El camino a la divinidad.

 

Había sido engañado y utilizado como un simple títere, cada bendición y regalo eran simplemente migajas, lanzadas por sus oscuros dioses para contentarle. Archaon gruñó levemente al seguir aquella línea de pensamiento, mientras descendía sobre las ordenadas filas de la hueste Stormcast con su enorme mantícora demoníaca de tres cabezas conocida como Dorghar. Sintió el aire silbar en el interior de su casco, la fuerza del descenso apretando su armadura maldita como una garra de un gigante y escuchó los gritos de sorpresa, pánico y furia de sus enemigos al impactar contra sus filas. Las promesas de los dioses no se habían cumplido, le prometieron la muerte de Sigmar, un mundo que gobernar y la divinidad. El mundo pretérito había sido destruido, dándose los dioses un banquete de millones de almas y dejando escapar a Sigmar, cuándo ya lo tenían entre sus garras. Ahora las hordas condenadas habían sido arrojadas a aquellos reinos mortales, forjados por los dioses del supuesto orden y liderados por Sigmar, en una batalla aún más encarnizada y cruel. Una sonrisa sarcástica apareció en su curtido rostro bajo el yelmo, mientras segaba vidas con Matareyes y Dorghar destrozaba armaduras con sus poderosas garras reduciendo a pulpa a sus enemigos, sus guerreros se lanzaron como una marea imparable contra los dorados guerreros de Sigmar.

-Be'lakor tenía razón -el susurro de Archaon se perdió entre el tumulto de la batalla y el mar de gritos. -Somos solo peones desechables, jamás volverán regalar tan abiertamente su poder los Dioses del Caos.

Pocos sabían la historia del señor de las sombras, Be'lakor había sido el primer elegido por los Cuatro y le habían dado tanto poder que se convirtió en un semidiós, que podría rivalizar contra sus dioses patrones y acabar con el gran juego. Los dioses que siempre estaban en disputa se pusieron de acuerdo, liberaron el mundo de sus propias garras para únicamente reducir a Be'lakor a una sombra incorpórea, condenada a coronar a los siguientes elegidos de las hordas del caos. Un millar de voces gritaron a pleno pulmón devolviendo a Archaon a la realidad y ver que la batalla había acabado, habían obtenido otra victoria fútil en aquellos reinos y que apenas le acercaba a sus objetivos. Ahora sabía que las mentiras del señor de las sombras eran verdad, jamás lo ascenderían a la demonicidad y no le darían ningún tipo de divinidad, aunque les pusiera a los Cuatro las cabezas de los dioses del orden y la del propio Sigmar a sus pies. Archaon desmontó y acarició el costado de su montura bestial, no hizo caso a las proclamas de victoria y a las hordas de saqueadores de cadáveres, su mirada estaba fija en las danzantes sombras que se formaban entre el humo de los restos de aquella batalla acabada que parecían envolverlos a Dorghar y a él en una densa oscuridad insondable.

-Siempre oculto en la oscuridad, esperando hacer tu jugada -Archaon apuntó con su espada hambrienta de almas, Matareyes se agitó ansiosa entre sus dedos al notar el poder de un enemigo de fuerza inmensurable. -No tendrás mi título, Be'lakor. Si lo quieres tendrás que pelear y créeme que ya no soy el mismo que coronaste.

-No estoy aquí para luchar -la voz de Be'lakor sonó sibilina y con deje de diversión, mientras el Príncipe Demonio tomó forma usando las sombras ante el elegido de los Cuatro. -Han tenido que pasar eras, para que vieras que mis palabras tenían razón. Ahora estoy aquí con un trato que ofrecerte. ¿Me escucharás?

-¿Un trato? -la pregunta salió del yelmo de Archaon con deje divertido y sarcástico a partes iguales, mientras envainaba su espada y lo miraba con recelo a la enorme figura alada de piel negra como la noche que se alzaba ante él. -No tengo otra cosa que hacer, te escucharé mientras mis guerreros se divierten y saquean a los enemigos caídos. Habla rápido y sin mentiras, no estoy de humor para tus juegos retorcidos y tus palabras sibilinas.

