Star Wars: La noche de las mil lágrimas.

 

El viento soplaba con fuerza, arrastrando las cenizas de las destruidas ciudades domo y agitando las arenas de los desiertos de Mandalore. Ju Kaery se quitó el pesado casco de beskar, dejando libre su pelo rubio con dos largos mechones teñidos de negro en señal de duelo agitarse por el viento, mientras su pálido rostro se tensaba al captar el olor a quemado, que aún flotaba en el ambiente pese al paso de las décadas. Su mirada se clavó en Keldabe, la capital de Mandalore había sido una enorme ampolla de metal brillante y la joya del planeta. Ahora era solo un montón de ruinas calcinadas, donde yacían cientos de miles de mandalorianos asesinados a traición en una sola noche. Ju se apartó los mechones de la cara, sin apartar la mirada de las ruinas y recordando otra vez la noche de las mil lágrimas.

Cientos de miles de Bombarderos Tie surcaron el cielo nocturno de Mandalore, soltando su letal carga contra las ciudades domo sin piedad o remordimiento alguno. Keldabe tembló al recibir los primeros impactos de las bombas, vigas y planchas metálicas del techo del domo empezaron a caer como una lluvia letal sobre los confundidos ciudadanos. Ju Kaery se equipó con rapidez con su armadura, el casco y la mochila a reacción, saliendo junto con el resto de sus compañeros del barracón de los guerreros del Clan Kaery. La ciudad era un caos, los edificios temblaban y luego se derrumban como castillos de cartas de pazaak, los restos de metal y vigas retorcidas caían a plomo aplastando a los que intentaban huir, el humo de los incendios y el polvo de los derrumbes hacían casi imposible ver sin los cascos de beskar. Por instinto echó a correr sin mirar atrás, esquivando los trozos de cúpula, que caían a su alrededor y encendió su mochila. Por instinto dio un salto de veinte metros en descenso vertical hasta el nivel inferior y agarrando a un niño aterrado, que tiraba llorando de las ropas del cuerpo de su padre inerte y aplastado por una plancha de metal enorme. Ju sabía las órdenes, salvar al máximo posible de ciudadanos y llevarlos a los túneles subterráneos de las cloacas, sacarlos de la ciudad y escapar al desierto de los atacantes. A su alrededor veía actos de valor de los guerreros de los clanes, pero también actos viles y de venganza de aquellos que aprovechaban la confusión para saldar viejas deudas de sangre. Maldiciendo, volvió a saltar con su joven carga bien sujeta contra su pecho, descendiendo nivel a nivel con una precisión nacida del riguroso entrenamiento. En su casco resonaban los gritos de miedo de su alrededor, el sonido de las explosiones y de los derrumbes de edificios, junto con las voces sintetizadas de los diferentes canales de transmisión de sus guerreros. Ju necesitó de toda su concentración para no sumirse en la desesperación y el miedo, hasta que aterrizó en el nivel más inferior de Keldabe.

Los guerreros de diferentes clanes estaban guiando y protegiendo a los pocos civiles que habían podido salvar, obligándoles a introducirse de forma apresurada en la entrada a los túneles de alcantarillado.  Ju soltó al niño y le dio un pequeño empujón, haciéndolo avanzar a la entrada y se giró dispuesta a buscar más supervivientes, cuando los vio caer entre los restos del techo y los edificios que se desmoronaban, droides asesinos y sondas buscadoras del Imperio. Altos y delgados, pintados en negro y sujetando blasters, pistolas o vibromachetes, los droides asesinos saltaban con una gracilidad mecánica, matado a civiles sin piedad alguna y enfrentándose sin miedo a los guerreros mandalorianos cara a cara. Las sondas flotaban con tranquilidad como medusas en un calmado mar, disparando fuego pesado como si fueran torretas de caza, contra todo ser orgánico que se movía a su alrededor. Ju activo los misiles silbadores de su brazal derecho, derribando dos sondas a la vez que disparaba con una pistola contra las posiciones donde un grupo de droides se parapetaban.  

-¡Clan Kaery activar escudos! -rugió Ju por el comunicador, retrocediendo ante la horda de máquinas asesinas que avanzaban, ignorando los disparos hacia su posición. -¡Formad un muro y retroceder hacia la entrada!

No esperó a escuchar las respuestas de sus guerreros, simplemente activó su reactor y siguió disparando, a la vez que lanzó con su otra mano cargas explosivas adhesivas a las paredes y techo de la boca de entrada de las alcantarillas. Varios guerreros mandalorianos cayeron de pisos superiores, derribados en el aire por el fuego de las sondas, que descendían hacia la posición de aquella resistencia inútil de los mandalorianos, mientras los droides seguían disparando en su sistemático avance entre los restos y escombros hacia el muro de escudos de energía.  El tiempo se les acababa, estaban atrapados como ratas y solo podían retroceder, escapando a las cloacas pese a ir contra el código mandaloriano. Ju suspiró al ver caer los primeros de sus hermanos caer heridos, no tenía tiempo para ser indecisa o dudar, debía actuar y dar la orden sin importarle lo que pensarán de ella.

