El silencio de aquella corrupta y enorme capilla era roto por el aleteo de los corruptos querubines, un millar de velas negras como la noche iluminaban su interior con rutilante luz. Los pesados pasos de Lorgar Aureliano hacían crujir el suelo empedrado con los cráneos de las víctimas de sacrificio, decenas de gárgolas esculpidas parecían burlarse de él desde las columnas y paredes, las cambiantes vidrieras mostraban sus actos de traición de estos últimos diez milenios. Se arrodilló ante el enorme altar negro y sintió la fría mirada de las cuatro estatuas, que representaban a los dioses de la Disformidad que parecían observalo con desprecio. Agachó su cabeza coronada por cuernos y unió sus manos para orar, sabiendo que los sus oscuros señores lo habían abandonado, igual que sus hijos en los milenios de encierro en aquella capilla. Los recuerdos de aquel día volvieron tan nítidamente como si hubiera sido ayer, su mano derecha acaricio las cicatrices infligidas por su hermano Corvus Corax en su forma de un enorme y monstruoso cuervo, un leve temblor de miedo sacudió su cuerpo de forma inconsciente al recordar aquella oscura forma, que reclamaba su vida a gritos. Después de eso fue traicionado por Erebus y Kor Phaeron, encerrado en aquella torre para toda la eternidad bajo cadenas de hechicería, mientras los Dioses se reían de él y lo dejaban abandonado en aquel lugar que parecía mofarse de toda su vida.
Una sonrisa amarga apareció en su dorado rostro, aquella situación era una ironía del destino. Él mismo había traicionado a su Padre, creado una guerra civil a nivel galáctico y dejado una herida en la galaxia que aún supuraba muerte y destrucción tras diez milenios, solo para sufrir el mismo destino que su Padre, acabando traicionado y encerrado en un mismo sitio para toda la eternidad. Se levantó con esfuerzo y suspiró, sabía que no había vuelta atrás, había hecho sus elecciones y tras siglos de encierro, ahora sabía la cruel verdad de que había sido manipulado por aquellos que confiaba y por los propios Dioses que había adorado con fe ciega, pensando que salvaría así a la humanidad de su triste final. Pero la verdad era diferente, había condenado a aquellos que quería salvar y se había perdido por el camino, retorciéndose y volviéndose una parodia deformada de sí mismo, acabando como un esclavo de la oscuridad para siempre. Los querubines gimieron y chillaron de miedo desde lo alto de la capilla, Lorgar alzó la vista y frunció su ceño, no estaba solo en aquel maldito lugar, alguien o algo había entrado en su prisión.
-¡Muéstrate! -rugió Lorgar hacia la inmensidad de los techos abovedados de la capilla, mientras descolgaba de su cinturón su Crucius corrupto. -Seas quien seas, pagarás por esta transgresión a mi santuario.
Las velas parpadearon sin parar y en cada intervalo de luz y de oscuridad, los querubines caían sobre el empedrado suelo, destrozados por marcas de garras de lo que Lorgar tomó por un demonio o algún depredador sin mente de la Disformidad. La luz de las velas finalmente se apagó, dejando en penumbra la capilla apenas iluminada por la tenue luz que entraba por las cambiantes vidrieras, que ahora solo mostraban una única imagen, un cuervo que lo miraba con odio. Un sudor frío recorrió la frente de Lorgar y un miedo que creía olvidado al ascender a la demonicidad, volvió a corroer sus entrañas igual que una rata hambrienta. Alzó su llameante mirada y vio decenas de cuervos volando en círculos, para posarse en los aleros y salientes de la capilla, mirándole con desprecio desde las alturas.
"Traidor, traidor, traidor."
Graznaron sin parar los cuervos con tono burlón, haciendo resonar aquella palabra por toda la capilla. Lorgar gruñó de ira, aquellas palabras eran un recordatorio de sus pecados y sus errores, pero era algo que no se atrevía a reconocer. Un pálido rostro salió de la oscuridad de las alturas, enmarcado en una larga melena negra y sus ojos oscuros que lo miraron con desprecio. La enorme figura de Corvus Corax se alzaba en las alturas, enfundado en negro como una sombra oscura y hambrienta, apenas iluminada por la energía de sus cuchillas relámpago encendidas y mirando a su caído hermano con asco. Lorgar tragó saliva, casi deseaba que fuera la monstruosidad en forma de cuervo que había tomado Corax en su último combate, en vez de la perfecta forma de su hermano con ese rostro pálido tan parecido al del Emperador. Corvus saltó y descendió usando su retroreactor, Lorgar desplegó dos enormes alas coriáceas y alzó el vuelo empuñando su Crucius, gritando de ira y miedo a partes iguales. Las cuchillas relámpago chocaron con el Crucius, lanzado una tormenta de descargas eléctricas que iluminó la oscuridad durante un instante. Ambos descendieron intercambiando golpes de forma brutal que podrían partir un tanque de batalla en dos, mientras los cuervos graznaban sin parar y las cuatro efigies de los Dioses observaban la escena con malsana diversión. Se separaron y se miraron mutuamente, midiéndose y buscando una brecha en la defensa de su hermano para atacar.
