Las brumas de la Niebla se extendían de forma lenta por aquellas regiones de Lindwurm, se movían de forma serpentina enroscándose como serpiente bajo las piedras de la fortaleza del Amanecer de la Hegemonía de Embersig. Los guardias y soldados miraban aquel fenómeno con miedo y pavor, esperando que llegará el amanecer y aquellas brumas retrocedieran igual que el mar al bajar la marea. El Progenitor Aldori sonrío de forma cruel oculto en aquellas espesas brumas, para el resto de reinos era la temible Niebla, pero para los Vástagos de Yadabaoth era el hálito del Arquitecto. Si pálido rostro estaba enmarcado por su largo pelo ceniciento, sus rasgos parecían esculpidos en piedra y sus oscuros ojos miraban con odio aquella fortaleza. Su Familia, formada por decenas de no muertos hambrientos, monstruosidades de carne de la Niebla y humanos que habían encontrado un nuevo propósito en el culto a Yadabaoth esperaban su señal para avanzar y traer la destrucción a sus enemigos. Aldori se ajustó la capa de piel humana que cubría sus hombros y envolvía su armadura de aspecto malévola e intrincada, sus ojos escudriñaban la fortaleza a la espera de que sus Intactos infiltrados entre el enemigo dieran la señal de empezar el ataque. Las campanas de alarma y los gritos de terror resonaron por la fortaleza del Amanecer, cuando el fuego de varias docenas de incendios provocados empezaron a extender de forma agresiva iluminando la noche. Una sonrisa cruel apareció en el inclemente rostro de Aldori, esa era la señal que esperaba para atacar.
-¡Soltad a las bestias de carne! -rugió Aldori alzando una de sus espadas gemelas y señalando los gruesos portones.-Derribad las puertas, matad sin piedad y capturad todos los niños menores de cinco años.
Dos enormes masas de carne formadas por un centenar de cuerpos fusionados se arrastraron y salieron de la Niebla, rugiendo presas de una furia demente y un hambre insaciable. Sus enormes extremidades golpearon las puertas de roble macizo arrancando pedazos de madera y haciendo volar astillas en todas direcciones. Dos centenares de zombis se arremolinaron alrededor de aquellas masas de carne vivientes, agitándose ansiosos ante el olor de carne quemada y los gritos de desesperación. Los Marcados, antiguos humanos remodelados con el poder de Yadabaoth empezaron a escalar las murallas, moviéndose con una fuerza, rapidez y agilidad sobrenatural para alcanzar la parte superior de las almenas. Los más poderosos de aquellos hombres y mujeres remodelados de formas demenciales, eran conocidos como los Ungidos y esperaban en un reverente silencio alrededor de Aldori como su guardia personal y fuerza de élite. Las puertas cayeron con un estrepitoso ruido por los brutales golpes de las bestias de carne, que se arrastraron con una rapidez imposible para su tamaño hacia el interior de la fortaleza, rodeados por los zombis que avanzaban con pasos errantes en busca de víctimas con las que saciar su oscura hambre de carne de los vivos.
