Destino de matador

 El crepitar del fuego rompía el silencio ceremonial de aquella capilla del templo de Grimnir, las estatuas de los ancestros talladas en la fría piedra observaban entre la oscuridad de aquella sala. Karnir sujetó con cuidado el pequeño cuchillo y lo pasó por el cuero cabelludo, rasurando sus largos mechones de pelo negro, sus ojos azules miraban fijamente a las llamas que ardían en el horno del templo y arrojaba cada mechón al fuego como ofrenda. Su anterior vida había quedado atrás, lo había perdido todo a manos de las bestias, su familia, sus amigos y su clan en aquel ataque nocturno al pequeño asentamiento minero de Unlar-kar. Se pasó su mano derecha notando la fina fila de pelo que iba desde el final del cuello hasta en inicio de su frente, solo quedaba un camino para él y era uno teñido en sangre. Entregó el cuchillo y cogió el cuenco que le ofreció uno de los sacerdotes, untándose el pelo con aquel tinte rojo que dejaría para el resto de lo que le quedará de vida de ese color. Su mirada se alzó hacia la enorme estatua de su Dios y solo sintió una frialdad absoluta tallada en piedra mirarlo, como si fuera una mota de polvo en aquella habitación. Karnir se giró sobre sí mismo y recogió su hacha rúnica, sabiendo que la muerte había venido a su encuentro.

Las calles de Karak-Kadrin eran un hervidero de guerreros, el sonido de las forjas resonaba sin pasar y se mezclaba con las chanzas de borrachos de los Matadores que esperaban ansiosos a que empezará el asedio. Su deambular, llevó a Karnir a las murallas de la ciudad fortaleza y se apoyó en las almenas, observando la zona ante la fortaleza que había sido deforestada a propósito, para no dejar ningún punto de protección a cualquier ejército enemigo que quisiera sitiarlos. No estaba solo allí arriba, había artilleros preparando los lanzavirotes, las catapultas y cañones, pero también había matadores y guerreros que oteaban el horizonte en busca del enemigo. Las cejas de Karnir se alzaron al ver a una extraña pareja sobresalir entre todos, un matador tuerto y enorme que sujetaba con sus poderosas manos una hacha rúnica cargada de poder, que estaba acompañado por un alto humano de larga cabellera rubia, envuelto en una capa roja y que acariciaba una espada con empuñadura de cabeza de dragón. Sabía quién era aquel extraño y mortal dúo, Gotrek Gurnisson y Félix Jeager. Ambos eran una leyenda, habían limpiado las tumbas reales de Karak Ocho Picos, se habían enfrentado a las hordas Skavens en Nuln, viajado a los Desiertos en la máquina voladora de Malakai Makaisson y derrotado en Karak-Dum a un Devorador de Almas, matado al dragón mutado y liderado la defensa de Praag contra el paladín de Tzeentch, Arek Corazón de Demonio. Dónde ese par aparecía, les seguía la muerte y la guerra, pero también la esperanza de que un poder se oponía a las fuerzas oscuras. 

