en sábanas de un blanco inmaculado y un hombre delgado que vestía un hábito de arpillería oscura, su capucha cubría su rostro en sombras y sus nervudas manos aferraban una larga pértiga que usaba como remo. Rogal se impulsó en un trozo de piedra flotante, aterrizando en la cubierta del esquife con un cuidado y elegancia sorprendentemente para su enorme tamaño acorazado.
-Al fin has llegado Rogal -dijo con voz suave, pero antigua por las eras el barquero, sonriendo bajo las sombras de la capucha.-Es bueno que mi viejo amigo te haya enviado a ti, el protector y pretor de Terra.
-¿Eres un demonio de la Disformidad? -la pregunta salió de la rejilla de voz del casco de Rogal Dorn, mientras alzaba su espada apuntando al anciano barquero.-¿Qué quieres de mí? Responde rápido, mi paciencia es muy corta y mi ira muy grande.
-Y en otro momento era al contrario, mi querido amigo -respondió el barquero apartando con su mano derecha su capucha y dejando a la vista su rostro ajado. -No ha pasado tanto tiempo. ¿Ya me has olvidado?
-¡Malcador!-el nombre del Sigilita y primer señor del Consejo de Terra salió de los labios de Rogal, sorprendido por ver el rostro del difunto hombre que había muerto entregando su esencia vital al Emperador.-Tú estás muerto... yo lo vi en Terra en el Palacio Imperial. ¿Eres un espectro o fantasma?
-Solo soy un fragmento de mi alma, arrojado en mi muerte a este esquife para custodiar a este niño -un cierto tono de pena era evidente en la cansada voz de Malcador. -Antes de enfrentar a Horus, el Emperador se despojó de las partes de su alma que frenarían su mano en matar a su hijo traidor. Pero igual que un imán atrae a las virutas de hierro, los diferentes pedazos se atrajeron y unieron formando este bebé que duerme apacible en este infierno de locura. Es último regalo del Emperador a la Humanidad y a la galaxia.
-Una parte de mi padre... lista para renacer…-las palabras se le atragantaron a Rogal Dorn, cuando bajó la mirada al bebé que abrió sus ojos llenos de una luz dorada y alzó sus manitas hacia él.-¿Ha sido mi Padre quien me ha guiado aquí?
No, he sido yo. Mi tiempo se agota y tú debes ocupar mi lugar para protegerlo, enseñarle y criarle para ser la esperanza de la Humanidad -Malcador se sentó cansado en el asiento del esquife y suspiró ampliamente. -Ferrus es solo un espectro vengativo que abandonó a sus hijos a su suerte por matar a Fulgrim. Russ es demasiado salvaje e inflexible, Sanguinius… su alma está rota en tres pedazos…-alzó su escuálida mano para callar a Rogal Dorn y le dejará terminar. -Guilliman está entre la vida y la muerte, Corax sumido en su venganza contra Lorgar, el Khan y Vulkan están lejos de mi visión. Tú eres la mejor opción entre todos tus hermanos, aquel que no se rinde y protege a la humanidad, que ama a sus hijos con todo su corazón… esté es tu propósito, cuida de este niño como si fuera tu propio hijo.
-Malcador... yo no pude salvar a mi Padre, ni a Sanguinius y tampoco su imperio -se reprochó así mismo Rogal, arrodillándose ante la figura del Sigilita.-Pones mucha fe en mí, viejo amigo. ¿Cómo sabes que estará a salvo el niño conmigo?
