Un pequeño gran sacrificio.


El planeta Quintius II había sido un paraíso, sus mares cristalinos estaban llenos de flora y fauna marina, sus continentes estaban cubiertos de interminables masas de árboles que crecían con una rapidez inusitada. Sus volcanes arrojaban minerales, joyas y gases raros de un valor incalculable, sus tres ciudades colmenas se habían especializado, Maris era una ciudad flotante que se encargaba de la pesca, procesado y enlatado de la fauna y flora marina. Ordelia se encargaba de la tala y rededor estación de los bosques, produciendo valiosas maderas para muebles de la aristocracia imperial y Naus, la ciudad flotante recogía los gases, minerales y joyas que expulsaban los volcanes activos del planeta. Pero todo había cambiado, la Legión Traidora de la Guardia de la Muerte había puesto sus podridos ojos en aquel mundo. Habían contaminado los mares, lanzando bombas geotérmicas en los volcanes haciendo entrar a todos en erupción al mismo tiempo y habían lanzado esporas de hongos y bacterias que habían transformado los bosques en lugares nauseabundos, llenos de árboles retorcidos y podridos, plagados de millones de insectos carroñeros, gusanos y enjambres de moscas tan grandes como puños. Los monitores parpadeaban sin parar con las imágenes satelitales, escenas de guerra encarnizada y matanza sin sentido eran mostradas, aquellas visiones de locura y lucha encarnizada enloquecerían a cualquier hombre normal. El Inquisidor Valentino Polenta suspiró y se llevó las manos a las sienes para masajearlas, su rostro pálido y largado tenía el aspecto de cuarentena y cinco años imperiales estándar, pero la verdad es que llevaba al servicio de la Sagrada Inquisición más de ciento cincuenta y tres años. Su pelo negro estaba cortado a cepillo y había dejado que se marcarán algunas canas por vanidad, para parecer más ilustre. Su cuerpo atlético estaba enfundado en un traje semiblindado de cuerpo entero de color café, sobre el cual llevaba un abrigo de cuero negro largo, de su cuello colgaba la roseta inquisitorial con el símbolo de su rama, el Ordo Xenos. Volvió a mirar los monitores, podía ver a las tropas de defensa planetaria y a la Guardia Imperial luchar contra los grotescos y ulcerosos marines de plaga de la legión traidora de la Guardia de la Muerte. Aquel mundo estaba manchado por la corrupción del Caos y los era cuestión de tiempo de que los traidores se hicieran con el control absoluto. El sonido de aviso de una comunicación entrante lo sacó de sus pensamientos, sus ojos mirar a la pantalla negra con letras verdes y leyó con tranquilidad el mensaje de entrada previo a la transmisión entrante.

++++Comunicación entrante... código de identificación Alfa-Gama-Prais...++++

++++Origen: Palacio Gubernamental de Quintius II.++++

++++Interlocutor: Gobernador Planetario Versirian.++++

++++Aceptar comunicación: Sí/No.++++

Valentino soltó un largo suspiro y dio la opción de aceptar la comunicación, las letras del monitor desaparecieron dejando paso a la imagen del Gobernador Planetario Rogelio Versirian. Su rostro estaba pálido, su peluca de hilo de plata tenía notas de suciedad, sus ojos estaban ensombrecidos por grandes ojeras, sus elegantes y caras ropas estaban arrugadas, sus manos temblaban de forma descontrolada y cada vez que escuchaba una explosión en la lejanía se encogía por instinto.

-Gobernador Versirian -dijo de forma solemne Valentino, asintiendo con la cabeza levemente.-¿A qué se debe su comunicación?

-Mi querido inquisidor, necesitamos refuerzos -el tono Versirian era apremiante y sus palabras temblaban, mientras se frotaba de forma inconsciente sus manos enjoyadas.- Los traidores nos están superando en todos los frentes, los regimientos de defensa planetaria y de la Guardia Imperial estaban sobrepasados. Necesitamos la ayuda de los Astartes y de los comandos inquisitoriales o Quintius II caerá.

-Tranquilo mi querido Versirian, los refuerzos están en camino y en una cantidad ingente -respondió con suavidad Valentino, usando un tono tranquilizador y conciliador que había aprendido en sus años de interrogador inquisitorial.-Solo deben resistir un par de días más y la situación de Quintius cambiará, se lo prometo Versirian.

-Gracias, inquisidor. Aguantaremos esos dos días que me pide -asintió aliviado Versirian, relajando sus hombros y sonriendo tímidamente.-El Emperador protege.

-Sí, Versirian. El sagrado Dios Emperador protege -dijo Valentino cortando la comunicación y sonriendo de forma feroz, juntando sus manos enguantadas ante su rostro.-Pero a usted por desgracia no, son un sacrificio para un buen mayor.

