El Peregrino.

Aquel planeta tenía su importancia en la historia de la galaxia, para muchos su nombre era un mito olvidado de una era de héroes y traiciones, para otros era algo aún más reciente en sus recuerdos y un lugar sagrado de una promesa a la espera de ser cumplida. El Imperio de la Humanidad olvidaba con frecuencia sus grandes victorias y derrotas, sitios emblemáticos y que debían ser de verdadero culto caían en el olvido, por descuido o intencionadamente. Xandre sabía que en este caso era el segundo motivo, Ullanor era un planeta que marcaba el punto álgido del Imperio y el inicio de su decadencia hacia una guerra civil, que hizo arder la galaxia. Su ceño se frunció, su rostro cubierto de cicatrices se contorsionó en una mueca de fría furia, al ver como aquellos miserables Xenos conocidos como Tau, habían transformado aquel mundo sagrado. El enorme continente aplanado por las titánicas máquinas del Mechanicus era ahora un mundo agrícola, lleno de poblaciones y campos de cultivo, se podía ver explotaciones pesqueras en el mar que lo rodeaba y flotas de barcos surcar sus brillantes aguas. Un anillo orbital estaba en construcción, para poder acoger a una flota de combate y además de tener suficientes defensas como para proteger aquel mundo. Su acorazada mano derecha acarició el orbe en forma de ojo que sobresalía de su pectoral, Xandre recordaba haber tomado aquel objeto del cuerpo sin vida de su Primarca, Horus Lupercal. Desde ese día llevaba diez milenios de peregrinación, recorriendo la galaxia por los mundos donde Horus había dejado su impronta psíquica en la Gran Cruzada y en la Herejía. 

-Que la flota se prepare -gruñó Xandre, apartándose del Oculus del puente de mando y volviendo a su asiento de capitán. -Quiero ver destruido ese anillo orbital y las naves que lo protegen -su mirada estaba fija en Ullanor, ansioso por posar sus pies en aquel mundo sagrado y restaurarlo a su antigua gloria. -Luego arrasaremos a esta escoria Xenos, como hizo Horus con los Orkos que moraban en este mundo hace diez milenios.

Un rugido de satisfacción salió de la garganta de sus guerreros, ansiosos por matar a los profanadores de aquel sagrado lugar y usar sus cráneos como ofrenda al Primarca. La flota avanzó en formación a toda velocidad, disparando todo su armamento pesado contra las pocas naves de defensa del sistema y el anillo orbital. Xandre observó en silencio reverencial como sus capitanes destrozaban las naves Tau, transformándolas en pequeños soles que iluminaban durante unos segundos el vacío estelar. Dio la orden y los enormes cañones de su nave clase Gloriana corrupta dispararon, reduciendo a chatarra ardiente el incipiente anillo orbital y haciendo caer una lluvia de restos ardientes sobre la superficie del planeta. Una sonrisa de cruel satisfacción apareció en su rostro al ver los impactos de las explosiones y dio la orden de posicionarse para un desembarco planetario. Los cañones y baterías de defensa planetaria respondieron desde la superficie, dañando a la barcaza de batalla Ezekyle que se escoró y chocó brutalmente contra uno de sus cruceros escoltas, reventando ambas naves y dañando a las más cercanas. Xandre se levantó de su trono sin importarle las pérdidas que acaba de sufrir su flota, habían muerto en pos de la santa cruzada oscura de restaurar un mundo conquistado por su difunto Primarca. Su escolta de legionarios lo siguió en silenciosa procesión, todos los esclavos y guerreros se apartaban a su paso, agachando su cabeza y pronunciando una plegaria a Horus Lupercal. Xandre entró en la de lanzamiento ventral de su nave, legionarios de negra armadura y detalles recargados en latón con el ojo de Horus en sus hombreras se montaban en las cápsulas de desembarco Dreadclaw, para ser arrojados en descenso libre contra las posiciones enemigas y abrir una cabeza de playa. Entró en su cápsula y se sentó, se puso los arneses de seguridad y luego sintió el tirón de la eyección de la misma, al ser arrojada sin piedad alguna contra el planeta a toda velocidad. Los guerreros de su escolta cantaban plegarias en Cthoriano al antiguo y difunto Señor de la Guerra, algo que habría enfadado al Saqueador y sin dudarlo Xandre se unió a ellos compartiendo aquel breve momento de hermandad, recordando en los largos segundos de descenso cada batalla de la Gran Cruzada y de la Herejía bajo el mando de Horus.

