Por primera vez en diez milenios sentía el silencioso abrazo de la oscuridad, libre del aguijón enloquecedor del clavo del carnicero y dejándole pensar sin el dolor entumecedor constantemente. Los recuerdos inundaron su mente, igual que un río liberado de la presa que los contenían bajo el muro del dolor y abrumandolo en mar de escenarios bélicos. Khârn se vio rodeado por los espectros de amigos y enemigos, que había matado desde la Herejía de Horus hasta la actualidad, reclamando justicia por sus pecados y clavando sus garras en su carne. El dolor de los clavos le despertó, le habían desarmado y quitado su servo-armadura, dejándolo desnudo y encadenado en aquella bodega carga. Miró a su alrededor apretando los dientes, ante él, reconoció la corrompida y demoníaca figura de su padre, sentando en un enorme trono de cráneos y huesos de cientos de víctimas. Del techo colgaban decenas de cadenas con ganchos para carne que se mecían con suavidad, sarcófagos de acero y bronce yacían suspendidos sobre la cubierta, bajo ellos había trazado un círculo de sangre que contenía la runa de Khorne. Khârn sabía que era aquel lugar, la entrañas del Conquistador, el buque insignia de Angron y aquella bodega fue donde lo encerró al ascender a la demonicidad. Ahora era un templo oscuro al Dios de la Sangre, donde los legionarios más salvajes y brutales se ofrecían al rito óctuple, para dejarse poseer por ocho demonios de Khorne y transformarse en un temible poseído Octojurado. Sus ojos se clavaron en Angron, su masivo cuerpo de piel rojiza descansaba recostado en su trono, su armadura corrupta de bronce relumbraba por la luz de los parpadeantes focos del techo y su rostro de rasgos crueles mostraba una expresión de odio constante.
-Khârn...-pronunció Angron con una mueca de asco, echándose hacia delante y clavando su furibunda mirada en su antiguo palafrenero. -Los tiempos y los enemigos han cambiado, has asesinado millones, pero debes ser mejorado -señaló con su mano derecha provista de garras uno de los sarcófagos. -Te vamos a transformar en el Octojurado más peligroso y poderoso de Khorne. ¡Serás el arma definitiva de la matanza!
-¡Eso es lo que hemos sido siempre para ti! -rugió Khârn, alzándose y tirando de las cadenas, mientras miró furioso y decepcionado a su Primarca. -Nunca nos quisiste, nos viste como algo que usar y destrozar a tu demente antojo. Pese a que te adoramos, nos pusimos los malditos clavos y traicionamos todo lo que creíamos por ti, jamás nos quisiste. Eres un maldito bastardo egoísta.
-Elegiste mal, Khârn. Es solo tu culpa, por confiar en otros -se río Angron, recostándose e indicando a los cirujanos de guerra que podían proceder con el rito. -Desactivad su clavo, quiero que lo sienta y lo sufra por desafiar mi voluntad -observó furioso por la réplica de su hijo favorito, mientras lo arrastraban una docena de cirujanos de guerra hasta uno de los sarcófagos. -Tú eres solo un arma más que usar y modificar a mi antojo para complacer a Khorne.
Khârn sintió el brutal golpe contra el endurecido metal, al ser arrojado al interior del frío sarcófago de metal abierto, las cadenas de sus tobillos y muñecas fueron fijadas y tensadas, dejándole inmóvil en aquel lúgubre cubículo. Uno de los cirujanos se acercó con cuidado y tuvo que sujetar con su mano acorazada el cuello de Khârn que se debatía sin parar y lanzaba mordiscos hacia su rostro, mientras manipuló el clavo de carnicero apagándolo. Khârn parpadeó, ya no sentía el clavo mordiendo su cerebro y su mente estaba libre de la niebla roja, dándose cuenta totalmente del destino que se cernía ante él, al cerrarse con fuerza la tapa del sarcófago y dejándole en oscuridad total. Los ocho cirujanos de guerra formaron un círculo alrededor de sarcófago, ante cada uno de ellos yacía un guardia imperial capturado y arrodillado con sus muñecas atadas a la espalda. Angron se levantó del trono de hueso y recogió sus armas, avanzó al ritmo del cántico de los cirujanos de guerra hasta el círculo y fue despedazando con brutalidad a cada prisionero hasta reducirlo a pulpa sangrienta. Un momento después, cada cirujano mojó sus dedos acorazados en los charcos de sangre y dibujaron la runa de Khorne en ocho enormes cráneos coronados por enormes cuernos. Angron sonrió al ver las calaveras de los ocho Devoradores de Almas que había derrotado, sus almas se agitaban aprisionadas en su interior, ansiosas por poseer la carne mortal y liberarse de su ósea prisión.
