Algo iba terrible mal, Kairos Tejedestinos observó el Pozo de la Eternidad y vio cómo la realidad se estaba desmoronando lentamente, para ser sustituida por otra nueva línea temporal. Se apoyó en su báculo y escudriñó con sus cabezas aviares, buscando desesperado el punto de ruptura con meticulosa vigilancia. Tras lo que le pareció una eternidad, al fin encontró el punto donde la historia había empezado a cambiar, eso heló su malvado y podrido corazón. La Gran Cruzada del Emperador era el punto de ruptura y cambio, un siglo antes de que los Cuatro Dioses volvieran en contra del Imperio la mitad de las Legiones Astartes. Necesitaba ayuda si quería retroceder a aquella era y corregir el cambio de la historia, debía forjar una incómoda alianza con otros tres grandes demonios de los otros poderes y el problema era que el tiempo corría en su contra, solo esperaba que aquellos que llamaba para su encuentro aparecieran.
Kairos caminó por las calles de la antigua ciudad Aeldari, aquel mundo fue arrasado y devorado por Slaanesh en su nacimiento, los restos de su voraz banquete estaban desperdigados por todos lados y aún resonaban los gemidos de los millones de almas devoradas. Se detuvo en la plaza central de la ciudad, una vieja y elaborada fuente seca se alzaba como un viejo recordatorio de las glorias de los caídos Aeldari, apartó la mirada y vio como su otros tres invitados habían llegado. El primero era el furibundo Skarbarnd, avanzaba dejando huellas humeantes y en su musculoso cuerpo de piel rojiza aún eran visibles las heridas provocadas por Khorne, al rebelarse contra el colérico Dios de la Sangre. Sujetaba con fuerza sus hachas gemelas y su mirada de desprecio era evidente para Kairos, sus alas destrozadas colgaban de su espalda como una ajada capa mecida por el cálido viento. Una risa melódica y casi musical llamó la atención de Kairos, la forma esbelta y de sensualidad andrógina de N'kari caminaba por la plaza de forma juguetona, sonriendo de forma seductora y engreída a los presentes, mientras se acariciaba con dos de sus cuatro brazos de manera lasciva y sugerente. En olor a la empalagosa mezcla de perfume y feromonas hizo enfurecer a Skarbarnd, que odiaba con todo su ser al gran demonio del Dios de los Placeres Prohibidos. El zumbido de un millar de moscas y las risitas desquiciadas de un centenar de nurgleletes anunció la llegada del último de los cuatro grandes demonios, Ku'gath. El padre de plaga y gran inmundicia de Nurgle los miró con ojos reumáticos, transportando su inflamado e hinchado cuerpo sobre una enorme masa de nurgleletes, dejando un rastro de suciedad y contaminación a su paso. Tumores y bubones cubrían cada centímetro de su podrida piel, los desgarrones en su enorme vientre mostraban sus brillantes entrañas y sujetaba con sus sucias manos una enorme espada oxidada que exudaba una combinación de mil enfermedades diferentes. Los cuatro se miraron con recelo y odio heredados de sus Dioses patrones, acumulados de milenios de lucha en el gran juego por el predominio de sus hermanos.
-Sed bienvenidos -dijo Kairos con sus cabezas gemelas a la vez, haciendo una reverencia comedida hacia los otros tres grandes demonios. -Gracias por acudir a mi llamado a esta reunión de urgencia.
-Déjate de palabras enrevesadas y florituras, Kairos -gruñó Skarbarnd, mientras asía con fuerza sus hachas, intentando contener su ira y lanzarse a la carga contra sus enemigos jurados. -Mi paciencia es muy poca y mi ansia de asesinato es muy grande. ¿Para qué nos has reunido aquí?
-Por poco que me guste estar de acuerdo con un burro salvaje como Skarbarnd, debo darle la razón -N'kari lo dijo con un tono de burla provocadora, ansioso de volver a enfrentarse al Devorador de Almas exiliado a la vez que miraba intrigado con sus ojos negros a Kairos. -¿Qué es tan importe como para reunirnos los cuatro aquí?
