La luna brillaba pálida en esa fría noche, medio oculta entre las sucias nubes de contaminación de Manhattan, algo o alguien me había traído de vuelta al mundo de los vivos y sospechaba que era la maldición del cazador. Aún estaba confuso, recordaba cómo había muerto a manos de mi hijo, mientras portaba el traje de la Araña. En las profundidades de mi mente se formó un nombre, Sergei Kravinoff, sabía que me llamaba así antes de morir, mis labios murmuran mientras dejo atrás la tumba vacía, que ocupaba solo unos minutos atrás en aquel viejo cementerio.
-¡Ahhhhhh!! -grito a la noche, mientras mi mente es azotada por el agitado mar de los recuerdos y me quito de encima el polvo de la sepultura. -¡Estoy vivo!!! -mi voz resuena como el rugido de un león y una carcajada sale de mis labios, al recordar quién era y por qué morí. -¡Yo soy Kraven!
Respiro profundamente y cierro los ojos, concentrándome en todos los ruidos provenientes de la ciudad y que convergen sobre aquella sucia azotea del destartalado bloque de viviendas, sobre el que estaba observando la ciudad. Este lugar es una jungla, llena de depredadores y presas que se mueven sin cesar por ese laberinto de asfalto y acero, igual que ratas de laboratorio en busca de su premio. Un grito de puro miedo me aparta de mis pensamientos, me muevo por instinto y salto desde la azotea a las escaleras de incendios del edificio de enfrente, noto como cruje el metal oxidado al caer e intentar soportar el peso. Bajo en silencio, moviéndome con rapidez y sin hacer ningún ruido por las escaleras, mientras observó la escena que tengo ante mí. Son tres hombres, su apestoso hedor llena mis fosas nasales delatando sus pérfidas intenciones, robo, violación y asesinato, mientras su presa, una mujer joven, tiembla de miedo en el fondo de aquel callejón acorralada y sin escapatoria posible.
La Araña me había enseñado una última gran lección antes de que yo muriera, su poder lo usaba para proteger a los débiles, no cazaba por la gloria o la venganza. Sonrío oculto entre las sombras antes de atacar, salgo como una exhalación de mi privilegiado escondite para cazar a mis presas. El primero de ellos, el que está en el centro, se gira y me lanza una torpe cuchillada con su navaja, esquivo con facilidad ese patético ataque y le golpeó con mi puño derecho en su cara, escuchando como su nariz cruje al romperse. Olvido por un segundo mi propia fuera y me deleito, al ver como mi adversario es lanzado hacia atrás por el impacto, mientras deja una estela de sangre y dientes rotos. Los otros dos chillan sorprendidos y se lanzan a por mí, me agachó esquivando la barra de hierro con la que me ataca la presa de mi derecha y le suelto un brutal rodillazo en la entrepierna, para luego girarme a hacer frente al tercero. El último es el más grande de los tres, un toro enorme de fuertes músculos, intenta inmovilizarme con sus gruesos brazos en un poderoso abrazo de oso. Echo la cabeza hacia atrás rugiendo como una bestia y le doy un cabezazo tras otro, sin piedad y sin parar, notando en cada impacto como se le rompen los huesos del rostro a mi enemigo, hasta que finalmente me suelta y cae de rodillas con la cara empapada en su propia sangre. Mi mano izquierda se cierra sobre su cuello y lo alzó como si fuera un pelele que no pesará nada, mi mirada se cruza con la suya y saboreo su miedo, antes de arrojarlo a un lado como si fuera un pelele de trapo. Mi mirada se posa en la mujer, que llora echa un ovillo al fondo del callejón, huele a miedo e incluso está más aterrada tras ver aquella escena de brutalidad desmedida, se que me he dejado llevar por mi alma de cazador inclemente.
-Vete, ya estás a salvo -digo con mi áspera voz, sin mostrar ninguna emoción y mirando a los gimientes criminales . -Estas bestias ya no podrán hacerte nada, sal de aquí.
No miró una segunda vez a la presa de esos chacales, alzó mis ojos hacia la noche y mis ojos buscan a la Araña en las alturas, como si quisiera su aprobación a aquel acto que acababa de realizar. Suspiro ampliamente sin dejar de alejarme de aquel callejón, sonriendo al escuchar una última vez los doloridos gemidos de aquellos patéticos maleantes, mientras me interno en aquella jungla de asfalto, otra vez, a la búsqueda de nuevas cacerías y depredadores que abatir sin piedad.
Acecho entre los callejones sombríos y las destartaladas azoteas, saboreando mi reciente victoria y ahora entiendo un poco mejor a la Araña. Miro hacia el horizonte y veo que empieza a amanecer, ya sé quién soy y en qué me he convertido. La maldición me ha dado una nueva oportunidad para cazar otra vez, pero esta vez no como Kraven,sino como el líder de la manada que los protege de los depredadores. Ahora solo quedaba el Cazador, aquella ciudad será mi nuevo territorio de caza para limpiarla de depredadores.
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