Perdón y penitencia

 


El ataque contra la Roca había terminado, las zonas inferiores y ocultas de celdas era un matadero, demonios y Astartes yacían tirados sobre charcos de sangre e icor, como si fueran juguetes rotos abandonados por un niño caprichoso y malicioso. Mordred se había negado a escapar como el resto de prisioneros, en vez de ello había ayudado a los Astartes, que tanto le despreciaban y que deberían haber sido sus hermanos, aun así los había asistido. Unos pesados pasos los pusieron en alerta y alzaron todos sus armas contra la figura acorazada de color negro y envuelta en una túnica de un verde oscuro, la máscara facial de casco era un siniestro cráneo de ojos rojos, dos enormes incensarios ardían sobre su mochila. Avanzaba de forma fría e inclemente, pisando los charcos y los retorcidos cuerpos sin compasión alguna, sujetaba su Cruzius Arcanum con fuerza y ejecutaba a los moribundos demonios sin aminorar el paso con la mirada clavada en un único objetivo, Mordred. Todos los Astartes bajaron las armas e inclinación la cabeza ante el Gran Maestre del Arrepentimiento Asmodai, Mordred ya había arrojado su arma al suelo y dio la espalda al capellán interrogador, para introducirse de nuevo en su oscura celda. Se detuvo y miró el sarcófago de estasis, sabiendo que iba a ser encerrado otra vez en su interior en aislamiento total durante décadas.

-Dime, Caído -la voz áspera de Asmodai resonó en la pequeña celda, mientras su enorme sombra oscurecía aquel diminuto espacio y su mano izquierda desenfundaba la cuchilla de tortura. -¿Por qué no has huido como el resto de la escoria de las celdas? ¿Acaso pensabas que recibirías el perdón por tus pecados por ayudar a los hijos leales del León?

-No espero nada de tu frío corazón, Capellán -respondió con suavidad Mordred, mientras acariciaba el frío metal del sarcófago. -Por qué iba a huir, si yo mismo me entregué al Capítulo sin oponer resistencia -se giró y sostuvo la mirada a las lentes del casco de Asmodai sin amilanarse. -Por mucho que te desagrade, soy un hijo del León, no iba a quedarme de brazos cruzados en mi celda y dejar morir a sus hijos ante los seres de la Disformidad.

-Solo tienes que pedirlo y te daré la redención, has demostrado arrepentimiento por tus actos pasados -Asmodai lo dijo con cierta suavidad extraña, mientras las perlas incrustadas en su Cruzius relumbraron de forma siniestra. -Acéptala y será rápido, te prometo que no sentirás nada, Caído.

-Si he de ser juzgado y morir, será a manos de Lion -Mordred se introdujo en el sarcófago de estasis y escuchó los sellos magnéticos cerrarse, sin dejar de mirar a Asmodai con acerada determinación. -Aunque deba esperar otros diez milenios y aguantar todas tus torturas, esa es mi determinación y deber, Capellán.

El casco de metal sin rostro se acopló a la cabeza de Mordred, hundiéndolo en la fría oscuridad consciente y sin el descanso del sueño, detenido en el tiempo y espacio. Asmodai negó furibundo y acarició las cuencas de perlas, una por cada Caído que había obligado a arrepentirse y aceptar la paz de la muerte. Puede que por el momento Mordred se resistiera, pero veríamos cuánto tiempo más aguantaría las torturas y la espera interminable por el regreso del Primarca, que llevaba desaparecido diez milenios desde la destrucción de Caliban. Asmodai negó con la cabeza y salió de la celda, sabiendo que no debía preocuparse por aquella alma condenada, tenía que recapturar a aquellos que habían aprovechado el ataque para escapar y entre ellos se encontraba el propio gran traidor, Luther.

La oscuridad se retiró de golpe, igual que la marea baja de una playa y devolvió a la realidad a Mordred. El casco se retiró de forma automática y el sarcófago se abrió de par en par, sintió que su cuerpo rígido se iba a derrumbar sobre el frío suelo de piedra, pero dos pares de manos acorazadas lo sujetaron con firmeza de la túnica. Alzó su cabeza aún confundido, vio dos Astartes de un tamaño imposible, gigantes entre gigantes enfundados en servo-armaduras de un verde oscuro casi negro, largos tabardos de un blanco puro salían desde debajo del peto hasta llegar a sus rodillas. Los emblemas de la espada rota alada eran visibles en sus hombreras y sus rebordes rojos le recordaron a la antigua iconografía de la Legión antes de la batalla por Caliban. Mordred agitó la cabeza para aclararse la vista y las ideas, miró hacia delante y vio ante él a Asmodai, que parecía más grande y atemorizador que las últimas veces que lo vio cuando lo había sacado del sarcófago, para ser torturado en su constante intento por redimirlo a la fuerza. El Capellán Interrogador se hizo a un lado y dejó que una figura observará al prisionero, oculto entre las sombras del dintel de la puerta. Mordred notó el aura de poder de aquel guerrero, que salió de las sombras con paso tranquilo hacia el centro de la celda. Aquel guerrero era enorme, tan alto que su cabeza encapuchada casi rozaba con el techo y tan ancho como dos Astartes. Su armadura de un verde oscuro estaba adornada con filigranas de oro, sobre la que llevaba una túnica abierta de un color blanco puro, en su hombrera derecha llevaba la cabeza de un león de oro rugiente y en la derecha el emblema del capítulo.

