La ira bullía en interior y ya no recordaba exactamente quién era, dos nombres y personalidades luchaban por hacerse con el control. Los recuerdos se mezclaban y se hacía difícil saber cuáles le pertenecían a él. Su visión cambiaba constantemente, a veces veía que estaba luchando con monstruosidades aullantes, xenos de los más terribles, conocidos como los Tiránidos, pero otras veces su enemigo era siempre el mismo, el traidor de Horus. Un instante de lucidez apareció en su mente, al retroceder la Rabia Negra y recordó todo durante un largo segundo. Si nombre era Gilean, era un Ángel Sangriento y estaba portando los colores de la Compañía de la Muerte. La ira fue creciendo y la niebla roja pareció cegarle por instante, sabía que estaba condenado por la maldición genética de su Primarca, sus recuerdos se mezclaban con los de Sanguinius y al final no quedaría nada, salvo una muerte violenta. Un rugido salvaje salió de su garganta y se abrió paso con su espada sierra entre una manada de hormagantes, sentía el filo de sus cuchillas raspar su servo-armadura negra y como intentaban morderlo alentados por una voraz hambre.
-¡Yo soy Sanguinius! -su grito retumbó y fue respondido por otra docena de voces, mientras el resto de sus hermanos condenados mataban a Xenos que veían como el architraidor. -¡Vas a morir Horus!
Gilean sus hermanos disparaban sus bólters, enarbolan sus espadas-sierra y armas de energía contra la voraz horda de Xenos. Su furia era desmedida y su ataque frenético abrumaba a las masas de bioformas menores, superándolas y asesinándolas de forma cruel. Un enorme Tirano de Enjambre rugió un desafío y se lanzó hacia la Compañía de la Muerte, atacando con cuatro espadas óseas con la habilidad marcial de las mejores presas devoradas y asimiladas. Los Astartes frenéticos se enfrentaron a la monstruosidad, espoleados por la Rabia Negra y los recuerdos de su difunto Primarca. El primero fue despedazado por las cuatro espadas, otros dos guerreros cargaron contra el monstruo, mientras los disparos de bólter mellaban su armadura de quitina ósea en un intento inútil de detener su avance. El Tirano de Enjambre decapitó al guerrero de su derecha y escupió una bocanada de bioplasma, derritiendo el casco y la cabeza del Astarte produciendo un asqueroso siseo líquido. Gilean corrió hacia la bestia, que veía como la encarnación de Horus y utilizó cuerpo de un Carnifex muerto que sobresalía entre el mar de cuerpos, para impulsarse en un brutal salto contra su enemigo. El Tirano alzó sus espadas óseas para detener el golpe de Gilean, la espada sierra mordió las armas de la bestia y chirrío al romperlas, por la fricción de la aceleración de la hoja y el peso del cuerpo acorazado del Astarte para clavarse en la cabeza del monstruoso xeno. El icor y los restos de sesos salpicaron a Gilean, mientras su enemigo se cayó hacia atrás y él quedó sobre el monstruo victorioso, apuñalándolo sin parar, al verlo aún como la encarnación de Horus Lupercal. Destellos de luz iluminaron su alrededor y un grito de dolor salió de su garganta, cuándo del cielo descendieron tres Zoantropos lanzando rayos multicolores psíquicos, que reducieron a carcasas humeantes al resto de supervivientes de la Compañía de la Muerte. Gilean cayó de rodillas con la servo-armadura humeando y sangrando por su boca, oídos, ojos y nariz, alzó la vista y vio las tres formas de cuerpos atrofiados, sus enormes cabezas estaban en vueltas en un malsano halo psíquico y flotaban con tranquila parsimonia para rodearlo. Zarcillos mentales salieron de las cabezas de los Zoantropos y se clavaron en su psique, buscando información sobre las defensas y los planes de los Ángeles Sangrientos, pero solo encontraron un mar de locura sangrienta y la sombra de un ser muy superior a ellos. Apretando los dientes por el dolor, Gilean sacó una granada de su cinturón y se la arrojó a bocajarro a los aturdidos Zoantropos, reventando al más cercano y salpicándolo de una lluvia de restos, cayendo sobre él un enorme cuerpo atrofiado sin cabeza aplastándole contra el alfombrado suelo cubierto de cadáveres de xenos. El peso era agobiante y lo inmovilizada, las dos monstruosidades psíquicas flotaban confundidas y desorientadas por la muerte de su compañero, siendo presas fáciles para los disparos de las escuadras tácticas de la línea de defensa. Gilean parpadeó, sintiendo como la Rabia Negra aflojaba la presa sobre su mente y viendo las escenas de valor desmedido de sus hermanos Astartes, mientras más cuerpos de monstruosos y deformes de xenos caían abatidos por los disparos de bólter, sepultándole bajo una montaña de carne. Un grito de ira salió de la garganta de Gilean, cuándo el peso de los cadáveres y la oscuridad lo envolvió como una mortaja funeraria, mientras su mente se perdía totalmente en la locura de la Rabia Negra.
