La bestia interior.

El enorme castillo parecía abandonado y en ruinas vistas desde el exterior, grandes enredaderas crecían sobré los muros defensivos que lo rodeaban, deshilachados banderines se mecían por el aullante viento sobre las almenas. Bella había seguido el rastro de las ruedas de la vieja carreta de su padre, hacía días que se había internado en el bosque y desaparecido sin dejar rastro. Avanzó con cuidado por el viejo puente levadizo, cada paso que daba hacía crujir las podridas maderas, temiendo en todo momento que se rompieran y la dejarán caer al abismo, que era ahora el antiguo foso seco con un fondo de afiladas piedras. Su pelo marrón estaba recogido en una cola de caballo, sus ojos verdes miraban en todas direcciones con cautela, mientras sus ropas manchadas de barro parecían pesar una tonelada, la vieja capa verde parecía revolotear a su alrededor por la brisa del atardecer, cuándo llegó al enorme portón principal. Bella alzó una mano con timidez y golpeó madera húmeda, el eco sonó como un mazazo que retumbó por todo el lugar, un silencio sepulcral fue la única respuesta que recibió. Sin pensarlo dos veces volvió a alzar el puño para golpear el portón, cuándo se abrió de par en par con un terrible chirrido de las bisagras oxidadas ante ella, tras lanzar una mirada de recelo se internó en el patio de armas, mientras se cerraba el portón detrás de ella de golpe. Bella avanzó por el embarrado patio, siguiendo las huellas aún frescas de ruedas, hasta encontrar pegada a uno de los muros y destrozada la carreta, al acercarse le dio una arcada de asco al ver los restos de la vieja yegua de su padre despedazada y medio devorada. Aterrada, se acercó a los restos del vehículo, temiendo encontrar a su padre en igual estado, sin reflexionar en qué o quién había destrozado al pobre animal, solo rezando por no encontrar el cuerpo despedazado de su progenitor. Un suspiro de alivio salió de los labios de Bella al ver las pisadas de botas, que se alejaban de la carreta y se dirigían al castillo, seguramente a la búsqueda de refugio de la noche tormentosa. 

Decidida, se cogió la falda para no mancharse de barro y caminó hacia la entrada del castillo, teniendo la extraña sensación de estar siendo vigilada en todo momento. Subió los tres escalones de piedra con cuidado para no resbalar, las puertas parecían estar entreabiertas e invitar a entrar en aquel oscuro lugar, apoyó con cuidado las manos y empujó despacio hasta abrirlas de par en par. La luz del atardecer irrumpió en el enorme recibidor, dejando ver muebles antiguos cubiertos de espesas capas de polvo, cuadros descoloridos de ilustres personajes que parecían mirarla, una enorme alfombra manchada y raída iba desde la puerta hasta perderse en las altas escaleras, las vidrieras de colores apagados brillaban reflejando la tenue luz, en el techo una lámpara de araña colgaba rodeada de enormes telarañas. Bella entró observando asombrada la antigua gloria del lugar, sin hacer caso a los rumores que decían que el viejo castillo estaba encantando, por un instante se imaginó cómo sería aquel sitio en todo su esplendor. Su ceño se frunció, cuándo las dudas le llenaron la mente y preguntas sin respuesta la acosaron, mientras siguió avanzando por el enorme recibidor buscando el rastro de su padre. 

-¿Qué hacías en este sitio, padre? -su voz expresó la pregunta en alto, cómo si esperará la respuesta del mortecino silencio a sus preguntas. -¿Viniste buscando refugio? ¿O acaso entraste a buscar algún tesoro olvidado?.

No hubo respuesta alguna, Bella suspiró levemente y sonrió al ver unas manchas de barro seco sobre la alfombra, se arrodilló y las examinó con cuidado, eran huellas de botas de un hombre. Siguió el rastro, internándose cada vez más en el oscuro castillo abandonado, cogió un candelabro que tenía una vieja vela y la encendió, para luego descender una oscura escalera de caracol. Bella bajaba agachada para evitar las telarañas, con la luz del candelabro por delante para iluminar la larga bajada, que la llevó hasta las mazmorras del castillo. El olor a moho y aire rancio le llenó las fosas nasales, haciéndola estornudar varias veces, mientras avanzaba por el pasillo lleno de celdas, un leve gemido de dolor llamó su atención y lo siguió, hasta llegar a la última celda. 