La luz de los incendios iluminaba el interior de la fortaleza del Amanecer, dejando a la vista escenas de grotesco terror y valor, mientras los guerreros de la Legión Negra enfundados en sus armaduras de placas lacada en negro y adornos dorados. Luchaban desesperados por detener aquella marabunta de carne retorcida y salvaje, que invadía el asentamiento fronterizo de forma implacable. Los gritos y el choque del metal de las armas se mezclaba con el rugir de las llamas, el humo de los incendios hacía lagrimear y toser a los guerreros de negra armadura, mientras alzaban sus escudos redondos y despedazaban con sus espadas y hachas la carne de los renqueantes zombis. Los Marcados se lanzaban a la carga con total abandono, asesinando con letal eficiencia a los ciudadanos equipados con armas improvisadas y legionarios de negra armadura, antes de ser derribados por sus enemigos dejando un rastro de sangre y destrucción a su paso. Un viento gélido sopló, apagando varios de los incendios del centro de la fortaleza, una figura alta y delgada avanzó entre las calcinadas ruinas, su aura de poder gélido parecía envolverlo como un manto y apoyándose en un bastón. Altaris tenía una obligación como aestari de la Hegemonía, usar sus poderes mágicos para proteger aquel asentamiento. Sus rasgos afilados se tensaron al observar uno de los cuerpos de los Marcados, el viejo mal que hizo caer el antiguo Imperio élfico de Gae Assil y dispersar a su raza por todo Lindwurm. Sus ojos azules se clavaron en tres enormes Marcados, que corrían hacía él enarbolando toscas armas y equipados con pieles rápidas y armaduras oxidadas, rugiendo como animales sedientos de matanza. Altaris alzó su enguantada mano derecha y de la punta de sus dedos salieron despedidos decenas de cristales helados contra las tres bestias salvajes de aspecto humano. Los cristales helados golpearon sus cambiados cuerpos, creciendo hielo mágico y cubriéndolos por completo hasta transformándolos en estatuas congeladas de hielo, para derrumbarse en cientos de pedazos sobre el manchado suelo. Aldori salió entre el humo de los incendios, sonriendo de manera siniestra con la armadura manchada en sangre y cenizas, sus las hojas de espadas brillaban con luz trémula y su palidez antinatural le hacía parecer un espectro vengativo, sus ojos estaban fijos en el elfo aestari. Altaris frunció el ceño al verlo y un escalofrío recorrió su espalda al reconocerlo, era el líder de aquella horda de seguidores de Yadabaoth, un Mente Oscura.
-No esperaba ver un dominio tan bueno de la magia en un aestari -las palabras de Aldori estaban cargadas de mofa y odio a partes iguales. -Aun así no te salvará de morir, traidor a tu linaje y al Imperio antiguo. Te sometes a la servidumbre de aquellos que deberían adorarte como un Dios, por no querer usar todo tu poder y por el miedo a lo que podrías ser.
-¡Silencio, Mente Oscura! -un rugido furioso salió de los labios de Altaris, mientras hilos de energía salían de sus ojos y sujetaba con fuerza su larga vara de mago.-Fue la adoración a tu perverso Dios lo que hizo caer al imperio de Gae Assil, pervertidos y retorcido por la mácula de la energía sin dominio y control de la magia -su voz resonó con determinación y se preparó aquel combate. -Hoy acabaré con tu corrupción y con tus necios seguidores, no permitiré alzaros y traigáis el caos a todo Lindwurm otra vez.
-Eres débil y un cobarde, hermano -Aldori se meció como una hoja al ritmo de una música que solo podía escuchar él. -Déjame iluminarte con el verdadero poder de un hijo de Gael Assil que ha aceptado todo su potencial.
Ambos elfos se sopesaron durante un largo minutos, observándose mutuamente en busca de una apertura de su oponente antes de empezar a combatir. Aldori se lanzó a la carga enarbolando sus espadas cortas, Altaris alzó su mano derecha y de sus dedos un rayo salió despedido en dirección a su enemigo para destrozarlo. Aldori saltó un segundo ante de ser impactado por aquella mortal descarga eléctrica y luego rodó por el suelo manchado de sangre, para lanzar un ataque ascendente con ambas espadas contra su enemigo. Haciendo girar su vara, Altaris detuvo el ataque de las espadas dirigidas a su corazón y pronunció un rápido hechizo, a su alrededor el aire se congeló y condensó hasta formar cinco espadas flotantes, que salieron dirigidas como saetas mortales contra el Mente Oscura. Obligado a retroceder por las implacables espadas de hielo, Aldori esquivaba y paraba aquellas armas heladas, que amenazaban con despedazarlo y reducirlo a pulpa sangrante. Las espadas volaban alrededor del Progenitor de la hueste de Yadabaoth, atacando como un enjambre de abejas furiosas, buscando dar muerte al enemigo de su invocador. Aldori parecía danzar más que pelear, mientras paraba y destrozaba una tras otra de las espadas de hielo, haciendo saltar sobre él una nube de polvo helado. Una sonrisa apareció en el rostro de Altaris, al ver cómo el polvo helado de las destrozadas espadas bañó a Aldori, para segundo después hacer brotar flores de hielo sobre el cuerpo del Mente Oscura atrapándolo en un bloque denso transformándolo en una estatua congelada.