Valentino se apartó de su escritorio y se levantó, caminando con tranquilidad absoluta hasta su ascensor privado hasta el puente de mando de su nave inquisitorial. Los soldados se cuadraron a su entrada en el puente y todas las conversaciones cesaron de inmediato, desde la cristalera blindada se podía ver la flota de plaga envolver Quintius II y lanzar cápsulas de desembarco corruptas. El capitán de navío Zeredian se levantó de su trono e hizo una reverencia a Valentino, en viejo oficial de la armada tenía el pelo blanco y su ojo derecho era un implante ocular con lente roja. Su uniforme azul con ribetes dorado se ajustaba a su escuálido cuerpo como un guante. Valentino se acercó al trono de mando, sus ojos observaban la esfera holográfica de Quintius II y las líneas del frente de guerra que se movían en tiempo real, gracias a los satélites espía que orbitaban aquel mundo condenado.

-¿Están la balizas en posición, Zeredian?-preguntó Valentino con los ojos fijos aún en la esfera holográfica que flotaba en el centro del puente de mando. -El gran inquisidor Rogelios espera mucho de experimento, como para dejar que un mundo imperial muera.

-Las balizas están en posición, inquisidor -respondió con voz ronca Zeredian, señalando los puntos de escombros que orbitaban Quintius II con su mano derecha biónica. -Están activas y transmitiendo, el coro astropático y nuestro ilustre Navegante ya han detectado la inminente llegada de los “refuerzos”.

-Bien, si esto funciona salvaremos al Imperio de la extinción segura y podremos usar a esos Xenos asquerosos contra el gran enemigo -Valentino sonrío ampliamente complacido, si todo salía como tenía previsto, la suerte de la galaxia y de la humanidad se decantaría a su favor. -Pasen a modo silencioso, no quiero que seamos destruidos con Quintius II y los traidores herejes.

Las alarmas sonaron de golpe y Zeredian, cambio la visión del mapa holográfico mostrando todo el sistema solar. Una enorme flota estaba entrando en el aquel cuadrante, un centenar de naves vivientes impulsadas por enormes tentáculos y velas solares de piel, leviatanes de músculos y placas óseas de movimiento lento pero implacablemente constante en dirección a Quintius II. Habían recibido el llamado de las balizas creadas con cerebros Genstealer y ahora se dirigían al planeta en guerra con una ansía voraz, listos para empezar a transformar en nutrientes a todos los seres vivos de aquel mundo. Un silencio aterrador lleno el puente de mando, aquellos seres tan inhumanos había reducido a sistemas muertos sectores enteros del Imperio de la Humanidad, eran un horror enloquecedor y solo los veteranos más duros se mantenían firmes a la hora de hacer frente a las flotas devoradoras de los Tiránidos. Valentino y Zeredian observaron en silencio, la nave negra era ahora un pecio oculto entre los restos de basura espacial de naves imperiales destruidas, solo se mantenía activo el soporte vital, todos los demás sistemas se habían apagado para evitar llamar la atención de aquella hambrienta flota de Xenos. 

Las naves de plaga de la Guardia de la Muerte salió al encuentro de la flota de devorada Tiránida, empezando una danza estelar de muerte en el vacío del espacio. Los macrocañones y lanzas de energía rugían con furia contra las naves vivientes, que respondían furiosamente con enormes cañones lanzadores de ácido, espinas tan grandes como torpedos y esporas explosivas. Pronto nuevos restos llenaron la órbita de Quintius II, naves corruptas de plaga y bionaves Tiránidas destruidas por la violenta e incruenta batalla son cuartel. Cientos de miles de esposas miceticas cayeron sobre aquel mundo condenado en guerra, liberando hordas hambrientas de monstruosidades genéticas diseñadas con el propósito de matar y devorar toda vida del planeta de una forma aterradoramente eficiente. Valentino sonrío levemente observando el desafortunado destino de Quintius II, mientras las llamadas de auxilio del Gobernador Planetario Versirian eran ignoradas aposta. Sacrificar aquel mundo era perder un grano de arena de un inmenso desierto, valía la pena si con eso se salvaba a todos los mundos del Imperio. Suspiró levemente y levantó, debía calmar los ánimos de la tripulación ante la pérdida de un mundo imperial, se puso junto al trono del capitán y notó todas las miradas clavarse en él.

-Hoy es un día triste y glorioso a la vez -dijo con suavidad Valentino, su mano derecha acarició por inercia si roseta inquisitorial y vio como el capitán Zeredian activaba el canal de voz para todas las cubiertas de la nave. -La campaña de las almas perdidas resuena en el palacio del Emperador por Quintius II, su sacrificio es la salvación de la humanidad y del Imperio -su rostro permaneció firme y lleno de determinación. -Usaremos lo aprendido hoy para acabar con los Traidores, con los salvajes Orkos, con los antiguos Necrones, con los tecnificados Taus y con el resto de escorias Xenos de la galaxia. Y al final las flotas devoradoras Tiránidas serán guiadas fuera de la galaxia, hacia el frío del espacio para siempre. ¡El Imperio prevalecerá por la mano del Dios Emperador!

Miles de vítores y aplausos resonaron por la nave, rezos y gracias al Emperador surgieron como un clamor imparable. Valentino sonrío levemente, tenían en la mano los medios para cambiar el destino de la galaxia y salvar a la Humanidad de la extinción. Solo la determinación de la Inquisición para salvar todo lo construido por el sacrificio del Emperador hace diez milenios y lo harían a cualquier coste, sin importar los millones de vidas que se perdieran por el camino para conseguir el objetivo.

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