Camino de la corrupción

Aquella ciudad devastada por la guerra ardía hasta los cimientos, los gritos de agonía y miedo se mezclaban con el sonido de las risas perversas y el estruendo de las armas pesadas. Los defensores imperiales estaban acabados y siendo cazados por las escuadras de combate de los Hijos del Emperador, las pequeñas bolsas de resistencia no eran rivales para las perfectas huestes de Fulgrim. Milena sonrío viendo el espectáculo, como hordas de demonios, cultistas y legionarios mataban y violaban desenfrenados a los enemigos y civiles capturados en lujuriosas bacanales hedonistas por toda la ciudad. Se quitó el casco y dejó ver su pálido rostro perfecto enmarcado en su larga melena multicolor, de su frente dos pequeños cuernos incipientes brotaban y su larga lengua acariciaba sus jugosos labios pintados con sangre fresca. Aquella escena de su alrededor la habría horrorizado y asqueado tiempo atrás, cuándo era una Hermana de Batalla de la Orden Sororita de la Rosa Negra, antes de ser capturada por los guerreros de Fulgrim e iluminada con la verdad de Slaanesh, para luego ser ascendida a una Astarte gracias a la ciencia profana de Fabius Bilis. Sintió el aroma a almizcle y dolor flotando en el aire, lo saboreó con cuidado disfrutando de las sensaciones, que sus sentidos aumentados le proporcionaban en aquel glorioso momento de victoria. El chasquido del comunicador resonó en sus oídos de forma aguda, provocando un suave y placentero escalofrío en su cuerpo acorazado antes de responder.

-Escuadra Discordia en línea -respondió Melina con voz melosa y casi ronroneando como una gata en celo.-¿Qué órdenes tiene para mí, Lord Lucius?

-Lleva a tu escuadra a la plaza central del mercado, hay un grupo de sororitas aguantando en esa posición -la voz de Lucius el sempiterno resonó por el comunicador como si fuera el chirrido de un cuchillo raspando la piedra. -Divierte con tus antiguas hermanas y captura a las que puedas, pero deja algo útil para la sanguijuela de Fabius, Milena.

-Sí, mi señor Lucius -respondió Milena, volviendo a ponerse el casco y sintiendo la emoción previa al combate corriendo por sus venas junto con las drogas de combate, excitándola y deseando saborear el dolor de sus enemigas. -La escuadra Discordia se pone en marcha para someter al enemigo, se hará tu voluntad.

Apagó la comunicación y alzó su puño hacia delante para que su escuadra la siguiera, avanzaron en silenciosa procesión entre los escombros y las calles en ruinas, usando sus armas sónicas para reducir a pulpa sangrienta a las escuadras de milicias ciudadanas, que salían a su encuentro y dejando un rastro de cadáveres, cuerpos mutilados y enemigos en estado de shock por los ataques de baja frecuencia sónica. Milena sentía pena y asco a partes iguales, aquellos idiotas se resistían a la libertad que Slaanesh les ofrecía, ella misma había sido una ciega ignorante hasta que fue iluminada, por los depravados cuidados de su señor Lucius. Se parapetaron tras un muro medio derruido de una vieja tienda de comestibles, sacó de uno de los bolsillos de su cinturón unos binoculares y observó el campo de muerte que era ahora la plaza del mercado. Milena observó la alfombra de cuerpos retorcidos que cubrían el suelo de la plaza del mercado, cultistas y demonios se habían lanzado contra el parapeto formado por puestos derribados y contenedores, donde yacían atrincheradas dos escuadras de hermanas de batalla de la Orden de la Rosa Negra. Podía ver el brillo de sus armaduras rojas y negras de la escuadra de hermanas de batalla y oler el sudor rancio de las hermanas arrepentidas, sus rezos al Emperador la revolvió el estómago al oír las salmodias y letanías litúrgicas. Eran unas necias, el Emperador no las salvaría a ninguna de ellas de ser iluminadas por los Hijos del Emperador, abrazarían con amor la libertad de Slaanesh o morirían en una tormentosa orgía de doloroso placer.

-Armas sónicas listas -Milena lo ordenó con cierta lascivia, mirando a sus hermanos y hermanas de escuadra. No eran veteranos de la Guerra Eterna, pero demostrarían que estaban a la altura de la Legión. -Nos lanzaremos a la carga, ignorad los disparos y seguid avanzando, cuando las Arrepentidas se lancen contra nosotros, disparad y luego saltad sobre el parapeto. Matad solo lo necesario, debemos capturar a sus líderes de escuadra y a las que podamos para la orgía de después de la batalla.

Milena vio los asentimientos leves de sus guerreros, escuchó sus risas y refunfuños por no poder dar rienda suelta a sus pasiones y perversiones, pero sabía que obedecerían por qué ninguno quería ser presa de la ira de Lucius y ser una alma aullante en su servo-armadura. Desenfundó su pistola sónica y su espada de energía, rugió la orden de carga y salió corriendo de la cobertura sin necesidad de mirar atrás, para saber si su escuadra la seguiría. Los pesados pasos a la carrera de los Astartes traidores, aplastaron la carne muerta de los cuerpos tirados como juguetes rotos, mientras los disparos de Bólter llovieron sobre ellos como si fuera granizo. Las alarmas se iluminaron en el visor del casco de Milena, pero las ignoró y disfrutó de sentir cada impacto sobre su servo-armadura, mientras acortaba la distancia entre la posición de sus enemigas y ella. El restallar de un electrolátigo llamó su atención y vio a las hermanas Arrepentidas lanzarse hacia su escuadra a interceptarlos, una sonrisa cruel apareció bajo su casco y activo la sirena de muerte de su mochila, a la vez que disparaba su pistola sónica a baja frecuencia. Las Arrepentidas tropezaron y soltaron sus armas, cayendo de rodillas aturdidas y llevándose las manos a los oídos, en inútil esfuerzo por proteger sus mentes de los discordantes sonidos de corrupción. La Ama Redentora rugió y blandió su látigo contra Milena, sintió la marca que le dejó en el peto al ser golpeada y sin detenerse disparó la pistola sónica a bocajarro contra el rostro de su enemiga, reventando su cabeza en segundos y salpicando su armadura púrpura de sangre, huesos y sesos.

