La guerra de la noche. Parte 1: Nieblas de sangre.

La noche había caído sobre la ciudad de Londres, una niebla insana se enroscaba y serpenteaba por las sucias calles. Las farolas brillaban con luz mortecina, iluminando las fachadas de sórdidos locales con los cristales tintados de los que emanaban risas, gemidos de placer o canciones de borrachos. Una figura envuelta en un abrigo oscuro y con un alto sombrero de copa salió de entre la niebla, su mirada se movía en todas direcciones de la mal iluminada calle. Cerraba y abría sus manos enguantadas cómo una fiera enjaulada, cada paso que daba le alejaba de su humanidad, sintiendo que la bestia de su interior rompía las cadenas de la decencia y la virtud.

Los recuerdos pasaron por su mente de una manera viva, como si fueran recientes en vez de tener meses o años. La muerte de su querida esposa Ana, la furia y la pena que le había llevado a la locura, el primer acto brutal y sangriento que realizó. Un gruñido bestial subió por su garganta, la bestia arañaba con fuerza su conciencia, llenando su mente con una bruma roja. Una sonrisa apareció en su pétreo rostro, al ver a su próxima presa, ya no era sí mismo, sino la bestia que llamaban Jack, el destripador.

La pequeña Marie se subió ligeramente el tirante de su deslustrado vestido rojo, su joven rostro mostraba las arrugas de una vida dura y llena de privaciones bajo su maquillaje barato y de mala calidad. Sus ojos verdes brillaron al ver al apuesto y aparentemente acomodado hombre, una sonrisa apareció en sus rojos labios cuando lo vio acercarse a ella.

-Buenas noches, señor -dijo Marie, dejando que se viera su gran escote al apartar su chal descolorido. - ¿No quiere pasar un rato agradable esta fría noche?

-Mmmm -soltó Jack, observando con detenimiento a la joven, igual que un depredador a su próxima cena. -¿Cuánto por la noche completa? 

-Quince libras y seré tuya toda la noche -sonrió ampliamente Marie, esperando sacar más dinero de lo habitual. -Te prometo que no te defraudaré y pasaras un rato único. 

Jack se rio levemente ante el comentario de ella, sacó con cuidado el dinero que le pedía y se lo tendió hacia ella. Con un ágil movimiento de manos, Marie le arrebató el dinero y se lo metió en el escote, a la vez que le lanzó una mirada lasciva. Los dos se adentraron en el oscuro callejón, caminando en dirección a la puerta de una pensión de mala muerte, que ella utilizaba para sus encuentros nocturnos. Todo sucedió en un minuto, a los pocos pasos los gritos ahogados de Marie resonaron en la noche, mientras Jack la acuchillaba y rajaba de forma metódica y cruel. Parpadeó y movió la cabeza totalmente confuso, cuándo la bestia que era Jack se retiró de su conciencia, el horror llenó su cara, al ver el agónico cuerpo de Marie temblar sobre un charco de su propia sangre. Salió con rapidez del callejón, internándose en la fría niebla, rezando por su alma condenada y porque nadie se diera cuenta de las manchas de sangre sobre su oscuro abrigo. 

Dos figuras emergieron de las sombras, observando a la moribunda con frialdad absoluta. La primera vestía un traje blanco, con una capa y sombrero de copa a juego, se apoyó en su bastón observando a la moribunda Marie. El segundo hombre vestía con ropas de gran calidad de color rojo y negro, pasadas de moda y que hacían destacar su pálido rostro, al ver la escena no pudo evitar lamerse sus finos labios. 

-Es un simple carnicero-dijo Moriarty negando con la cabeza y llevándose un pañuelo blanco al rostro. -¿Estás seguro de que lo necesitamos, mi pálido amigo? 

-Dirígete a mí por mi nombre o título -respondió el hombre de tez pálida, mientras se arrodillaba y mojaba uno de sus dedos en la sangre, para luego probarla como si fuera un delicioso vino. -Si lo necesito, él nos proveerá de materiales para que el doctor cree mi nuevo ejército. 

-Mi red de agentes lo encontrará, ahora que sabemos cómo es- Moriarty se alejó de la chica con cierto asco, para luego señalará. -¿Y qué hacemos con ella, Drácula? 

-Oh, ella nos servirá - dijo Drácula, cerniéndose sobre ella y clavando sus colmillos en el cuello de la destrozada y agonizante Marie. -Quiera o no, nos servirá...

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