Rúbrica

 

El humo ocre de los bombardeos se disipó, dejando ver enormes figuras de servo-armaduras de azul brillante con detalles y adornos de oro, que avanzaban de forma sistemática envueltas en un silencio sepulcral. Asmet alzó su bólter y disparó contra las tropas de Cadia, atrincheradas en los parapetos y en las líneas de trincheras excavadas en la fría tierra. Una vez había sido un guerrero de carne y hueso, que defendió a la humanidad de los horrores de la galaxia en nombre del Emperador, pero ahora era solo un caparazón vacío que luchaba por los caprichos de otros. Varios de sus hermanos fueron alcanzados una salva de los cañones de artillería de los tanques Leman Russ y Basilisk, destrozando sus armaduras en cientos de pedazos y desparramando el polvo de su interior, que una vez fue sus nobles cuerpos de Astartes. Todos los Rúbricas sabían de quién era la culpa de aquella situación, Magnus el Rojo y su bibliotecario jefe Ahriman los habían condenado a un destino de esclavitud eterna. Asmet sabía que Magnus había pecado de arrogancia, creyéndose el ser más sabio de la galaxia, solo para ser engañado por el Dios de las mentiras y usado para saborear los planes del Emperador. Para complicar más las cosas en vez de aceptar las consecuencias de sus actos, había vendido su alma rota y de toda la legión de los Mil Hijos a Tzeentch para salvar su pellejo de la ira de Leman Russ.  Aquel acto los había vuelto traidores declarados y los había unido a las legiones sublevadas de Horus. Asmet dio un traspié al ser impactado en el pecho por el disparo de un rifle de plasma, dejando un enorme agujero en su pectoral que habría matado a un Astarte normal. Regueros de polvo y cenizas cayeron del agujero, como las cascadas de un río, y aun así Asmet siguió avanzando disparando y matado bajo la implacable vigilancia del paladín hechicero Ramset, al que estaban obligados a seguir por la maldita Rúbrica.

-Avanzad y matad a los siervos del Emperador Cadáver -la voz de Ramset resonó en los vacíos cascos de sus Rúbricas esclavos, mientras observaba con arrogancia el campo de batalla sobre un disco volador y lanzaba hechizos de fuego mutador contra las líneas imperiales. -Alegraos hermanos de servir en el gran juego de intrigas de Magnus y del gran Tzeentch.

Asmet se habría girado si hubiera podido y volado la cabeza mutante de Ramset, pero su voluntad no era suya y su caparazón se negaba a obedecerle, condenándole a hacer la demente voluntad de aquel hechicero corrupto. Saltó al Interior del parapeto excavado y disparó, el proyectil incendiario de bólter hizo arder hasta los huesos al comisario imperial, que estaba comandando aquella sección de las trincheras. Desenfundó su cuchillo de combate y empezó a segar vidas entre los ceñudos guardias imperiales. Respetaba a los cadianos, eran guerreros tozudos, que habían resistido durante diez milenios a las Legiones Traidoras y sus Cruzadas Negras. Habían perdido su mundo como los Mil Hijos, pero ese evento en vez de romperles, los había vuelto más determinados a luchar y a seguir fieles al Imperio. Se habría reído de forma irónica si hubiera podido, aquellos mortales habían triunfado donde un Primarca y su Legión habían fallado, siguiendo adelante y aferrándose a sus ideales de lealtad. Los impactos de disparos de rifle láser dejaron unas pequeñas marcas en su servo-armadura y sacaron a Asmet de sus pensamientos, viendo el montón de cuerpos que había matado de forma mecánica bajo las órdenes de Ramset. Tres guardias corrieron hacia él disparando sus rifles láser, alzó su bólter y disparó sin pensarlo dos veces, reduciéndolos a escoria humeante por los proyectiles cargados de fuego mágico. Un largo aullido resonó por todo aquel campo de batalla, indicando que los refuerzos imperiales habían llegado a aquel mundo condenado, los enemigos ancestrales y salvajes de los Mil Hijos habían venido a castigarlos nuevamente.

-¡Hermanos! -la voz de Ramset sonó cargada de amargura y odio, mientras el hechicero reunía a sus huestes para enfrentar a sus antiguos enemigos. -Ya vienen los salvajes del Emperador. Sus lobos están aquí, es hora de vengar la quema de Próspero. ¡Por Magnus! ¡Por Tzeentch!

