El silencio llenaba aquella pequeña sala de meditación, una figura envuelta en una túnica y armadura negra yacía sentado en el centro del lugar envuelto en una tenue oscuridad rota solo por las luces rojizas del suelo. El símbolo de Inquisitorial de color blanco era visible en su pectoral y contrastaba con su pálida piel de su rostro marcado por venas azuladas, su largo pelo blanco estaba recogido en una trenza que descansaba sobre su hombro derecho. Los recuerdos volvieron a su mente, el momento en que traicionó a su maestro y a la orden Jedi para sobrevivir a la Orden 66. Sus manos por inercia acariciaron el sable doble de luz giratorio, había asesinado a su maestro delante de los clones, matado su pasado par abrazar un futuro de oscura brutalidad y sobrevivir a la caída de los Jedis, transformándose en un Acólito del Inquisitorum y finalmente ascendiendo al rango del Décimo Hermano Inquisidor, tras la muerte del anterior propietario de aquel rango. El chasquido del comunicador lo sacó de sus pensamientos, su mano derecha enguantada activó el dispositivo y la voz del capitán de navío Pelgon resonó en la sala.
-Inquisidor, hemos llegado a nuestro destino -la voz del capitán Pelgon tenía un ligero toque de miedo y resignación en su tono. -Venga al puente de mando, necesito que vea con sus propios ojos este sistema solar, si se le puede llamar así.
-Voy enseguida, Pelgon -el Décimo Hermano sonrío con crueldad, saboreando el miedo que destilaba la voz del capitán Pelgon. -El sistema Velaris es un sistema como cualquier otro, nuestra misión es tomar la estación de los Jedis que ahí en él.
El Décimo Hermano apagó el comunicador y recogió con un cuidado casi paternal su sable de luz, colocándolo en el soporte de su espalda y echando su capucha sobre su cabeza ocultando su rostro bajo las sombras que está proyectaba. Un leve suspiro salió de sus delgados labios y se puso en pie, para luego salir en silencio de la oscuridad de la sala de meditación. Avanzó como un espectro vengativo por los pasillos del Destructor Imperial Venganza en silencio total, los soldados, oficiales y pilotos que se cruzaban en su camino se apartaban aterrados, dejándole pasar y cuadrándose ante él. El sabor de su miedo era dulce y el Décimo Hermano saboreó aquella sensación de poder sobre otros, que no había tenido cuando era el Padawan Jedi Belios Arlios. Aquel nombre ya no significa nada para él, lo había enterrado en una fosa con su pasado y abrazado con ansia aquella nueva identidad de Inquisidor Imperial. Las puertas del puente de mando de la Venganza se abrieron con un siseo, al entrar todas las conversaciones cesaron de golpe, envolviendo el silencio el lugar como si fuera un manto funerario. Una sonrisa cruel pareció en las comisuras de sus delgados labios y el Décimo Hermano avanzó hasta el ventanal de observación, donde se encontraba el capitán de navío Pelgon. Aquel hombre vestía un uniforme gris almidonado, su pelo castaño era corto y su piel bronceada, sus ojos azules estaban clavados en el sistema estelar que se encontraba ante ellos. El Décimo Hermano observó el sistema y entendió que el miedo que sentía el capitán de navío era justificado. Aquel sistema tenía en su centro un agujero negro en vez de sol, un anillo de restos, basura espacial y naves antiguas flotaban en su borde de forma lenta hasta ser arrojado hacia un lento eterno hacia el voraz agujero al ser atraídas por su fuerza gravitatoria. Una solitaria estación espacial de tamaño colosal flotaba en una órbita que se autocorregía constantemente, evitando caer en el interior del agujero negro y se mantenía en una frágil danza a su alrededor. Enormes cañones láseres y de iones apuntaban amenazantes hacia el exterior del sistema, listos para derribar a cualquier intruso que se acercará.
