Cápsulas de desembarco aterrizaron con brutalidad sobre la capital de Engram, abriéndose como macabras flores metálicas, dejando libre su letal carga, mientras sus bólters acoplados montados en su parte superior disparaban rugiente fuego de cobertura. Decenas de escuadras de legionarios de los Hijos de Horus desembarcaron riéndose cruelmente, disparando sus bólters contra la amalgama de defensores formados por tropas del Mechanicus, soldados Imperiales y milicianos reclutados entre toda la población. La marea de ceramita de color verdemar y detalles en negro se habría paso entre los defensores, como si fuera un terrible maremoto arrasaban las posiciones de sus enemigos, dejando solo cuerpos destrozados a su paso. Trajana maldijo, mientras sus fuerzas se retiraban al siguiente punto defensivo, para evitar quedar atrapados en un fuego cruzado entre las escuadras enemigas. Gracias a la estrategia que le había sugerido Dorak, estaban consiguiendo enlentecer en avance de una Legión de Astartes, pero sabía que era solo cuestión de tiempo de que las defensas de aquel mundo cayeran. Las escuadras de trabajadores milicianos y del Adeptus Mechanicus no eran rivales para una Legión de Astartes, aun así seguían luchando desesperadamente por sus hogares. Un estruendoso derrumbe resonó por toda la ciudad, cuando el edificio de la Prefectura se hundió de dentro hacia afuera, hasta convertirse en un montón de escombros y llenar de polvo toda la ciudad. Como si el derrumbe del edificio fuera una señal silenciosa, el caos y la locura se desató por toda la ciudad en forma de demencia asesina, que afectó a cada miembro del Mechanicus. Trajana vio cómo los servidores de armas pesadas montados sobre orugas se lanzaron a atropellar a toda velocidad a aliados y enemigos indiscriminadamente. Las tropas de Skitariis se lanzaron en un frenesí asesino de combate cuerpo a cuerpo, los manípulos de robots enormes se dejaron llevar en un frenesí de destrucción desmedida y los Magos reían desquiciados mutilando con sus hachas de energía.
-¿Qué ha pasado? -rugió Trajana, partiendo en dos a un Skitarii que intentó apuñalarla, mientras sus guerreros asesinaban a los enloquecidos adeptos del Mechanicus de su alrededor. -Ha sido derrumbarse el edificio de la Prefectura y enloquecer. ¿Hay alguna comunicación con Har'kan?
-Parece algún tipo de virus esparcido en la red noosesferica del Mechanicus -contestó Dorak, volando la cabeza de un servidor de reparación que le atacaba con una enorme llave inglesa. -No hay comunicación con Har'kan, tampoco con la Humillación de Russ. Las comunicaciones están cortadas y estamos solos, mi señora.
-Seguiremos retirándonos de posición en posición y agrupando defensores bajo nuestro estandarte -gruñó Trajana, frustrada por como se había ido todo a la mierda y saber que estaba atrapada en una ratonera. -Que nuestras tropas se muevan, nos retiramos hacia los restos de la Prefectura. Allí intentaré abrir un portal disforme que nos devuelva a la Humillación de Russ. ¡En marcha, perros!!
Horus Lupercal había descendido en persona para tomar lo que era suyo por derecho propio y al llegar había visto derrumbarse el edificio dónde estaba la reliquia que necesitaba. Sus ojos ardían de furia, mientras avanzaba a la cabeza de la enorme escuadra de Exterminadores de la Justerin con Abaddon a su lado, matando a aquellos insectos que se le oponían. Las transmisiones eran erráticas y llenas de estática en el mejor de los casos, le llegaban informes de resistencia de los simples humanos y de ataque dementes de las tropas del Adeptus Mechanicus. Para empeorar aún más las cosas, las necrópolis alienígenas que rodeaban la ciudad parecían volver a la vida, dejando salir enjambres de escarabajos mecánicos que atacaban a ambos bandos de forma inclemente. Respiró hondo y se concentró, llegaría al derrumbado edificio central y encontraría al ladrón de la reliquia, arrebatándosela de sus frías manos muertas. Horus sonrió cruel ante la idea, mientras aplastaba cuerpos con Rompemundos y los despedazaba con su terrible garra, aplastando posición tras posición con sus hijos y sonriendo al sentir el flujo de la guerra a su alrededor. Aquello era el verdadero poder, decidir sobre la vida y la muerte, ver cómo la vida se apagaba en los ojos de sus aterrados enemigos agonizantes. Lo saboreó, ansioso de desatar su venganza y de llegar a Terra para reclamar el trono de la humanidad para sí mismo.
-Que la mitad de la Legión arrase sector por sector de esta miserable ciudad y converjan en el centro -ordenó Horus de forma cruel, formando un plan de batalla con rapidez en su mente y comunicándolo a Abaddon. -Que el resto se enfrente a esos xenos con la ayuda de los tirantes desplegados y que la flota haga un bombardeo, deberían haberse quedado en sus tumbas durmiendo. Ahora pagarán con su exterminio entrometerse en mi camino.
