La luz de las antorchas iluminaban las oscuras sombras de las catacumbas, un hombre salió de la oscuridad dando tumbos, para finalmente caer de rodillas al suelo totalmente agotado. Sus ropas estaban cubiertas de hollín y sangre, su pelo estaba enmarañado y sucio, su rostro era una máscara de odio puro, sus ojos miraron cruelmente a la oscuridad de dónde había salido, él era Jack el Destripador. Las sombras se expandieron y el fuego de las antorchas tembló, cuándo Marie salió de ellas con paso tranquilo, la luz iluminó su pálido rostro y sus oscuros ojos se posaron en Jack, una sonrisa divertida apareció en sus sensuales labios rojos, en su cuerpo no quedaba rastro de las heridas infligidas en la pelea contra los agentes de Scotland Yark. Podía sentir el odio de su asesino, las ganas que tenía de apuñalarla y matarla otra vez, como había hecho en aquel lúgubre callejón, antes que ella fuera llevada a la oscuridad por su amo y salvador.
-Vamos asesino, mi maestro espera -la voz de Marie sonó suave y seductora, sin apartar la mirada de Jack. -Y te aseguro que no querrás hacerle esperar...
-¡Que se joda tu amo! -respondió con un gruñido Jack, poniéndose en pie desafiante y buscando algo que utilizar como arma con la mirada. -¡Te juro que voy a destriparte a ti y a tu amo!
-¡Cállate y camina! -Marie impuso su voluntad de una forma brutal sobre la mente del Destripador, llena de ira y harta de perder el tiempo. -Ahora sígueme y permanece callado, maldito estúpido.
La réplica murió en los labios de Jack y empezó a moverse en contra de su voluntad, mientras su mente parecía sumirse en un estado de sonambulismo. Sin ni siquiera mirar atrás, Marie se internó en los pasajes de las catacumbas, como si fueran los salones de un palacio, esquivando con facilidad a las ratas, las telarañas y los montones desperdigados de restos humanos. Marie se paró frente una pared, tocó un ladrillo de aspecto derruido y sonó un clic, momentos después la pared tembló y se abrió dejando ver un pasillo iluminado por lámparas de gas. Entró con tranquilidad, sabiendo que Jack aún la seguía presa de su influjo, mientras escuchó como se cerraba el muro tras ellos. Estandartes, pendones y estatuas bellísimas decoraba el pasillo, tenía puertas finamente decoradas de cedro labrado y sus pasos resonaban por el suelo de mármol. Marie abrió una de las puertas, entrando en un enorme salón de baile exquisitamente decorado, el techo colgaban enormes arañas de cristal y plata, sus pasos apenas hacían ruido en el pulido suelo de caoba al cruzarlo, para ir hasta la puerta del fondo del salón y cruzarla sin ni siquiera mirar la decoración de la habitación. Salieron a otro pasillo, cruzándose con hombres y mujeres vestidos igual que Marie, que no les prestaron la más mínima atención, ocupados en sus quehaceres y deberes para con su maestro. Se pararon al final del pasillo, dónde había una gran puerta de roble con el emblema de un dragón rojo grabado y guardada por dos hombres armados con fusiles, al ver a Marie abrieron la enorme puerta para que entraran, dejándolos pasar al interior de aquella sala. Jack se asombró al entrar en lo que parecía un enorme salón del trono sumido en sombras, colosales columnas esculpidas con la forma de hombres y mujeres suplicantes sostenían el oscuro techo abovedado del cual colgaban durmientes murciélagos del tamaño de mastines. Una enorme alfombra roja cubría el suelo desde la entrada hasta un estrado de madera en el fondo de la sala, dónde había un hombre enfundado en una armadura roja como la sangre y más pálido que cualquier muerto que hubiera visto en su vida. El pálido hombre estaba sentado en un trono construido solo con huesos humanos, las paredes estaban cubiertas de tapices con terribles y amenazantes escenas, que perturbaron la mente de Jack. Marie se arrodilló frente la figura sentada en el trono, una sonrisa apareció en sus labios, al notar como Jack temblaba por el poder de su amo.
-Mi señor, he vuelto -la voz de Marie sonó con suavidad y sumisión, mientras sus ojos se alzaron levemente hacia su amo. -Mi misión ha sido un éxito, aquí tenéis al Destripador.
-Bien trabajo, niña -la voz de Drácula retumbó por toda la sala y su oscura mirada se fijó en Jack con cruel interés. -Bienvenido al reino de la noche, el mundo oculto tras sombras de la sociedad de la humanidad. Yo soy el conde Drácula, señor de la cábala, quiero que nos sirvas a partir de ahora.
-Yo no sirvo a nadie -respondió sudoroso Jack, por el esfuerzo de mantener la mirada al poderoso vampiro y controlar todas sus funciones corporales. -No tienes nada que ofrecerme, ni que me interese, vampiro.
