El retorno del nigromante.


Había muerto otra vez, enfrentándose al líder de las tribus salvajes del norte conocido como Sigmar. Aquel maldito bárbaro había destrozado su carcasa mortal y roto su alma en pedazos con el poderoso martillo forjado por los enanos Ghal Maraz. No recordaba cuánto tiempo llevaba vagando por las corrientes de la magia, siendo un simple espectro olvidado por los simples mortales, ahora llegaba la hora de volver al mundo, los Dioses del Caos estaban haciendo sus movimientos y la guerra fratricida entre los elfos volvía a hacer arder la vieja Ulthuan, mareas de Orcos asediaban los asentamientos enanos, los mugrosos Skavens merodeaban en todas las partes del mundo y los reyes no muertos de Nehekhara se alzaban para reclamar sus antiguos dominios. Descendió meciéndose entre los polvorientos vientos, sintió en ellos los restos de polvo de piedra de disformidad, las altas torres de hueso y piedra de Nagashizzar se alzaban entre las montañas que rodeaban en enorme cráter, una poderosa cascada de agua caía de entre las cumbres formando un enorme lago en el centro. Cientos de chozas mugrosas, tiendas y carpas de piel humana se extendían alrededor del lago ante la poderosa fortaleza de Nagashizzar, miles de necrófagos caníbales adoraban y rezaban a tocos ídolos de hueso, a la espera del regreso de su inmortal Dios, que los llevaría a los grandes banquetes de carne y sangre otra vez. El espectro penetró los muros encantados de la fortaleza con facilidad, sentía el llamado de su nuevo recipiente que él mismo preparó para pequeños inconvenientes, como aquel en el que se encontraba en ese instante.

Dejó atrás los gruesos muros, entrando en una sala en oscuridad total, en el centro yacía un sarcófago abierto sobre un círculo de invocación inscrito con tinta de piedra bruja en la fría roca del suelo. Avanzó flotando hasta el sarcófago y miró en el interior, viendo al yaciente enorme esqueleto, que tenía runas talladas en todos sus huesos y rellenas con una mezcla de sangre, piedra bruja y magia cristalizada. Sintió el fuerte tirón de aquel armazón y se hundió en su interior, igual que nadador se sumerge en la oscuridad del mar para saquear sus tesoros ocultos. El esqueleto se convulsionó de forma brutal y salvaje, sus huesudas manos agarraron los bordes del sarcófago y se alzó, su mandíbula se abrió y un grito sobrenatural resonó en toda la sala, las antorchas de la pared y las desgastadas lámparas de piedra bruja se encendieron de golpe, iluminado la sala y mostrando los tapices de las conquistas pasadas. El esqueleto salió del sarcófago y dio sus primeros pasos titubeantes en el mundo otra vez, una risa de satisfacción salió entre los dientes apretados de su mandíbula, Nagash había vuelto al mundo de los vivos para reclamarlo y transformarlo en un paraíso de silenciosa muerte.

Las enormes puertas de piedra de la estancia se abrieron con un suave rozar, dejando pasar a una silenciosa procesión de esqueletos envueltos en sudarios mortuorios y vendas funerarias, que avanzaban en perfecto orden sincronizado hacia su maestro recién resucitado. Los esqueletos portaban ropa, piezas de armadura y objetos de poder sobre cojines de satén rojo, formaron un círculo perfecto alrededor de Nagash y se arrodillaron al unísono, alzando los cojines hacia él. Del abovedado techo descendieron una docena de doncellas espectrales de belleza sobrenatural, danzando en círculos y lanzando caricias al esquelético cuerpo, mientras cantaban alabanzas a su maestro y amado recién resucitado. Nagash sintió las caricias de sus doncellas, para un mortal sería una muerte segura, pero él sintió un malsano placer y las miró con lascivia, dejándolas que le vistieran con las ropas y armaduras que habían traído los sirvientes esqueléticos. Nagash sintió el roce de los pantalones de cuero, las botas de piel humana que se adaptaron a sus huesudos pies, la suave caricia de la túnica de seda púrpura y el familiar peso de las grebas y el peto de mithril oscurecido, alargó una mano huesuda y acarició el viejo volumen escrito en piel humana, aquel era uno de sus tomos prohibidos, el segundo tomó de Nagash se agitó igual que un perro al sentir la caricia de su creador. Se colocó el alto yelmo de hierro negro, se enganchó el tomo en el cinturón de plata, junto con la espada de acero mezclado con polvo de piedra de disformidad del último rey de Nehekhara y cogió su largo báculo de huesos humanos rematado con el cráneo de un demonio.