Asmet quiso gritar a Ramset por ser un imbécil, pues Próspero había ardido por la estupidez y desobediencia de Magnus al Emperador. Igualmente, sus hermanos y él estaban condenados por la culpa de Ahriman, qué presa del horror al ver a la Legión siendo devorada por la Maldición de la Carne, ideó la Rúbrica y la utilizó sin estar seguro de su resultado final. El solo recordar aquel fatídico día hizo temblar toda su servo-armadura, pues Ahriman había empleado unas fuerzas que no pudo controlar. Los aullidos aumentaron de tono y de entre la niebla salieron Astartes enormes enfundados en servo-armaduras grises, estaban cubiertos de pieles de lobo y baratijas totémicas, empuñaban bólters y armas de energía helada. Sintió sus miradas de odio y desprecio, Asmet alzó obediente su bólter y empezó a disparar contra sus enemigos ancestrales, a su alrededor avanzaban sus hermanas con paso lento pero sistemático. Extrañas auroras boreales cubrieron el cielo cuando Ramset usó sus hechizos, haciendo caer una lluvia de rayos sobre los acorazados enemigos que corrían a la carga aullando. A la cabeza de aquellos guerreros brutales, un guerrero destacaba sobre el resto, llevaba una enorme capa de piel de lobo, su pelo negro estaba sujeto en una cola de caballo y sus ojos amarillos fijos en el enemigo, sujetaba con su mano derecha su espada sierra que emitía fulgor helado y dispara con la mano izquierda su pistola bólter con la precisión de un maestro. Asmet lo reconoció en seguida como el Astarte llamado Ragnar Melena Negra, que había herido a Magnus con lanza del propio Leman Russ y evitado que volviera al plano real una centuria atrás. 

Los dos grupos de Astartes chocaron en un frenético combate cuerpo a cuerpo, los Lobos luchaban con salvaje frenesí que se contraponía con el frío y mecánico combate de los Rúbricas de los Mil Hijos. Asmet podía sentir el odio de sus hermanos Rúbricas hacia aquellos salvajes, les culpaban de todas sus desdichas y su estado actual, pero él sabía que se negaban aceptar la triste verdad de que todo era culpa de Magnus, Ahriman y de la Legión, que los siguió como corderos ignorantes al matadero. Sacó su cuchillo de combate del cuello de un Intercesor de los Lobos Espaciales y sintió la sangre manchar su guantelete, alzándolo justo a tiempo de detener un golpe brutal de la helada arma de Ragnar. Asmet retrocedió perdiendo el bólter, parando como podía los abrumadores ataques de aquel Señor de los Lobos, sabiendo que no era rival en su estado de títere sin voluntad propia y que estaba condenado a ser derrotado. Ragnar rugió y lanzó un revés con el arma, rompiendo el cuchillo de Asmet en una lluvia de esquirlas de metal, para luego hacer girar la hoja y atravesar el pectoral dañado del Mil Hijo. Asmet agarró con ambas manos el brazo de Ragnar, atravesándose hasta chocar la empuñadura de la espada con la superficie del pecho y obligándole a mirarle a las lentes de su casco.

-Gracias, hermano -las palabras salieron como un eco del sintetizador vocal del casco de Asmet, que asintió levemente y soltó las manos de Ragnar. -Libérame de mi esclavitud... por favor, déjame desaparecer con honor...

-Que así sea, traidor -Ragnar asintió y sacó la espada de un fuerte tirón, para luego decapitarlo de un solo golpe y lanzar varios metros hacia la atrás el casco vacío de Asmet. -Yo te libero, que el olvido y la muerte te llevé.

Las servo-armadura de Asmet cayó al suelo como un montón de chatarra, desparramando polvo y cenizas de lo que había sido hacía milenios un Astarte, mientras las lentes del casco destrozado perdieron su brillo espectral romperse la conexión con el alma esclavizada. Ragnar lanzó una plegaria a Russ ante los restos de su enemigo y siguió adelante, abriéndose paso como un torbellino asesino y destrozando todo enemigo que se interponía en su camino, en busca del líder hechicero de aquella hueste de guerra de los Mil Hijos. La batalla rugió hambrienta de almas y vidas, reclamando a los caídos de ambos bandos, enviando sus desdichados espíritus a la Disformidad para volver a nacer o ser reclamados por las crueles criaturas, que moraban sus corrientes caóticas como tiburones hambrientos.

El silencioso impregnaba aquel santuario lleno de ataúdes de roca negra abiertos en las que descansaban enormes figuras acorazadas en su interior, el cántico cacareante de los cultistas se mezclaron con las palabras de los hechiceros de los Mil Hijos, formando un extraño estruendo de diferentes tonalidades. Una nebulosa multicolor se formó sobre el techo abovedado, vibró sobre los ataúdes y descargó un rato multicolor en cada servo-armadura, que se iluminaron y convulsionaron sin parar, al cobrar vida con las almas de los legionarios condenados sacadas contra su voluntad de la Disformidad. Se alzaron de sus ataúdes, como titanes que hubieran invernado durante eras y hubieran despertado de su largo letargo, observando silenciosamente a los cultistas arrodillados y a los arrogantes hechiceros de los Mil Hijos, que estaban ansiosos por reclamar a aquellos resucitados Rúbricas. Asmet observó la cámara con frustración silenciosa, le habían arrebatado el descanso de la muerte y ahora tenía la certeza que sería un alma condenada a vagar entre la vida y la muerte eternamente. Escuchó las palabras de su nuevo maestro y su cuerpo acorazado se puso en marcha junto con el resto de sus hermanos, condenados a un ciclo sin fin de servidumbre silenciosa y al olvido de lo que una vez fue, todo por la estupidez y engreimiento de aquellos que creían saberlo todo.


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