El sonido tribal de los tambores y los cuernos de caza apartaron de sus pensamientos a Karnir, sus ojos se clavaron en la linde donde empezaban los oscuros y enmarañados bosques. Enormes mastines deformes salieron aullando, corriendo a toda velocidad pero manteniendo las distancias entre ellos y la forteza enana. Batidores Ungols de pelaje ralo y aspecto más humano, avanzaban con paso cauteloso, armados con arcos cortos o lanzas y escudos de tosca fabricación. Aquellos seres eran en el mejor de los casos patéticos y débiles, la vanguardia exploradora de las manadas de hombres bestia que eran totalmente sacrificables. Las manos de Karnir apretaron en mango de su hacha, haciendo que sus nudillos se pusieran blancos por la fuerza que ejercía. Los Gors aparecieron con sus cabezas astadas, sus rostros eran una combinación de rasgos humanos y de ganado, sus pies astados pisaban la tierra con saña y estaban equipados con trozos de armaduras saqueadas herrumbrosas. Entre ellos había enormes figuras que sobresalían, deformes trolls mutantes con rostros de expresión estúpida que arrastraban toscos garrotes, furiosos minotauros sedientos de sangre gruñían alzando sus enormes hachas y engendros deformados caminaban a trompicones guiados bajo los influjos mágicos de chamanes bestiales, envueltos en sucias túnicas de piel humana y enarbolando sus callados rematados en cráneos. Una docena de titánicos monstruos avanzaron derribando decenas de árboles a su paso, gigantes deformados, Gorgonas de rostro vacuno con cuatro brazos rematados en garras y enormes Cigors ciclópeos que arrastraban enormes bloques de piedra para arrojarlos como catapultas vivientes. Un mar de carne y pelaje aullante se removía ante los defensores, gruñendo, vociferando y lanzando plegarias inteligibles a los Dioses del Caos. Un enorme hombre bestia cubierto por una cota de malla y piezas de armadura herrumbrosas se alzó sobre su carro de guerra y señaló la fortaleza con su hacha, dando la señal silenciosa a su manada de atacar.

Los cañones tronaban, las catapultas lanzaban rocas con runas de odio esculpidas y los lanzavirotes arrojaban enormes arpones contra la berreante horda. Los ballesteros y arcabuceros disparaban salva tras salva sin descanso, pero eso no aminoró el ímpetu de las bestias que corrían hacia las murallas pisoteando a los muertos y heridos, reduciéndolos a pulpa sangrienta bajo sus pezuñas. Las primeras toscas escalas se alzaron hacia los muros con una media docena de bestias subiendo ya por ellas, los grupos de guerreros y matadores las empujaban hacia el foso erizado de púas de acero, lanzando martillazos y hachazos contra las cabezas astadas de las primeras bestias en intentar saltar desde las escalas a las almenas. Calderos de aceite y brea ardiendo se derramaban desde las murallas, pesé a todo parecía como si aquellos monstruos no tuvieran fin o sentido común para retroceder. Karnir se agachó esquivando una cimitarra del Gor que tenía delante y lanzó un hachazo a la altura de las rodillas de la bestia, mutilándola y arrojándola al suelo berreando de dolor, sin pensarlo dos veces aplastó la cabeza del monstruo con su pesada bota y siguió avanzando por las almenas, matando bestias de forma mecánica. Los cuernos sonaron y las bestias dejaron de cargar contra las murallas, mientras hacían chocar sus armas contra sus escudos y rugían al poniente sol.

Karnir respiró profundamente y miro su parte del lienzo de la muralla, el suelo estaba cubierto de sangre y vísceras, cadáveres de bestias monstruosas y guerreros enanos yacían mezclados en aquel escenario de demente matanza. Los matadores rieron y se burlaron de las bestias, ansiosos de enfrentarse a los monstruos más aterradores y brutales de la horda para encontrar una muerte heroica. Los guerreros del clan, arcabuceros, mineros y barbaslargas arrojaban al foso los cuerpos muertos de las bestias en silencio, mientras las sacerdotisas y sacerdotes enanos daban sus últimas bendiciones a los defensores caídos en sombría solemnidad. Karnir apoyó la espalda sobre la fría roca de las almenas sintiéndose agotado, estaba conmocionado por la escala de muerte y por sentirse a la vez tan vivo por la emoción de poder conseguir la redención.

-Arriba chaval -dijo sonriendo un anciano matador, mostrando una amplía sonrisa en su curtido rostro lleno de cicatrices y ofreciéndole una enorme mano a Karnir. -Soy Morkai Morkarsson, un matador de gigantes y tengo ganas de hacer algunas muescas más en mi martillo -su voz mostraba confianza y su mirada estaba fija en los gigantes de la manada. -¿Es tu primera gran batalla, barbanueva?

-Sí, a esta escala…-Karnir asintió y estrechó la mano de Morkai, observando al veterano Matagigantes sonreírle de manera divertida. -Soy Karnir Karnisson, tu servicio y al de tu clan -dijo el saludo formal entre los enanos, para luego seguir la mirada de su compañero hacia la berreante horda. -¿Sabes por que se han detenido las bestias?

