En la oscuridad del bosque.


El sendero del bosque era oscuro, las hojas de los viejos árboles ocultaban la luz del sol, dándole un aspecto sobrenatural y lúgubre al lugar. La bella joven enfundada en una capa roja, avanzaba con delicadeza por el sendero con tranquilidad absoluta, sus pequeñas y frágiles manos sostenían una cesta de mimbre con sumo cuidado. Oculto entre las sombras una figura la observaba, unos ojos amarillos seguían cada movimiento de la muchacha, sabiendo cuál era el destino, hacia donde se dirigía la joven con paso despreocupado. La criatura avanzó bosque a través, por parajes donde ningún humano normal podría atravesar, todo para llegar antes que la dulce muchacha a la antigua y terrorífica casa, que se alzaba en el centro del bosque. Su rostro se crispó al olfatear el sitio, viejos recuerdos se mezclaron con el olor a magia prohibida, un hedor que solo un olfato como el suyo podía captar. Pesé al miedo y las dudas en su interior, la criatura abrió despacio la puerta y entró en la casa, avanzó con paso cuidadoso esquivando los antiguos muebles, sintiendo como las miradas de los retratos seguían cada movimiento qué hacía. Un suspiro de alivio salió de sus gruesos labios, la casa parecía vacía en este momento, el sonido de una delicada mano tocando la puerta lo tensó, cuando se dio cuenta de que la joven acababa de llegar allí. 

-Abuelita, soy yo -la melodiosa voz sonó detrás de la puerta y volvió a tocar con la mano la rugosa madera de la puerta.  -¿Puedo pasar dentro?

-Si pasa... mi pequeña...-la criatura corrió al cuarto más cercano, vio la cama abierta como si fuera una invitación metiéndose en ella, cubriéndose con las sábanas y mantas. -Estoy en la habitación... querida...

-Te he traído todo lo que me pediste -la joven cruzó el umbral de la puerta y se quitó la casaca con capucha roja, dejando ver su bello rostro enmarcado por su larga melena rubia, una sonrisa apareció entre sus labios al mirar hacia la cama con sus fríos ojos azules. -¿Estás bien, Abuelita? 

-Si, no es nada -respondió la criatura observando a la joven desde su escondite, cuándo entró en el cuarto contoneándose con tranquilidad. -Es solo un catarro, por eso mi voz suena diferente. 

-Oh, deberías cuidarte más -la joven se sentó en el borde de la cama y observó a la criatura envuelta en las mantas con tranquilidad absoluta. -No me había fijado antes, pero que ojos más grandes y bonitos tienes...

-Son para verte mejor...-la criatura tembló entre las sábanas, al captar un tenue olor a magia en ella. -Deberías marcharte, no quiero que enfermes tú también...

-Pensé que te apetecería algo de compañía, por vivir sola en el bosque -la joven se acercó aún más, quedando a un palmo de la criatura.  -¿Siempre has tenido esas orejas y boca tan grandes?

-Son para escuchar y comer mejor...-la criatura retrocedió hasta el cabecero de la cama, sintiéndose acorralada. -Deberías marcharte ya, querida mía. Quiero dormir tranquila... sabiendo que estás en casa antes del anochecer...

-Deja de jugar bestia...-las palabras salieron con frialdad de la boca de la joven, cuándo arrancó de un fuerte tirón las sábanas y mantas que cubrían a la criatura. -Vaya, vaya... que interesante y bello ser...

-¡No me mires! -chilló la criatura, tapándose el rostro, que una vez fue humano con sus garras, sin dejar de temblar de ira y miedo a partes iguales. -Tu abuela es una bruja, me transformó en esto y te hará lo mismo, debes huir...

-Pobre y patético Tristán -rio con crueldad la joven, para luego soltarle un guantazo en el rostro a la confusa criatura. -Yo te elegí, para que mi Abuelita te transformará en esto, para ser mi mascota, por no hacerme caso en el pueblo, pero el estúpido lobo malo que eres tenía que huir...

La criatura recordó su vida al oír su nombre de los labios de ella, los tormentos de la bruja que se hacía llamar la Abuelita y cómo lo transformó en una bestia. De su garganta salió un rugido, formando un nombre dicho con ira: Isolda. La joven retrocedió al oír el rugido y ver cómo la bestia pronunciaba su nombre, sabiendo que había perdido el control sobre la criatura. Isolda aterrada se giró para salir corriendo, cuándo la criatura se preparaba para lanzarse sobre ella, la puerta de la casa se abrió de golpe dejando entrar una ráfaga de aire helado. La mirada de ambos se vio atraída hacia el dintel de la puerta, el miedo afloró en los ojos de la bestia a reconocer a la persona que acaba de llegar y un gruñido salió de su garganta. Una hermosa mujer de piel de alabastro, con el largo pelo blanco mecido por el viento, vestida con una tenue ropa de color negro que dejaba poco a la imaginación, le sonrió con un rostro angelical, mientras sus ojos negros ardían con un fuego sobrenatural. La criatura saltó hacia la recién llegada, sabiendo que era la culpable de su desdicha, la bruja conocida como la Abuelita. La mujer alzó su mano derecha, un viento salido de la nada arrojó con fuerza a la desdichada criatura contra la pared. La criatura soltó un grito muy humano de dolor, cuándo su cuerpo cayó al suelo, alzó levemente la mirada y vio a las dos terribles mujeres sonriéndole con crueldad. Un pensamiento asomó en la mente de Tristán, cuándo perdía la consciencia y se sumía en la oscuridad, sabía que jamás volvería a recuperar su humanidad y la libertad.

Isolda se estiró al despertar en la mullida cama totalmente desnuda, a los pies de la cama yacía el que una vez fue Tristán, agazapado como la bestia sin mente que era en ese momento. El olor alquímico le llegó a su nariz, la Abuelita estaba preparando nuevas pociones para transformar a desdichados leñadores y comerciantes de caminos en bestias a su servicio. Se levantó y acarició el lomo de la bestia, sabiendo que Tristán sería suyo hasta el fin de sus días o se aburriera de él. Una risa salió de sus sensuales labios, al pensar quién podría ser su próxima víctima para ser reducida a un bestia obediente. Tristán se despertó, sus ojos habían perdido todo rastro de humanidad o racionalidad, dejando solo una bestia obediente a su maestra que empezaba a vestirse.

-Tranquilo Tristán -dijo Isolda con diversión, mirándolo de manera lasciva tras una noche salvaje de diversión salvaje y desmedida. -Volveré pronto, alguien debe de decir a tus padres que encontré un cuerpo devorado por los lobos en el bosque -cogió el colgante de plata y se lo enseñó, tenía grabado de forma rudimentaria el nombre de aquel muchacho. -Todo el pueblo llorará tu pérdida y tu prometida se romperá en pedazos... pobre Elena… jajaja.

En lo más profundo en la mente de la bestia, Tristán gritó al verse reducido a un esclavo sin voluntad. Su cuerpo tembló y se encogió ante la maligna risa de Isolda, que se acercó con paso rápido a él y lo besó con malsana lujuria, para luego separarse y ponerse la casaca roja. Salió por la puerta de rugosa madera, riéndose cruelmente de aquel desdichado ser que era su nuevo juguete.

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