-Si, mi Señor de la Guerra -Abaddon asintió, mientras el operador de comunicaciones transmitía las órdenes y recibía informes sobre el avistamiento de Astartes entre las tropas enemigas, informándole de ello por el transmisor. -Recibimos informes de avistamiento de Astartes entre las tropas del Mechanicus. Sus colores y símbolos no coinciden con los de ninguna de las Legiones -la voz de Abaddon tembló, sabía que su señor se había vuelto más temperamental y violento, castigando muchas veces al portador de malas noticias. -Se están reuniendo y atrincherado en el edificio derrumbado de la Prefectura, mi señor.
-Son Escudos Negros -gruñó Horus, conjeturando quién le había robado su reliquia sin detener su cruel avance, matando a enloquecidos servidores que cargaban gritando estúpidamente contra su escuadra. -Pronto solo serán cadáveres y recuperaré lo que me robaron. En marcha, quiero ser el primero en llegar a la Prefectura y así poder castigar su osadía de desafiarme.
El silencio reinaba en los lúgubres pasillos de la Humillación de Russ, apenas iluminados por las parpadeantes luces empotradas en los techos que proyectaban un mar de danzantes sombras. Chapael se detuvo ante la enorme puerta blindada, detrás de él estaba Har'kan y sus guerreros supervivientes a la trampa de Vashtorr con sus armaduras sucias por el polvo de sobrevivir al derrumbe de un edificio titánico. Se lamió sus pequeños labios nerviosamente, por lo que encontraría detrás de aquellas puertas, donde habían dejado encerrados a once Astartes poseídos por demonios de Malal en un mar de locura y agonía. ¿Qué encontraría detrás de aquellas puertas? ¿Cadáveres destrozados? ¿Astartes enloquecidos por el dolor de la violación de su carne y espíritu? ¿O habrían conseguido expulsar a los demonios de sus cuerpos y estaban listos para vengarse de sus captores? Las puertas se abrieron con un siseo neumático, dejando salir una bocanada de aire rancio y corrupto del antiguo barracón, Chapael sintió como se le revolvía el estómago y su rostro se contorsionaba por aquella peste. Entró en la estancia con paso seguro, las paredes estaban manchadas de sangre y crecían excreciones de carne corrupta en su superficie, cadenas acabadas en grilletes colgaban del techo y se mecían bajo un viento invisible. En el centro de la habitación había diez Astartes arrodillados en dirección al ventanal blindado del fondo, sus cabezas estaban agachadas y parecían estar rezando en fundados en sus servo-armaduras de color bronce con detalles en negro. Ante ellos, había un enorme Astarte, que permanecía de pie y dándoles la espalda, mirando al planeta asediado que era visible desde la nave escondida en el anillo interior de asteroides.
-Han pasado ya los once días -dijo Chapael, sonriendo mientras los tatuajes de su rostro danzaban sin parar, mostrándose complacido al notar el oscuro poder que emanaban de aquellos Astartes. -Es hora que sirváis a la elegida de nuestro Dios, tenemos una misión única para vosotros.
-Ya lo sabemos, hemos visto el futuro -respondió girándose el Astarte que estaba de pie ante el ventanal, dejando ver su pálido rostro enmarcado por largo pelo ceniciento. -Vashtorr ha conducido a Horus y a nuestra señora a este lugar, arrojándoles a un avispero de Xenos tan antiguos y poderosos como las mismas estrellas. Esperarán que ambos bandos se enzarcen en una batalla final y lanzarán toda su ira, matando a ambos bandos -las palabras del quién fue antes el capitán Antoninus de los Ultramarines, sonaron con extraños ecos inhumanos y clavó su mirada de ojos oscuros en Chapael. -¿Por qué deberíamos salvarla tras condenarnos a todos a los designios de Malal?
- Malditos seáis…-gruñó Har'kan, sujetando aún entre sus manos el bólter y dispuesto a castigarlos por su osadía. -Ahora sois Renacidos de Malal, obedecerás los designios de aquellos que lideran nuestra partida de guerra o serás castigado.
-¿A caso eres tú quien gobierna esta Legión de almas condenadas, hijo de Ferrus? -Antoninus sonrió de forma escalofriante, mostrando sus afilados dientes y mirando a aquellos intrusos en su santuario con arrogante odio. -No, no lo eres. Solo eres uno de sus perros fieles, como este predicador de tres al cuarto que está a tu lado.
-Puede ser…-Chapael palmeó con su mano izquierda el antebrazo de Har'kan para tranquilizarlo y sonrió como un loco fanático a Antoninus. -Pero si ella muere allí abajo -señaló a Engram con su Crucius que sujetaba con su mano derecha. -Perderás tu oportunidad de desafiarla y vengarte por lo que te hizo. ¿Eres lo suficientemente descuidado como perder tu oportunidad de venganza y poder?
