El ruido era atronador, millones se apiñaban en los niveles inferiores y subterráneos de Coruscant, igual que un hormiguero masificado. La brillante República y la esperanza de los Jedis, habían sido sustituidos por el miedo y la opresión del Imperio. Senia caminaba entre la multitud, como un número más, totalmente anónima con sus ropas, que la hacían parecer una pordiosera, escuchando los rumores y observando los movimientos de las bandas de los niveles inferiores y de las tropas imperiales. Una sonrisa apareció en su sucio y juvenil rostro, a los ojos de los demás era una las entre los miles huérfanos de las guerras Clon. Se colocó la capucha y caminó por los callejones del subnivel trece-trece, hasta llegar ante el edificio de dos plantas de fachada vapuleada del Orfanato Mace. Entró en silencio en la pequeña recepción, el viejo droide de protocolo tras el mostrador asintió levente al verla y pulsó un botón oculto bajo el mostrador, haciendo que los paneles ocultos de la pared del fondo se movieran, dejando a la vista un ascensor oculto. Senia entró con paso rápido y pulsó el botón de descenso al sótano, quedando en la penumbra al cerrarse la puerta corredera y empezar a descender el ascensor. Sintió el suave tirón del ascensor al llegar al sótano y la puerta de la carlinga se abrió, media docena de puntos rojos luminosos aparecieron en su cuerpo, alzó sus manos y caminó despacio.
-Desde la oscuridad de las sombras vigilamos -dijo Senia con suave claridad para qué la escucharán aquellos que la apuntaban con sus armas.
-Para un día llevar la justicia de la luz -respondió uno de los guardias ocultos. -Sé bienvenida, Senia. El Maestro te espera en sus aposentos.
Senia asintió levemente, pasando entre el grupo de niños y niñas armados con blasters con miras láser, que hacían guardia protegiendo aquella entrada. Vestían trajes de entrenamiento gris de polímeros flexibles y resistentes, sus cuerpos estaban en forma por el rígido entrenamiento. Avanzó por el largo pasillo, a su derecha e izquierda pudo vislumbrar los campos de tiro, los gimnasios, campos de pruebas, aulas y talleres de aprendizaje llenos de estudiantes. El Maestro los había recogido, dado un hogar y un propósito, algunos de ellos serían adoptados y se infiltrarían en las estructuras de poder, administración y militares del Imperio, otros serían agentes de la Orden, creando nuevos orfanatos, recabando información y llevando a cabo actos de sabotaje o asesinato. Un largo suspiró salió de sus labios al llegar ante la puerta de los aposentos del Maestro, se tranquilizó repitiendo mentalmente los mantras que la habían enseñado y cruzó el umbral de la puerta. Los aposentos del Maestro estaban divididos en dos habitaciones y un baño, la primera era un cuarto normal con una cama, varias taquillas, un banco de trabajo y un escritorio. La segunda era donde seguramente esperaba el Maestro, una sala de entrenamiento y meditación totalmente acondicionada para su uso exclusivo. Senia recorrió el dormitorio y entró en la sala de entrenamiento, allí estaba su mentor, sentado con las piernas cruzadas, concentrado en su meditación a través de la Fuerza. Lo observó con detenimiento, llevaba un traje de entrenamiento gris bajo su túnica holgada de color arena, su mano derecha era una prótesis mecánica y su curtido rostro de piel oscura estaba cubierto con marcas de quemaduras eléctricas, su cuero cabelludo totalmente afeitado brillaba por el sudor y su cuerpo exudaba un aura de poder concentrado.
-He regresado, Maestro -dijo Sania con suavidad, sentándose en la esterilla sobre sus rodillas y plantando sus manos sobre sus propias piernas. -¿Qué es lo que desea?
-Bienvenida, mi estimada estudiante - respondió abriendo los ojos Mace Windu, el último maestro Jedi de Coruscant sonriendo levemente con amabilidad. -¿Qué información has conseguido, Senia?
-Los clones se están rebelando contra el Imperio, por qué están siendo sustituidos por soldados humanos -Senia respondió rápida y concisa, sin dar rodeos innecesarios, pues sabía que su maestro debía de estar muy ocupado. -Se quieren deshacer de ellos como si fueran basura. Además, hay rumores de que los ciudadanos que son encarcelados por cualquier crimen, están siendo enviados a instalaciones penales desconocidas, para no volver independientemente de su tiempo de condena.