-Al contrario, tengo todo lo que necesitas y quieres -la voz de Drácula se volvió suave y casi compasiva, a la vez que señaló con un dedo a Marie. -Sé lo que es perder a quien amas, pero yo tengo poder sobre la muerte como puedes ver. Soy el único que puede devolverte a tu querida Ana.
-¿Cómo no sé qué estás mintiendo? - la pregunta salió de forma temblorosa de los labios de Jack, ante la posibilidad de ver a su querida Ana viva otra vez. -Si me la devuelves, juro que te serviré, pero si me engañas...
-Bien, pronto tendrás a tu querida Ana -una terrible sonrisa apareció en rostro de Drácula, complacido con el resultado. -¡Dad la bienvenida a nuestro nuevo miembro, hermanos!
De las sombras que producían las columnas apareció un grupo hombres, moviéndose con tranquilidad absoluta y sin apartar sus miradas del nuevo miembro de la cábala. Jack los miró desafiante, estudiando cada uno de sus movimientos, buscando un motivo para atacar y matarlos a sin piedad alguna. El primero de ellos salió a la luz, un hombre vestido con un traje totalmente blanco y un sombrero de copa a juego, su rostro era regio y sus ojos lo miraron de forma calculadora, en sus labios había una sonrisa de diversión. El segundo hombre era alto y fuerte, llevaba un traje negro y una capa oscura de forro interior rojo, la mitad de su serio rostro estaba cubierto por una máscara de porcelana y sus ojos azules miraban a Jack con odio demente. El tercer hombre salió detrás de una de las columnas cercanas al trono, su rostro era pálido y su mirada inquieta, vestía pantalones negros y una larga túnica blanca de cirujano manchada de sangre, su pelo negro caía desordenado y enmarañado dándole un aspecto de estar loco. El cuarto integrante de la cábala salió detrás de Jack, medía sus buenos dos metros y sus enormes músculos se marcaban en el traje de cuero oscuro, sus ojos mostraban una inteligencia brutal y su pelo rojo estaba recogido en una cola de caballo, su rostro permanecía duro e inflexible sin mostrar emociones. Drácula los fue saludando uno a uno y con sus manos acorazadas los fue señalando en orden de aparición, presentándolos al peligroso asesino nocturno. Los nombres de profesor Moriarty, el Fantasma de la ópera, doctor Frankenstein y señor Hyde resonaron por todo el salón del trono, cuándo Drácula los dijo con voz sobrenatural, salida de ultratumba que haría temblar al más curtido de los hombres.
-Bien, ya casi estamos listos -dijo Drácula sentándose otra vez en su trono, luego miró pensativo a Marie. -Cuéntanos quién se interpuso en tu camino esta noche, niña.
Marie se tensó al sentir la mirada de su señor y de toda la cábala sobre ella, sabiendo cuál era su deber e impelida por la compulsión de obedecer a su amo, empezó a narrar lo sucedido. Describió con detalle a cada hombre y el nombre de aquellos que se le habían opuesto, qué sabía por haberlos observado y vigilándolos desde la oscuridad de las sombras, a la espera de capturar al Destripador. Marie notó como se tensaban de forma involuntaria varios componentes de la cábala, cuándo mencionó el nombre de Sherlock Holmes y del Doctor Watson. Drácula golpeó con su puño derecho el reposabrazos de su trono, en su rostro apareció la furia al escuchar la descripción del asesino que había matado a sus seguidores con suma facilidad y macabra eficiencia. Todos temblaron ante la ira que irradiaba Drácula, la oscuridad parecía retroceder, asustada de la furia del señor de los vampiros, Marie se quedó inmóvil, temiendo continuar e incrementar la furia de su oscuro maestro.
-Van Helsing… esa maldita estirpe de cazadores de vampiros -refunfuñó Drácula, para luego suspirar y hacer un ademán con la mano a Marie. -Tenemos trabajo que hacer, puesto que nuestros enemigos están haciendo causa común contra la cábala, sean conscientes o no de ello.
-No te preocupes, sabía que algo podría así podría suceder -la voz de Moriarty sonó con suavidad y de forma tranquilizadora en el tenso ambiente. -Mañana al anochecer, tendrás en tus aposentos los planes de como deshacernos de ellos. Ahora deberíamos retirarnos y descansar, ha sido una noche larga de victorias y revelaciones.
Drácula asintió apaciguado, dejando marchar a todos sus compañeros, ordenando a Marie que le enseñará al Destripador sus aposentos. Cuándo se quedó solo en el su salón del trono, una sonrisa cruel apareció en su pálido rostro, sabiendo que estaba a un paso de conseguir su objetivo y que nadie se interpondría en su camino. Pronto sería un Dios y nadie me podrá detener, Drácula se recostó en su trono y rio de forma funesta ante aquel maligno pensamiento que bullía en su antigua mente.
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