Rompiendo las cadenas



Había vuelto a aquel maldito mundo, el planeta que había destrozado dos veces su vida y arrebatándole el descanso de la fría muerte. Pocos recuerdos buenos tenía Angron sobre Nuceria y los que tenía, siempre acababan llenándole de una mezcla de ira y pena a partes iguales. Aun así había vuelto una otra vez a aquel mundo olvidado, solo para romper las últimas cadenas de humanidad que quedaban en su interior. Sentía aquella pequeña parte de su alma, aun gritando por cada una de sus violentas acciones, agitándose y excavando en su pecho como un asqueroso gusano. Hoy al fin sería libre y ascendería a ser un demonio totalmente completo, volviéndose el avatar perfecto del Dios de la Sangre y transformándose en una máquina de matar imparable, que ni siquiera la Disformidad podría encadenar. Había tardado ocho horas, ocho minutos y ocho segundos en recolectar los cráneos de sus antiguos hermanos esclavos, luego había formado en símbolo de Khorne con ellos sobre la dura hierba verde y estaba listo para empezar el ritual. Clavó su enorme hacha sierra y su espada negra que contenía encerrado al demonio Samni’arius en el blando suelo. Se colocó con reverencia sobre el símbolo de su Dios, cuándo sintió la melosa y empalagosa voz del demonio de Slaanesh susurrar en su cabeza.

"¿De verdad vas a desprenderte de lo último que queda de ti mismo, Angron?"

-¡Eso no te importa! -gruñó Angron, furioso al sentir el roce psíquico del demonio encerrado y destrozado que moraba en su espada negra. -Deja de molestarme, tengo un ritual que realizar y necesito concentrarme.

"Evitas la respuesta. Por qué no sabes lo que vas a dejar atrás, para conseguir aún más el favor de Khorne."

-Sé muy bien lo que voy a ser -espetó Angron cada vez más furioso, por las molestas palabras de Samni’arius interfiriendo en el inicio de su ritual de purificación oscura. -Voy a arrancar mi último lazo con la humanidad, dejaré de sentir lástima, remordimientos y cualquier otra debilidad. Saldré reforzado e imparable como el Avatar de la Sangre y los Cráneos.

"Luego no te lamentes, te lo he advertido Angron. Pero como todos los seguidores del Dios de la Sangre, eres tozudo y cabezota."

Angron no hizo caso al demonio de Slaanesh, se concentró y empezó a murmurar las palabras que había aprendido escudriñando el dichoso libro de Lorgar. Su voz fue subiendo de tono cada vez más, resonando por las montañas y luego por los llanos de Nuceria, atrayendo a las almas de los guerreros muertos en todo aquel mundo hacia sí mismo. Millares de esferas de luz espectral salieron de la ciudad en ruinas de Desh'ea, sobre la que yacía derribado desde hacía diez milenios un enorme Titán de Guerra Imperial. Cada esfera volaba en círculos alrededor de Angron, gimiendo con voz espectral que helaría el alma a cualquier ser vivo. Un tornado espectral se formó a su alrededor, agitando la verde hierba y arrancando cráneos del símbolo, ganando fuerza con cada palabra y espectro que se unía a aquella vorágine. Angron afianzó sus pies, descargas eléctricas recorrían el ojo del tornado e impactaron contra su armadura de bronce corrupta, a la vez que llevó sus enormes manos a su pectoral y tiró de forma brutal. Al principio no sucedió nada o eso pareció, pero segundos después un crujido resonó en el centro del tornado y el pectoral de bronce se rajó, abriéndose y dejando a la vista una maraña de tubos, cables y músculos imposibles cubiertos de una piel roja como la sangre recién derramada. Sin duda alguna, Angron clavó su garra derecha en un pecho y lo atravesó, un gruñido de dolor salió de su garganta al agarrar la parte de conciencia de su alma escondida en su interior, que aún albergaba un atavismo de humanidad y piedad. Su rostro perlado de sudor se crispó de dolor y tiró con brutalidad de su interior, arrancándose el pedazo de sí mismo que le hacía débil y lo arrojó más allá de las rugientes corrientes del tornado. El icor demoniaco manchaba su brazo hasta el codo y caía del agujero abierto en su pecho, sus enormes alas coriáceas se abrieron como las velas de un barco y se hincharon por el fuerte viento, alzándose en el aire en el ojo del tornado.

-Almas de los guerreros condenados -gritó Angron alzando su voz sobre la tormenta, mirando con crueldad el torbellino de almas que giraban a su alrededor. -¡Os reclamo en nombre del Dios de la Sangre y los Cráneos! ¡Venid a mí, malditos!

