Habían perdido, la muerte de Sauron los había condenado a una larga extinción, a manos de las crecientes y unidas fuerzas de los hombres. El rey de Gondor lanzaba cada día incursiones en el interior de las tierras yermas de Mordor, acabando sistemáticamente con los dispersos clanes y partidas de guerras de los orcos. Nagur observó la cumbre del Monte del Destino, mientras ascendía a la cabeza de su clan por la abrupta ladera de la montaña volcánica, jadeando por el aire viciado por el humo y la ceniza. Otros clanes y partidas de guerra ascendían también en aquella peregrinación orquestada por un consejo de chamanes orcos, que se habían asentado en la forja de los anillos de poder. Las palabras del mensajero aún resonaban en el interior de Nagur, alimentando su ambición y deseo de poder, pues los chamanes iban a coronar a uno de líderes de los clanes como el Señor de los Orcos. Nagur agitó su fea cabeza y gruñó, mostrando sus amarillos dientes, al ver una decena de estandartes ondear sobre el creciente campamento de mugrosas tiendas que rodeaba la entrada labrada de la forja de los anillos de poder. Reconoció los estandartes de Barad-dûr con el ojo llameante de Sauron, de Cirith Ungol en forma de intrincada araña, de Minas Morgul hecho de las mortajas negras de los Nazgûl, de la Puerta Negra hecho de piel humana e incluso de Isengard con la mano blanca, entre otros grandes clanes y bastiones de los orcos.
Nagur notaba la tensión acumulada en aquel enorme campamento, cada facción miraba con odio y recelo a las demás, culpando unas a otras de la caída del Señor Oscuro Sauron. Enormes tambores resonaron por el campamento y se mezcló con el sonido de cuerno de Olifante, reclamando la presencia ante la puerta de la forja a los líderes de cada facción, para la selección del futuro Señor de los Orcos. Nagur avanzó por los manchados caminos de ceniza, que formaban un demente entramado de callejuelas por la separación y distribución caótica de las tiendas. Decenas de ojos amarillentos se fijaban en las diferentes delegaciones de los líderes orcos, clavando miradas con ansia asesina y odio, solo apenas contenidos por el miedo a desobedecer a los crueles chamanes de la forja. Una enorme plaza circular de terreno despejado se había formado ante la entrada de piedra labrada en la montaña, pues ningún orco se había atrevido a plantar su tienda cerca de aquel lugar cargado de poder. Nagur y el resto de líderes orcos entraron en aquella plaza, dejando atrás a sus guerreros y avanzado cautelosamente hacia la enorme arcada de piedra labrada, sin dejar de mirarse unos a otros con odio mal disimulado. Un orco casi desnudo salió de entre las sombras de la entrada, avanzaba cojeando y apoyándose en un bastón hecho de fémures humanos, su piel era de un color gris ceniza y su rostro arrugado estaba enmarcado por rastras adornadas con fetiches y huesos.
-Bienvenidos al Monte del Destino, grandes jefes -dijo el chamán en la lengua de Mordor, a la vez que hacía una burlesca reverencia y mirándolos con cierta diversión brillando en sus ojos. -Debéis dejar todas vuestras armas aquí, aquel que entre armado será ejecutado y dado de comer a los Huargos -sin ni siquiera echarles una segunda mirada, se giró y volvió a entrar en la forja con paso renqueante. -Seguidme, hoy cambiaremos el futuro de la Tierra Media y reclamaremos lo que Sauron nos prometió, un futuro para nuestra gente.
Nagur obedeció, arrojando sus armas al polvoriento suelo de la plaza, para luego seguir en silencio reverencial al viejo chamán. Las sombras cubrían las labradas columnas y paredes del cavernoso pasillo que conducía a la forja, sintiendo como si los fueran a atacar ante cualquier muestra de debilidad de aquellos ambiciosos y cada vez más asustados orcos. Nagur parpadeó al salir del túnel y vio ante él había enorme saliente, donde se encontraba un refinado yunque labrado hecho de mithril puro relumbrando como una gema pulida, las cascadas de lava iluminaban la titánica caverna, mientras se perdían hacia el corazón del Monte del Destino y creaban un mar de lava hirviendo. Ocho chamanes yacían arrodillados ante el yunque, salmodiando y adorando un anillo que brillaba sobre su superficie con malevolencia atrayente. Nagur y el resto se miraron confusos aquella escena, sin saber si aquel anillo de brillo maligno que irradiaba poder era el Anillo Único, uno de los pertenecientes a los Nazgûl o simplemente un simple abalorio de adoración. Los chamanes se levantaron y formando un semicírculo, apoyados en sus cayados y bastones, mirando con divertido interés a aquel grupo de recién llegados. Nagur sintió la mirada de aquellos chamanes y supo que los estaban evaluando, escrutando sus almas corruptas y sus pensamientos crueles. El chamán que los había recibido se adelantó con pasos renqueantes, sonriendo cruelmente a los distintos jefes de los clanes.