-¿Ahora entiende el problema, Inquisidor? -preguntó Pelgon con voz algo temblorosa y frotándose las manos de forma nerviosa. -La mejor forma de tratar la situación sería destruir la estación desde lejos y evitando acercándonos al agujero negro.
-Lo entiendo y no me importa lo que quiera, Capitán -la voz del Décimo Hermano sonó con un tono amenazante, que no daba pie a duda o confusión alguna. -El Emperador quiere esa estación, los artefactos y objetos que allí se guardan, sus órdenes son absolutas y las cumpliremos. ¡Qué la flota avance para abordar esa estación espacial! ¡Qué todos se preparen!
-Sí.. Inquisidor -asintió pálido Pelgon y se giró hacia el personal del puente con el rostro ceñudo. -Todos a los puestos de combate, que la flota avance en formación de uve. Fuego sostenido sobre la estación y escudos frontales al máximo.
La flota de tres destructores imperiales, formada por la Venganza, Exilio y Caída de Absolon se resctruturaron en una formación de uve y avanzaron por el campo de escombros, sus cañones disparaban contra la estación, haciendo que se iluminará el escudo de energía que la protegía. La Caída de Absolon que avanzaba babor de la nave capital Venganza, se iluminó cuándo minas de proximidad ocultas entre los asteroides y pecios de naves antiguas explotaron al detectar su avance, obligándola a que se desviará demasiado de su rumbo y acercándose a la influencia gravitatoria del agujero negro, siendo arrastrada lentamente hacia él, pese a los intentos desesperados de salir de aquel pozo gravitacional. Pelgon palideció al ver el destino de aquel enorme destructor, que tardaría años o décadas en ser arrastrados hasta las mismas fauces del agujero negro y ser absorbidos, mientras el tiempo y el espacio se deformaría para sus tripulantes viviendo mucho más de lo posible hasta desaparecer en el oscuro agujero. La Exilio que avanza por estribor empezó a renquear por los daños al caer su escudo de energía y giró en un intento de alejarse del fuego enemigo de la estación espacial Jedi, pero fue impactada en sus motores y quedó flotando entre los restos de basura espacial como un pecio a la deriva. Las alarmas sonaban en el puente de mando de la Venganza sin parar, los escudos empezaban a parpadear por el pesado fuego enemigo, pero la distancia que los separaba se acortaba por segundos, Pelgon sabía que dentro de poco los disparos enemigos cesarían y empezaría otro tipo de combate.
¡Qué las escuadras de Tie Figthers, Interceptor y Bombers se preparen para el combate! -rugió Pelgon al personal del puente, mientras observaba como la estación dejaba de disparar y lanzaba unas tres docenas de cazas. -Quiero un informe de daño y comunicación con la Exilio, puede que sus motores estén destrozados, pero quiero que lancen sus cazas Tie como apoyo -sus órdenes estaban siendo ejecutadas a toda velocidad en el puente de mando de la Venganza, inspirados por el miedo que imponía el Inquisidor Imperial.-Qué las lanzaderas y cañoneras de asalto se preparen para el ataque a las dársenas y hangares de la estación. ¿Participará en el asalto personalmente, Inquisidor?
-Si, yo mismo lideraré la primera oleada -el Décimo Hermano asintió levemente, pasó su lengua por sus finos labios ansiosa por matar Jedis y sonrío cruelmente.-Que preparen una cañonera para mis tropas inquisitoriales, luego lancen tubos de abordaje y que las tropas de la Venganza apoyen a la primera oleada, que el destructor Exilio envié todas sus tropas también.
-Comunicaré sus órdenes a la Exilio, Inquisidor -Pelgon se cuadró obediente y asintió, sabiendo que debía seguir las órdenes al pie de la letra si quería salir vivo de aquella batalla. -Que las baterías se centren los cazas enemigos, quiero la zona despejada y minimizar las pérdidas de naves.