Una niebla rojiza salió de las cuencas de los cráneos astados sujetos por los cirujanos y se movieron de forma serpentina hacia el sarcófago, absorbiendo en su camino la sangre derramada de los sacrificios. El sarcófago vibró al alzarse el tono de los cánticos de los cirujanos de guerra, el hedor a muerte y sangre derramada inundó el interior al entrar los hilos ansiosos de niebla roja. Khârn se agitó presa de convulsiones al ser profanado su cuerpo por los ocho grandes demonios de Khorne, mientras gritaban en su mente de forma furiosa insultos y las torturas a las que someterían su quebrada alma. Un instante después, todo a su alrededor cambió, la oscuridad se tornó en un espacio multicolor y su espíritu fue transportado a la Disformidad junto con los ocho grandes demonios que ansiaban subyugarlo y reclamar su carne mortal. Khârn cayó de rodillas sobre la arena negra, por el cielo tormentoso de color rojo y el olor a sangre supo que estaba en el reino de Khorne, desarmado y desnudo, debía luchar por los restos de su alma, ante las enormes criaturas aladas de piel roja que se alzaban como enormes máquinas de guerra, rugiendo a los enrojecidos cielos. En medio de aquella soledad y condenación, una luz brilló en el cielo, haciendo retroceder a los de Devoradores de Almas de forma cautelosa, pues un Dios había aparecido para desafiar la voluntad de Khorne y dar una oportunidad a un alma condenada. Khârn cayó de rodillas, lágrimas recorrieron sus mejillas al ver a aquel ser de luz dorada y perfección infinita, revestido de una armadura dorada, empuñando una espada ardiente y un puño envuelto en chisporroteante energía azulada. Su rostro era de una belleza sobrenatural y sus ojos tan antiguos como la especie humana, el Emperador había tomado forma en aquel lugar olvidado y miraba a una alma condenada, que llevaba sufriendo diez milenios de matanzas provocadas por su propia mano.
-¿Vas a rendirte sin más otra vez al destino, Khârn? -la pregunta salió con suavidad de los labios del Emperador, a la vez que ofreció su puño de combate abierto al Astarte Traidor. -¿O tomarás esta oportunidad y alcanzarás tu redención?
-Yo soy un perdido y condenado, por seguir la voluntad de un padre cruel -respondió Khârn, alzando la mirada y viendo que de verdad el Emperador era una divinidad que hasta los Cuatro Dioses del Caos temían. -He matado miles de millones de tus siervos, traicionado mis votos de lealtad y fidelidad, condenado a sistemas enteros a la guerra y la muerte. ¿De verdad puedo tener la redención tras esos actos abominables, Emperador?
-Toda redención empieza con un primer paso -el Emperador tocó la frente de Khârn y un instante después, este apareció revestido con una servo-armadura con los colores de los Perros de Guerra, sus manos sujetaban una pistola bólter y una espada sierra. -Lucha por tu alma, reclama lo que es tuyo y gana paso a paso tu redención, Khârn. Tu destino está en tus manos ahora.