Las voces de cientos de miles de almas atadas al ritual de guerreros olvidados por el tiempo y las guerras rugieron en las corrientes de viento del tornado. Reconoció en la locura de espectros aullantes los rostros de sus hermanos gladiadores que lo miraban con odio por abandonarlos, escuchó los lamentos de las almas de los Portadores de la Palabra y Ultramarines, caídos en su oscura ascensión y a los muertos de los Devoradores de Mundos corear su nombre con malsano júbilo. Angron pronunció las últimas palabras de poder y de su cuerpo salieron miles de arcos eléctricos, que golpearon a cada alma danzante, que navegaba en los vientos del tornado. Sintió cómo cada espectro condenado desaparecía ante su toque, devorando los restos de sus almas y incrementando su poder de manera incontrolable. Los músculos de Angron se hincharon más, la herida de su pecho se cerró sin dejar marca alguna en la rojiza piel y las placas de armadura de su pectoral se cerraron, soldándose de forma perfecta y su mente ardió por la energía en estado puro, quemando los clavos del carnicero que le habían atormentado una eternidad. El tornado desapareció y Angron se posó sobre la destrozada runa de Khorne con una gracilidad sobrenatural, mientras reía a carcajadas al sentirse libre totalmente de las cadenas de los remordimientos y de las dudas susurradas. Caminó dejando marcas de quemaduras en la hierba y agarró sus armas, arrancándolas de la tierra en donde estaban clavadas con un fuerte tirón. Samni’arius se retorció de agónico dolor y miedo al sentir el tacto de la mano de Angron, notando que había ascendido totalmente y que ya no quedaba nada del humano que fue. Un leve regocijo apareció en el rostro de Angron, al sentir como se revolvía en su mano el demonio de Slaanesh encerrado en su espada negra y disfrutó del momento, saboreando su inquietud como si fuera un dulce manjar.

"Enhorabuena... Angron. Ya eres totalmente un demonio. ¿Pero qué harás con los restos que has dejado tras el ritual?"

-No necesito tus halagos -gruñó Angron, mirando al montón de carne que yacía temblorosa sobre la hierba. Reconoció lo que era, el niño creado por el Emperador, enterrado en el fondo del endurecido corazón del demonio gladiador de Khorne y sonrió con desprecio. -Él no importa, es únicamente basura desechada, ahora debo cumplir con el plan del Saqueador y sembrar un sendero de sangre sobre la flota de la Cruzada Indomitus -se giró y alzó su enorme hacha sierra, abriendo una herida en la realidad lo suficientemente grande para cruzarla sin problemas. -Me hecho totalmente inmortal, ni siquiera Guilliman con la Espada del Emperador puede matarme y la Disformidad tampoco me podrá encadenar por mucho tiempo. Soy el avatar perfecto de la guerra y el asesinato, que hará arder la galaxia.

"Puede ser... eres tú quién debe escoger, pero luego no te lamentes de tus malas decisiones."

Angron se mofó cruelmente de Samni’arius, cruzando la herida hacia la Disformidad para ir al encuentro del Saqueador y del semidiós llamado Vashtorr. Samni’arius observó desde su oscura prisión al niño cubierto de icor demoniaco, que se estaba poniendo en pie y lanzaba una mirada de reconocimiento al reforjado Avatar de Khorne. Tal vez Angron se creía inmortal, pero había dejado un cabo suelto detrás de él y aquel error podría costarle caro en un futuro no muy lejano. Samni’arius saboreó aquel conocimiento y lo guardó para sí mismo, pensando en aquel evento como una posibilidad de libertad a largo plazo de su negra y fría prisión de acero.

El niño se incorporó y apartó el icor demoníaco de su cara con su mano izquierda, alcanzando a ver cómo su cruel prisión se marchaba cruzando el portal disforme. El frío aire nocturno de las montañas barrió la zona y le hizo temblar levemente, una risa de júbilo brotó de su garganta al ser libre del monstruo que le habían obligado ser. Al fin podía pensar con claridad y sintió el conocimiento que el Emperador volcó en su mente, fluyendo libre del insidioso dolor de los clavos y la sed de combate de Khorne. Desnudo empezó a caminar ladera abajo, sin volver a mirar atrás con la vista en Desh'ea, la capital en ruinas de Nuceria era el mejor lugar donde encontrar una forma de salir de aquel mundo olvidado y reunirse con su hermano Guilliman. La emoción llenó su joven cuerpo y empezó a correr hacia las ruinas, rodeado del silencio de aquel mundo cementerio y las estrellas como únicas compañeras, mientras reflexionaba en su próximo movimiento y como tomaría el Imperio de la Humanidad, la aparición de un Primarca dividido en dos seres totalmente antagónicos. El niño se paró ante la puerta norte de Desh'ea, la ciudad estaba destrozada y los cuerpos resecos de mortales y Astartes enfundados eran sus únicos moradores, avanzó con paso cuidadoso y registró únicamente los cadáveres enfundados en las deslucidas servo-armaduras azules. Encontró munición, granadas, armas averiadas, equipo como palas y linternas, pero todo eso era algo secundario, el mayor tesoro lo acababa de encontrar entre los restos de un Exterminador, que yacía sobre una montaña de enemigos derrotados, una baliza de señalización y de teleportación. Con cuidado la estudió y comprobó, una enorme sonrisa apareció en su rostro al ver que aún funcionaba y la activó, enviando una señal de socorro a los Ultramarines y por ende a su hermano, ahora solo era cuestión de tiempo. Suspirando, cogió una pala y salió de la ciudad, aquellos pobres desgraciados merecían un descanso digno y aquellos cuerpos tocados por la Disformidad ser quemados. En silencio empezó a cavar tumbas, mientras el sol emergía entre las montañas del norte, dando paso a un nuevo amanecer para aquel niño de las estrellas a la espera de ser encontrado por su hermano.

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