-Palpatine se está deshaciéndose de aquellos que ya no necesita, como lo hizo con los Jedis y los Separatistas -Mace Windu lo dijo con suavidad, mirando pensativo a su aprendiz y acariciándose el mentón con su mano biónica. -La desaparición de los presos debe ser parte de uno de sus nuevos planes, debemos investigar con cuidado y prepararnos adecuadamente ante esta posible amenaza del Emperador.
-Sí, mi maestro -asintió pensativa Senia, sabiendo que debería indagar más en aquel asunto. -También se ha trasladado al Inquistorium, por el incidente de hace unos días provocado por la persecución de Darth Vader a dos Inquisidores rebeldes.
-Vader...-Windu pronunció el nombre con asco, sabía quién era en verdad, había sentido su aura al vigilarlo personalmente en aquel incidente desde las sombras. -Eso es bueno, son menos ojos sobre nosotros, creerán que nadie es tan osado para esconderse bajo sus narices -se puso en pie y desenfundó su sable de luz, mostrando una hoja blanca de energía y demostrando su equilibrio total en la Fuerza. -Senia Sardac, en el día de hoy te conviertes en la primera caballera Ardai. Hoy eres una sombra en la sociedad, un rostro anónimo entre la multitud, una vigilante silenciosa que actúa sin dejar rastro. ¿Aceptas este honor mi aprendiz?
-Yo lo acepto -respondió sorprendida Senia, viendo el sable de luz posarse con rapidez en sus hombros y cabeza a toda velocidad, sin llegar a tocarla, sintiendo la emoción y el orgullo de ser digna de la confianza de su maestro. -Desde las sombras vigilaré y en la luz atacaré, para desaparecer como si solo fuera un vago recuerdo.
-Álzate caballera Ardai Senia Sardac -Windu apagó el sable de luz y sonrió, ofreciéndola su mano biológica para qué se levantará. -Tenemos mucho trabajo y tal vez tardemos décadas hasta que llegue nuestro momento, pero debemos ser pacientes y usaremos las mentiras, los engaños y subterfugios, que nuestro enemigo usó para hacer caer a la República en su contra.
-Sí, maestro -asintió Senia levantándose con la ayuda de Windu, sonriendo nerviosa de la emoción por su ascenso de aprendiz y caballera. -Nos extenderemos en silencio, como una enfermedad y atacaremos en el momento adecuado.
-Bien dicho, Senia -sonrío Windu, apagando su sable de luz y guardándolo, para luego sacar de un bolsillo interior un pequeño cristal kyber y ponerlo entre las manos de la muchacha. -Construye con este cristal kyber tu sable de luz, mañana empezarás a entrenar en el manejo real de los diferentes estilos.
-Inmediatamente, me pondré con ello -las palabras de Senia sonaron emocionadas y vibrantes, mientras observaba el cristal blanco que estaba entre sus manos con asombro. -Me marcho ahora mismo, si me disculpa, maestro.
Mace Windu asintió e hizo un ademán con su mano biónica, indicando a Senia que podía marcharse. Una vez en soledad, el antiguo maestro Jedi se sentó en la esterilla de su sala de entrenamiento, cerrando los ojos y concentrándose. Podía sentir la energía de todos y cada uno de los niños del orfanato, algunos eran sensibles a la Fuerza y otros no, pero eso no importaba, solo importaba afianzar las bases de su nueva orden que sustituiría a los caídos Jedis y restituir la República. Su mente se expandió a través de la Fuerza, sintiendo los últimos ecos en la galaxia de los Jedis, extinguiéndose como las ascuas de una hoguera apagada y sintió una gran melancolía. Respiró profundamente y apartó esos pensamientos, dejando atrás los remordimientos y penas por los supervivientes Jedis. Windu sabía que estaba jugando una partida a muy largo tiempo, tal vez de varias décadas y que posiblemente él mismo no llegará a ver si desarrollo final, pero si Palpatine y sus seguidores caían, la República y su nueva orden llevaría la paz a la galaxia. Era una guerra librada desde las sombras y su nueva orden, los Ardai, estaban listos para morar en ellas para prevalecer a cualquier coste.
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