-Simplemente lo sé, Rogal -la voz de Malcador sonó suave, mientras de su cuerpo espiritual empezaban a salir volando pequeñas volutas de energía.-Mi tiempo se ha acabado, sé... qué lo harás bien… es bueno no estar solo en el final…
Rogal Dorn vio en silencio como el cuerpo de Malcador desaparecía totalmente en una nube de volutas de luz, dejando solo el hábito vacío de arpillería. Se había quedado solo con aquel niño, un nuevo deber impuesto sobre sus cansados hombros y su mente llena de tribulaciones. Se giró y llevó su mano sana hasta el bebé, que alzó sus pequeñas manos y agarraron los dedos blindados del Primarca. Una descarga de energía saltó del bebé a Rogal Dorn, haciendo que su cuerpo enfundado en ceramita se agitará como una hoja en un vendaval y haciéndole caer hacia atrás. Sintió arder la herida del muñón que una vez fue su mano derecha, desesperado se arrancó el puño de combate y observó asombrado como los huesos, vasos sanguinos, nervios, músculos y piel crecían nuevamente formando la mano que había perdido. Asombrado abrió y cerró su nueva mano varias veces, hasta que finalmente se dio cuenta de que era totalmente real aquel milagro obrado por aquel infante. El ceño de Dorn se frunció con una nueva determinación bajo su casco, aquel niño era la esperanza para recuperar todo lo que se había perdido por el egoísmo de sus hermanos traidores. Se recolocó el puño de combate y agarró la pértiga de Malcador, empezando a guiar aquel esquife por el Astronómicon y esperando el momento adecuado en el que el niño y él mismo volverían a la galaxia para salvarla de las garras del Caos, de la ignorancia y de la podredumbre que amenazaba con devorarlo todo.
La Cicatrix Maledictum se abrió dividiendo la galaxia en dos y dejando lejos de la luz del Astronómicon al Imperio Nihilus. Demonios y partidas de guerra de las Legiones Traidoras se desparramaron por toda la galaxia como una balsa de aceite, atacando cada planeta y sector cercano a la herida supurante que partía la galaxia en dos. Cadia había sido destruida y los Primarcas demoníacos marchaban a la cabeza de sus huestes de legionarios corruptos, ansiosos de materializar su conquista frustrada diez milenios atrás por la muerte de Horus a manos del Emperador. Pesé al retorno de Guilliman, el despertar del León y los refuerzos Primaris, el Imperio estaba al filo de la navaja con más frentes abiertos de los que podía defenderse. El mundo jardín de Sartorius estaba bajo el asedio de una partida de guerra de los Corsarios Rojos, renegados de más de un centenar de Capítulos de Marines Espaciales que habían desertado y unido al tirano Hurón Blackheart. Albert Hert uno de los lugartenientes de Hurón y antiguo Templario Negro dirigía aquella fuerza de renegados, traidores y piratas. Una sonrisa cruel apareció en su curtido rostro al ver cómo sus guerreros derribaban la estatua del Emperador de la plaza principal de la capital de Sartorius. Aquel mundo se convertiría en el puerto seguro de los Corsarios Rojos para lanzar sus ataques al Imperio Nihilus.
-¡Destruid solo las catedrales e iglesias imperiales! -rugió Albert a sus guerreros por el canal de mando, sabiendo que necesitaban algo de desahogo y que los cultos de adoración al falso Emperador era el objetivo más fácil.-¡No destruyáis las infraestructuras!¡Hurón quiere este planeta de una pieza para sus planes! ¡Aquellos que desobedezcan la voluntad del Tirano serán crucificados!
Aquellas eran simples órdenes que hasta el cultista y el pirata más estúpido obedecería, por miedo a la ira de Hurón y el posible castigo que esté les infligiría por su desobediencia. Sabía que debían acumular el mayor poder posible, tarde o temprano Hurón y Abaddon chocarían por demostrar quién era el más poderoso, desgarrando el Imperio Nihilus en una nueva guerra entre los dos poderosos señores de los traidores. Los gritos de asombro de su alrededor lo sacaron de sus pensamientos y miró al lugar donde estaba la estatua derribada del Emperador, sobre sus restos un portal dorado había aparecido y dos figuras parecían emerger de su interior. Albert se quedó sin aliento al ver la figura acorazada de Rogal Dorn salir del portal, enfundado en su armadura dorada y portando la espada que forjó en la Jaula de Hierro, su mirada era como el hielo y mostraba una ira fría hacia los Astartes Traidores, piratas y renegados que alzaron asombrados sus armas ante el reaparecido Primarca. Detrás de Rogal Dorn surgió otra figura acorazada con una armadura también dorada, sujetando una espada de fina manufactura, su cabeza estaba oculta por una capucha y su capa se agitaba ante un viento invisible, mientras irradiaba una aura dorada. Antes de que Albert pudiera decir una sola orden, los dos gigantes acorazados se lanzaron a la carga despedazando con fría precisión mecánica a todo enemigo que encontraban a su paso y dejando un rastro de muerte detrás de ellos. Albert avanzó hacia Rogal Dorn, sintiendo el odio ardiendo en sus corazones gemelos por su padre genético.