-¿Padre, sois vos? -la voz de Bella tembló levemente al pronunciar la pregunta, a la vez que acercó la vela del candelabro para iluminar la celda. -Respondedme por favor… 

-¿Bella? -la cascada voz salió de los labios del padre de ella, que parecía haber envejecido años en solo unos días. Al verla sus ojos se abrieron como platos y el miedo afloró en ellos. -¡Huye de aquí, hija mía! ¡Antes que vuelva el señor de este lugar!

-No pienso irme si ti, padre -Bella se arrodilló ante la cerradura de la celda y sacó un pequeño cuchillo de su cinturón, dejó el candelabro en el suelo y se puso a intentar forzar la cerradura. -En un momento abriré esta reja y nos iremos de este terrible sitio.

-Yo no lo creo, muchacha -una enorme figura oculta en las sombras de la mazmorra gruñó las palabras, mientras sus enormes ojos rojos miraban con furia a Bella y su padre. -Tu padre es un ladrón y está donde se merece, tú has entrado en una casa que no es la tuya. ¿Qué debería hacer con vosotros? 

-Deja a mi padre libre -respondió Bella, levantándose y mirando a la figura oculta en la oscuridad sin miedo. -Es un anciano y está enfermo, no vivirá mucho si se queda aquí. Yo... ocuparé su sitio, pagaré por su crimen. 

-Si es lo que deseas…-las palabras sonaron igual que una sentencia de muerte, cuándo la enorme y brutal criatura salió a la luz de la antorcha. -Tu padre será liberado, me perteneces ahora y si intentas engañarme, le daré caza cómo si fueras un pequeño conejo.  

Sin decir más, la Bestia abrió la celda y cogió con fuerza de un brazo al anciano, empujándolo fuera de la celda y llevándolo casi arrastras en su procesión hasta la superficie y finalmente fuera del castillo. Bella caminaba detrás de ellos, con los labios apretados y agarrando con fuerza su falda, para asegurarse que aquel monstruo cumpliera su parte del trato. Cuándo vio a su padre cruzar el portón de las murallas, se dejó caer sobre el empedrado y empezó a llorar desconsolada, sabiendo que jamás volvería a verlo o a ser libre. La Bestia soltó un bufido y volvió a internarse dentro del recibidor con tranquilidad, levantando pequeñas nubes de polvo al pisar la vieja alfombra, pero sin apartar la vista de la muchacha. Bella se levantó y siguió al interior del castillo a su carcelero, sin dejar de mirar al suelo.

-Puedes ir a cualquier parte del castillo, menos a mis aposentos privados -la voz de la Bestia sonó algo más amable, pero seguía siendo fría y dura. -Lo que necesites, solo pídelo a mis sirvientes. 

-¿Tienes sirvientes? -la pregunta salió con tristeza y suavidad de los labios de Bella, que miró en todas direcciones, sin ver a nadie más que a su captor. -¿Son acaso también prisioneros como yo? ¿O son criaturas del bosque?.

-¡Venid mis siervos! -Bestia aplaudió con sus enormes y peludas garras, llamando a todo el personal bajo sus órdenes. -No te asustes de ellos, son muy sensibles. 

Al terminar de decir esas palabras, todas las velas de la estancia se encendieron de golpe, obligando a parpadear a Bella al pasar de la oscuridad a la luz de golpe. Los objetos del enorme recibidor empezaron a levitar, trapos empapados y fregonas empezaron a limpiar sin ser manejados por nadie, todo parecía una magia sorprendente. Bella fijó aún más la vista y soltó un chillido de sorpresa, cuándo vio las figuras etéreas de mayordomos y sirvientas, que sostenían las fregonas y trapos que ella pensaba mágicos. En segundos, aquella estancia quedó limpia y reluciente, mostrando un aspecto cuidado y digno de cualquier palacio de cuento de hadas. Los espectrales sirvientes formaron en ordenadas filas frente a ellos, esperando las órdenes de su maestro con el semblante serio. La Bestia rugió la orden de que limpiarán el castillo y prepararán el cuarto de invitados para Bella, para luego subir por las escaleras para ir a sus aposentos, sin ni siquiera volver la vista atrás. 