Khârn se sintió vigorizado, las palabras del Emperador resonaron en su cabeza, mientras se diluía en la Disformidad como un espectro vaporoso. Los ocho Devoradores de Almas rigieron ansiosos de tomar el alma del Astarte y poseer su carne, lanzándose a la carga llenos de eufórica por la promesa de matanzas futuras. Sin pensarlo dos veces, Khârn se lanzó también a la carga, esquivando el hacha a dos manos del primer demonio y vaciando a bocajarro todo el cargador de la pistola bólter hasta reducir a pulpa cabeza de su adversario. Mientras el cuerpo del gran demonio caía, se enfrentó al segundo Devorador de Almas, que blandía dos espadas en llamas, esquivando y parando cada ataque, para luego cercenarle las manos con giro de muñeca y destripar al demonio. El siguiente blandía látigos cubiertos de pinchos, que dejaban largos surcos en la servo-armadura de Khârn, sin pensarlo dos veces tiró la pistola bólter y agarró uno de látigos con su mano acorazada. Sus músculos se tensaron y los servo-motores gimieron por el esfuerzo, pero pese al dolor, siguió tirando del látigo con toda sus fuerzas e hizo trastabillar a su enemigo, que perdió el equilibrio y cayó de bruces ante el Astarte, que aprovechó para decapitarlo. El cuarto hinchó su pecho para lanzar una llamarada demoníaca, pero Khârn ya estaba harto de aquellos demonios y directamente le lanzó una granada perforante a la cara, estallando justo en el momento de lanzar su llamarada, desintegrando la parte superior del torso del demonio. El hacha del quinto giraba en el aire y lanzó un hachazo que podría partir un tanque de guerra Land Raider, Khârn rodó por la arena y pasando entre las enormes piernas del demonio, soltando tres granadas de fragmentación a su paso, que explotaron dos segundos después lanzando un mar de metralla y destrozando las piernas del monstruo. Los aullidos del Devorador de Almas resonaron detrás de él, pero no se giró y siguió avanzando para enfrentar al siguiente enemigo, mientras una mirada de determinación y odio llenaba los ojos de Khârn.
Solo quedaban tres grandes demonios de Khorne en pie y los cielos rugieron con rabia, una titánica mano rojiza agarró a los Devoradores de Almas y los aplastó como si fueran simple mantequilla, para luego arrojar la masa de carne a la arena negra y desaparecer en el tormentoso cielo. Khârn vio la masa de carne agitarse en el suelo y tomar una nueva forma, como si fuera esculpida por un poder invisible y demente. La carne formó un cuerpo humanoide de quince metros de altura, su piel rojiza se cubrió de una armadura de bronce y latón, un yelmo ocultó el rabioso rostro del Avatar de Khorne, el propio Dios de la Sangre se había creado un cuerpo para enfrentar al antiguo Berserker. El Avatar rugió al cielo y la tierra tembló, abriéndose y dejando al descubierto ríos de lava ardiente en los que introdujo sus manos desnudas y sacó un hacha tan grande como un Caballero Imperial, para luego señalar a Khârn con ella en signo de desafío y desplegar sus enormes alas de murciélago. Khârn alzó su espada sierra respondiendo el gesto de desafío y se preparó, un mar de golpes y ataques brutales lo acometieron, igual que una tormenta desbocada azotando su acorazado cuerpo. El Avatar lanzó un golpe ascendente cogiendo su hacha a dos manos, Khârn interpuso su arma para detener el brutal ataque, pero no fue suficiente y su cuerpo fue arrojado varios metros hacia atrás, cayendo sobre la oscura arena con un corte que iba desde su hombro derecho hasta su cadera izquierda. Khârn se levantó apretando los dientes por el lacerante dolor, sabiendo que si no hubiera interpuesto su espada sierra entre la hoja del hacha y su cuerpo, serían sus entrañas lo que estarían desparramadas por la arena, en vez de los charcos de aceite y la sangre que manaba de sus heridas. Los servo-motores gimieron al moverse, su servo-armadura estaba destrozada y manchada de aceite oscuro y sangre, le dolía cada parte de su cuerpo y sentía el agotamiento de diez milenios de guerra sobre su espalda, aun así Khârn miró desafiante al Avatar, que avanzaba con tranquila parsimonia hacia él. Un bufido salió de los labios de Khârn y se lanzó a la carga otra vez, el Avatar rio burlonamente y lanzó un golpe descendente destinado a partir en dos a su enemigo, pero el Astarte en vez de alzar su espada sierra y aguantar el golpe, se lanzó hacia delante en plancha, esquivando el ataque y quedando entre las enormes torres que eran las piernas de aquel ser demoníaco. Sin dudarlo, se levantó y alzó