El Décimo Hermano salió del puente de mando de la Venganza sin escuchar las últimas palabras de Pelgon, ansioso por la batalla y matar Jedis otra vez con sus propias manos. Se introdujo en el ascensor y descendió hasta su hangar, no necesitaba saber cuál era, pues la Fuerza le guío con facilidad hasta el lugar correcto. Decenas de lanzaderas y naves de asalto estaban preparándose para el inminente asalto, avanzó en silencio hasta su lanzadera personal donde esperaba un escuadrón de tropas inquisitoriales clones y un escuadrón de elite de los temidos darktroopers, que se cuadraron ante su llegada. Subió a la lanzadera y se sentó en uno de los asientos el compartimento de tropas, juntos con sus soldados que guardaban en tenso silencio por el miedo que generaba un Inquisidor. Las naves despegó a toda velocidad y el Décimo Hermano sintió como si fuera empujado contra el asiento por un puño invisible, aquella situación era una de las pocas cosas que odiaba, no tener el control de la situación y que su vida dependiera de la pericia de otros. Cerró los ojos y se concentró, usando la Fuerza para calmarse y preparándose para la batalla para conquistar aquel olvidado lugar donde se escondían seguramente los últimos Jedis.
La alarma de desembarco lo sacó de sus pensamientos y se quitó el arnés de seguridad, mientras ante él desembarcaban con las armas en ristre las tropas inquisitoriales y los Darktroopers con sus armaduras negras. Lanzando un leve suspiro, el Décimo Hermano descolgó su sable láser doble giratorio de su espalda y encendió una de las dos hojas carmesí, mientras descendía por la rampa de desembarco. Decenas. De escuadras de Stormtroopers intercambiaban disparos o luchaban desesperadamente contra una horda de droides, aquellas máquinas de aspecto antiguo y pulido parecían tener una habilidad de combate muy superior a las tropas Separatistas de las Guerras Clon. Disparaban con rifles y pistolas blasters, se lanzaban al combate cuerpo a cuerpo con vibromachetes o se hacían detonar en ataques suicidas, asesinando a decenas de soldados y causando el pánico. El Décimo Hermano vio al Jedi que dirigía aquella defensa brutal, un guardia del Templo con su pulida máscara sin rasgos y su sable de doble hoja amarilla, su túnica blanca bordada en oro se ajustaba a su fibrado cuerpo, sus movimientos eran rápidos y letales, dejando detrás de él un sendero de cuerpos rotos y agonizantes. Sin dudarlo y con una sonrisa feroz en sus finos labios, el Décimo Hermano dio un salto potenciado con la Fuerza y lanzando un golpe descendente con la hoja carmesí de su sable. El guardián alzó su sable doble de hojas amarillas y detuvo el brutal golpe, empezando una rápida danza de estocadas, fintas, esquivas y paradas entre ambos contendientes, mientras el caos de la batalla en aquel hangar resonaba a su alrededor como una bestia furiosa. Las hojas duales de ambos usuarios de la Fuerza chocaban sin parar, arrojando decenas de chispas a toda velocidad en busca de una apertura en su oponente. El Décimo Hermano gruñó furioso y lanzó un terrible grito cargado con la Fuerza, arrojando al guardián hacia atrás y reventando su máscara sin rasgos, revelándose el rostro de un anciano de barba pulcramente recortada y unos ojos verdes vivaces. Tosiendo sangre por aquel Grito de la Fuerza, el guardián empezó a retroceder arrojando contra el Inquisidor cuerpos de Stormtroopers y droides destrozados usando el empuje de la Fuerza. Una risa cruel salió de los labios del Décimo Hermano, mientras avanzaba implacable matando y destrozando los cuerpos, chatarra y restos, acortando la distancia con el herido jedi. El guardián cerró los ojos y se concentró, haciendo girar su sable de luz doble a toda velocidad para enfrentar al Inquisidor y derrotarlo.
