Por un último beso


Los gemidos de agonía y dolor llenaban el campo de batalla, cientos de cuerpos yacían como juguetes rotos por el suelo, cubriéndolo como una alfombra de carne y armaduras. Agarrado al viejo estandarte para mantenerse en pie, Leopold sabía que era cuestión de tiempo que el enemigo volviera a terminar el trabajo. Sus rodillas temblaron haciéndole clavarlas en el suelo, sus ojos marrones miraron a su alrededor, pocos quedaban en pie de todos los amigos y hermanos de su bella cuidad. El recuerdo de su amada volvió a su mente, las lágrimas resbalaron por su rostro al sentir que no volvería a verla, que no cumpliría la promesa el día que se marchó. Su mente divagó hacía otro tiempo antes de marchar a la guerra, cuando fue feliz.


El abrazo de su querida Marta, despertó confuso a Leopold al sentir sus suaves caricias. Leopold miró el familiar cuarto y a la mujer que era para él su mayor tesoro, su sonrisa le lleno de calidez por un momento. Con cuidado se incorporó de la mullida cama, apartando las suaves caricias a su amor con delicadeza, su vista se fijó en la armadura destrozada que yacía en un rincón. Una certeza llenó su mente, sabiendo que todo aquello no era real, sin saber si era una visión o es que estaba muerto.


-Leo ven a la cama -la voz de Marta sonó con delicadeza y suavidad, que hizo que todo el cuerpo de Leopold se estremeciera levemente.-Deja tu vieja armadura, la guerra ya termino para ti.


-No eres ella, ¿verdad?-Leopold acaricio la rota y sucia armadura, lanzando una mirada llena de certeza ante lo que pasaba.-Eres la Muerte y has venido a reclamarme.


-Sí, lo soy -la mujer se levantó de la cama vestida solo con un tenue camisón, que marcaba su delicado y bello cuerpo, su mirada se posó en Leopold.-He venido a llevarte a tu lugar de descanso, te traigo una muerte dulce e indolora, no la rechaces.


-Gracias por tu piedad, pero no la necesito -la voz de Leopold sonó cansada igual que la de un anciano, mientras se colocaba la destrozada armadura pieza por pieza con cuidado.-Pero hice una promesa y debo cumplirla, debo volver con aquella que amo y si muero que sea entre sus brazos.


-Triste mortal -espeto la Muerte, cambiando de aspecto hasta ser un ser de sombras en las que se intuía una forma femenina de belleza arrebatadora.-Tu tiempo ha llegado. ¿Por qué  no dejarte llevar y al fin descansar?


-No puedo, prometí volver con mi amada Marta -Leopold se giró equipado con su armadura, sus ojos miraron a la muerte sin miedo, antes de volver a hablar.-No pienso morir, al menos hasta dar un beso de amor a aquella que es dueña de mi corazón.


-Que así sea- la muerte avanzó hasta Leopold, con una dulzura impropia beso su frente y se separó de él.-Entonces despierta y sobrevive, para cumplir con lo que has dicho y prometido.


Los ojos de Leopold se abrieron, su mano derecha agarro con fuerza el estandarte y usándolo como punto de apoyo, se levantó lleno de determinación. Decenas de hombres se reunieron a su alrededor, atraídos por el estandarte que él sujetaba, dispuestos a luchar. El sonido de botas y caballos los hizo mirar al frente, centenares de enemigos marchaban hacia ellos, en sus voces se podía sentir la sed de sangre y odio. Leopold alzó su espada y dio un grito de guerra feroz, como respuesta aquellos que le rodeaban respondieron al grito y se prepararon para la carga del enemigo, que ya corría hacia ellos. El choque de la carga fue brutal, como una ola golpeando las rocas de un acantilado, los cuerpos se entremezclaron en una frenética y mortal lucha. El ruido de las espadas chocando y los gritos de dolor llenaron el aire, la sangre corría por el suelo como ríos rojos, mientras los cuerpos sin vida o agonizantes caían sobre los muertos de la anterior lucha.  Leopold sabía que estaban condenados, a su alrededor caían aquellos que conocía desde su niñez con una rapidez pasmosa, superados por una multitud sedienta de sangre y muerte. La batalla cesó, los enemigos se retiraron como el mar cuando llega la marea baja, quedando solo Leopold sujetando el estandarte y sangrando profundamente por decenas de cortes. Una figura acorazada a caballo salió del círculo de enemigos que le rodeaban, Leopold alzó la vista a su enemigo esperando que diera la orden de acabar con él.


-Habéis luchado con honor y valentía -las palabras salieron con respeto de la boca del general que observaba al casi moribundo Leopold, igual que un águila a punto de lanzarse sobre un conejo.-Solo quedas vivo tú, debería matarte, pero mi honor retiene mi mano.


-Si vais... matarme, entonces... al intentarlo muchos de vosotros moriréis -los ojos de Leopold brillaban con un ardor sobrenatural, llenos de una firme determinación de no dejar a la muerte llevarle aún.-Tengo una promesa que cumplir... y lo haré aunque tenga que mataros a todos.


-Admiro tu valor, soldado -el general clavo su mirada en los ojos de Leopold, sus determinaciones se midieron en un instante y el general soltó un suspiro.-Márchate, lleva el estandarte de tu ciudad a casa, eres él último hombre en pie de tu tierra.


Tras decir esas palabras, giró el caballo y se internó entre sus tropas, los hombres que rodeaban a Leopold se giraron y se marcharon en silencio, sin dedicar una segunda mirada al hombre que yacía entre la vida y la muerte. Leopold dejó caer la espada, se sentía agotado y todo su cuerpo clamaba por el descanso eterno, aun así se negó a ello. Usando el estandarte igual que un cayado, avanzó entre el mar de muertos en dirección a la ciudad que le vio nacer, a la búsqueda de su amor para un último beso. Las fuerzas parecían abandonarle, tras recorrer lo que le había parecido ser medio mundo, cuando diviso su ciudad natal. Sin dejar de avanzar con su mirada fija en las altas murallas, observó una figura familiar entre todas las que esperaban y vigilaban oteando el horizonte, vio a su amada Marta, vestida con el último vestido que le regalo antes de marchar a la guerra. Su paso se aceleró, sabía que su fin estaba próximo, pero no le importa, ahora solo una cosa en todo el mundo le importaba a Leopold, abrazar y besar a su amada una última vez. Las enormes puertas se abrieron, una bella mujer corrió hacia él con el rostro lleno de lágrimas, abrazándolo con fuerza y sujetando su pesado cuerpo con dificultad.


-He vuelto... mi amor -las palabras salieron como un susurro de los labios de Leopold, mientras su turbia mirada se fijó en Marta. -He cumplido mi promesa....


-Leo por favor...no hables... solo aguanta -el dolor y la pena llenaban la voz de Marta, cuando no pudo sostenerlo más y ambos cayeron al suelo aún abrazados. -No me dejes, por favor no te mueras...


-No me quedan fuerzas...  Marta... la muerte... la estoy... viendo... esperando...- Leopold pronunciaba las palabras con el rostro pálido cubierto de sudor, aun aferrándose al último hilo de vida que le quedaba.-Me ha permitido... cumplir mi promesa...me ha dejado... despedirme de quien más amo...


Sin decir nada, Marta lo beso en los labios, dándole el último beso de amor a Leopold, dejándolo descansar, mientras las lágrimas caían sin cesar de sus ojos. Ella pudo notar como la vida se le escapó a su amor al finalizar el beso, quedando tendido en el suelo con una leve sonrisa de felicidad, mientras Marta gritaba al cielo y lloraba desconsoladamente por la perdida de su amado.

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