La pasarela elevada gemía con cada paso que daba Fabius Bilis, mientras observaba desde su ventajosa posición las vivisecciones de los quirófanos de bajo de él. El sonido de las sierras cortando hueso, los escalpelos abriendo la carne, el gorgoteo de los tanques de suero que se mezclaban con los gemidos y gritos de dolor, formando una dulce sinfonía en sus oídos de la cual nunca se cansaba de escuchar. Su enorme figura acorazada estaba recortada por las luces de los enormes focos que iluminaban el lugar, su bata de piel humana crujía con cada paso que daba y sus azulados ojos eran dos perlas brillantes en un rostro estirado y envejecido por la corrupción del Caos y la enfermedad que lo consumía. Copias genéticas de Fabius trabajaban con cruel fascinación en cada quirófano, rodeados de asistentes y servidores para desentrañar el nuevo misterio genético de los Astartes Primaris y de los Custodios, que había capturado en su última incursión en busca de nuevo material.
Una sonrisa amarga apareció en su rostro, pues hacía poco que había perdido una base de operaciones importante y varias de sus versiones, todo por culpa de una coalición de Ángeles Sangrientos y Desgarradores de Carne. Destruyendo el progreso del proyecto Emperador Oscuro y liberando a varias decenas de especímenes vitales para sus investigaciones. Un príncipe demonio le había susurrado el nombre del principal culpable, el Sargento Rafen de los Ángeles Sangrientos. Sus espías lo habían estado observando desde ese mismo instante, para vengarse en el momento adecuado de él. Fabius siguió avanzando por la pasarela, mirando cada operación cómo un águila a una presa desde un peñasco. Asentía ante el preciso trabajo de sus contrapartes, sabiendo que luego le transmitirían todo lo que habían aprendido en el concilio Medicae. Se detuvo al final de la pasarela, que se conectaba con su elevado quirófano privado e introdujo con cuidado el código numérico en el teclado de acceso de la puerta de seguridad, que siseó al abrirse y dejó salir hilos de frío vapor congelado.
Entró con paso tranquilo, haciendo repiquetear su báculo en el suelo de mármol, a la vez que lo recibían dos de sus ayudantes, envueltos en sucias túnicas quirúrgicas y con los rostros tapados con pesados respiradores. En el centro de aquel quirófano, sobre una enorme mesa de operaciones yacía un Custodio, atado con fuertes correas y totalmente desnudo, su cuerpo esculpido genéticamente estaba iluminado por los focos quirúrgicos empotrados en el techo. Enormes tubos llenos de líquido burbujeaban junto a las paredes cubiertas de escarcha por el frío aire, varios carritos de metal cargados de instrumental estaban siendo acercados a la mesa de operaciones por los ayudantes, deseosos de servir a su amo y no convertirse en su próximo experimento. Bilis sintió la mirada de odio del Custodio, sabía que lo estaba maldiciendo e insultando, por suerte o desgracia lo habían sido amordazado, para evitar sobre todo que se mordiera la lengua o activará algún truco nemotécnico que le ayudará a suicidarse. Su mano enguantada paso por el torso del Custodio, acariciando con una suavidad inusitada los tatuajes en espiral de los nombres que se había ganado, mientras evaluaba por donde empezar a operar.
-Hoy tengo un espécimen interesante en mis manos -dijo Bilis para sí mismo, para luego mirar a uno de sus ayudantes. -¿Habéis activado las cámaras de grabación? El concilio querrá examinar la intervención y vivisección de este ejemplar.
-Si maestro -asintió uno de los ayudantes enmascarados, activando las cámaras de la sala quirúrgica desde una de las consolas. -Las cámaras han empezado a registrar todo, el espécimen no ha sido anestesiado y tampoco sedado, tal como solicitasteis, para poder ver sus reacciones al proceso.
-Excelente, entonces es tiempo de empezar a trabajar -respondió Bilis sonriendo y dejando su báculo a un lado de la mesa quirúrgica, mientras cogía de uno de los carritos un enorme cuchillo de carnicero como si fuera un liguero bisturí. Los brazos mecánicos del Cirujano se cernían sobre el Custodio, a la vez que le quitaba la mordaza con su mano libre -Sentirás unas pequeñas molestias y dolor, pero tranquilo estás en manos de un apotecario experimentado... ja ja ja ja.