-Estás en mis dominios, hermano -dijo con arrogancia Lorgar, abriendo sus brazos y riéndose, para luego señalar a Corvus con su arma. -Voy a matarte y ofrecerte a los Dioses para que me den la libertad.
-¿De verdad eres tan iluso? -preguntó Corax, sonriendo con desdén a Lorgar y preparándose para un nuevo ataque. -Eres un juguete desechado, tus queridos Dioses te han usado y tirado ahora que ya no les eres útil, abandonado a tu suerte esta prisión -señaló a las efigies con una de sus garras con desprecio y asco. -Por tu estupidez lo has perdido todo, tantas intrigas y traiciones para acabar solo y abandonado en la oscuridad. ¿Cuántos inocentes han muerto por tu estupidez? ¿Cuántos de nuestros hermanos seguirían vivos sin tus idioteces, Lorgar?
-¡Cállate! -gritó Lorgar cargando contra Corax fuera de sí, espoleado por las dudas, los remordimientos y las pullas de su hermano. -¡No me juzgues! ¡Todo lo hice por el bien de la Humanidad!
Corax se apartó con rapidez felina pese a su servo-armadura, esquivando a Lorgar y pateándole la espalda, haciendo caer a su corrupto hermano de boca contra el suelo. Lorgar escupió un chorro de sangre negra y se levantó con los ojos ardiendo de odio puro, dejando que el poder de la Disformidad llenará su cuerpo de forma desmedida y sin control. Su cuerpo se hinchó y creció hasta medir cinco metros de altura, los cuernos de su cabeza se retorcieron formando una corona de hueso, sus enormes alas se agitaron levantando nubes de polvo y su Crucius se convirtió en una enorme maza que rezumaba fuego demoníaco. Lorgar arremetió sin parar con su enorme maza, obligando a Corax a retroceder y parar los ataques de forma desesperada con sus cuchillas relámpago. Una sonrisa cruel y burlona llena de colmillos afilados era visible en la babeante boca del demoníaco Primarca, que se sentía lleno de poder y fuerza sobrehumana, mientras saboreaba como retrocedía su hermano, que lo había humillado en el pasado. La maza de Lorgar logro sobrepasar la defensa de Corax, golpeándolo en el pectoral y lanzándole varios metros hacia atrás hasta golpearse con una de las paredes de la capilla.
-Soy invencible, hermano -proclamó Lorgar lleno de arrogancia y confianza al ver a Corax apoyándose en la pared para ponerse en pie con el peto abollado y rajado por el impacto de su maza. -Ya no te tengo miedo, nadie más volverá a mirarme con el desprecio por ser débil.
-Necio... siempre has sido débil -las palabras de Corax salieron de sus labios como un susurro, mientras hilos de vapor sombrío empezó a emanar de las junturas de su servo-armadura. -Yo te mostraré el verdadero poder y fuerza que nos dio nuestro Padre, pero también el miedo de la oscuridad.
Lorgar vio asombrado como el oscuro humo envolvía a Corax, sabía lo que iba a pasar y debía detenerlo a toda costa. El demoníaco Primarca abrió la boca desencajando la mandíbula y lanzando una llamarada de fuego demoníaco contra su cambiante hermano, iluminando la capilla con una luz multicolor. Tras un minuto que le pareció eterno a Lorgar, dejó de exhalar fuego contra la posición de Corax y alzó su arma listo para atacar, pero al dispersarse el humo solo encontró una pared calcinada y medio derretida. Los cuervos graznaron otra vez al unísono, mientras las sombras y la oscuridad empezaba a rodear a Lorgar y la luz de las cambiantes vidrieras desapareció. Un estremecimiento recorrió la columna vertebral de Lorgar, al alzar la mirada al techo de la capilla y ver dos enormes ojos rojos devolverle una mirada de desprecio, antes que la oscuridad cayera sobre él en forma de un cuervo gigantesco, que lo arrastró a sus oscuros dominios, mientras sus gritos de terror resonaron por todo aquel demoníaco mundo.
Erebus y Kor Phaeron abrieron las puertas de bronce de la capilla, donde había encerrado milenios atrás a Lorgar y entraron con paso cauto con sus armas listas. Ambos se odiaban mutuamente y habían usado a Lorgar para cumplir sus propios propósitos, habían escuchado el lamento de miedo del Primarca y esperaban encontrarlo finalmente muerto, para así reclamar el dominio total de la Legión de los Portadores de la Palabra. El hedor a piedra quemada era agobiante y se mezclaba con el sutil olor a ozono. La capilla estaba totalmente destrozada, las velas estaban desparramadas por el suelo, las estatuas de los Dioses habían sido derribadas y las vidrieras habían explotado arrojando un mar de cristales sobre los deformes cadáveres de los querubines, allí había sucedido un brutal combate de fuerzas que sobrepasaban a cualquier mortal y no se veía rastro de Lorgar. Un graznido llamó la atención de los dos traidores y alzaron la vista para vislumbrar un centenar de cuervos en los salientes del techo abovedado, que los observaron con malévola diversión antes de volver a graznar una advertencia terrible advertencia al par de legionarios traidores.
"Tened miedo a la oscuridad, por qué desde ella voy a por vosotros."
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