Astorath observó a las maltrechas escuadras de Ángeles Sangrientos y sus capítulos sucesores encabezar la limpieza de Baal Secundus, junto con los refuerzos de los Primaris del resucitado Primarca Guilliman. Avanzaban de forma sistemática, limpiando cuadrante por cuadrante con lanzallamas pesados para reducir a polvo los cuerpos de los aberrantes xenos muertos. De forma esporádica se escuchaba disparos de bólter y el rugido de las espadas sierra, al matar a alguna de las bioformas Tiránidas que acechaban entre los restos o que intentaban huir de su justo castigo. Astorath sopesó su hacha ejecutora, sabía cuál era su deber con los hermanos de su capítulo y los capítulos sucesores, dar la paz a los caídos bajo la Rabia Negra con sus propias manos. Sabía que en este instante su señor Dante estaría reuniéndose con el Primarca Guilliman, sin importar las heridas recibidas o el peso de la edad que cargaba sobre sus hombros, su determinación era tan férrea que aunque estuviera muriéndose esperaría a cumplir con sus deberes primero antes de recibir el abrazo de la fría muerte.
-Mi señor, Astorath -susurró una voz metálica a través del comunicador del casco de Astorath, reconociendo la como la del sargento Rouben de la sexta compañía. -Necesitamos de su presencia en el cuadrante 57-90, hemos encontrado un hermano de la Compañía de la Muerte.
-Voy para allá, Rouben -respondió Astorath con un tono frío y carente de emoción, encendiendo su retroreactor y alzando el vuelo hacia las coordenadas de ese sector. -No se acerquen a él y extremen las precauciones, no reconocerá amigos de enemigos bajo la influencia de la Rabia Negra.
Astorath sintió la velocidad de su vuelo, escuchaba a través de los auriculares de su casco el silbido del viento y captaba el olor a carne quemada que flotaba en el aire. Tras doce interminables minutos, llegó a su destino, descendiendo con una gracilidad sobrenatural pese al enorme tamaño de su cuerpo. Su servo-armadura roja tenía tallados los músculos y tendones de su cuerpo, dándole su aspecto de un hombre que hubiera sido despellejado y su carne brillará por la sangre. Con sumo cuidado se quitó el casco, dejando visible su pálido y bello rostro, que estaba enmarcado por un largo pelo tan negro como el ala de un cuervo. Sus ojos oscuros estudiaron la escena con detalle, tres escuadras de hermanos de batalla formada por una mezcla de Astartes de los Ángeles Sangrientos, Desgarradores de Carne y Lamentadores habían creado un perímetro de seguridad alrededor del superviviente. Aquel guerrero permanecía en silencio, sentando sobre el cadáver de un enorme Tirano de Enjambre con sus ojos cerrados, su armadura estaba destrozada y quemada, demostrando haber recibido un castigo que incluso pocos Astartes podrían resistir. Astorath avanzó con paso decidido, sujetando con ambas manos su hacha ejecutora, listo para defenderse y dar la paz de la muerte a aquel hermano perdido en las garras de la Rabia Negra.
-¿Sabes quién soy? -preguntó Astorath, deteniéndose a pocos metros de su meditabundo hermano y estudiándolo con sus oscuros ojos. -¿Sabes a lo que he venido, hermano Gilean?
-Eres Astorath, capellán jefe del capítulo y redentor de los perdidos -Gilean respondió con tranquila suavidad, abriendo los ojos y sosteniendo la mirada al capellán. -Has venido a darme la paz de la muerte, tras caer en la Rabia Negra y sobrevivir a esta batalla.