Habían pasado varios días, Bella había recorrido casi todo el castillo y hablado con varios de los fantasmales sirvientes, buscando saber más sobre el lugar y su bestial dueño. Su estancia favorita era la biblioteca, allí se pasaba horas leyendo los viejos libros y fue dónde encontró un ajado diario, aquel libro le contó la verdad sobre su captor y la maldición que lo había transformado en un monstruo. Las comidas y cenas en el gran comedor eran algo incómodas, la estancia estaba diseñada para decenas de comensales y no para dos personas, dándole en esos momentos un aura de melancolía por estar casi vacío. Pero aquella noche era diferente, la Bestia se había arreglado y vestía lujosas ropas hechas a medida, varios sirvientes tocaban instrumentos con suavidad para romper la tristeza y el incómodo silencio del comedor. Bella había sustituido sus viejas ropas por un vestido amarillo con bordados de hilo de plata y oro, sabía que le quedaba poco tiempo a su anfitrión, antes de que la maldición fuera irreversible y toda su humanidad desapareciera. Haría lo que pudiera, para qué disfrutará la Bestia de sus últimos momentos de humanidad, Bella no apartó la mirada en ningún momento él, sintiendo lástima y tristeza por el destino de aquel ser que una vez fue un hombre. 

En mitad del baile, en el gran salón de recepciones, la enorme campana del torreón central sonó con fuerza, alertando a los habitantes del castillo de una posible amenaza. La Bestia ordenó con suavidad a Bella fuera a sus aposentos y atrancará la puerta, mientras se asomaba al balcón y miró al oscuro bosque. Vio una hilera de fuegos de antorchas, que avanzaban por el viejo camino al castillo, agudizó su vista y pudo distinguir una horda mugrienta de campesinos armados con horcas y rastrillos, seguían a un fornido cazador que montaba un enorme caballo negro y al lado de este indicando el camino, estaba el padre de Bella. La Bestia soltó un rugido de ira, si querían guerra la tendrían, aquellos pueblerinos no sabían dónde se metían. 

La horda furiosa usó un árbol caído como ariete, golpeando el portón de las murallas con fuerza, hasta que las hojas de madera cedieron. Entraron en tromba en el patio de armas, con las antorchas alzadas para ver en la oscura noche, el cazador desmontó del caballo y desenvainó la espada, para luego señalar el castillo. La Bestia podía oler oculta desde las altas sombras el odio de la multitud y su sed de sangre, mientras entraban en el gran recibidor. El cazador subió por la escalera, sin hacer caso a la turba furiosa que se había dispersado por el castillo, a él solo le importaba matar a la criatura y reclamar a la muchacha como premio. Siguió subiendo, sabiendo que encontraría al monstruo en lo más alto de aquel antiguo castillo. Bella podía escuchar el tumulto, los gritos y los sonidos de pelea que resonaban por todo el castillo, era su culpa que esa turba estuviera allí, su rescate solo era una excusa para robar y saquear el lugar. Decidida se rompió la falda para poder moverse con rapidez y se quitó los zapatos de tacón, recogió su pequeño cuchillo y salió al pasillo, caminando en silencio en dirección a los aposentos de la Bestia, debía estar allí y ayudarlo. 

