Aquel mundo brillaba como una perla rosa, envuelto en las mareas cambiantes de disformes de lo que fue el corazón del caído Imperio Aeldari. Los amplios campos estaban cubiertos de hierba púrpura que se mecía con el cálido y perfumado viento, siendo capaz de dar una caricia más suave que la de un amante o de cortar la carne hasta el hueso. Árboles retorcidos en posturas de lascivia sensualidad agitaban sus hojas rosadas bajo el cambiante cielo multicolor. Decenas de ciudades olvidadas y en ruinas se alzaban de forma regular, llenas de bestias y demonios sensuales, cazando a los incautos que entraban en ellas en busca de tesoros ancestrales de los Aeldari. Solo una ciudad prosperaba en aquel mundo, brillando como una gema en su centro geográfico, como si fuera un corazón latiente, Fulguria. Palacios de mármol blanco con escenas de lujuria y excesos esculpidas en sus fachadas, alzándose entre las altas torres de espejos reflectantes de perfección enloquecedoras, lupanares, coliseos y prostíbulos se arremolinaban ante los mercados de esclavos. Enormes fábricas de drogas lanzaban humo dulzón al cielo multicolor, mientras los laboratorios genéticos arrojaban a los restos de las enloquecidas criaturas defectuosas a los ríos plateados para alimentar a peces monstruosos. Decenas de Thunderhawks contaminadas y con el símbolo corrupto de los Hijos del Emperador recogían tropas, esclavos y equipo, preparándose para la inminente cruzada contra el espacio real.
El sonido de timbales se mezcló con el suave cantar de las flautas, el rasgar musical de arpas con los gritos de dolor y placer, anunciando en avance de la estrafalaria procesión por las calles. Cientos de demonios de Slaanesh, cultistas y mutantes se apiñaron ante el cordón de seguridad que formaban cientos de Astartes traidores enfundados en armaduras púrpuras adornadas con joyas y detalles en brillante oro, cubiertos con piel humana y seda, mostrando una perfección enloquecida y retorcida. Hombres y mujeres jóvenes de belleza exuberante danzaban ante la enorme procesión, arrojando al suelo de las cestas que portaban pétalos de rosas al suelo, cientos de soldados humanos y mutantes marchaban en perfecta sincronía portando el emblema de Slaanesh y de la Legión de Fulgrim. Los seguían risueñas y sensuales Diablillas que lanzaban lascivas miradas, mientras tocaban arpas hechas de Astartes Imperiales que avanzaban gimiendo de placer y dolor, al tocar las dementes criaturas las cuerdas hechas con los tendones de su espalda, generando una música de lascivo dolor. La muchedumbre gemía al observar el espectáculo, se tocaba y se acariciaban unos a otros, restregándose ansiosos por qué a continuación llegarían los soldados elegidos de Slaanesh y su demoníaco Primarca. Los Hijos del Emperador caminaban con tranquilidad absoluta, irradiando una aura de perfección absoluta y armados con una extraña mezcla de armas, sus vaporosas capas y penachos agitándose sensualmente ante un viento inexistente, la muchedumbre contuvo la respiración al ver a Fulgrim y entró en un frenesí de éxtasis que únicamente podría provocar una sobredosis de drogas o un orgasmo sensual intenso.
Ocho gigantes de piel bronceada y pelo negro, vestidos únicamente con un taparrabos y con un collar de sumisión colgado de sus gruesos cuellos, transportaban sin esfuerzo el enorme palanquín de plata y oro que estaba lleno de cojines de seda y satén sobre el que se encontraba tumbado de forma decadente Fulgrim. Su serpenteante cuerpo brillaba con el aceite aromático que sensuales mujeres de largo pelo blanco desnudas que aplicaban con suaves caricias. Su adornada coraza púrpura brillaba por el sol, reflejando la luz y haciendo relucir el ostentoso oro y las joyas espirituales Aeldari, mientras sus cuatro poderosas manos acariciaban a sus concubinas clónicas creadas por Fabius Bilis. El perfecto rostro pálido de Fulgrim sonreía con lascivia y miraba con diversión a los clones sin mente de Ferrus, que portaban su palanquín como castigo por rechazarlo y reduciéndolos a sumisas mascotas. La galaxia había cambiado tras diez milenios de guerra y eso había llamado su atención sobre los decadentes placeres, que gozaba en aquel mundo que le había dado Slaanesh para su disfrute.