Se giró sobre sí mismo y avanzó en dirección contraria a la puerta, sin decir una sola palabra, una puerta de doble hoja de piedra se abrió en la pared, dándole acceso a una amplia balconada desde donde se podía ver todo el interior del cráter. Cientos de miles de necrófagos alzaron sus sucios y escuálidos rostros, clavando sus miradas lunáticas en Nagash y empezaron a proclamar su nombre, mientras hacían actos de blasfema devoción ante el regreso de su Dios. Nagash sonrió cruelmente, saboreando aquellos actos de devoción hacia él realizados por aquella chusma comedora de cadáveres, sabiendo en ese instante cuál era su destino y objetivo final, la divinidad. Las doncellas espectrales salieron volando por la puerta de la balconada, elevándose sobre su amado señor y amante, dejándose llevar por las corrientes de aire cálido y gritando el nombre de Nagash, haciendo temblar conmocionados a los necrófagos o haciéndoles caer presas de ataques epilépticos. Nagash suspiró un momento y pronunció una única palabra cargada de poder, “silencio”, aquella suave palabra resonó amplificada por las paredes del cráter, no era una petición o súplica, era una orden a ser obedecida. Todos los necrófagos y las doncellas espectrales guardaron un silencio mortuorio, solo roto por la caída del agua de la cascada hacia el lago interior.

-He vuelto a vosotros, hijos míos -Nagash lo dijo abriendo sus brazos ampliamente, igual que un padre que fuera dar un abrazo a un amado hijo que no veía en mucho tiempo. -El tiempo de la cosecha ha llegado, comeréis hasta atiborraros carne fresca y beberéis sangre caliente, volveréis a ser fuertes -sabía que aquellos salvajes esperaban su regreso, la guerra era un tiempo de comida abundante y fortalecimiento, cosa que también le beneficiaba a él. -Pero no marcharéis solos, mis huestes marcharán con vosotros, guerreros ancestrales y sombras eternas lucharán a vuestro lado -adelantó su báculo y los ojos del cráneo del demonio relumbraron, cuándo Nagash pronunció el conjuro del despertar. -¡Alzaos almas condenadas al olvido! ¡Esqueletos viejos y polvorientos! ¡Bestias salvajes caídas por el hambre! ¡Cuerpos marchitos y podridos! ¡Alzaos todos para devorar a los vivos y servir al señor de la no muerte!


Decenas de rayos de un verde esmeralda salieron de los ojos y boca del cráneo del demonio, expandiéndose y dividiéndose sin parar, impactado por toda la zona circundante al cráter y las montañas que lo rodeaban. Cientos de bandadas de murciélagos de todos los tamaños oscurecieron los cielos, enormes lobos de pelaje podrido y desgarrado descendían por los senderos de las montañas, rasgando las rocas con sus garras y aullando de forma siniestra. Los tótems de hueso se derrumbaron, para alzarse un instante después como enormes moles de huesos mezclados de humanos y bestias, aquellos enormes Golems rugían de manera salvaje y sobresalían como gigantes entre los desgarbados necrófagos. Del lago emergió en silenciosa muchedumbre docenas de cohortes de guerreros esqueletos en perfecta formación, sosteniendo aún con fuerza espadas oxidadas, lanzas podridas y escudos abollados. Cientos de hordas de aullantes espectros salieron de las gárgolas de la fortaleza aullando desesperados, segadores espectrales reían sobrevolando el cráter y parecían danzar con las esbeltas figuras de las doncellas espectrales en terrorífica sincronía. 

Nagash observó la escena con tranquilidad absoluta y acarició el tomo, que colgaba de su cadera, sabía que otros se habrían dado cuenta de su regreso y que sería difícil ocultar que volvía a caminar entre los mortales. Unos serían siervos leales deseosos de servirlo, como su antiguo discípulo y visir, Arkhan el Negro. Otros intentarían huir de sus garras y no volver a servirle bajo ninguna situación posible, como la primera de los vampiros y antigua reina de Lhamia, Neferata. Finalmente, estarían aquellos que serían sus enemigos, como el autoproclamado señor de Nehekhara, Settra el Imperecedero, los descendientes de Sigmar, los reinos humanos, tozudos enanos, los arrogantes elfos, los cobardes skavens o los salvajes orcos, pese a ello todos eran más que míseras molestias comparados con los Dioses del Caos y aquellas partes de él que también se hubieran reencarnado para reclamar lo que le pertenecía por derecho. El leve chillido de una rata llamó su atención, observó al animal y sonrió cruelmente al notar la inteligencia maligna detrás de aquellos pequeños ojos rojos.

-Te veo, Vidente Gris -Nagash lo dijo de forma tétrica y señaló a la rata con un dedo huesudo de su mano izquierda. -Dile a su consejo, que si los Skavens quieren sobrevivir deben quedarse en sus madrigueras y no interferir. De lo contrario, preparaos para ser cadáveres andantes.

Sin  esperar respuesta del pulgoso roedor, lo hizo estallar con un simple chasquido de sus dedos, dejando una mancha sangrienta en el suelo. Siguió caminando, sin importarle lo que tramaran los Skavens, se echarían a un lado o morirían de forma inmisericorde. Una carrera empezaba por poseer los libros que había escrito, cuándo los tuviera en su poder podría realizar el ritual de la ascensión a una divinidad en su pirámide negra. Nadie se interpondría en su camino, ni siquiera los demás fragmentos de su alma por ser un Dios al fin y sumir el mundo en la no muerte. Nagash se giró y volvió al interior de Nagashizzar, para reunir a sus generales y preparar la campaña para conseguir sus objetivos. Se rio de forma demente y sumió en sus sueños de poder, divinidad y muerte, mientras recuperaba una parte de su poder gracias al oscuro libro, que se retorcía en su cadera de forma obscena.

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