-He aquí el último anillo de poder -el chamán señaló con su cayado el yunque, notando la ambición y miedo de los grandes jefes orcos. -Forjado por el espectro de Celebrimbor y el montaraz Talion, para oponerse al Señor Oscuro Sauron y intentar destruirlo -la palidez del rostro de los jefes orcos era evidente, todos recordaban la leyenda de Tarco, el montaraz espectral que no estaba ni vivo muerto que había sido una pesadilla para los clanes. -Uno de vosotros será elegido para portar el anillo y será el nuevo señor de nuestra especie, convirtiéndose en el nuevo Señor Oscuro. ¿Quién será el primero en intentarlo?
-¡Yo Arguk, lo haré! -rugió un enorme Uruk-hai con el rostro pintado con la mano blanca en su furioso rostro, avanzando y apartando a los demás jefes orcos de su camino, hasta situarse ante el yunque, sobre el que descansaba en anillo de poder. -¿Qué debo hacer para demostrar que soy digno del anillo?
-Póntelo -dijo el chamán sintiendo socarronamente y mirando divertido al imponente guerrero Uruk-hai. -El anillo decidirá si eres digno de portarlo o no, Arguk.
Arguk se quitó el sucio guantelete de su mano izquierda y agarró con la derecha el anillo de poder, sonriendo malévolamente se lo colocó en el dedo corazón de la mano izquierda. Un instante después runas en la lengua de Mordor brillaron en la superficie del anillo, los ojos de Arguk se pusieron en blanco y empezó a boquear como un pez fuera del agua, su cuerpo se puso rígido como si lo apretaran con una mano gigantesca invisible. Todos los orcos allí reunidos observaron la escena en silencio, sintiendo el poder de aquel artefacto destrozar la mente de Arguk y secar cuerpo hasta transformarlo en una carcasa vacía. El anillo salió del huesudo dedo de Arguk cayendo otra vez sobre el yunque, justo en el momento en que el cuerpo muerto se derrumbó sin vida en el polvoriento suelo de la forja. El Chamán negó con la cabeza y miró al resto, esperando al siguiente voluntario, pero solo captó miedo y dudas en aquellos caudillos orcos. Nagur se adelantó y se quitó los guanteletes, atraído por la llamada inaudible para el resto por parte del anillo, mientras apartó a Chamán y pisó los restos resecos de Arguk. Sus manos se cerraron sobre el anillo, que se puso en silencio y con los ojos cerrados, notando el poder correr por su cuerpo y llevando su mente a otro plano para ser puesto a prueba. Nagur abrió sus amarillentos ojos y se encontró rodeado de una oscuridad impenetrable, una figura de azul espectral avanzaba con paso tranquilo hacia él. Pudo distinguir su armadura antigua élfica, su ropa de seda y capa se agitaban por un silencioso viento inexistente, su rostro una vez bello y regio, ahora era una máscara de piel arrugada por las eras y sus crueles ojos en llamas se clavaron en Nagur, antes de dirigirse a él con su tenebrosa voz.
-Un bastardo, que aún tiene en sus venas unas gotas de la sangre de Eregion -dijo el espectral Celebrimbor, sin disimular el asco en su rostro al mirar Nagur. -Cientos de elfos de Eregion fueron deformados y torturados, solo para crear un nuevo ejército de orcos por Sauron -caminó alrededor del inmovilizado orco, estudiándolo con detenimiento. -¿Por qué el Señor Oscuro me daría a un orco mugroso? ¿Por qué no darme a uno de sus Numeronianos Negros?
-Por qué... Sauron está muerto -gruñó entre dientes Nagur, intentando sostener la mirada al espectro y apretando los dientes para contener su miedo. -Fue destruido por un mediano, que tiró el anillo al fuego del Monte del Destino.
-Qué ironía del destino, lo que ni elfos, enanos y hombres lograron, lo consiguió un mísero mediano -una sonrisa de diversión apareció en el rostro de Celebrimbor, había esperado eras la caída de Sauron siendo su prisionero dentro de aquel anillo. -La era de los elfos, enanos y hombres se alza sin el Señor Oscuro, tu raza está condenada al olvido.
