Miles de naves de diferentes tamaños y formas yacían destruidas en aquel sistema solar de dos planetas y tres soles, formando un interminable campo de escombros, que ocultaban los pozos de gravedad y los micro-agujeros negros. El gigante gaseoso flotaba como una canica dorada al borde del sistema, creando distorsiones electromagnéticas a cualquier nave que saliera o entrará de la Disformidad, haciendo imposible el escape de aquel lugar. Aquel sistema era un cementerio estelar, que arrojaba a los tripulantes al mundo habitable del interior, transformándolo en una isla de calma y en una prisión inexpugnable a la vez. Mares cristalinos separaban las masas continentales, extraña flora y fauna poblaba en mundo, donde las diferentes razas supervivientes se habían fortificado en bastones independientes y lanzaban señales de socorro al espacio estelar en espera de rescate, sin saber que esa misma señal se convertiría en un cebo que atraería a otros a su perdición. En el centro de aquel mundo, una enorme fortaleza imposible se alzaba, ensombreciendo a los demás asentamientos y demostrando quiénes eran los verdaderos dueños de aquel sistema desde el principio de los tiempos, los Ancestrales.
Antuk observó los asentamientos menores desde su trono, las especies elevadas habían cambiado desde la guerra del cielo. Los Aeldari se habían dividido en sub-razas tras el nacimiento de la Hambrienta, los Korks creados para la guerra como sus sirvientes habían involucionado a los Orkos, los Simiodes una raza en proceso de ascensión se había transformado en la humanidad y roto en facciones en guerra que incluso servían a los seres Disformes. Incluso había Necrontyr y su condenada evolución mecánica, los Necrones en aquel mundo, viajeros de otra galaxia hambrientos de materia que consumir denominados Tiránidos. También había otras especies, semillas de los Ancestrales que habían terminado como los Taus, ansiosos de progresar unificar todo bajo su mando, los huraños Kin de las ligas Votann, codiciosos y territoriales a más no poder. Otras razas, ya extinguidas por la humanidad, yacían como si aquel mundo fuera un santuario donde ser preservados, pese a estar rodeados de enemigos. Antuk suspiró ampliamente, su especie había estado al borde de la extinción hacía sesenta y cinco millones de años, los Necrones y sus Dioses estelares la habían masacrado, persiguiéndolos por toda la galaxia y dejándola casi al borde del colapso. Aquel santuario había servido para reconstruir su especie, un lugar seguro para experimentar y también dónde atraer a las diferentes razas que alcanzaban la capacidad estelar, para estudiarlas y saber cómo había cambiado la galaxia.
Antuk volvió al interior de la fortaleza, dejando atrás la balconada de observación, mientras a su alrededor los más jóvenes de su raza catalogaban cada nueva especie, que caía en aquel mundo olvidado. Pronto el Rey Siliente volvería a la galaxia y debían estar preparados para recuperar lo que era de ellos por derecho propio, una nueva guerra del cielo se avecinaba y esta vez había más contendientes en liza. Sus ojos amarillos observaron los diferentes tanques genéticos, nuevas especies estaban siendo creadas a partir de las arrojadas a aquel cementerio estelar, estarían listos para la guerra. Sus largos dedos acariciaron el reposabrazos de su flotante trono y este aceleró, levitando por los diferentes pasillos hasta la cámara del consejo, donde le esperaban los más antiguos de los Ancestrales. Dos enormes Saurios equipados con armaduras pesadas y armas de energía se cuadraron al verlo y abrieron las enormes puertas del consejo. Antuk asintió levemente con su cabeza sapoide y siguió adelante, entrando en la enorme sala circular dónde una docena de Ancestrales le esperaban sentados en sus tronos flotantes formando un circulo perfecto. Sintió sus ojos sapoides sobre él, todos llevaban trajes de soporte vital con exoesqueletos incorporados para sostener su peso debido a su larga edad, sus rostros arrugados estaban serios y pensativos, sabían lo que se avecinaba y temían que está vez acabarán extintos. Su trono avanzó hasta el centro del círculo que formaban los demás Ancestrales, sobre su cabeza se podía ver una imagen holográfica de toda la galaxia y sus alrededores, la gran fisura de Disformidad que la partía en dos y los cientos de tentáculos de las flotas colmenas de los Tiránidos, cerrándose sobre ella para devorarla. En las balconadas en silencio podía ver a los comandantes de las nuevas especies creadas y aquellos de los antiguos servidores, que habían vuelto al redil y jurado lealtad a la causa de los Ancestrales.
-Estimado Consejo y altos generales -Antuk croó en voz alta, para ser escuchado por todos los presentes, mientras sus ojos escrutaban a las figuras ocultas por la penumbra de la sala únicamente iluminada por el holograma. -La galaxia arde, los servidores de la Disformidad la quieren entregar a sus oscuros amos, los enjambres hambrientos de Tiránidos cierran sus fauces para devorarla y los antiguos enemigos emergen de sus oscuras tumbas, ante la llamada del Rey Siliente. Las razas jóvenes no serán suficientemente fuertes para detener lo que se avecina, se odian y guerrean entre sí, lo hemos visto aquí mismo en Estelis.