-Nosotros...-la duda apareció en el rostro de Antoninus, deseaba una parte de él vengarse por las muertes de sus hermanos y por convertirle en una monstruosidad, pero también quería salvarla y obedecerla por la libertad que había encontrado al romper las cadenas de las normas de su Legión y de su Primarca. -No, iremos y traeremos a nuestra señora devuelta a la nave -al decirlo, todos los Astartes arrodillados se levantaron al unísono y formaron dos filas perfectamente ordenadas ante Antoninus. -Cuándo la saquemos de allí, reclamaré mi derecho a un duelo por el control de los Renacidos contra ella.
-Que así sea -asintió complacido Chapael, al ver que la semilla de la duda que había lanzado al Poseído Astarte había calado con facilidad. -Entonces vamos, el tiempo apremia y corre en nuestra contra.
Las luces parpadearon un segundo en el interior del antiguo barracón corrompido, llenándolo con una oscuridad insondable un segundo para luego solo mostrar que los once guerreros poseídos habían desaparecido sin dejar rastro alguno tras de sí. Chapael suspiró aliviado al ver que aquellos guerreros bendecidos habían partido, solo esperaba que llegarán a tiempo para sacar a Trajana de aquel hervidero que era Engram.
Trajana no había conseguido abrir un portal, era como si un velo hubiera caído sobre aquel mundo y lo hubiera sellado, el cielo se había oscurecido por millones de escarabajos mecánicos que atacaban a ambos bandos y vio un atavismo de figuras mecánicas moverse de forma furtiva en los edificios en llamas. Desde su cobertura en las ruinas de la Prefectura, observó como convergían las fuerzas de los Hijos de Horus como si fuera una marabunta de insectos acorazados. Mataban de forma metódica e indiscriminada, riéndose de forma cruel mientras cometían atrocidades cantando a los Dioses del Caos y gritando la palabra de "Lupercal", que una vez fue símbolo de honor y valor. Se detuvieron, rodeando las ruinas de la Prefectura con las armas preparadas y esperando la orden de atacar, una titánica figura se destacaba entre un grupo de Astartes enfundados en negras armaduras de Exterminador, Horus Lupercal había llegado. Trajana se fijó en él con detenimiento, su armadura brillaba con el color negro de la obsidiana y de los adornos de oro y bronce pulido, su rostro pálido estaba iluminado por una luz rojiza que le daba un aspecto aún más cruel, sujetaba una enorme maza con una sola mano y en la otra llevaba una garra relámpago que estaba envuelta en arcos eléctricos. Horus se adelantó sin miedo, caminando con paso tranquilo y se subió a un montón de escombros, el viento agitó su capa de piel de lobo y miró cruelmente a los enemigos atrincherados ante él.
-¡Ladrones! -rugió Horus, su voz resonó por toda la ciudad como si fuera una sentencia de muerte y los señaló con su maza Rompemundos. -Soy Horus Lupercal, Señor de la Guerra y he venido a reclamar el tesoro que oculta este patético mundo -alzó sus brazos al cielo y se rio de forma demente. -Dadme lo que quiero y os dejaré vivir, negádmelo y os haré sufrir mares de agonía.
-¿Cómo dejaste vivir a las naves que mandaste sabotear de camino a Istvaan? -preguntó Trajana, alzándose también entre las ruinas y encarándose a Horus, a la vez que lo señaló con su Hacha del Pánico. -¿Cómo perdonaste a los Astartes de cuatro Legiones en la Ciudad Coral? ¿Y como dejaste vivir a Ferrus en la zona de Desembarco? -una sonrisa apareció en su rostro bajo su casco, si debía morir se llevaría al jodido Señor de la Guerra. -Eres un guerrero sin palabra, un cobarde que se esconde en trampas y subterfugios. Ven a enfrentarme cara a cara, Horus Lupercal. ¿O tienes miedo de ser derrotado antes de reclamar tu trono en Terra?
Un rugido de odio salió de los Hijos de Horus, por insultar a su padre genético y señor, que fue acallado por los sargentos y capitanes con crueldad. Horus Lupercal sonrió forzado y fingiendo tranquilidad, sus ojos habían notado un aura oscura y terrible alrededor de aquel desafiante guerrero Astarte, debía morir aquí y ahora. Alzó a Rompemundos y señaló a sus enemigos, dando la orden de carga y lanzándose hacia las ruinas, rodeado de media Legión de Astartes sedientos de matanza. Trajana no necesito dar la orden, sus Renacidos dispararon sus bólters, los milicianos y soldados Imperiales dispararon sus rifles láser un segundo después. El infierno se había desatado ante ella, pero estaba dispuesta a abrirse paso a sangre y fuego, aunque tuviera que matar a un Primarca.
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