-¿Has traído acaso al señor del Capítulo para ejecutarme, Asmodai? -preguntó Mordred con dificultad tras tanto tiempo sin hablar, mientras le obligaron a arrodillarse los dos Astartes que le sujetaban. -¿O es que vas a usarme para enseñar tus métodos a otros?

-¡Silencio, Caído! -espetó furioso Asmodai, dándole un bofetón en la cara a Mordred y mirándolo con desprecio, para luego apartarse. -Habla con respeto, pues tú espera y deseo se ha cumplido. Espero ver si estás a la altura de tus palabras, que tanto has repetido hasta la saciedad.

-¿A qué te refieres? -Mordred frunció el ceño confundido y miró hacia la enorme figura acorazada, que entró con paso tranquilo. -No puede ser cierto...

-Lo es, hijo mío -la figura se apartó la capucha, Lion El'Jonson dejó al descubierto su rostro curtido por los milenios y enmarcado por una corta barba rubia, su pelo estaba echado hacia atrás y recogido en una cola de caballo, hilos de plata eran visibles entre los dorados mechones. -Tras diez milenios he vuelto, he venido a redimiros. ¿Te alzarás? ¿O rechazarás mi oferta? ¿Es tarde para que seas salvado?

-Mi vida es tuya...-Mordred sintió un nudo en la garganta, tragó saliva y sintió la mirada del León sobre él, esperando su respuesta con una tranquilidad impropia de su anterior temperamento. -Yo agradezco y deseo tu perdón, Padre -cada palabra le costaba un esfuerzo titánico salir de sus resecos labios, pero su determinación crecía a cada segundo, dándole las fuerzas para hacer una osada proposición que tal vez enfadará a Lion. -Pero ser alzado por solo ser perdonado no es suficiente...

-¿Osas exigir a Lion? -Asmodai rugió la pregunta y agarró su Cruzius, alzándolo amenazante y lleno de furia justiciera. -Debería matarte, aquí y ahora por tu impertinencia, maldito desagradecido.

-Tranquilo Asmodai y baja el arma -las palabras de Lion fueron suaves, pero cargadas de amenazante poder. Sus ojos azules seguían clavados en Mordred, lleno de diversión y curiosidad a partes iguales. -Deja que tu hermano haga su petición, escuchemos que tiene que decir antes de empuñar las armas.

-Gracias, mi señor -Mordred asintió levemente con agradecimiento y cogió aire para soltar su petición, esperando que no les pareciera exagerada o algo estúpido. -Agradezco de corazón el perdón otorgado, pero aún no soy merecedor de ser alzado, debo expiar mis pecados, a eso me refería con que no es suficiente-vio cómo todos los demás Ángeles Oscuros allí presentes asentían, podían aceptar el perdón de Lion hacia sus hermanos Caídos, pero seguramente no el que fueran restituidos sin hacer algo por ganar su sitio en las filas del Capítulo. -Ya no soy un Caído, sino un Penitente. Aceptaré las marca de la penitencia en mi cuerpo y lucharé para demostrar que soy digno de ser un Alzado, del Capítulo y de ti, Padre.

-Sé que hay hermanos penitentes en otros Capítulos, noto la fuerza y la pureza de tu determinación -Lion posó su mano derecha en la cabeza de Mordred, resolviendo su sucio pelo rubio y asintió satisfecho. -Se te concederá tu deseo, Mordred. Hoy decreto que aquellos Caídos que crean que no les baste solo con mi perdón para redimirse, entrarán en la compañía de los Penitentes -Se giró y miró a Asmodai, que había guardado el Cruzius y transcribía a toda velocidad el edicto de su Padre en un pad de datos. -Durante un siglo lucharás, derramarás sangre, sudor y lágrimas, demostrando que estás listo para perdonarte a ti mismo. Álzate Mordred, Capitán de la Compañía Penitente y sírveme como todo tu corazón. Estarás bajo las órdenes directas del Capellán Interrogador Asmodai, que os asistirá espiritualmente y tácticamente. No desaproveches esta segunda oportunidad que te ha brindado el destino.

-Se hará tu voluntad, Padre -las palabras de Mordred sonaron emocionadas, mientras Lion y sus escoltas dejaron la celda, quedando solo Asmodai y él. -Al fin puedo empezar mi penitencia para pagar por mis crímenes, una muerte a tus manos habría dejado una deuda de sangre sin pagar con el Capítulo.

-No esperaba esto y menos de un Caído -Asmodai se quitó el casco y dejó a la vista su pálido rostro, sus ojos azules miraron a Mordred con respeto. -Otros habrían aceptado ser alzados y ser perdonados sin más, tú has aceptado tus actos y visto que debías pagar por ellos como un guerrero. Me honra llamarte hermano ahora, Mordred -tras esas palabras se volvió a poner el casco y se giró para salir de la celda. -Vamos debes pasar el Rubicón Primaris y prepararte, la galaxia está dividida en dos y asediada por traidores, xenos y demonios.

Mordred asintió y siguió a Asmodai, mirando de reojo una última vez el sarcófago de estasis, donde había estado encerrado casi un milenio, saliendo de su fría oscuridad únicamente para ser torturado. Al fin había recibido el perdón de su padre, pero aún le quedaba un largo camino por recorrer para perdonarse a sí mismo por sus actos durante la destrucción de Caliban. ¿Sería suficiente un siglo de penitencia? No lo sabría hasta que llegará ese momento o con su muerte en batalla como un Ángel Oscuro. 


Comentarios