El silencio nocturno reinaba en el palacio, los soldados yacían medio dormidos en sus puestos de guardia, los pajes y sirvientes se habían ya retirado a sus habitaciones comunales, era como si algo obligará a todos los habitantes de su interior a dormir. Un susurro lejano despertó a Blancanieves, se sentó en la cama y parpadeó confusa, por un momento pensó que era su esposo, pero este yacía a su lado durmiendo a pierna suelta tras el banquete donde se había emborrachado con vino como hacía cada noche. Por un momento pensó que había sido su imaginación, pero justo cuándo iba a tumbarse de nuevo en la cama, volvió a escuchar el susurro que la llamaba. Sin dudarlo se puso en pie y avanzó por la habitación, su tenue camisón blanco siseó por el movimiento, hasta que se detuvo ante la enorme estantería llena de libros que llegaba hasta el techo. Los dedos de Blancanieves recorrieron los lomos encuadernados de los libros, las letras de sus nombres grabados apenas eran visibles en la habitación iluminada solo por la luz de luna que se filtraba por las ventanas. Instintivamente, su mano se cerró sobre un libro de título extraño, un instante después, la librería se movió y dejó a la vista una escalera que descendía hacia la oscuridad. Durante un momento dudó, queriendo retroceder y volver a la seguridad de su cama, pero el susurro que la llamaba se había vuelto más fuerte e insistente.
Igual que una polilla atraída por una llama, Blancanieves descendió por los fríos escalones con sus pies descalzos. Sus ojos tardaron un instante en adaptarse a la oscuridad, mientras descendía por aquellos escalones esculpidos en la roca viva, sentía la humedad de las paredes en sus dedos. Tras lo que le pareció una eternidad, al fin llegó al inicio de la escalera y vio que está desembocaba en una enorme caverna natural, la mirada de Blancanieves se alzó al techo y vio las enormes estalagmitas colgar como dedos acusadores. Aquel lugar era una mezcla de laboratorio y estudio, mesas de roble negro llenas de alambiques y probetas se mezclaban con libros de hechicería y brujería impía, bandejas de plata con restos de comida podrida yacían en mesitas para té y el suelo de piedra estaba cubierto de alfombras dónde había empezado a aparecer manchas de moho. En el centro de todo aquel extraño lugar se alzaba un espejo de cuerpo entero, su marco dorado tenía tallados dragones y runas extrañas que brillaban con luz propia. Blancanieves sabía que era ese sitio, el antiguo laboratorio de su madrastra y reina que había seducido a su padre cuándo era niña.
Avanzó despacio por el alfombrado suelo, levantando pequeñas nubes de polvo y de esporas de moho, sus ojos azules estaban fijos en el espejo, como si le fuera imposible apartar la mirada de su ornamentada superficie y sintiendo su llamada en el interior de su mente. Blancanieves se detuvo ante el espejo y se sorprendió, su superficie no era reflectante, sino obsidiana pura de un negro tan oscuro como una noche sin estrellas. Los dedos de su mano derecha acariciaron el labrado marco de oro y sintió una leve descarga eléctrica, ante sus ojos las runas grabadas en el precioso metal formaron una frase que entendió al instante y que se sintió obligada a formular inconscientemente.
-¡Espejo mágico despierta! -la voz suave de Blancanieves resonó por toda la enorme gruta, tomando un tono siniestro. -¿Quién es la mujer más hermosa?
-Eres tú, Blancanieves -respondió una voz ronca, mientras un humo verde se movía por la superficie de obsidiana de espejo y formaba un rostro augusto que la miraba de forma fría. -Pero eso puede cambiar y dejar de serlo, pues el tiempo es inexorable salvo por mi poder.
-¿Belleza eterna? -la pregunta salió de los labios de Blancanieves de forma temblorosa, mientras sus ojos observaban fascinada al rostro del espíritu del espejo.-¿Pero a qué coste? ¿Qué puedo perder para ganar eso?
-Te ofrezco poder y libertad, mi niña -el rostro del espejo sonrío de forma malvada, mirando en el interior del alma de Blancanieves. -Estás atrapada en un matrimonio con un hombre borracho, mujeriego y que te ignora, tratándote como un objeto de su propiedad. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que te sustituya por otra? ¿Vas a seguir siendo un trofeo para él para siempre?
Las dudas asaltaron a Blancanieves, el espejo decía la verdad el príncipe Eric se emborrachaba cada noche, flirteaba con las sirvientas y la trataba como si ella fuera un objeto. Una furia que desconocía empezó a arder en su interior, ella era una princesa por derecho propio y estaba harta de ese trato vejatorio por un príncipe que no era heredero a trono alguno. Alzó sus ojos al espejo, sabiendo que era su oportunidad de ser libre y de forjar su destino, solo debía hacer caso al espíritu del espejo.
-No, no voy a ser más el trofeo de nadie -gruñó Blancanieves, mirando con furia ardiendo en sus ojos al rostro del espíritu del interior del espejo.-¿Qué tengo que hacer, Espejo?
-Toma está daga y mata a ti esposo con ella -al decir esas palabras de la superficie de obsidiana del espejo emergió el mango de un arma. -Mátalo y vuelve a mí para sellar el pacto.