El humo ascendía por el hueco de las escaleras y llenaba los pasillos, el cazador soltó una maldición en voz baja, por qué los estúpidos pueblerinos habían empezado un incendio. Se pegó a la pared de piedra y observó la madera de la puerta, una sonrisa cruel apareció en su rostro al ver las marcas de garras por toda su superficie, estaba frente al cubil del monstruo. Descolgó en silencio la pequeña ballesta de su cinturón y colocó un virote, después abrió con cuidado las puertas y entró dentro de enorme cuarto que era la morada de su enemigo. Los muebles estaban destrozados, la cama era un colchón sobre un montón de restos de madera, las cortinas colgaban medio arrancadas y hechas girones, el único mueble intacto era una pequeña mesita para el té sobre la cual flotaba dentro de una vitrina de cristal una rosa casi totalmente marchita. El cazador se movió con cautela por la habitación, apuntando con su ballesta a las amenazantes sombras preparado para disparar contra su presa. La Bestia lo observó oculto entre las sombras y los restos de un antiguo armario, olía la determinación asesina de su enemigo y sabía que nada de lo que dijera o hiciera serviría para detenerlo. Las maderas crujieron al lanzarse a la carga la Bestia, alarmado por el ruido, el cazador se giró sobre sus talones y disparó la ballesta, el virote salió despedido velozmente dejando una estela plateada hasta clavarse con fuerza en el hombro derecho de la enorme criatura con tanta fuerza que la lanzó hacia atrás aterrizando sobre el armario destrozado. El cazador tiró la ballesta al suelo y avanzó con la espada lista para atacar, al llegar al lugar donde su enemigo había caído solo encontró un rastro de sangre en dirección al balcón. La Bestia jadeó sentada bajó la luz de la luna, cuándo se arrancó el virote y escuchó los pasos de las botas del cazador acercándose, vislumbrando el brillo del filo de la espada, sentía que su fin estaba cerca, cerró los ojos dispuesto a recibir a la muerte de buena gana. El cazador encontró a su presa, con la espada apoya contra la barandilla de mármol del balcón y los ojos cerrados, dispuesta para morir bajo su espada, alzó el arma para decapitar a la criatura sin piedad. Bella entró en los aposentos de la Bestia, vio al arrogante cazador del pueblo a punto de decapitar al señor del castillo. La furia empezó a arder en su corazón y desenvainó el cuchillo sin dejar de acercarse sin hacer ruido hasta la espalda del asesino, si pensárselo dos veces clavó la hoja de su arma en la espalda del hombre. Un grito de dolor salió de la garganta del cazador, que se giró y golpeó a Bella con brutalidad, lanzándola contra la mesilla de té que se rompió por el impacto. El grito hizo abrir los ojos a la Bestia y vio la escena, al ver caer a la muchacha algo se encendió en su interior y le lanzó en plancha sobre el cazador. El hombre y la Bestia rodaron por el suelo, debatiéndose en un combate atroz de fuerza brutal por imponerse sobre su adversario, manchando el suelo con la sangre de sus heridas. Bella gimió de dolor entre los restos de la mesita, al sentarse sintió un pinchazo en la mano y la apartó con rapidez, viendo la rosa maldita brillar al contacto con su sangre. 

Ambos contendientes jadeantes se separaron y pusieron en pie, sangraban por una docena de cortes y se miraban con un odio infinito. Se movieron en círculo, en posición listos para atacar y a la vez defenderse, esperando encontrar un mínimo fallo que les diera ventaja sobre el otro. Bella se levantó, se sentía extraña y mareada desde que había recibido el pinchazo de la rosa, su vista se cubrió por una niebla roja como la sangre y lanzando un aullido, saltó sobre la espalda del cazador y empezó a morderle el cuello con vehemencia. El cazador soltó un gritó de dolor al sentir el mordisco y como le habían arrancado un trozo de carne del cuello, cuándo fue a lanzar un espadazo a su agresora, su brazo quedo inmovilizado por la férrea garra de la Bestia, que también empezó a devorar al cazador. Los gritos resonaron durante minutos, hasta que no quedo más que un montón de despojos en el suelo, la Bestia miró a Bella y sintió tristeza al verla convertida en una criatura maldita cómo él. La pareja de criaturas aullaron y se abrazaron empapadas en sangre durante un momento, antes de bajar al enorme recibidor. El fuego había sido extinguido, una pila de cuerpos resecos yacía en el centro del recibidor, nadie había escapado de la furia de los sirvientes de la Bestia, que esperaban formando filas ordenadas a su maestro y su nueva pareja en silencio total. Ambos bajaron las escaleras, en sus ojos no quedaba nada de humanidad, ahora eran solo bestias por dentro y por fuera, la maldición se había vuelto eterna para ellos.

Comentarios