Haturo Oda ascendió por las escaleras del castillo, sabía que el tiempo se le acababa y en cualquier momento las tropas del clan Morí entrarían allí. Había perdido el casco, su moño se había deshecho dejando libre su largo pelo negro, su armadura estaba abollada y cubierta de una mezcla de sangre y barro. Al llegar al último piso soltó un largo suspiro, tenía la mirada fija en las puertas correderas de la habitación, mientras la indecisión y el miedo batallaban dentro de su cabeza. Haturo agarro con fuerza la empuñadura de su katana, dejando que la sensación del suave tacto del mango lo relajará, abrió la puerta corredera y entró dentro.
Tuvo que parpadear al entrar en la oscura habitación, el olor a perfume e incienso le aturdía los sentidos, al llenarle las fosas nasales. Al avanzar sintió las miradas de las Geishas, ocultas en las sombras se clavaban sobre él a cada paso que daba, mientras tomaban té, fumaban con largas pipas o susurraban entre ellas de forma suave. Haturo las ignoró, ellas no eran importantes, la persona que buscaba estaba al fondo de la lujosa habitación. Allí la vio, imponente y arrebatadora como cuando la conoció. Estaba sentada sobre sus rodillas, vestida con un tenue y pequeño kimono azul ceñido a su bello y provocativo cuerpo, alzó su mirada de la pequeña mesita de té y le miró con diversión en su bello rostro enmarcado por su largo pelo negro. Haturo caminó despacio hasta ella, sudando por el ambiente cálido de la habitación, un estremecimiento recorrió su cuerpo al ver la mascota de ella. Un pequeño cuervo se posó en la mesita de té dónde descansaba una larga pipa, su cabeza ardía con un fuego espectral púrpura, al verle graznó, amenazante ante su intrusión, mientras se dejaba acariciar por su ama de forma sumisa.
-Bienvenido mi señor -dijo ella con voz suave, mientras sonreía divertida ante el nerviosismo evidente de Haturo. -¿En qué puedo ayudarte en este bello día?
-Déjate de juegos, Ayame - cortó con cierto enojo Haturo por el tono de ella, sin apartar la mano de la empuñadura del arma. -Me mentiste, me dijiste que sería invencible y que gobernaría en todo Japón tras acabar con Nobunaga.
-No, te dije que podrías ser invencible y que podrías gobernar Japón -Ayame siguió con tranquilidad acariciando a su pequeño cuervo, totalmente indiferente a la furia de Haturo. -Que seas un débil pusilánime, el cual no sabe usar el poder que le di y reunir a tu clan bajo su estandarte no es mi culpa.
-¡Como te atreves, bruja! - con rapidez Haturo desenvaino la katana con su mano derecha, barriendo el aire entre él y Ayame. -¡Si yo caigo, tú lo harás conmigo!
Haturo alzó la katana para lanzar un golpe descendente, pero cuando fue a hacerlo su cuerpo se negó a moverse. Su mirada se cruzó con la de Ayame, que ya no sonreía y sus ojos eran dos orbes rojos cómo la sangre. Se levantó con suavidad, su pequeño kimono pareció flotar tenuemente, caminó con tranquilidad y una delicadeza sobrenatural hasta quedar frente a Haturo. La katana resbaló de los dedos temblorosos del inmóvil general, cayendo al suelo con un gran estruendo, mientras intentaba recuperar el control de su cuerpo sin éxito, su corazón se llenó de terror sobrenatural ante el poder de Ayame.
-¡Como osas alzar tu arma contra mí! -gritó furiosa Ayame, obligando a Haturo a mirarla a los ojos y sujetándole la barbilla con su delicada mano derecha. -Pensaba dejarte vivir como un sirviente, pero ahora morirás y arrojaré tus restos a los cuervos.
-Por... favor...-las palabras salieron con dificultad del fondo de la garganta de Haturo, las lágrimas de terror llenaban sus ojos y corrían por su contorsionado rostro. -No... quiero... morir... así...
-Seré benévola - respondió Ayame, acariciando con suavidad a su cuervo y lanzandole una mirada de desprecio al paralizado guerrero. -Será una muerte rápida e indolora, pero sin honor. Tu castigo será ser recordado por todos como un miserable cobarde.
Los gritos de terror de Haturo llenaron la enorme habitación, silenciado al resto de geishas que observaban el espectáculo con macabra fascinación. Ayame irradiaba poder en estado puro y de sus delicadas manos salieron zarcillos de energía oscura, que se clavaron como serpientes en la farfullante mente del aterrado general, introduciendo con facilidad una sugestión hipnótica. Cuándo ella se apartó, Haturo cayó al suelo de rodillas, con el rostro contorsionado en una mueca de horror, por el impulso que aquella mujer había grabado en su cabeza. Se levantó y empezó a caminar con torpeza, igual que una marioneta, moviéndose bajo los hilos invisibles de la voluntad de Ayame. Haturo abrió la puerta corredera del balcón, cuándo salió al exterior fue recibido por el estruendo de la batalla que sucedía alrededor del castillo. Varias flechas se clavaron en las barandillas de madera, sin hacer caso alzó los brazos y se subió a la barandilla, para luego lanzarse al vacío, agitando los brazos como un pájaro en un intento inútil de volar y gritando el nombre de la mujer que lo había condenado a la muerte. El estruendo del brutal golpe contra el empedrado resonó por todo el castillo, Ayame sonrió complacida sentándose sobre una pila de suaves cojines y volviendo a dar una calada a la larga pipa que descansaba sobre una mesita cercana.
-Veremos si la mente del siguiente general es más fuerte -Ayame susurró con diversión, acariciando otra vez a su cuervo y dejando en su sitio la pipa. -¿Pero qué oportunidad tienen contra mí un simple mortal?
-¡Ninguna! -graznó el cuervo y aleteo levemente. -Ninguna, ninguna...
Ayame río complacida, pues ella era la encarnación de las almas de todas las geishas, que clamaban venganza desde la muerte por el maltrato recibido en vida por sus señores, era la geisha cuervo. El sonido de unos pies acorazados subiendo las escaleras a toda prisa, la sacó de sus pensamientos y con suavidad sonrió de forma sensual, a la espera del general del clan Mori llegará a reclamar su botín de guerra y ofrecerle un poder que no podría rechazar.
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