Belakor se rio cruelmente y asintió, de sus finos labios salió un leve susurro y la sangre de los muertos cercanos se convirtió en vapor, para arremolinarse ante ambos elegidos del Caos, formando una superficie cristalina rojiza totalmente pulida. En su interior era visible un espacio de realidad en mitad de los mares del Caos y los Reinos, oculto a la mirada de Dioses y mortales. Arracandas de las mareas cósmicas, cientos de islas de roca flotantes llenaban el lugar, eran restos del mundo pretérito de la antigua nación llamada Ulthuan, sobre la que había erigidos monolitos de piedra blanca de los que salían pesadas cadenas con el único propósito de encarcelar a un Dios. Archaon se asombró al reconocer a la figura titánica encadenada, cegada, ensordecida y privada de sensaciones de Slaanesh, a la cual era obligada a regurgitar las almas rotas de aelfos para ser reforjadas por los nuevos autoproclamados dioses aelficos. Ahora entendía por qué los seguidores del Dios de los excesos estaban tan mermados en poder y la guerra entre sus diferentes príncipes demonio, todo para ocupar su trono vacío de su divinidad patrona. Aquella revelación podía desembocar en una guerra contra los reinos, pero también en una carrera por encontrar a Slaanesh y darle fin en ese estado, reclamando su poder y sus huestes. La sonrisa de Be'lakor se ensanchó, igual que la de un depredador ante su presa, pues ahora entendía Archaon el propósito de su visita. Aquel engañoso y cruel ser que era Be'lakor quería su ayuda, para liberar o incluso reclamar el trono de Slaanesh y finalmente conseguir ser un Dios del panteón oscuro.

-Estás aquí por qué necesitas encontrarlo y tú solo no puedes -sentenció Archaon, sopesando cada camino y opción que se abría ante sus ojos gracias al ojo de Seeridan. -¿A caso quieres volver a intentar la jugada de usar su poder como con Urshun?

-No, con Slaanesh solo hay dos opciones -Be'lakor se rio al hablar, desplegando sus enormes a las de murciélago y alzando sus brazos al cielo. -Matarlo y reclamar su puesto o liberarlo y esperar una gran recompensa, en ambos casos saldríamos ganando -su voz sonó melosa y tentadora, como la de una amante susurrando lascivamente en el oído de Archaon. -Si unimos mi hueste demoníaca y tus guerreros, ganaremos la carrera por encontrar al Dios de los placeres prohibidos.

-Que unamos fuerzas, no significa que me fie de ti -contestó rotundamente Archaon, sabiendo que solo un imbécil confiaría en alguien tan traicionero como aquel príncipe demonio. -¿Cuál es el camino por el que debo dirigir a mis huestes, Be'lakor?

-Iremos a Hysh y atacaremos Lumineth -Be'lakor sonrió al pronunciar el nombre de la raza bajo el dominio de Teclis y Tyrion, el antiguo alto hechicero y el antiguo Rey Fénix, ahora ascendidos a nuevos Dioses. -Teclis es uno de los carceleros de Slaanesh, seguro que en su reino hay un portal a la prisión del Dios. Te esperaré en las landas de Imaldir...

El espejo, la oscuridad que los envolvía y el propio Be'lakor se volvieron jirones de vapor arrastrados por el frío viento, dejando solo a Archaon entre los cadáveres y los miles de saqueadores de cuerpos. El plan de Be'lakor era osado y casi demente, pero el premio que podía obtenerse lo valía con creces. Archaon montón en su monstruosa quimera Dorghar y se preparó para mover a sus guerreros, sabía que Be'lakor intentaría traicionarle tras utilizarlo como un peón para conseguir sus planes y eso era un arma, que podría usar en contra de aquel demoníaco ser. Sonrió ampliamente al imaginarse al ascender al fin a la divinidad, que tanto se le había negado y ver arrastrándose ante él a sus enemigos humillados. La chispa de la codicia y el deseo dejó atrás la desidia y el hastío que sentía Archaon, la eternidad sin ser el siervo de ningún otro ser se abría ante él, solo debía reclamarla a cualquier precio y acabar con cualquier necio que se interpusiera en su camino, incluso aunque fueran los propios dioses a los que había jurado pleitesía.

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