-Púdrete, cerdo traidor -rugió el Custodio escupiendo a Bilis y forcejeando inútilmente con las ataduras de la mesa de operaciones. -Soy un elegido del Emperador, no temo a la muerte y tampoco a la tortura.
Sin hacerle el más mínimo caso, pasó el filo de la hoja del enorme cuchillo por el pecho del Custodio, haciendo la incisión inicial y empezando a separar con cuidado la carne de las gruesas costillas. Una sonrisa demente apareció en sus delgados labios, al escuchar el gruñido de su víctima, intentando contener sus gritos de dolor, mientras lo seguía abriendo de forma metódica, igual que un carnicero abriera a un cordero para sacar las entrañas del animal. Los servo-brazos del Cirujano graparon la carne y piel retirada de forma metódica con grapas quirúrgicas rápidamente, los servidores aspiraban con finos tubos la sangre de la zona para que su maestro pudiera ver con claridad lo que hacía. Fabius dejó en enorme cuchillo manchado de sangre en el carrito y abrió su mano derecha, pidiendo la sierra para huesos al asistente más cercano. El ayudante se la entregó de forma reverencial y Fabius observó la hoja aserrada durante un largo minuto, fascinado por su brillo antes de empezar a utilizarla. Sin miramientos empezó a serrar la caja torácica, los gruñidos del Custodio empezaron a subir de tono y resonar por el congelado quirófano, mezclándose con el rítmico ruido del serrado de huesos y del suero goteando por los finos tubos hasta las venas de sus enormes brazos. Con una sonrisa de satisfacción, Fabius dejó la sierra y agarró con sus manos enguantadas el costillar del Custodio, para luego tirar con fuerza brutal y arrancarlo de cuajo, dejando a la vista los brillantes pulmones y el corazón mejorados genéticamente. Brillaban como bellas perlas dentro de una ostra, agitándose por el dolor y los nervios estimulados de la adrenalina del miedo segregado por las glándulas suprarrenales.
-Interesante...-susurró Fabius, palpando con profesionalidad médica los pulmones y el corazón de su obligado paciente. -Al contrario que un Astarte, un Custodio, no tiene órganos extra adicionales como el tercer pulmón o el segundo corazón -lo dijo dirigiéndose al ayudante que tomaba notas de cada comentario y observación, para no olvidar nada y en caso de que las grabaciones fueran dañadas tener un respaldo físico. -Aunque se nota una mejora genética refinada en su cuerpo, este nivel de modificación se ha tenido que realizar a una edad incluso más temprana que a un aspirante a las Legiones de Astartes. Todo esté refinamiento, lo hace incluso mejor que un Legionario, está casi al nivel de perfeccionamiento que un Primarca y los secretos de su creación ocultos en la mente del comatoso Emperador.
-¡Ahggg! -gimió el Custodio, mirando con ojos vidriosos a Fabius y cargados de odio hacia aquel demente cirujano. -No sé qué es peor, que me hurgues las entrañas o escuchar toda tu asquerosa verborrea de ciencia profana...
-Vaya... incluso en un estado de dolor extremo y sin sedación es capaz de mostrar sarcasmo -Fabius sonrió de forma macabra, mientras comprobaba los intestinos, hígado y riñones. -Los órganos del sistema digestivo y renal están reforzados, para aguantar venenos de una forma incluso más eficiente que un Astarte, pero sin la capacidad de poder absorber o digerir cualquier elemento como alimento y los recuerdos de un enemigo devorado.
-Que alguien me sede...-susurró el Custodio, volviendo a forcejear las ataduras de la mesa de operaciones a la que estaba atado. -Por qué al menos no tendría que aguantar tu cargante voz, Traidor -cada palabra vibraba cargada de agónico dolor por la macabra y violenta intervención quirúrgica. -Ahora entiendo por qué no estás con tu maldita Legión, ellos no soportarían tu cháchara sin sentido...