Los propulsores de la cápsula se activaron, frenando el brutal descenso y posándose sobre el embarrado suelo de Ullanor. Xandre se liberó del arnés de seguridad, ansioso de llevar la muerte a aquellos miserables Xenos adoradores de su estúpida filosofía del Bien Supremo, se puso en pie y descendió por una de las rampas de la cápsula, que se había abierto como una macabra flor de acero. Desenfundó su bólter y avanzó hasta la zona de cobertura más cercana, que era un destrozado canal de riego y disparó de forma automática. Podía ver a los guerreros de la Casta del Fuego con sus largas carabinas, asistidos por flotantes drones que les marcaban de forma sistemática los blancos enemigos. Gruñentes Kroots se lanzaban hambrientos al combate cuerpo a cuerpo contra la masa de cultistas, que reían o rezaban de forma demente a la vez que luchaban de forma fanática. Escuadras de soporte de humanos atraídos por la filosofía Tau disparaban apoyando a las Armaduras Crisis, que se movían a toda velocidad por el campo de batalla disparando sus armas de fusión y plasma contra los acorazados invasores. Tanques gravitatorios Cabeza de Martillo se enfrentaban a los Land Raiders, Predators y Profanadores de la Legión Negra en un duelo de salvas de artillería. Una enorme armadura KV128 avanzaba descargando mortíferas salvas de misiles y disparos, barriendo las posiciones de los invasores y obligándolos a permanecer a cubierto. Unidades de armaduras sombra aparecían y desaparecían usando su camuflaje holográfico, atacando a los enemigos desprevenidos. Xandre escupió una flema ácida contra el suelo, era hora de demostrar el poder de la Legión desatada, dio la orden de ataque y los rugidos de asentimiento de cada uno de sus paladines de escuadra resonó en los receptores auditivos de su casco.

La enorme armadura KV128 se posicionó para lanzar nuevas salvas, cuando un enorme Dragón Infernal descendió de los nubosos cielos y cayó sobre ella, bañándola en fuego disforme y despedazándola con sus garras pedazo a pedazo. Los Arrasadores y Exterminadores avanzaron haciendo rugir sus pesadas armas y buscando el combate cuerpo a cuerpo con las Armaduras Crisis, mientras escuadras de Espolones de Disformidad entraban y salían de la realidad, atacando a las armaduras Sombra Tau. Rugientes Poseídos y Deformes engendros se enzarzaron en un sangriento combate con los salvajes Kroots, mientras las escuadras de legionarios avanzaron al unísono contra las escuadras de la Casta del Fuego y las tropas de apoyo humanas. Aquel lugar era su verdadera iglesia y santuario, pensó Xandre sonriendo a la vez que se abría paso a golpe de espada de energía y disparos de bólter, escoltado por su escuadra de elegidos. Ese era el verdadero modo de veneración y no la estupidez de los Portadores de la Palabra, que construían catedrales en honor a los Dioses. El celo y la voluntad se demostraban en batalla, no construyendo edificios vacíos e inútiles. Apartó esos pensamientos y sonrió igual que un lobo, al ver a uno de los afamados Etéreos de los Taus, liderando dos escuadras de guerreros de la Casta del Fuego y lo señaló en desafío con su espada de energía. El Etéreo alzó su enorme espada a dos manos y se adelantó a responder al desafío, Xandre río entre dientes, pues aquellos Xenos eran muy predecibles por su obsesión por el honor. Sin pensarlo dos veces, desenfundó su bólter que había fijado a su pernera izquierda y disparó contra el sorprendido alienígena casi a bocajarro. El proyectil explosivo impactó en el torso del Etéreo, explotando en su interior y partiéndolo en dos a la altura de su cintura, desparramando sus entrañas por el embarrado campo de batalla. Los guerreros de la Casta del Fuego furiosos ante la muerte del Etéreo se lanzaron a la carga, solo para ser despedazados por las armas demoníacas de la escolta de elegidos de Xandre, mientras lanzaban plegarias y oraciones de muerte en honor a Horus.

-Estúpidos Xenos -susurró Xandre, cogiendo el torso del Etéreo y ensartándolo en uno de los pinchos de trofeos de su generador dorsal. -Vamos, todavía tenemos que pescar un pez gordo en este charco putrefacto.