-Se acabó, Mente Oscura -la voz de Altaris sonó llena de arrogancia, acercándose a su congelado enemigo para destrozarlo. -Yo he ganado y es hora de terminar con tu existencia corrupta.
Altaris se detuvo ante el congelado cuerpo de Aldori, alzó su vara para destrozarlo en un montón de pedazos, cuándo vio horrorizado como el hielo que cubría la cabeza de sus enemigos se derritió en segundos. Aldori sintió el calor de tu corazón ardiente de oricaldo, lo guío por su cuerpo hasta su garganta y abrió su boca vomitando sobre Altaris un espeso chorro de metal ardiente. El mago aestari grito de agonía y cayó al suelo, tu pelo y ropas ardieron, su armadura su pectoral de metal negro se fusionó con su pecho y su rostro se llenó de ampollas y de trozos de oricaldo pegado a su cuerpo en llamas. El hielo que cubría a Aldori se rompió en mil pedazos, liberándolo y cayendo de rodillas al empedrado suelo de la calle, sus ojos brillaban malévolamente al ver la agonía de su enemigo.
-Esto es solo el comienzo de tu castigo por tu arrogancia -la voz de Aldoris sonó con un metálico y una sonrisa funesta apareció en sus delgados labios, a la vez que guardaba sus armas en sus vainas. -Te enseñaré el verdadero poder de un descendiente de Gael Assil, espero que disfrutes de la bendición de Yadabaoth.
Aldoris alzó sus manos y empezó a pronunciar lo que parecía un rezo, el maltrecho cuerpo de Altaris se alzó en el aire, como si fuera levantado por la titánica fuerza de un gigante como si fuera una muñeca de trapo. De las yemas de los dedos de Aldoris salieron decenas de zarcillos de energía rojiza, que se clavaron cada cuerpo destrozado y mutilado de aquella calle, con un simple movimiento de sus manos, la carne destrozada voló hacia el mago aestari y se fusionó con su cuerpo. Un grito de dolor más intenso salió de la garganta de Altaris cuándo su carne, huesos y terminaciones nerviosas se fusionaron con los cuerpos que se iban añadiendo a su ser capa a capa. Pronto quedó cubierto el cuerpo del mago aestari, desapareciendo entre toda la carne revivida y fusionada, mientras su mente se mezclaba con la de los cuerpos resucitados y se rompía en mil pedazos como si fuera un cristal roto. Aldoris cerró sus manos y sonrío al ver la criatura que había creado, el poder de remodelar la carne como si fuera arcilla, de revivirla y usarla sin problemas era uno de los poderes que sub Dios le concedía a sus seguidores más favorecidos. La bestia de carne se posó en el suelo y rugió, presa de la locura y el hambre, sin quedar nada de la nobleza y orgullo de Altaris, salvo un rostro abotargado entre tanta carne fusionada de manera profana.
-Ve y lleva la muerte en nombre de Yadabaoth -ordenó Aldoris sonriendo de manera siniestra, admirando su última obra de artes viviente alejarse para obedecer. -Aliméntate de la carne de aquellos que enseñabas, protegías y te respetaban, date un banquete para saciar tu ansia de carne y de venganza.
Soltando un hambriento rugido, la bestia de carne se alejó arrastrándose apoyándose en un centenar de extremidades, en busca de presas que devorar y saciar su eterna hambre. Aldoris miró la oscuridad de la noche, sabiendo que en un par de horas amanecería y solo quedaría un montón de ruinas humeantes, todos los cuerpos serían recolectados, los niños capturados y adoctrinándolos en la fe de Yadabaoth, la Hegemonía de Embersig solo encontraría un lugar vacío y destruido, mientras su familia se esfumaba en la Niebla. Suspiró suavemente y volvió a desenvainar sus espadas, debía seguir ofreciendo almas y carne a su Dios, pronto recuperarían lo que les pertenecía y el Imperio élfico de Gael Assil se volvería alzar sobre las cenizas de sus enemigos.
Comentarios