-Te lo diré una sola vez, marcharos de este lugar -la voz del guardián sonó cargada de determinación y se puso en posición para atacar. -En este lugar solo encontrarás muerte y un poder que podrá a la galaxia de rodillas.
-Eso es justo lo que quiere mi maestro, Jedi -respondió con arrogancia el Décimo Hermano, también poniéndose en posición para enfrentar a su enemigo. -Un poder que ponga de rodillas a la galaxia, ahora debes morir.
Ambos se lanzaron a la carga soltando cada uno un vertiginoso y mortal ataque, los sables resonaron y un grito ahogado salió de los labios del anciano guardián al ser cercenadas sus dos manos, al activarse el movimiento giratorio del sable doble carmesí del Décimo Hermano. El guardián cayó de rodillas al suelo y el Décimo Hermano lanzó un golpe rápido de derecha a izquierda, cercenando la cabeza de su enemigo que salió rodando por el suelo. Se apartó con paso tranquilo del cadáver y observó el hangar que se había transformado en una zona de guerra. La sangre y el aceite corrían como ríos torrenciales de deshielo, restos de cuerpos despedazados de soldados manchaban el cuerpo y dos lanzaderas en llamas iluminaban la escena de forma siniestra, dejando a la vista los pálidos rostros de los muertos y haciendo relumbrar las metálicas superficies de los droides destruidos. Las alarmas sonaron como el aullido de los condenados y las luces de toda la instalación parpadearon, cuándo los generadores de la estación fallaron tras estrellarse un misil contra ellos y se activó el generador de respaldo, sumiendo toda la estación en una penumbra al solo quedar encendidas las luces de emergencia.
Una maldición salió de los labios de Décimo Hermano y se puso el respirador que colgaba de su cinturón, mientras avanzó hasta las puertas dobles del hangar que daban a los pasillos de la estación. Un equipo de zapadores Stormtroopers colocaron cargas de fusión en las pesadas hojas de metal y las detonaron, haciéndolas caer pesadamente hacia el oscuro pasillo. El ansia de poder y de encontrar las reliquias Jedis eran más fuertes que la amenazante oscuridad del pasillo que conducía a las entrañas de la estación espacial, haciendo que el Décimo Hermano cruzará el umbral de la puerta caída, mientras las tropas se reorganizaron bajo los fríos gritos de los sargentos y avanzaron tras él en una silenciosa procesión. Los haces de luz de los cascos de los Stormtroopers, Darktroopers y de las tropas clones inquisitoriales penetraban en aquella asfixiante oscuridad relevando los restos de droides de seguridad destrozados de forma brutal y guardianes de templo mutilados, el Décimo Hermano se dio cuenta de que las armas de los enemigos caídos había desaparecido. Cada tres pasos había una entrada hexagonal a ambos lados de aquel pasillo, las luces de las tropas enfocaban a sus amenazantes interiores, mostrando tanques de éxtasis reventados desde dentro y derramando el caro kolto, otros tenían ataúdes de hierro oscuros conectados a centenares de cables o el suelo cubierto de restos de rocas negras porosas en descomposición. El Décimo Hermano entró en una de aquellas salas y se arrodilló, cogiendo una de aquellas piedras negras con cuidado, haciéndola girar en su mano y reconociendo el material al instante, carbonita. En su mente sus instintos gritaban que huyera de aquel lugar, la advertencia de guardián de templo era cada vez más real y que entrañaba una amenaza a la que tal vez no estaba preparado.