la espada sierra hacia arriba entre el faldar de cota de malla del Avatar, las cuchillas de la espada sierra mordieron la carne de las partes bajas y Khârn sonrió cruel empujando aún más el arma hacia las entrañas de su enemigo. Un largo chillido agudo salió del yelmo del Avatar, que se dobló de dolor y soltó su hacha para agarrar sus partes desgarradas, cayendo de rodillas al polvoriento suelo. Khârn se apartó empapado en sangre ardiente y con la ceramita de su servo-armadura burbujeando, evitando quedar aplastado bajo la masa de su enemigo y sin detenerse saltó sobre la espalda del demonio, agarrándose a las alas de murciélago y tirando de ellas con fuerza. Las manos del Avatar intentaron agarrarlo sin éxito y el crujido de desgarro llegó a los oídos de Khârn, cuando los huesos, tendones y músculos de las alas rompieron ante la implacable presión que ejerció el Astarte. Khârn se dejó caer sobre la arena y rodeó la masa sangrante acorazada del Avatar, hasta quedar cara a cara con aquella encarnación del Dios de la Sangre, sintiendo el odio y furia en sus ardientes ojos. El demonio alzó sus manos hacia Khârn para agarrarlo y despedazarlo con pura fuerza bruta, pero el Astarte cercenó los dedos con la espada sierra y sin miramiento alguno atravesó el casco de bronce bruñido, hundiendo el arma en el rostro de su enemigo hasta llegar al cerebro. Agotado, Khârn cayó de culo al arenoso suelo y vio como el Avatar de Khorne se desmoronó a pedazos, igual que un castillo de arena. Sus párpados pesaban un quintal, el sueño y el cansancio se apoderaron de él, hundiéndose en la oscuridad, dispuesto a enfrentarse a Angron en el plano real, aunque eso fuera una muerte segura incluso para él.
Angron sonrió ansioso al ver que el sarcófago había dejado de agitarse, sin miramientos apartó a los cirujanos de guerra que se preparaban para abrirlo, pues quería ser el primero en ver el horror de Khârn en sus ojos por convertirse en una bestia condenada. Clavó sus garras y arrancó la tapa, arrojándola a un lado como si fuera basura y mirando a la oscuridad del interior del sarcófago, para encontrárselo completamente vacío, salvo por un objeto brillante en el suelo entre los desechos orgánicos. Su enorme mano cogió el brillante objeto y lo reconoció al instante, los clavos del carnicero de Khârn que llevaba implantados desde antes de la Herejía de Horus. Un grito de furia retumbó por todo el Conquistador, Angron desató su furia despedazando a los cirujanos de guerra, mientras maldecía a su antiguo palafrenero por su escape imposible.
Khârn despertó al sentir el frío aire de la mañana y el susurro de la hierba al agitarse, se levantó confuso y comprobó su cuerpo con asombro al no estar en el Conquistador a la merced de Angron. Las marcas de corrupción disforme habían desaparecido, se pasó la mano por su cuerpo cabelludo y se dio cuenta de que ya no tenía los clavos del carnicero, su nuca estaba cubierta de cicatrices recientes que al tocarlas aún escocían. Una carcajada de alegría salió de su garganta, era libre del legado de Angron y de las garras de Khorne. Khârn miró a sus pies y se sorprendió al ver una servo-armadura Mark III, sus colores eran el blanco deslucido y el azul oscuro, con cuidado se arrodilló y observó el emblema de la hombrera izquierda, un mastín de guerra de color rojo. Ahora estaba seguro, el Emperador le había dado una segunda oportunidad para redimir sus pecados y solo había una manera de hacerlo, salvando al Imperio que tanto daño había ocasionado. Se puso la servo-armadura, pieza a pieza, hasta cubrir su desnudo cuerpo y cuando fue a recoger las armas, vio un pequeño libro de cuero con letras en pan de oro en la portada. Khârn conocía aquel libro, era el Lectio Divinitus que proclamaba la divinidad del Emperador, con cuidado recogió el pequeño tomo abriéndolo por el separador de seda roja, era la última página y había una única frase que resonó en su cabeza, sus labios la pronunciaron por inercia:”El Emperador protege, es el escudo de la humanidad y sus Astartes son su espada vengadora”. Guardó el tono en su cinturón y recogió sus armas, emprendiendo su viaje de penitencia. En el lejano Palacio Imperial en la vieja Terra, los Custodios se asombraron en silencio y arrodillaron ante el Trono Dorado, cuando el marchito rostro del Emperador sonrió levemente tras diez milenios impasible, por la pequeña victoria que había logrado al poner en marcha los eventos que salvarían la galaxia.
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