Como si sus palabras duras proféticas, una armadura de combate blanca descendió del cielo, disparando su blaster de iones y su cañón rotatorio, mientras un dron flotaba a su alrededor, desplegando una pantalla de energía para protegerle de los disparos de bólter. Los elegidos se lanzaron a la carga, ignorando los disparos de forma fanática y disparando contra el escudo de energía que protegía al Comandante Tau, que respondió disparando y matando a los dos primeros enemigos, reduciéndolos a pulpa sangrante bajo una desmedida potencia de fuego. Xandre sacó un par de granadas de fragmentación de su cinturón y las arrojó cerca del Comandante enemigo, explotando destruyendo al Dron y levantando una fina niebla de polvo y barro por la metralla. El Comandante Tau activó los marcadores de blancos láser de sus armas y disparó sus armas contra las figuras acorazadas que se movían en la niebla, matando a un enemigo e hiriendo a dos más. Xandre aprovechó el momento y salió a la carga detrás de su enemigo, agarrando con sus manos acorazadas los generadores de los propulsores dorsales y tirando de forma brutal para arrancarlos. La alarma térmica resonaba en el interior del casco de Xandre y se mezclaba con el rugido de los propulsores de su enemigo, la pintura negra de su servo-armadura se cuarteó y cayendo como escamas quemadas, la ceramita se enrojeció como si acabará de salir del horno de la forja, los adornos de bronce y latón se derritieron formando ríos dorados. El Comandante Tau maldijo en su asqueroso idioma desesperado, disparando contra las figuras acorazadas que se aproximaban hacia él y poniendo los motores al máximo para librarse del enemigo que lo apresaba en aquella posición. Empapado en sudor e ignorando el abrasador calor, Xandre tiró con más fuerza y arrancó los propulsores con los generadores, mientras rugía como un animal herido y pateaba la espalda de su enemigo. La armadura del Comandante Tau cayó hacia delante por la inercia de la patada en su espalda y no tener sus propulsores para detener aquel impulso, derrumbándose de boca contra el destrozado suelo. Xandre clavó sus guanteletes al rojo vivo y empezó a arrancar trozos de blindaje, capa por capa de forma metódica como si pelará algún tipo de crustáceo enorme, hasta dejar al descubierto la cabina del piloto. Allí lo vio, enfundado en un mono negro y con un pectoral de color terroso con el símbolo de la Casta del Fuego en su pecho, el Comandante Tau gruñó y desenfundó un cuchillo de su cinturón, saltando sobre el Astarte Traidor para apuñalarlo. Xandre agarró con fuerza la muñeca derecha de su enemigo, la tela del mono ardió y el olor a carne quemada por el calor le llegó a través de los receptores olfativos del casco, aumentó la presión y escuchó el crujido de la muñeca romperse, mientras de forma inclemente posó su mano izquierda en el rostro del alienígena a presión contra la azulada piel. Un grito de dolor salió de la garganta del Comandante Tau, al sentir como si rostro se quemaba por la palma de la mano blindada ardiendo al rojo vivo, marcando su rostro y abrasando su piel de forma brutal. Xandre lo soltó y su enemigo cayó de espaldas al interior de la cabina, jadeando de dolor y mirándolo con una mezcla de odio y dolor a partes iguales.

-¿Por qué hacéis esto? -balbuceó el Comandante Tau, pronunciando las palabras en gótico imperial de forma tosca, con el quemado rostro contorsionado por el dolor. -Este mundo era un jardín fértil y utilizable para vosotros. ¿Por qué arrasarlo hasta los cimientos? ¿Por qué atacáis un mundo pacífico?

-Por qué este mundo es sagrado para mí -respondió Xandre acariciando el orbe en forma de ojo de su pectoral, que parecía observar al alienígena de forma cruel. -Este es un castigo a los que profanan el legado del Señor de la Guerra Horus Lupercal. Este mundo será arrasado y devuelto a su estado original, antes que pusierais vuestros sucios pies en él -lo señaló de forma despectiva y se giró mirando como los campos ardían con una sonrisa en los labios. -Vivirás el tiempo suficiente para ver si gloria restaurada.

Miles de prisioneros Tau, Humanos y Kroots trabajaban en silencio, bajo la cruel mirada de los capataces Astartes armados con electro-látigos, reconstruyendo la larga calzada que cruzaba el enorme continente de extremo a extremo. Enormes pebeteros de roca negra llenos de prometium ardían con danzantes fuegos, iluminado las cabezas ensartadas en postes de los guerreros alienígenas y humanos que habían sido asesinados en la reconquista de Ullanor. Xandre se arrodilló sobre la tierra cubierta de ceniza, había encontrado el lugar exacto donde había estado el estrado donde el Emperador y los Primarcas habían observado desfilar a las Legiones, proclamando a Horus como Señor de la Guerra. El mismo punto donde Horus se había proclamado así mismo nuevo emperador y reclamado la fidelidad de las Legiones Traidoras, antes del asalto al Segmentum Solar y a la antigua Terra. Con cuidado extrajo el orbe en forma de ojo de su pectoral, cualquiera que lo viera pensaría que era una gema más y una simple decoración, pero era mucho más que eso, era el Ojo de Terra. Un artefacto creado en la era Oscura de la Tecnología y entregado por el Emperador a Horus como señal de mando, un soporte psíquico que grababa en su interior la mente y experiencias de su dueño, para poder ser transferida a un nuevo cuerpo en caso de ser asesinado. Se concentró y lo alzó con ambas manos, pronunciando palabras rituales que no podrían salir de una garganta mortal, zarcillos de energía rojiza salieron de la tierra quemada y fueron absorbidos por el orbe, extrayendo la impronta psíquica dejada diez milenios atrás de Horus Lupercal. Xandre observó el Ojo de Terra y sintió que la presencia del propio Señor de la Guerra le observaba, para luego colocar el orbe otra vez en su pectoral con cuidado reverencial. Pronto su peregrinación acabaría y Horus volvería a caminar en la galaxia, solo quedaba un último lugar al que debía ir, la sagrada y antigua Terra. Allí residía la última impronta psíquica de su Primarca, sonrió por la ironía de que el mundo donde murió sería el que vería su renacimiento y la muerte del Emperador.

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