-¿No sería mejor que la galaxia se limpie y luego repararla? -respondió uno de los ancianos Ancestrales, mesándose su larga barba blanca con su delgada mano derecha de forma pensativa. -La última guerra nos dejó al borde de desaparecer, ahora no solo serán los Necrontyr y sus hambrientos Dioses. Habrá que enfrentarse al gran Devorador, a los peones de los seres Disformes y al propio Imperio de la Humanidad, que odia todos los Xenos de la galaxia.
-Es cierto que podemos aislar este sistema, hacerlo invisible a todos y dejar que pase la tormenta -las palabras de Antuk sonaron suaves, pero en ellas había un leve tono de cansancio por las eras que había vivido y devolvió la mirada al Ancestral, que había propuesto dejar arder la galaxia. -Eso nos dejaría al mismo nivel que los Necrontyr, después de la guerra del cielo y contra sus propios Dioses, en vez de reconstruir y salvar la galaxia, se escondieron a esperar un momento mejor que reclamar todo -levantó un dedo acusador de su mano derecha hacia el anciano del consejo. -Somos los Ancestrales, alzadores de civilizaciones y creadores de especies, moldeadores de la realidad y sí, podríamos dejar morir la galaxia, haciendo que los seres Disformes desaparecieran y los propios Necrontyr lidiarán con los Enjambres -negó con la cabeza, indicando que esa idea le desagradaba intensamente. -Es la hora de nuestro regreso, de poner orden en una galaxia rota y en guerra, conocemos a todos nuestros adversarios, incluso a las flotas colmenas.
-Yo también desprecio la idea de quedarnos de brazos cruzados...-contestó casi avergonzado en anciano del consejo, apartando la mirada y posando sus manos en los reposabrazos de su trono. -Pero tenemos que tener una garantía de que podemos sobrevivir y que estamos preparados para esta guerra. ¿Lo estamos, Antuk?
-Lo estamos -Antuk respondió tajante, dando una palmada y el holograma galáctico cambió, mostrando la superficie de Estalis y todas las fortalezas creadas por los náufragos estelares. -En este momento estamos destruyendo cada asentamiento que nos ha jurado lealtad o que es una amenaza para nuestros proyectos -las ciudades ardían bajo el ataque de los guerreros Saurios, Korks, Orkos, Tau, Aeldari, Kin y humanos que se habían doblegado ante los Ancestrales. -Estamos preparados, conocemos sus puntos débiles, como actúan y piensan, incluso los Necrontyr orgánicos se nos han unido, al ver las aberraciones en que se ha convertido su civilización. Tenemos cientos de miles de naves listas, ejércitos interminables de carne y metal, es ahora o nunca.
Un silencio sepulcral llenó la sala, Antuk podía sentir en su poderosa mente el entusiasmo guerrero de los generales y como las reticencias del consejo disminuían sustancialmente. Los doce ancianos Ancestrales empezaron a votar, dando su decisión psíquicamente para que todos la conocieran y nadie dudará del veredicto del consejo. Diez votos a favor y dos abstenciones, marcaban un resultado claro e inevitable, los Ancestrales volvían a la galaxia, para imponer orden y armonía en una zona arrasada por milenios de guerra y odio intestino. Antuk sonrió ampliamente, pronto las flotas estarían listas para marchar contra los enemigos antiguos y nuevos, reclamando lo que les pertenecía por derecho a los Ancestrales.
El sistema Estelis Menoris había cambiado en los últimos meses, los restos estelares de naufragios habían sido sustituidos por la mayor flota de guerra jamás vista en la galaxia. Pesados Destructores, Acorazados fuertemente armados, Bombarderos planetarios capaces de reducir sistemas a cenizas, Cruceros rápidos y estilizados revoloteaban entre titánicas Fortalezas Estelares, miles de cientos de millones de cazas parecían enjambres de avispas furiosas, listas para atacar. Antuk sonrió desde el puente de mando de una de aquellas fortalezas, la hora había llegado y no dudarían esta vez en desatar todo su poder. Estaban listos y no fracasarían, como sucedió hace millones de años, se habían preparado a conciencia para este momento. Antuk sintió por primera vez en mucho tiempo esperanza, nerviosismo y ansias de volver a surcar las estrellas, su destino y el de la propia galaxia estaba en sus delgadas manos.
La flota formó y partió, para los Ancestrales todas la trabas de aquel sistema eran niñerías, la galaxia agonizaba y solo ellos podían salvarla de su terrible final. La herida de Disformidad se abrió y la flota entró, dejando aquel sistema oculto, a la espera de recibir nuevos náufragos que serían estudiados por los Ancestrales y ver las posibilidades de evolución de sus nuevos invitados forzosos.
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