-Esto solo ha sido una toma de contacto -Morkai señaló con su martillo en lo más profundo del campamento enemigo. -Han soltado a los más hambrientos de guerra y desesperados para tantear, ahora vendrá el verdadero golpe -como si sus palabras fueran proféticas, se podía ver como se empezaban a alzar torres de asedio toscas, montar arietes brutales y pasarelas rudimentarias. -Mañana será un día largo y sangriento, pero lleno de oportunidades para una muerte heroica.

Karnir asintió en silencio, sabiendo que su compañero tenía razón y por eso el resto de Matadores se habían ido a beber a las tabernas. A su gente les gustaba regodearse en las glorias de antaño y en los agravios infligidos por otras razas a los enanos. Morkai le dio un leve codazo y le ofreció una petaca con whisky kislevita, sin pensarlo dos veces lo cogió y dio un largo trago sin apartar la mirada a la horda. Le dio un ataque de tos y miró asombrado el recipiente, pues esperaba un licor flojo típico de los humanos, escuchó la risa socarrona de Morkai y su enorme manaza golpear amigablemente su espalda, para luego quitarle la petaca y dar un largo trago. Los cuernos y timbales despertaron a Karnir, que no recordaba haberse quedado dormido, se desperezó y sintió la leve punzada de dolor en la cabeza de la resaca de haber estado bebiendo. Morkai estaba plantado a un par de metros de él, sonriendo de manera siniestra al observar las enormes torres de madera y cubiertas de cuero avanzar empujadas por la marea de bestias. Karnir se puso a su lado y miró ceñudo, mientras los cañones disparaban contra las torres de asedio y las de demás armas a distancia contra la apiñada muchedumbre. Una sombra oscureció el cielo, una roca del tamaño de una casa se estrelló contra las murallas y derribó una balista situada sobre un torreón defensivo. Los ciclópeos Cigors mugieron y siguieron lanzando enormes piedras contra las murallas, arrasando zonas de almenas y provocando daños entre los defensores. Dos docenas de girocopteros salieron volando desde la fortaleza interior de Karak-Kadrin, cono si fuera un pequeño enjambre de abejas furiosas, al ser golpeada su colmena. Las máquinas voladoras sobrevolaron la horda, arrojando un reguero de bombas en cada pasada y se dirigieron hacia los Cigors, disparando sus arcabuces de repetición compra aquellos enormes monstruos.

Karnir vio como las torres de asedio llegaban a las murallas y dejaban descender sus pasarelas, dejando salir enormes minotauros rugiendo y echando espuma por la boca, enarbolando hachas oxidadas para abrir un sendero de sangre entre los defensores enanos. Detrás de aquellos musculosos monstruos, se abrían paso grupos de bestiales Gors y Ungors, ansiosos de mostrar su valía ante sus impíos dioses. Karnir y Morkai se lanzaron a la carga contra el primero de aquellas enormes moles de músculo, que intentó despedazarlos con sus enormes hachas. Los dos enanos se apartaron a la vez y golpearon sincronizadamente en las rodillas del minotauro, derribándolo como si fuera un árbol talado. Morkai alzó su martillo y reventó la cabeza de bestia, mientras Karnir partió de un golpe descendente al primer Gor de una manada que cargaba contra ellos. Los dos matadores golpeaban y atacaban sin parar, el suelo estaba empapado de sangre, excrementos e icor, haciéndolo resbaladizo y volviendo lento el avance de los guerreros. Escenas de loca matanza se desarrollaban a su alrededor, Karnir sabía que era únicamente cuestión de tiempo que fueran superados, debían detener el flujo de entrada de enemigos a las almenas. Una sonrisa apareció en sus labios al ver el cadáver de un minero enano, que aún se aferraba a una de las cargas de demolición utilizadas para despejar afloramientos de roca dura en las minas. Agarró la carga y miró a Morkai, que le sonrió ampliamente divertido ante su alocada idea y asintió riéndose.