Uno de los exploradores dio el aviso qué habían encontrado el corazón de la estación, sacando al Décimo Hermano de sus pensamientos y sabiendo que ya era demasiado tarde para echarse atrás. Arrojó al suelo la piedra de carbonita y reunió con sus soldados, avanzando hasta unas puertas pesadas que se abrieron con un siseo. Al cruzar el umbral de las pesadas puertas dieron a un enorme espacio abierto circular, las paredes estaban cubiertas de entradas hexagonales como si fuera un panal de abejas, largas pasárselas recorrían pegadas a las paredes y plataformas de control se unían a ellas por puentes, podían verse armas automatizadas colgando inertes en los centros de control destrozados, parecía que se había librado una batalla desesperada en aquel lugar hacia poco, los cuerpos yacían tirados por todos lados como juguetes rotos y confirmando las sospechas del Décimo Hermano, aquel lugar no era un templo sino una prisión para los enemigos de los Jedis. Antes que pudiera dar la orden de retirada, decenas figuras salieron de las aperturas hexagonales vistiendo ropas grises anónimas y pertenecientes a cientos de especies de la galaxia, algunas incluso extintas en aquella era. Aquellos prisioneros portaban armas de los droides y de los guardianes del templo, además de otras más modas saqueadas seguramente a las escuadras que habrían asaltado la estación a través de otros hangares.
Una mujer salió caminando entre la muchedumbre con paso tranquilo, pero sensual, su rostro pálido y las pilas amarillas la marcaban con una usuaria del Lado Oscuro de la Fuerza, su pelo castaño estaba recogido en un moño y se detuvo ante el cadáver de uno de los guardianes del templo. Se agachó ante el cuerpo y con una delicadeza inusual le quitó la máscara para luego ponérsela, sus ojos se clavaron en el Décimo Hermano y sus tropas imperiales. Se puso en pie y echó sobre su cabeza la capucha de su traje gris de presidiaria, su mano derecha acarició por inercia el sable de luz que colgaba de su cadera y su voz suave resonó con fuerza pese a la máscara.
-Bienvenidos a las Fauces, la prisión para aquellos tocados por el Lado Oscuro de la Fuerza de los Jedis -la mujer hizo una reverencia de forma juguetona, sin apartar la mirada de aquellos intrusos. -Yo soy Darth Revan, la primera prisionera de este hermoso lugar de retiro.
-Revan...-el nombre salió con terror de los labios del Décimo Hermano, un sudor frío recorrió su espalda al encontrarse ante una leyenda viviente entre los Jedis y los Siths por igual. -¿La Jedi que comandó a las tropas de la República durante las Guerra Mandalorianas?¿Qué se transformó en una Lord Sith que casi destruyó la misma República que había salvado? ¿Y qué luego volvió a salvarla de Malak?
-Veo que me conoces -una leve sonrisa apareció bajo la pulida máscara de Revan, que hizo una reverencia de forma burlona y luego abrió sus brazos.-Tus soldados han sido muy comunicativos, nos han hablado de la caída de los Jedis y de este nuevo Imperio -su noto era suave y casi meloso, el sable de lu salió disparado de su cadera a suano derecha y su hija se encendió en un color rojo carmesí. -Tienes dos opciones, ríndete y sírveme, por el contrario, resístete para que pueda romperte, Inquisidor.
-Jamás os dejaré salir de este lugar -gruñó el Décimo Hermano, sabiendo lo que sucedería si todo ese ejército de Lores Siths saliera a la galaxia. -Hay destinos peores que la muerte. ¡Disparad!
Ante su orden los Stormtroopers, Darktroopers y Soldados clones dispararon contra la muchedumbre de forma desesperada. La salvaba de cientos de disparos fueron repelidos por aquellos usuarios del Lado Oscuro, siendo parados por sus sables de luz robados, apartados con la Fuerza o esquivados con una velocidad sobrenatural, mientras se lanzaron al ataque. El Décimo Hermano sabía lo que debía hacer, debía comunicarse con el capitán Pelgon y ganar tiempo para que este destruyera la estación con las armas de la Venganza. Retrocedió para comunicarse con Pelgon, mientras observaba la mirada de poderes desplegados por aquellos Lores Siths, rayos eléctricos que derretían las armaduras, poderosos gritos de la Fuerza que derribaban a decenas de enemigos, soldados se desmoronaban transformados en cascarones vacíos al absorberles su esencia vital y luego ser alzados como marionetas no muertas para atacar a sus antiguos compañeros. En mitad de aquella carnicería unilateral vio a Revan, moviéndose entre las tropas imperiales con una rapidez inusitada, su sable de luz era un borrón carmesí que segaba vidas con una eficiencia fría y calculada, empujando con la Fuerza a enemigos, lanzando arcos eléctricos y lanzando temibles gritos como un espectro condenado en dirección hacia él.
