El legado de la Oscuridad

 

La oscuridad llegó de la nada y de improvisto, envolviendo Sigmatus II como si fuera una pesada y espesa mortaja funeraria. Las transmisiones se apagaron de golpe, quedando solo única transmisión en bucle de gritos de terror y dolor, el fuerte olor a miedo y una extraña tensión llenó el ambiente, cuando estelas de fuego surcaron el oscurecido cielo, indicando que el horror descendía a por los moradores de aquel mundo condenado. Jacke vio la extraña palidez en los rostros de sus padres y el brillo febril del miedo en sus desorbitados ojos, mientras lo arrastraban a su cuarto y le ordenaron que se quedará allí a oscuras en silencio total, hasta que ellos volvieran a abrir la puerta que se cerró de golpe. El pequeño niño de tez pálida y pelo negro se acurrucó sobre su cama, envuelto en mantas y abrazado a su peluche, una representación de un Astartes Imperial que había modificado. 

Los gritos y el retumbar de los disparos despertaron otra vez a Jacke, que se frotó los ojos legañosos y miró a su muñeco, esperando que aquella figura de felpa y algodón pudiera protegerlo de lo que sucedía en el exterior. Se concentró en su peluche, en un principio había sido de un azul claro y llevaba la insignia de los Ultramarines, pero él lo había modificado con sus rotuladores, pintándolo de un azul más oscuro y solo dejando extrañas vetas del color original. Pesados pasos llamaron su atención, algo enorme se movía por la casa, su respiración era fuerte y casi jadeante, su risa tenía un tono metálico que le recordó servidor del control horario del mercado. El pomo de la puerta cayó al suelo y rebotó con un sonido metálico sobre el suelo de la habitación, los oscuros ojos del niño se clavaron en el umbral al ver la puerta abrirse con un chirrido de las bisagras y dejando ver la enorme figura que se alzaba ante su oscuro refugio. La luz mortecina recortaba la titánica silueta, que avanzó con paso tranquilo hasta el centro de la habitación sin prisa alguna, cada movimiento hacía tintinear pesadas cadenas y agitaba macabros trofeos frescos, que dejaban salpicaduras de color rojo en el suelo.

Jacke tembló por inercia al sentir las rojizas lentes clavarse en su escondite y una risa funesta salió del casco con semblante de calavera alada. Era un Astarte, idéntico al muñeco que sostenía junto a él, como si fuera un tótem protector o un arma que utilizar. Pequeños rayos eléctricos recorrían la manchada armadura de color azul medianoche, mientras desenfundaba con un cuidado casi ritual un enorme cuchillo aserrado, que relumbró de forma siniestra y cruel. Jacke sabía lo que iba a suceder y que buscaba aquel cazador en la penumbra de la habitación, al ser señalado por la punta de la afilada arma.

-Te veo, pequeña rata -rugió el Amo de la Noche, agarrando con su mano libre las mantas y tirando de ellas con fuerza. -Puedo ver su calor, escuchar tu respiración y oler tu dulce miedo.

-¡No tengo miedo! -contestó Jacke, poniéndose de pie sobre el sucio colchón desafiante en pijama, sin soltar en ningún momento su peluche. -No soy un niño pequeño, ya soy mayor y no debo tener miedo de la oscuridad.

-Así que no tienes miedo...-se río el Astarte ante la respuesta del infante, fijándose en sus rasgos con detalle y sonriendo bajo el casco. -Entonces te mostraré la verdadera oscuridad, el dolor y el miedo, niño.