-Estás en lo cierto, Gilean -respondió sorprendido Astorath, la cara y razonada respuesta. Sabía que si fuera presa de la maldición genética no podría reconocerle, algo había cambiado a Gilean y lo había sacado de las garras de la locura. -¿Qué te ha sucedido, hermano? ¿Cómo has conseguido volver de la Rabia Negra?
-He visto lo que se abalanza sobre la galaxia a los ojos -Gilean lo dijo de forma tétrica y permaneció impasible ante Astorath, que aún sujetaba su hacha ejecutora entre sus manos. -Intentaron extraer información de mi mente y solo encontraron la sombra del Primarca, iracunda y ansiosa de venganza -señaló con un gesto de su mano los cuerpos de los enormes Zoantropos que lo habían aplastado y aprisionado. -He estado atrapado bajo toneladas de carne, saliendo y entrando de la locura, por las visiones que me ha mostrado el Primarca. Esto es solo la punta de lanza, es una especie a la huida de forma frenética y que busca mejorarse, para enfrentarse una amenaza aún más terrible que les persigue incansablemente.
-Sí, lo que dices es cierto…-Astorah palideció ante la advertencia de Gilean, al notar la seriedad y el peso de cada palabra. -Debemos enfrentarnos a dos amenazas abrumadoras, pero somos hijos de Sanguinius y estaremos en primera línea luchando contra la oscuridad para proteger a la Humanidad.
-Aun así hay esperanza…-la voz de Gilean llenó del peso del tiempo, su pelo corto rubio pareció alargarse, su servo-armadura cambio del negro al oro puro y creció doblando su altura, la sombra de unas alas emplumadas era visible en su espalda y su brillante forma se alzó en el aire, convirtiéndose durante un instante en una representación viviente del propio Sanguinius. -El León despertará, la hora del Lobo llega, el Cuervo cazará al primer Traidor, el Herrero de ébano retornará y el Pretoriano volverá a la guerra -sus palabras resonaban con una claridad cristalina y retumbaban el interior de cada Astarte descendiente de Sanguinius. -Los Traidores se abalanzarán sobre el corazón del Imperio y el Emperador se alzará entre las cenizas como un ser de luz pura, ascendiendo finalmente a la divinidad para enfrentar al hambriento Devorador y los Cuatro que esperan detrás del velo.
Astorath se arrodilló por inercia, asombrado por el milagro y la manifestación de Sanguinius a través del cuerpo de Gilean. Un silencio reverencial llenó el campo de batalla, todos los Astartes se habían arrodillado ante la presencia psíquica del difunto Primarca. Gilean descendió, volviendo a su aspecto original y cayendo de rodillas sobre los cadáveres de los monstruos xenos, sintiéndose vacío y presa de un gran cansancio por la manifestación del espíritu de su Primarca en su cuerpo. Astorath se levantó y caminó hasta Gilean, ofreciéndole una mano a su hermano bendecido con el toque del Primarca. Sabía lo que iba a suceder, Gilean sería sometido a pruebas genéticas y médicas, su alma y corazón sería escrutada por el propio Mephiston, para finalmente ser juzgado por el propio Dante en persona, decidiendo su destino. Astorath pensó en la profecía y si era cierta, auguraba un tiempo de guerra cruel y el retorno de los Primarcas Leales, además de la ascensión del Emperador, abandonado el Trono Dorado y caminando otra vez por la galaxia.
-¡Apotecarios! -rugió Astorath, mientras sujetaba a Gilean con sumo cuidado para evitar que se derrumbará por sus heridas y el agotamiento. -Atended al hermano Gilean y que Corbulo examine todo su cuerpo, avisad a Mephiston para un examen psíquico e informad a nuestro señor de este suceso e incluso al propio Guilliman.
Astorath dejó a Gilean bajo el cuidado de los apotecarios y alzó el vuelo, su deber no había cambiado, debía dar la paz a los Perdidos en aquel campo de batalla, pero Gilean tal vez fuera un símbolo de esperanza contra la maldición de los hijos de Sanguinius, como lo fue Mephiston al ser el primer hijo de Sanguinius escapar de la Rabia Negra. Un rugido salió de los labios de Astorath, sintiendo cómo la frialdad de su corazón se llenaba de una extraña emoción y expectación ante lo que estaba por venir en los siguientes años en la galaxia.
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