-Es la era del Hombre, los elfos parten desde los Puertos Grises y abandonan la Tierra Media para jamás regresar -respondió Nagur, jugando su última baza para sobrevivir ante aquel elfo espectral. -Tu gente será también olvidada, un cuento del pasado, mientras los hombres se propagan y construyen sobre tus antiguas tierras sagradas. Al final no quedará nada y tu legado será olvidado para siempre.
-¡Me niego a darles lo que no les pertenece! -gritó furibundo Celebrimbor, agarrando por el cuello a Nagur y mirando en su mente. -Dices... la verdad, las razas antiguas han perdido su peso y lugar en la Tierra Media, los hombres se abalanzan sobre nuestros reinos caídos, para construir sus pocilgas -arrojó a Nagur al suelo y lo miró pensativamente. -Es la hora que un nuevo señor reclame estas tierras, los orcos me servirán y devolveré la gloria a estas tierras baldías.
-Eso...es bueno... te serviremos -gimió Nagur, agarrándose la garganta dolorida con ambas manos y mirando aterrado al espectro. -Yo seré tu voz y voluntad entre los orcos... los hombres desaparecerán o se arrastrarán ante ti...
-Claro que lo harás -asintió Celebrimbor, acercándose y mirando al aterrado Nagur con ojos voraces. -Pero solo necesito tu cuerpo, compartirlo con otros siempre me ha llevado al desastre...
Nagur abrió mucho los ojos de terror, al sentir la mano ardiente del espectro en su rostro y notó como devoraba con crueldad su alma, devolviendo al mundo su agonizante consciencia. Los gritos resonaron en la enorme forja, al salir de su garganta sin parar, mientras se agarraba la mano izquierda, intentando desesperado quitarse el anillo, que brillaba como un sol azul. Las energías envolvieron su cuerpo y este se elevó en aire, cambiando su contrahecha forma por una más adecuada a la nueva alma que había reclamado aquel cascarón de carne. Los chamanes y caudillos se arrojaron al suelo, suplicando y lanzando súplicas de protección al gran ojo de Sauron, mientras el sonido de un martillo invisible resonó sobre el yunque de la forja y los torrentes de lava se encresparon por las energías allí liberadas. Las llamas que envolvían a Nagur se apagaron, mientras descendía hasta posarse ante el yunque ancestral y acarició con cuidado su superficie, su cuerpo y ropas habían cambiado, dejando su forma tosca por otra más refinada pero no menos aterradora. Una melena negra poblaba su anterior cabeza calva, sus deformes y brutales rasgos se habían refinado hasta suavizarse, dándole una belleza cercana a la de los elfos, su piel seguía siendo de un tono oscuro, pero las manchas de pigmentación habían desaparecido por completo. Sus mugrientas ropas se habían transformado en una temible armadura brillo azul espectral y seda de alta calidad lo envolvía como un sudario mortuorio, sus ojos ardían con un fuego fantasmal cargados de odio y una sonrisa cruel apareció en sus labios, mostrando sus colmillos afilados y su voz se alzó clara sobre el ruido de la lava cayendo al vacío.
-Yo soy Cele... Celegar...-dijo Celebrimbor, sabiendo que debía ocultar su verdadera identidad al mundo y tomar una nueva, igual que hizo Sauron cuando lo engañó para hacer los anillos de poder. -La era del Orco comienza, yo os haré fuertes y os reformaré, cambiando esa patética forma por una que haga sentir miedo a los Hombres -alzó su puño en alto, mostrando el anillo forjado por él para usarlo contra Sauron y ejerciendo su poder -Yo soy el Señor de los nuevos orcos, una nueva era se alza para nuestra raza y la Tierra Media.
Los orcos allí reunidos rugieron de aprobación, espoleados por el poder de aquel anillo y ante la visión de su nuevo imponente caudillo. Celebrimbor sonrió de manera cruel, tal vez su alma se corrompió cuando forjó el primer anillo único o tras milenios en el olvido entre la vida y la muerte como un espectro, pero eso ya no le importaba. Ahora reforjaría a los orcos como si fueran acero caliente bajo su martillo de herrero, creando una nueva raza más fuerte y mejor que las anteriores, reclamando todas las tierras de Mordor, Eregion y los enclaves elfos que estaban siendo abandonados por su antigua gente, expulsaría o esclavizaría a los Hombres y se proclamaría como el verdadero gobernante de la Tierra Media. Su era empezaba y no había poder que pudiera detenerlo, sonrió y empezó a caminar hacia la salida de la forja para reclamar a su ejército, mientras era seguido por su séquito de caudillos y chamanes ansiosos de ver qué portentos traería aquella nueva era bajo el dominio de su nuevo señor.
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