-¡Hoy morirás de verdad Padre! -rugió Albert lanzando un poderoso golpe hacia la espalda de Dorn.-¡Fingiste tu muerte y nos abandonaste! ¡Deberías haberte quedado muerto!
Antes de que Rogal pudiera girarse a detener la maza, la hoja de su acompañante dorado la paró con la hoja de su espada e hizo retroceder a Albert con una ráfaga abrumadora de ataques rápidos. Albert gruñó retrocediendo ante las rápidas fintas y estocadas de aquel desconocido, maldiciendo sorprendido al encontrar a un enemigo tan rápido. El aura de aquel extraño guerrero dorado le hacía temblar, sintiendo las dudas y los miedos que había creído olvidados al seguir al Tirano y a los Poderes Oscuros de la Disformidad.
-Albert Hert, hijo de Dorn y antiguo Templario Negro -la voz del guerrero dorado sonó fuerte y retumbó en la plaza, haciendo temblar a todos los presentes menos a Rogal Dorn.-¿Has olvidado tu propósito y juramentos? ¿Tan bajo has caído?
-¿Qué sabrás tú de mi propósito y de mis juramentos? -gruñó Albert mirando con odio y sorpresa a partes iguales ante las palabras de aquel extraño guerrero. -El Imperio se muere, el Emperador se pudre en su trono de oro y creíamos a nuestro padre muerto, dejando sobre nuestros hombros todo el peso de proteger a la humanidad ante horrores que desconocen los miserables humanos.
-Yo lo sé todo sobre ti, Albert -el guerrero dorado apartó su capucha, dejando a la vista un rostro bronceado y perfecto, sus ojos ardían con energía dorada y su pelo corto de color castaño parecía agitarse levemente. -¡Por qué los juramentos que hiciste los escuché!
-No, no puede ser…-la maza se resbaló de los dedos acorazados de Albert y cayó de rodillas, ese rostro y poder eran los del Emperador de la Humanidad. Escuchó el ruido de sus corazones palpitar en sus oídos, sintió su garganta secarse y la humedad salada de lágrimas caer por su curtido rostro.-No... que he hecho…
-Yo te perdono, como la piedad del Emperador encarnada que soy -respondió el joven guerrero con suavidad y posó una mano acorazada en la cabeza de Albert. -Acepta mi juicio y la oportunidad de redención o la muerte, Albert.
El poder psíquico de aquella versión joven del Emperador recorrió el cuerpo de Albert, iluminando la plaza con luz dorada. Todos los Corsarios Rojos se quedaron paralizados observando la escena con miedo y fascinación a partes iguales, temblando como hojas al sentir el poder de un Dios azotar aquella plaza. El fuego psíquico dorado corrió por el cuerpo de Albert, deshaciendo las mutaciones del Caos y expulsando la mancha de la Disformidad del cuerpo, mente y alma de Albert. La armadura corrupta de Albert se deshizo, dejando el cuerpo desnudo del Astartes inmaculado y limpio ante los ojos aterrados de los Traidores, que habían observado la escena con pavor y reverencia a partes iguales. Un instante después el joven guerrero apartó su mano de la cabeza de Albert y se la ofreció para levantarse, el antiguo Templario Negro no dudó y agarró la mano alzándose en la plaza, renovado en cuerpo y alma. Rogal asintió levemente y se sorprendió al ver a dos tercios de los Corsarios Rojos de la plaza tirar sus armas y arrodillarse, el resto corrió despavoridos presa del miedo por el regreso de aquella versión del Emperador. Por primera vez en diez milenios Rogal Dorn sintió esperanza, no solo por el Imperio, sino por la Humanidad y la galaxia de ser salvada por el niño estelar que había protegido, criado, entrenado y enseñado con todo su corazón.
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