-¡Pelgon!¡Contesté! -rugió el Décimo Hermano sobre el ruido de la batalla, preparándose paral que se le venía encima. -¡Aléjese de la estación!¡Destruyala sin piedad!¡Es una orden!
-Inquisidor... estamos... bajo ataque -la voz de Pelgon sonó llena de estática y distorsionada en el oído del Décimo Hermano, su rostro palideció de terror. -Jedis con uniformes grises... se han infiltrado en la nave... están entrando en el puente... Inquisidor...ahhhg...
El grito de muerte y agonía resonó en el oído del Décimo Hermano, para luego ser sustituidos para una silenciosa estática. La nave estaba perdida y aquellos Lores Siths saldrían a la galaxia a reclamarla, solo podía hacer una cosa, llevarse por delante a su líder y que se matarán entre ellos por el puesto del señor absoluto de los Siths. Alzó su sable de luz y dio un potente salto de la Fuerza para caer sobre Revan con un golpe descendente, pero fue parado con una facilidad por la Lord Sith y obligado a retroceder por el golpe de retorno. Revan soltó una risa cruel y empezó a lanzar rápido ataques con su sable de luz, obligando a su enemigo a retroceder y para desperadamente cada ataque, mientras la carnicería se desarrollaba a su alrededor con una brutalidad que no había sido vista en siglos en la galaxia. Cada parada hacía retumbar el cuerpo del Décimo Hermano, aquella habilidad con el sable de luz dejaba a Darth Vader a la altura de un niño esgrimiendo un palo, estaba siendo usado como entretenimiento por aquella antigua y poderosa mujer. Furioso rugió y lanzó un empujón de la Fuerza contra Revan, intentando derribarla y poder abalanzarse sobre ella para matarla, pero la Lords lo contrarrestó con otro empujón aún más fuerte. Revan se lanzó hacia delante, esquivó el sable del Décimo Hermano y cercenó su mano armada, para luego alzarlo con un estrangulamiento con la Fuerza, observando con diversión como pateaba en el aire intentando desesperado por respirar. Lo arrojó contra una bruja de Dathomir y un enorme wookie de pelaje negro, que agarraron al herido y medio ahogado Décimo Hermano con una presa férrea, reduciéndolo con misma facilidad que un adulto sometería a un niño pequeño.
-Tú lo has dicho, hay destinos peores que la muerte y vas a sufrirlo -Revan lo dijo con tono frío e impasible, observando a los restos de aquella fuerza de invasión capturados ser arrastrados a las cámaras de interrogación. -Rompedlos, destruid su lealtad y que sientan la bendición del dolor provocado por el Lado Oscuro, ahora son nuestros para usarlos como una arma.
El Décimo Hermano gritó de terror, mientras fue llevado a las cámaras de interrogación para ser torturado y doblegado. Revan no le prestó atención, tenía una galaxia que conquistar y un imperio de un Sith de pacotilla que aplastar. Una sonrisa cruel apareció en su rostro bajo su máscara, las Fauces sería remodelada y transformada en un lugar del Lado Oscuro, tomaría a los descontentos, los oprimidos y los perdedores de las recientes guerras Clon, adoctrinándolos y corrompiéndolos para hacerlos sus peones que usar en su conquista de la galaxia. Pronto las verdaderas fauces del Lado Oscuro y los verdaderos lores Siths se cerrarían sobre aquel imperio de forma inexorablemente con una crueldad nunca vista.
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