Las dos escuadras chocaron en un combate a cuerpo desperado en aquel parapeto improvisado, la feroz devoción de las Hermanas de Batalla contra la perversa fuerza de los Hijos del Emperador. Las armas rugían, las espadas sierra y los cuchillos de combate chocaban haciendo saltar chispas con cada golpe. Milena podía oír todo con claridad cristalina, las risas perversas, las oraciones de batalla, los juramentos y los gritos de agonía y placer, todo como una malsana sinfonía en sus oídos. Dos Hermanas de batalla se lanzaron a la carga contra ella, disparó a la primera con la pistola sónica a alta frecuencia, destrozando su servo-armadura y dejándola gimiendo de dolor en el suelo hecha un ovillo, la segunda alzó su espada sierra para partirla en dos y alzó su hoja de energía parando el ataque. Milena podía ver el odio en los ojos en su antigua hermana de la Orden, lo saboreó como si fuera un dulce vino, mientras paraba cada a ataque torpe de aquella necia, para finalmente apartar la espada sierra y adelantar su mano izquierda agarrándola con fuerza de la cabeza alzándola como si fuera una muñeca de trapo y lanzándola por los aires. Captó un leve destello azul de reojo, una leve punzada de miedo recorrió su espina dorsal, al darse cuenta de que era demasiado tarde para esquivar aquel disparo de plasma lanzado casi a bocajarro contra su espalda. La explosión del plasma recalentado la arrojó al suelo, la pintura de su servo-armadura se evaporó, la seda ardió y la ceramita burbujeo por el calor extremo, un dolor intenso saturó su mente cuándo todos los receptores sensoriales se sobrecargaron. La Hermana Palatina bajó su pistola de plasma y caminó hacia su enemiga caída, lista para disparar otra vez y rematar a aquel traidor de los Hijos del Emperador.

-¡Arrepiéntete, traidor!-rugió la hermana Palatina Liriandra, apuntando con su pistola de plasma contra la humeante figura caída de Milena. -¡Acepta la paz del Emperador! ¡Muere!

-Hoy no, Hermana -gruñó Milena arrancandose el casco y arrojándolo contra la Palatina Liriandra, desviando su disparo que impactó de lleno contra otro legionario traidor y lo redujo a escoria fundida.-¡Tu Dios Cadáver no podrá salvarte!

-¿Milena? -la pregunta salió con sorpresa de los labios de Liriandra, mientras volvía a apuntar contra su enemiga caída. -¿Qué herejía es esta? Tendrías que haber muerto en Colnis Prime...

-Sobreviví a la caída de nuestra fortaleza monasterio...-Milena lo dijo con amargura y odio, lanzando una bomba de humo a los pies de Liriandra y sonriendo cruelmente.-Dejame iluminarte con la gloria del placer de Slaanesh, hermana.

Un chorro de humo púrpura salió de la bomba y envolvió Liriandra, cegada y tosiendo, disparó hacia delante, matando e hiriendo indiscriminadamente a amigos y enemigos por igual. Su cuerpo empezó a temblar descontroladamente presa de espasmos sensuales y un grito salió de su garganta, que era una mezcla de dolor y placer a partes iguales, cuándo aquel humo púrpura cargado de afrodisíacos y drogas psicotrópicas afectó su sistema nervioso. Milena se levantó apretando los dientes, su servo-armadura gemía y crujía con cada movimiento por sutil que fuera, había resistido por poco el impacto del disparo de plasma, caminó cojeando hacia la caída Liriandra que se retorcía en el sucio suelo, presa de un orgásmico placer descontrolado y sonrío al verla en aquel estado. Milena miró a su alrededor, la escaramuza había terminado, la mayoría de las sororitas habían muerto o estaban neutralizadas, habían capturado casi una docena de ellas, para que Lord Lucius las iluminará con la placentera verdad de Slaanesh. Sonriendo se arrodilló ante la temblorosa Liriandra y acarició con un dedo el rostro de ella, formando el símbolo de su obscena deidad en su mejilla con el hollín de su servo-armadura quemada.

-Bienvenida a la verdadera fe, Liriandra -susurró Milena en su oído de forma lasciva y sugerente, pasando su larga lengua por la otra mejilla de su antigua hermana de batalla.-Te enseñaré un universo de placeres y dolores deliciosos, pronto serás cómo yo…

Un gemido de placer salió de Liriandra ante la obscena caricia de Milena y sintió cómo su alma estaba siendo manchada por la oscuridad, pero solo pudo susurrar una temblorosa frase. "Quiero más". Milena se rio al escucharla y se relamió, sabiendo que Lord Lucius la dejaría elegir su premio y ya había decidido que reclamaría a Liriandra, para convertirla en una nueva Hija del Emperador. Se levantó y gritó las órdenes, debían proteger aquel ganado de calidad de las rapaces manos de los cultistas, demonios y de otras escuadras de la Legión hambrientas de gloria y deseosas de satisfacer sus malsanos apetitos. No, nadie la privaría del placer de domar y corromper a su antigua hermana de batalla, se relamió los labios rojos ansiosamente y soltó una risa de gozo, ante los placeres y dolores que la infligiría durante días hasta romperla físicamente, mentalmente y espiritualmente para que viera la verdad de la fe en Slaanesh.


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