La procesión salió de la ciudad hasta las enormes naves de transporte de tropas, embarcando para unirse a las flotas que se había reunido ante la llamada silenciosa e imperante de Fulgrim. Se veían naves de todos los tamaños, desde cargueros de la guardia imperial y naves comerciales, hasta barcazas de batalla Astartes, hasta naves colosales corruptas de la época de la Gran Cruzada, todas con la garra alada de la Legión de los Hijos del Emperador y el águila imperial a modo de insulto. Fulgrim se acomodó en el puente de mando de la nave capitán de clase Gloriana llamada Perfección y sonrió al vislumbrar tanto las naves de sus hijos, como a las de decenas de capítulos renegados y de desertores de la guardia imperial. Los pasos acorazados de una media docena de figuras acorazadas le sacaron de su ensoñación de matanza y depravación, girándose sobre sí mismo y raspando el suelo enlosado de mármol del puente de mármol con su escamosa parte inferior. Tres figuras las había reconocido al instante pese a sus cambios físicos, Eidolon caminaba enfundado en una armadura de Exterminador de aspecto barroco y con decenas de joyas engastadas, una larga capa de piel humana se agitaba como si estuviera viva y sujetaba un martillo trueno, su rostro retorcido estaba enmarcado por un largo pelo blanco. A su derecha caminaba Lucius con pasos gráciles, su rostro estaba totalmente marcado por un entramando de cicatrices negras, sonreía de manera burlona a Eidolon, desafiándolo en todo momento y sujetaba con cariño paternal la empuñadura de la espada de energía, mientras las almas de los condenados encerrados en su servo-armadura gemían como almas en pena y su látigo orgánico se agitaba como una serpiente viva en su mano derecha. A la izquierda de Eilodon caminaba Fabius Bilis, el Primogenitor del Caos y antiguo Apotecario jefe de la Legión, haciendo repiquetear su báculo como si fuera un bastón. Su cuerpo acorazado estaba cubierto por una bata hecha de retales humanos y los servobrazos de la su mochila generatriz conocida como El Cirujano se flexionaban de forma inconsciente, mientras sonreía al ver a los clones que había creado revoloteando alrededor de Fulgrim. Otros tres Astartes los seguían, sus armaduras no estaban tan recargadas o corruptas como la de aquellos tres antiguos comandantes de la Legión, pero aun así emanaban un aura de corrupción y malevolencia.
-Sed bienvenidos hijos míos -dijo de forma teatral Fulgrim, sonriendo ampliamente emocionado por ver cómo se habían corrompido los mejores de sus legionarios. -Hoy empezará nuestra cruzada contra el Imperio y tomaremos lo que queramos, mundos gritaran de dolor y placer.
-La mayoría ya estábamos haciendo eso antes que nos reclamaras -espetó de forma arrogante Lucius, sonriendo y dejando ver sus dientes afilados. -¿Qué puedes ofrecernos que el Saqueador no pueda?
-¡Lucius! -rugió Eidolon amenazante, enarbolando su martillo trueno hacia el experimentado duelista de la legión. -Habla con respeto al Primarca, siempre has sido una escoria impertinente como lo fue Tarviz.
-Maldito ególatra lameculos -respondió Lucius desenvainando su espada, a la vez que hacía chasquear su látigo orgánico hacia el antiguo Señor de la Legión. -Ven y volverás a perder la cabeza como hace diez milenios.
-¡Basta los dos! -gritó Fabius negando con la cabeza, sabiendo que ambos se odiaban mutuamente desde el primer día de la traición de su Legión al Imperio y señaló con su báculo al Primarca. -Dejad que Fulgrim se explique y nos diga que oportunidades podemos ganar.