-Eres el paciente más gruñón que he tenido, normalmente únicamente gritan y piden piedad -Fabius se apartó del cuerpo abierto y caminó hacia la cabeza del paciente, para acariciar con cuidado su frente y estudiar la estructura ósea de la cabeza. -Habrá que analizar esta cabeza tuya y ver tu precioso cerebro, para comprobar si tu comportamiento es algo genético o implantado con adoctrinamiento psicológico. Tal vez sientas un pequeño dolor en la cabeza...
Fabius apretó las correas de la cabeza del Custodio y uno de los servo-brazos con una sierra circular del Cirujano descendió hacia la frente del inmovilizado paciente. La sierra cortó de forma rápida la carne y el hueso de la parte superior del cráneo, formando un ecuador brillante y sangrante en la cabeza del paciente con precisión milimétrica. Las manos enguantadas de Fabius tiraron con delicadeza de la tapa del cráneo y dejaron al descubierto el húmedo cerebro del Custodio, que observó con malsano deleite y empezó a clavar agujas conectadas a largos cables de latón. Fabius dio la orden y a sus ayudantes activaron una máquina con diodos eléctricos, que lanzaron descargas que energía que recorrieron los cables de latón y estimularon el brillante cerebro. El cuerpo del Custodio se convulsionó de forma incontrolable, presa de la estimulación involuntaria del sistema nervioso por las elevadas corrientes eléctricas. Los ayudantes apuntaron cada reacción y movimiento, mientras Fabius cogió otra vez el enorme cuchillo y empezó a abrir el cerebro de su víctima viva, como le habían enseñado los Hemúnculos Drukhari en la ciudad oscura de Cammorragh, desconectando con cuidado las funciones motoras, sensoriales y del habla de su ahora babeante paciente. Observó fascinado lo rápido reaccionaban los nervios, como se intentaba regenerar su sistema mejorado para reparar el daño, que causaba sistemáticamente sobre el cerebro y el cuerpo de aquel sujeto tan interesante. Sonrió ampliamente complacido y sacó muestras de sangre con un servo-brazo rematado en una jeringa con viales vacíos, sabiendo que tal vez en aquel elixir de la vida podría encontrar la cura a su enfermedad, que le obligaba a clonarse y transferir su conciencia de forma periódica al nuevo cuerpo. Agitó ante su envejecido rostro uno de los viales, ansioso de probar la sangre del Custodio y ver el resultado en un sujeto vivo.
-Será mejor poner en hielo al espécimen -ordenó Fabius guardando los viales en uno de los bolsillos de su larga bata de retales de piel humana y señalando uno de los tanques. -Cerradlo y almacenarlo en el tanque seis bajo criogenia, siempre puedo necesitar más muestras de sangre fresca y quiero seguir jugando con él más adelante.
-Sí, Primogenitor -respondió el ayudante jefe, haciendo una reverencia y preparándose para volver a cerrar a Custodio. -Lo cerraremos y guardaremos según sus estrictos procedimientos. Sabemos lo ocupado que está y lo valioso que es su tiempo, como para gastarlo en tareas menores.
Fabius Bilis ni lo escuchó, simplemente se giró y apoyándose en su báculo, salió del quirófano con paso tranquilo, mientras su mente daba vueltas a miles de ideas de cómo usar el ADN y la sangre del Custodio en sus dementes experimentos. Al fin tendría la cura a su enfermedad, podría mejorar a sus nuevos hombres y crear algo mejor que los Primaris de aquel tecnomaníaco de Belisarius Cawl, demostrando que el verdadero maestro de la ciencia genética en la galaxia era únicamente él. Volvió a mirar a los diferentes quirófanos que había debajo de la pasarela, buscando con la mirada cuál sería su próximo conejillo de indias en el uso de aquel precioso fluido vital que transportaba. ¿Uno de los cirujanos sirvientes? ¿Uno de sus nuevos hombres? ¿Tal vez un Astarte Traidor? ¿O por qué no uno de sus clones y probar la cura antes de aplicársela a sí mismo? Una risa maníaca y cargada de crueldad salió de su garganta, resonando por todo el enorme laboratorio, haciendo que todas las miradas se fijarán en él. Incluso sus propios clones sintieron un terrible escalofrío recorrer sus columnas, ante las implicaciones de aquella imagen de su demente creador y lo que podría estar pasando por su retorcida mente científica.
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