La suave música de orquesta llenaba aquel enorme despacho, eclipsando cualquier ruido del exterior. Megami se colocó el pequeño kimono blanco con flores de loto bordadas, sobre su bello cuerpo desnudo, apartándose del hombre agonizante que yacía sobre la cara alfombra. Una sonrisa llena de odio apareció en su rostro de porcelana, mientras avanzó con paso delicado hasta el escritorio de caoba antigua, sus dedos acariciaron su superficie con suavidad, sintiendo la rugosidad de la madera y los delicados labrados. Su mirada se desvió un momento hacia el ventanal de cristal blindando, el asombró y la ira llenaron su alma, al ver la enorme masa planetaria de la Tierra. Soñaba con pisar el planeta que tenía delante de ella, como todos los que habían nacido en el enorme anillo de metal, que orbitaba alrededor de la cuna de la humanidad.
Apartó aquellos bellos deseos de su mente, sabía que de sus acciones dependían varias decenas de millones de vidas, tratados como esclavos del gobierno terrestre en aquel anillo orbital. Se sentó con cuidado frente al terminal del escritorio, las yemas de sus dedos acariciaron el teclado y la pantalla se iluminó ante ella. Un chasquido llamó su atención, metió su mano derecha en un pequeño bolsillo oculto de su kimono, sacando un pequeño auricular que se colocó en el oído derecho. Respiró profundamente antes de activarlo, la estática y ruido la hizo fruncir el ceño, para luego ser sustituido por una grave voz masculina.
-¿Has conseguido tu objetivo, Megami? -preguntó la voz con un tono mecánico. -¿Estás lista para la fase dos del plan?
-Claro que lo he conseguido, el bastardo del gobernador Freeman está muerto -respondió con enfado Megami, ante la falta de confianza en ella por parte de su interlocutor. -Estoy preparada para continuar, Alister.
-Bien, entonces sigue mis instrucciones al pie de la letra -indicó la voz de Alister con suavidad en el oído de Megami. -Entra en el sistema, la contraseña es Gavilan52.
-Estoy en ello -Megami tecleo con rapidez la contraseña, al momento cientos de iconos y ventanas aparecieron en la pantalla. -Bien, ya estoy dentro. ¿Qué hago ahora?
-Ahora busca la ventana del sistema de control de las defensas internas y desactívalas -Megami en silencio siguió las órdenes de la voz de Alister, sin cuestionarlo en ningún momento. -¿Lo has hecho ya?
-Ya está hecho, las defensas y los robots de vigilancia están desactivados -las alarmas sonaron y la música se interrumpió, por los altavoces sonó una voz artificial indicando el apagado de las medidas de seguridad, al escuchar la voz Megami sonrió cruelmente. -¿Qué más necesitas, gran líder de la rebelión?
-No te pases de lista, niña -gruñó Alister enfadado por la falta de respeto de Megami. -Esto no ha acabado, si queremos ser libres debemos evitar que el gobierno terrestre responda. Quiero que lances los misiles omega, Megami.
-¡Pero qué coño estás pensando, Alister! -gritó aterrada Megami, lo que proponía Alister era cruel, un genocidio en toda regla. -Si lanzó los misiles, morirán billones de inocentes allí bajo. ¿Acaso te has vuelto loco?
-¿Pero que crees que harán cuándo sepan que controlamos el anillo orbital? - la pregunta de Alister sonó llena de odio y veneno en el oído de Megami. -Nos matarán hasta el último de nosotros, sin importar que haya niños o ancianos. ¡Así que obedece y lanza los putos misiles!
Megami se arrancó el pequeño auricular del oído, una cosa era liberarse de sus crueles amos y otra diferente, era condenar a la muerte a miles de millones de inocentes. Suspiró ampliamente, su mirada volvió a posarse en la enorme figura de la Tierra. Las dudas sobre qué hacer batallaban en su cabeza, sus ojos distinguieron los fogonazos en la atmósfera de las naves que se dirigían a mitigar el motín, una maldición salió de sus labios. Se giró y su mano temblorosa activó las defensas exteriores, mientras el mensaje parpadeante pidiendo la aceptación del lanzamiento de los misiles llenó toda la pantalla. Megami con los ojos llenos de lágrimas, pulsó la aceptación del lanzamiento, mientras rogaba a Dios que le perdonará por lo que acababa de hacer.
Observó en silencio, sentada en la enorme silla acolchada del despacho, mirando a través del cristal blindando como los cañones del anillo borraron del firmamento las naves terrestres. Los misiles fueron lanzados hacia la Tierra, avanzando a toda velocidad hacia su enorme objetivo, entrando en la atmósfera como estrellas fugaces ardientes. Las lágrimas empaparon el pálido rostro de Megami, cuándo las detonaciones de los misiles crearon enormes hongos de destrucción en la superficie del planeta, visibles con claridad desde el espacio. Había salvado a su gente, a cambio de renunciar a su conciencia y arrasar un planeta entero.
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