-Siempre siendo la voz de la razón, mi querido Fabius -Fulgrim lo dijo con diversión infantil, pues había echado en falta las riñas de sus comandantes preferidos estos últimos milenios. Se alzó en toda su envergadura y abrió sus cuatro brazos. -Todos ganaréis a mi lado, sé vuestros oscuros deseos mejor que vosotros mismos -fue señalando a cada uno de los tres comandantes con fingido desdén. -Eidolon quieres ascender a la demonicidad y saber lo que se siente tener el poder de la Disformidad entre tus manos, para usarlo a voluntad. Lucius quieres enfrentarte a los más poderosos guerreros y vencerlos, incluso si esos son Primarcas. Fabius ansias poder tener material de calidad para tus investigaciones y lo que estás buscando desesperadamente, una cura a tu enfermedad -extendió una de sus manos con las uñas pintadas a ellos, como si les ofreciera un gran tesoro. -Tendrás su ascensión demoníaca, Eilodon. Licius te enfrentarás a mis propios hermanos, que son los mejores guerreros de la Humanidad y Fabius podrás utilizar sus cuerpos para sintetizar una cura, además de poder crear nuevos Astartes que superen a los Primaris del Tecnosacerdote Belisarius Cawl. Los demás también tendréis vuestros deseos más fervientes y dementes, solo tenéis que seguirme en esta cruzada del exceso.
Fulgrim los miró impasible y saboreó como los recelos de los comandantes de su Legión eran sustituidos por la ambición desmedida. Sabía que los tenía entre sus garras, había lanzado el cebo y se lo habían tragado, dejando atrás sus recelos en busca de satisfacción y reconocimiento personal de forma egoísta. El trono flotante del puente de mando se acercó y se echó en su mullido asiento de suave satén, para juntar sus cuatro manos y sonrió igual que un niño a la espera de escuchar la respuesta de los tres comandantes. Si ellos aceptaban, los demás les seguirían sin pensarlo por miedo a perder su oportunidad de conseguir todo lo que les había prometido. Los tres comandantes deliberaron entre ellos durante un par de minutos que a Fulgrim le parecieron largos y tediosos, hasta que al fin se separaron y Eidolon se adelantó al resto para hacer de portavoz.
-Te seguiremos, mi señor -dijo de manera solemne Eidolon con voz ronca, a la vez que se arrodillaban detrás de él sus hermanos legionarios ante Fulgrim en señal de sumisión. -La Legión marchará entera a la guerra bajo mando otra vez, estamos ansiosos de causar dolor y placer a los mundos imperiales.
-Sabía decisión, hijos míos -Fulgrim asintió complacido, al ver que al final todos los comandantes de la Legión se plegaban a su retorcida voluntad. -Volved a vuestras naves, partiremos de forma inmediata al Imperio Nihilus y tomaremos lo que nos pertenece por derecho.
Los comandantes asintieron sonriendo ampliamente con miradas de éxtasis codicioso y se retiraron para volver a sus naves. Fulgrim lanzó una risotada cuándo ya se habían marchado, que resonó por toda la nave, creando una ola de dolor y placer a partes iguales en toda la tripulación de la Perfección. Lanzó una mirada a los clones de Ferrus y los clones femeninos de él mismo, el idiota de Fabius pensaba que se los había pedido para satisfacer sus deseos inmorales, qué equivocado está aquel demente genetista. Su misión era originar una nueva raza perfecta y para eso usaría el trabajo de su Padre, produciendo clones masculinos y femeninos de los Primarcas e incluso del propio Emperador, para luego cruzarlos como si estuviera criando perros de caza. Le daría una nueva humanidad a Slaanesh, para gobernarla en su nombre, como su Padre había hecho con la Humanidad. Cumpliría sus objetivos y dejaría caer el Imperio en la anarquía, dejando que las demás Legiones Traidoras, los Orkos, los Necrones y demás razas se matarán por los despojos, para finalmente aplastarlos en su momento de mayor debilidad. Fulgrim se recostó en el trono, mientras sentía las manos de sus concubinas acariciar cada milímetro de su cuerpo, sumiéndose en decadentes sueños de la utopía demente y retorcida que iba a crear en cuánto acabará con aquella cruzada del exceso. Nadie podría detenerle, llevaría a la humanidad a un nuevo nivel de perfección bajo su visión exquisita de la vida y de todo lo que les podía ofrecer Slaanesh.
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