Antes que pudiera Jacke contestar, el Amo de la Noche lo agarró del cuello del jersey del pijama y lo arrastró fuera de la habitación, pasando por el destrozado salón de la casa. Allí yacían colgados de los padres de Jacke, se habían ahorcado ante la visión de la oscuridad y ahora sus cuerpos se mecían suavemente por la brisa que entraba por las ventanas, mientras se pudrían lentamente con el rictus de terror en sus rostros inertes. Una arcada de asco por el hedor a muerte y descomposición subió por la garganta de Jacke, unas lágrimas de rabia surcaron su sucio rostro al ver los cuerpos de sus padres, pese a ello permaneció desafiante tozudamente ante el Astarte. Salieron a la calle y ante ellos se alzó el verdadero horror, dos hileras de estacas de acero negro que recorrían cada calle, en ellas se retorcían cuerpos empalados vivos y despellejados, que gemían y gritaban en la oscuridad nocturna. Ríos de sangre oscura corrían por el empedrado suelo, saliendo de montones de cuerpos retorcidos y despedazados con saña asesina, mientras estilizadas figuras acorazadas descendían como aves de presa, para capturar a los estúpidos que intentaban escapar de aquella demencial ciudad al amparo de la oscuridad. Jacke observó aquellas escenas de horror y matanza en silencio sepulcral, avanzando a empujones por aquel terrible gigante envuelto en azul medianoche, escuchando la cacofonía de gritos de agonía a su alrededor y las risas siniestras resonado con malevolencia en las calles en llamas. 

Escenas de crueldad pasaban ante sus ojos, capaces de romper el valor del guerrero más curtido y de enloquecer la mente más cuerda por el miedo. El Astarte lo detuvo agarrando con fuerza su hombro derecho y obligándolo arrodillarse sobre el polvoriento suelo de una plaza. Jacke vio la estatua del Emperador derribada del pedestal de la enorme fuente dónde había estado situada, las facciones rotas de estatua estaban empapadas de la sangre y desechos humanos que se mezclaban con el agua del interior de la fuente. Un bosque de cruces de hierro se alzaban con hombres, mujeres y niños crucificados vivos, que chillaban agónicamente de dolor y terror al ver descender a bandadas de cuervos hacia ellos, para atiborrarse de carne caliente. Grupos de Amos de la Noche se apiñaban alrededor de enormes piras y observaban como los cuerpos de los muertos ardían, el hedor a muerte y carne quemada le llenó las cosas nasales haciéndole toser con fuerza. Los pasos de media docena de Astartes llamó la atención de Jacke, alzó la mirada levemente y los vio, cinco enormes Exterminadores de color azul medianoche con adornos de oro y hueso, las cadenas de trofeos y los tabardos de piel humana se mecían de forma tétrica con cada paso que daban hacia él. Pese a ello, la figura que más le aterró era la que escoltaban en silencio total, vestía una servo-armadura machacada por la guerra incesante y avanzaba apoyándose en una enorme lanza sierra, sus puños y antebrazos estaban lacados de un rojo tan intenso como la sangre recién derramada. La mirada de Jacke se cruzó con los ojos negros e inclementes de aquel pálido guerrero, su semblante era serio y sus finos labios estaban suavemente apretados, dándole el aspecto de un depredador a punto de atacar.

-¿Qué despojo me has traído, Kharkov? -la pregunta de Jago Sevatarion salió como un siseo entre sus finos labios, mientras observaba con detenimiento a aquel pálido niño. -¿Qué es lo que ha visto en el mejor cazador de la Atramentar en este mocoso?

-Lo encontré vivo y desafiante en la oscuridad -respondió Kharkov, soltando a Jacke y guardando su cuchillo con tranquilidad. -Lo he traído por la senda del terror y aún no se ha roto su pequeña mente, está marcado por el Acechante, mi Señor.

-Eso lo decidiré yo, Kharkov -gruñó Sevatarion entregando su lanza a uno de sus enormes escoltas, para luego ponerse en cuclillas ante el niño y agarrar su barbilla, obligándole a mirarlo a los ojos. -Bonito muñeco. ¿Cómo te llamas, chico?

-Yo soy Jacke y él es Konrad -respondió Jacke, sosteniendo la mirada al antiguo señor de la Legión, sin soltar el peluche Astarte que había modificado. -¿Va a matarme como el resto? ¿O va a torturarme, Señor de los Cuervos?

-¿Konrad, eh? -preguntó Sevatarion arrebatándole el muñeco y estudiándolo, había sido una representación de un odioso Ultramarine, pero se notaba que había sido modificado hacía algún tiempo, antes de que ellos llegaran a aquel miserable mundo. -¿Lo has cambiado tú? -señaló el azul oscurecido con tinta negra, la capa raída, el pelo pintado de negro sobre el color marrón pajizo y el rostro blanqueado del muñeco. -¿Como conoces título y quienes somos?