-Que cabrón eres, Karnir -dijo Morkai, abriendo un sendero de muerte para su compañero en dirección hacia la torre de asedio más cercana. -Te quieres ir a lo grande como un jodido Matabestias...

-Te jodes, Morkai -se rió Karnir con la mirada fija en la torre y empezando a manipular la carga de demolición con cuidado. -Yo me encargo de toda la chusma que sube, los gigantes y demás monstruos grandes son tuyos. ¿Te parece bien el trato?

-Cojonudo, tenemos un trato -asintió Morkai feliz como un niño, mientras veía como otros matadores habían tenido la misma brillante idea que su compañero y corrían hacia las torres con cargas de demolición o bombas de mecha. -Eso sí, guárdame un buen sitio en los salones de Grimnir.

-Eso está hecho -contestó Karnir, subiendo a la pasarela de la torre de asedio con la carga de demolición ya en marcha y colgada a su espalda. -Te voy a demostrar como se hacen las cosas a lo grande, Matagigantes.

Karnir corrió por la pasarela, lanzando hachazos a los hombres bestias que salían a su encuentro. Sabía que tenía que internarse dentro de la torre de asedio, para destruirla totalmente y de paso llevarse unos cientos de bestias a la muerte con él. Un minotauro armado con un hacha a dos manos se interpuso en su camino, mugiendo como una vaca y alzando su pesada arma para partirlo en dos. Karnir se arrojó entre las piernas de la bestia y le dio un hachazo en la entrepierna, una sonrisa cruel apareció en su empapado rostro al ver como se doblaba el monstruo y gemía de forma aguda. Se introdujo en el interior de la torre de asedio, decenas de ojos bestiales lo miraron con furia asesina, bestias de todas las formas y tamaños se lanzaron a la carga contra aquel matador. Un enorme hombre bestia se encumbró entre el resto, apartando a los Ungors y Gors sin importar si se caían de la rampa al vacío central. Karnir reconoció a aquel monstruo, era el señor de la manada, aquel que había dado la orden de atacar y sabía que ese ser estaba bendecido por sus oscuros y malditos dioses. El tic tac del temporizador de la carga resonaba en los oídos del matador, mientras se enfrentaba aquel deforme ser del caos en cuerpo a cuerpo. La bestia se rio, sabía que su enemigo estaba cansado y herido, solo era cuestión de tiempo que lo derrotará y arrojará su cadáver al resto de su manada para ser devorado. Karnir alzó su hacha para detener el golpe de la bestia, pero no fue suficiente y recibió un tajo que le abrió una herida desde el hombro derecho hasta la cadera izquierda, sus piernas se aflojaron y cayó de rodillas.

-Yo… ganó estúpida bestia…-gruñó Karnir al escuchar el tintineo del cronómetro de la carga al llegar a su fin. -Hoy tacho un agravio...

Las carga de demolición explotó, interrumpiendo la frase de Karnir y haciendo reventar la torre de asedio desde dentro en una tormenta de fuego. Derrumbándose en llamas y aplastando a decenas de hombres bestias en un mar de fuego, madera y cuerpos ardiendo. Como si hubiera sido una señal o una orden silenciosa, las otras torres de asedio fueron destruidas con ataques suicidas de matadores con cargas de demolición de manera casi sincronizada. Morkai observó la escena con una gran sonrisa de asombro y santificación, el sacrificio de Karnir había sido el guijarro que había provocado el derrumbe de asedio enemigo. Alzó su martillo en honor al joven matabestias, se preparó para descender de las almenas y unirse al resto de matadores. Sabía que el Rey Matador no dejaría pasar la oportunidad de lanzar un ataque directo a aquellas bestias y tachar agravios del pasado con la sangre de sus enemigos, la verdadera batalla estaba por comenzar. Morkai sonrió sabiendo que una muerte gloriosa le rondaría en aquel campo de batalla, aquella noche estaría brindando con Karnir otra vez en los salones de Grimnir con su honor al fin restablecido.

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