-Algo ha sucedido -la voz cáustica de Ku'gath salió de su enorme e hinchado pecho, mientras sus nurgleletes guardaban silencio ante su maestro y observaban sin dejar de jugar entre ellos. -Los noto en mis reumáticos huesos. ¿Qué ha pasado, Kairos?
-Esta línea temporal está desapareciendo -dijo la cabeza derecha con voz tétrica, mientras la otra asintió levemente antes de proseguir ella con la explicación. -Alguien o algo ha cambiado el pasado, eso ha cambiado el futuro y condenado este presente -las dos cabezas sonrieron al ver la alarma y el miedo en aquellos grandes demonios. -Está afectando más rápido al espacio real, que a la Disformidad, pero aun así también nos alcanzará. No hay lugar a donde escapar o huir.
-Mmmm...-N'kari lo miró con una extraña mirada de éxtasis y una lujuriosa sonrisa, al pensar qué sensación le traería el cambio. -¿Y qué tiene de malo que cambie algo el futuro?
-Eso a mí no me importa -Skarbrand bufó, listo para irse sin hacer caso de la advertencia de Kairos. -Igualmente, habrá matanza y guerras dónde cosecha cráneos para Khorne.
-Lo importante es lo que no ha dicho Kairos -Ku'rgath se rio y escupió una flema de moco verde al suelo que se transformó en un nuevo nurglelete, que se puso a dar brincos ante la gran inmundicia. -¿Cuándo empezó el cambio temporal y como nos afecta?
-Al fin, alguien lo suficientemente listo, para pronunciar la pregunta correcta -Kairos se regodeó y se apoyó en su largo cayado antes de responder. -En la Gran Cruzada del Emperador de la Humanidad, antes que los Cuatro clavarán sus garras en Lorgar y empezará a esparcir la fe en el Caos entre las Legiones. ¿Creo que todos entendéis lo que eso significa, verdad?
Los otros tres grandes demonios se miraron aterrados ante la respuesta de Kairos, pues sus implicaciones podrían suponer la muerte para todos ellos. Si no se producía la Herejía de Horus, el Emperador de la Humanidad conseguía su objetivo de esparcir la Verdad Imperial en la ciencia y desapareciendo las religiones, acabando con los cultos de adoradores a los Dioses hasta reducirlos a meras sombras o incluso desaparecer. Eso sería la victoria del Emperador y la supremacía de los humanos, como habían diseñado los Ancestrales antes de caer ante los Necrontyr y los C'tan. Kairos esperó, observando con cierto deleite malicioso el miedo de sus contrapartes por el aciago futuro que tenían ante ellos. Sus dos cabezas carraspearon y alzó su mano derecha de forma estudiada para llamar su atención, pues tenía un plan y ellos eran peones necesarios para qué llegará a buen puerto.
-Es cierto que es un momento crítico, pero aún estamos a tiempo de poder cambiar este terrible suceso -las dos cabezas hablaron a la vez de forma sincronizada, para demostrar que decía la verdad y que por una vez debían confiar en uno de los elegidos del Dios de los engaños. -Usando nuestro poder viajaremos al pasado, tomando posesión de nuestras formas de aquel tiempo y en secreto arreglaremos el pasado -evitó soltar una carcajada al ver el brillo de la esperanza en los ojos de los otros demonios y se preparó para hacer una oferta incluso más tentadora. -Y por qué conformarnos con solo arreglar el pasado, podemos corromper a todas las Legiones de Astartes y sus Primarcas, ser mucho más que peones de nuestros patrones...
-Qué tentadora oferta -se río N'kari ante lo que proponía Kairos, golpeándose levemente los labios pintados con una de sus uñas lacadas. -Sustituir a nuestros dioses y que tomemos el poder que nos merecemos.
-Sí...me gusta -rugió Skarbarnd, ansioso de venganza por las heridas y el exilio que le infligió Khorne por su furiosa rebelión. -Llevaré la verdadera guerra a la galaxia a la cabeza de Legiones de guerreros y no sentado en un trono sobre cráneos.