-Me lo dijo Konrad en sueños y como debía ser -Jacke señaló el muñeco, sin apartar la mirada de los pozos negros de oscuridad del señor de los Amos de la Noche. -Me susurraba, en la oscuridad de la noche y me mostraba imágenes del castigo que se avecinaba por nuestros pecados -su voz sonó monótona, casi sin sentimientos y llena de desapego, como si no sintiera nada de miedo, presión o estrés por aquella situación a vida o muerte. -Sois la oscuridad, el miedo encarnado, el castigo que debe llegar a los débiles y corruptos.

-Somos monstruos y como tú has dicho, estamos castigando este mundo -Sevatarion soltó al niño y chasqueó los dedos, uno de los enormes Exterminadores avanzó un paso y entregó una bolsa de piel humana a su señor. -Es la hora de tu prueba, veremos si estás tocado por el Acechante Nocturno y eres lo suficientemente digno de ser uno de nosotros -sacó con cuidado de la bolsa una corona de bronce bruñido con gemas negras incrustadas, el emblema de la Legión estaba grabado en su superficie y se la ofreció al niño. -Coge corona de Nox y póntela, entrarás en comunión con el Acechante y tu destino será decidido.

Jacke obedeció y cogió la pesada corona que Sevatarion le ofreció, al revisarla vio que en su interior había varios pinchos que sobresalían para clavarse en la carne, tragó saliva y se preparó para ponérsela. Todas las miradas estaban fijas en él, cada Amo de la Noche había dejado sus actos de asesinato, tortura y crueldad, atraídos como polillas a una llama por la corona de su difunto padre genético.  Sabía que no podía dudar, hacerlo era una condena de muerte, suspiró ampliamente y se colocó la corona en la cabeza. Su rostro se crispó al sentir como se clavaban los pinchos en sus sienes, frente y nuca, largo goterones de roja sangre recorrieron su rostro, mientras escuchaba el rítmico golpeteo de los guanteletes de los Astartes contra sus petos. Visiones de guerra, muerte y traición recorrieron su mente, como un torrente abrumador que amenazará con ahogarlo y sus ojos se pusieron en blanco en un estado de éxtasis psíquico. Un halo de oscuridad rodeó la cabeza coronada de Jacke y su cuerpo se elevó al cielo nocturno, como si fuera levantado por la invisible mano de un gigante, mientras relámpagos azules rompían la oscuridad del cielo nocturno de aquel mundo y una risa cruel sobrehumana salió de su garganta. En ese instante, todos los agonizantes habitantes del planeta se retorcieron, gritando presas del verdadero horror de la oscuridad, que azotó sus destrozadas mentes de forma inclemente. Jacke descendió y cayó de rodillas sobre el sucio suelo, su cabeza coronada estaba gacha y su pijama manchado de su propia sangre, su respiración era un jadeo entrecortado, que salía de sus pulmones doloridos. Sevatarion se alzó ante él, ofreciéndole su mano derecha enrojecida y con la otra el muñeco, esperando ver qué decisión tomaba aquel pálido niño, si quedarse con su miserable vida o seguir el legado de la oscuridad que lo reclamaba. Jacke alzó sus ojos totalmente negros y apartó el muñeco sin dudarlo, aceptando la mano del Señor de los Cuervos para transformarse en el monstruo que debía ser, la reencarnación de Konrad Curze y seguir con el legado de la oscuridad.

El sol se abrió paso, dejando atrás la oscuridad que había cubierto Sigmatus II y mostrando los horrores de aquella larga noche a los supervivientes, dejando en sus mentes la promesa de volver a castigarlos por sus pecados y transgresiones en cualquier momento. Sevatarion sonrió levemente satisfecho, sentado en el trono de mando de su Destructor, a su lado estaba de pie en silencio el niño que había elegido Konrad como recipiente para reencarnarse, mirando con frialdad absoluta el planeta que dejaban atrás. Aquel niño era el legado oscuro de su padre genético, la promesa de reformar la Legión y de purgarla de los decadentes, que habían olvidado la misión y el propósito de la Octava, para solo dedicarse a la matanza sin razón. Se levantó y se llevó al niño al apotecarion, era la hora de ascender y empezar a recorrer de nuevo el camino de la oscuridad, para crear un nuevo legado que cambiaría a la Legión y a la propia galaxia.

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