-Sí... y al fin seré libre -la mano derecha se posó en el mango del arma y la sacó del espejo, la afilada hoja de obsidiana brilló ante ella de forma provocadora y sonrío levemente. -Nunca más nadie me pisará y me tratará como algo inferior...
Blancanieves caminó hasta la escalera y empezó a subir, su corazón latía con fuerza y una sed de sangre que desconocía tener resecaba su garganta. Los recuerdos de todas las burlas, vejaciones y desaires de su esposo volvían a su mente espoleándola a querer vengarse, mientras escuchaba los susurros del espejo en sus oídos de forma sugerente. Libertad, poder, belleza y juventud eterna eran palabras que se repetían sin parar en su cabeza, al llegar al final de la escalera cruzó el umbral y vio a su marido. Estaba tirado en la cama, roncando como un cerdo y babeando, a su lado varias botellas de vino vacías yacían tiradas de forma descuidada. Blancanieves avanzó en silencio por la habitación hasta llegar a ella y se subió a la cama, para luego sentarse a horcajadas sobre Eric y mirarlo con seductor desprecio. Al sentir el peso de ella, Eric se despertó y abrió los ojos levemente, una sonrisa maliciosa apareció en sus labios.
-Así que al final querías algo de diversión -Eric los dijo con voz ronca y dejando que el hedor del alcohol saliera de su boca, alzando sus manos para tocar las piernas de Blancanieves. -Todas sois iguales, seáis princesas o pueblerinas... os abrís de piernas ante los hombres con poder.
-Si, te voy a dar algo especial, cariño -respondió Blancanieves con una frialdad absoluta y alzó la daga, para luego clavársela sin miramientos en el pecho a Eric. -¿Te gusta mi dulce regalo?
Los ojos de Eric se abrieron como platos, intentó moverse o gritar, pero era demasiado tarde, la daga subía y baja de forma indiscriminada sobre su pecho, hasta que finalmente se quedó clavada en su vientre. Blancanieves se restregó contra el cuerpo del agonizante Eric de manera sexual, saboreando el momento de dulce agonía en los ojos de su víctima y viendo asombrada como la daga drenaba la juventud. Eric envejeció décadas en segundos ante los ojos de Blancanieves, hasta volverse un montón de polvo, dejando solo las calzas y el camisón manchado de sangre. Con delicadeza recogió la daga con sus manos manchas y descendió por la escalera, Blancanieves se sentía enardecida y excitada a partes iguales, ante la muerte brutal y sobrenatural de Eric. Al llegar a la caverna, pudo sentir la mirada del espíritu del espejo, su sonrisa era lascivamente provocadora y ella se sentía atraída hacía él.
-Lo has hecho bien -dijo el espíritu del espejo con suavidad, sonriendo y estudiando el aspecto de Blancanieves, que estaba manchada de la sangre fresca de su crimen. -Inserta la daga en mi superficie, entrégame el alma de tu amado y el pacto estará cerrado.
-Sí… cumple con lo prometido, Espejo -Blancanieves puso la punta de la daga en la superficie de obsidiana del espejo, un instante después, el arma se hundió en su interior hasta desaparecer. -Dame poder, libertad y belleza eterna.
-Si, mi pequeña -la voz del espíritu del espejo sonó lasciva y provocadora, mientras hilos espectrales verdes salieron de su superficie. -Es la hora de darte tu premio y que des tus primeros pasos hacia la eternidad.
Los hilos se enroscaron en el cuerpo de Blancanieves, acariciándola con la suavidad y la delicadeza de un amante. Excitada por la sensación se quitó el camisón, quedando desnuda ante la mirada del espíritu del espejo, mientras notaba entrar en ella las energías sobrenaturales de este y cambiar su cuerpo desde el interior. Las imperfecciones fueron borradas, las primeras canas desaparecieron, su cuerpo se volvió más sensual, atlético y perfecto, sus ojos azules brillaron con una luz bruja, su pelo se volvió más largo y sedoso, sus jugosos labios sonrieron, mostrando una sonrisa perfecta e inmaculada. Los hilos de humo espectral desaparecieron y la superficie de obsidiana del espejo le mostró el reflejo de su nuevo aspecto. Asombrada por el cambio, Blancanieves río levemente, sin dejar de ver su perfecto reflejo y entendiendo al fin porque su madrastra estaba tan obsesionada con la perfección. Ahora lo tenía todo, belleza intemporal, libertad y una reserva de conocimiento sobrenatural en los viejos grimorios allí reunidos, pero sobre todo un poder que trascendía las leyes de la naturaleza en aquel espejo y haría cualquier cosa para conservar todo lo que acaba de conseguir, sin importar cuantas vidas debería sacrificar para lograrlo. Ella sería eternamente joven y gobernaría para siempre su reino, siendo adorada como la mujer más perfecta de toda la creación.
El espíritu del espejo se rió en silencio al captar los pensamientos de ella, su poder había retorcido la mente de aquella chica, siempre debía haber una maestra del espejo para que él pudiera manipularla y algún día escapar de aquella prisión dónde los dragones le habían encerrado milenios atrás.
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