-Está bien hagámoslo -Ku'rgath asintió deseoso de lanzar plagas, sin que Nurgle las probará en Isha. Odiaba la desconfianza que tenía en sus capacidades y por eso utilizaba a su secuestrada esposa, la diosa de la vida y fertilidad Aeldari. -Haré que la entropía y enfermedades nunca vistas surjan en la galaxia.
-Vemos que contamos con vuestro incondicional apoyo -dijeron al unísono las dos cabezas de Kairos, sonriendo de forma malvada y señaló con el báculo la derruida puerta a la Telaraña Aeldari del otro extremo de la plaza. -Crearemos un portal usando esa derruida entrada a la Telaraña, que nos llevará diez milenios al pasado y a volver a ocupar nuestros cuerpos de aquella época. Empecemos el ritual y volvámonos los Dioses que deberían haber sido nuestros señores.
Los otros tres grandes demonios asintieron y formaron una frente al portal junto con Kairos, que había empezado a recitar las primeras palabras del ritual de forma precisa. El viento se arremolinaban alrededor de ellos, atraído por el poder y la energía que exudaban los cuatro seres disformes, mientras arcos electrónicos multicolores recorrían el derruido portal Aeldari. Kairos alzó su báculo y lanzó un torrente de energía mística contra la estructura de hueso espectral, uno a uno, los demás grandes demonios lo imitaron, alzando sus armas en dirección al portal y arrojando su propia energía en la estructura, que se iluminó ante el poder que intentaba contener. Una membrana de energía líquida se formó en el portal, tan pulida como un espejo y a la vez ondulante como el agua de un estanque al arrojar una piedra en su interior. Kairos jadeó, agotado y asintió con ambas cabezas, el portal era estable y solo tenían que cruzarlo, varios nuevos futuros aparecieron ante sus ojos y en ellos se veía como un Dios, que sustituiría al propio Tzeentch y gobernaría su propio panteón. Ansioso por las visiones empezó a avanzar hacia el portal, sabía que los otros tres le seguían, los susurros de sus ambiciones y sus expresiones eran claras para un maestro manipulador como él. Tocó con su garra izquierda el portal y sintió las mismas mareas del tiempo que en el Pozo de la Eternidad, pero modificadas para viajar por el tiempo. Sin dudarlo, cruzó la membrana del portal junto con los otros tres grandes demonios, siendo arrojado por el tiempo y el espacio hacia su anterior yo, mientras su forma disforme era zarandeada por un torbellino de colores cambiantes y enloquecidos, que incluso unas mentes como las de aquellos seres apenas podían soportar.
Una oscura figura salió de las sombras de los edificios en ruinas, su servo-armadura gigantesca estaba envuelta en oscuridad, apenas rota por las llamas espectrales que salían de las junturas, los adornos eran de huesos de los mártires y los traicionados del Imperio. Sus enormes brazos metálicos de ponentes músculos parecían relumbrar con las auroras de aquel mundo, mientras sujetaba un enorme martillo de energía a dos manos. Su cabeza era un cráneo en llamas, que flotaba sobre el cercenado cuello de la armadura, una aureola ardiente iluminaba unas facciones etéreas de lo que fue un rostro fuerte y bello. Una vez estuvo vivo, ahora era un espectro vengador al servicio de su Padre en la muerte, era el señor de la Legión de los Condenados, Ferrus Manus e iba a evitar que aquellos seres hicieran lo que quisieran en el pasado. Avanzó con paso rápido, seguido por unas docenas de sus legionarios espectrales, cruzando el portal que empezaba a cerrarse y volviendo al pasado, a un tiempo donde estaba vivo.
-Eso es Ferrus, evita que suceda este futuro e Imperio moribundo -susurró el esquelético cuerpo del Emperador, sonriendo por primera vez en diez milenios, desde que fue encadenado al Trono Dorado. -No podrás evitar los cambios que he hecho en el pasado, Kairos. He usado toda la energía de las almas entregadas al Trono y de la Cicatriz Maledictus para reescribir el pasado, para hablar conmigo mismo y evitar el ascenso de los Cuatro.
Los Custodios observaron la escena asombrada, al ver a su señor sonreír y se arrodillaron ante aquel milagro en silencio total, sabiendo de forma inconsciente que el Emperador estaba complacido y que algo había trazado con su voluntad divina.
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