-¡Retirada a las cloacas! -gritó Ju por el comunicador, intentando que no se notará como le temblaba la voz. -Doscar, Verox, Jenny y Vitor, fuego de cobertura pesado en retirada. ¡Ahora!

Los guerreros obedecieron, desactivando sus escudos de energía y emprendiendo la huida con sus rectores, volando a toda velocidad sin mirar atrás por el túnel de las cloacas y alejándose de la entrada. Los cuatro mandalorianos que había nombrado Ju Kaery descolgaron de sus mochilas a reacción unas pesadas ametralladoras gatling y empezaron a disparar ráfagas cerradas, a la vez que retrocedían paso a paso. Ju los sobrevolaba como un ave rapaz, disparando sus pistolas y esperando el momento idóneo para ordenar la retirada final y detonar las cargas. Los droides seguían avanzando, a pesar de los daños o las bajas, cruzando el umbral de entrada bajo el incesante fuego pesado de las armas gatling. Ese era el momento que estaba esperando, Ju gritó otra vez la orden de retirada y pulsó el botón de su guantelete izquierdo, activando la detonación de los explosivos del techo y las paredes. Los cuatro mandalorianos soltaron las armas y activaron al instante las mochilas a reacción a máxima potencia, saliendo disparados como cohetes recorriendo el túnel a toda velocidad, mientras las cargas eran detonadas, destrozando a los Droides asesinos y derrumbando toda la entrada bajo un mar de escombros en llamas. Ju giró sobre sí misma en el aire y se lanzó a seguir a sus compañeros, cuándo en ese instante un disparo de blaster impactó en su mochila a reacción y la hizo perder el control, golpeándose contra una de las paredes laterales del túnel con brutalidad. La onda expansiva de las explosiones la arrojó hacia delante como una muñeca de trapo, haciéndola girar en el aire y rebotó contra la sucia superficie del canal de las alcantarillas, hasta finalmente quedar flotando boca arriba en las aguas residuales medio inconsciente.

Su cuerpo le ardía de dolor, sentía como si un Rancor la hubiera zarandeado y la costaba respirar por las costillas rotas, el sabor metálico de la sangre llenaba su boca y sus oídos la zumbaban todavía por el estruendo de la explosión. Dos pares de manos fuertes las sacaron del canal de agua sucia, sujetándola con cuidado y tumbándola sobre las frías losas del suelo. Vitor y Doscar la mantenían inmovilizada con el férreo agarre de sus manos acorazadas, mientras sus dos compañeras se arrodillaron ante ella y la examinaban para comprobar su estado.

-Deberíamos quitarle el casco -sugirió Verox quitándose el casco y dejando a la vista un bello rostro enmarcado por un largo pelo dorado, mientras sacaba material médico de un compartimento de su mochila. -Necesita aire fresco y así podemos su estado mejor.

-No, el casco mantiene su cabeza de una pieza -Jenny negó, mientras escaneaba a Ju y verificaba sus lesiones y constantes vitales con los sistemas de su propio casco. -Tiene una conmoción, varias costillas rotas, contusiones por todo el cuerpo y docenas de fisuras óseas. No tiene ningún daño interno gracias a la armadura de beskar. Inyéctala un estimulante, para evitar que pierda el conocimiento y tres miligramos de Kolto para que los huesos se suelen rápido, Verox.

-Entendido, Jenny -Verox asintió y quitó a Ju el guantelete derecho, para luego con cuidado inyectarla, primero el Kolto y luego el estimulante. -Esto te pondrá en pie, aguanta hermana.

Los ojos de Ju Kaery se abrieron de golpe por el estimulante corriendo por su torrente sanguíneo, un gemido de dolor salió de su casco al sentir de golpe todo el dolor de su vapuleado cuerpo y como el Kolto empezaba a soldar los huesos fisurados y las costillas rotas. Doscar y Vitor la levantaron al unísono pasando los brazos de Ju por sus anchos hombros, ayudándola a mantenerse en pie y obligándola a avanzar por aquellos sucios canales de las alcantarillas, mientras Verox encabezaba la marcha con su fusil blaster apuntando hacia delante y Jenny cerrando la marcha detrás con sus pistolas listas para matar. El tiempo parecía pasar lentamente en la oscuridad de las alcantarillas, Ju escuchaba combates lejanos, ecos de muerte provenientes de los túneles cercanos y paralelos a su posición, mientras todo temblaba a su alrededor a cada paso que daban y regueros de polvo caían sobre ellos por las explosiones de la superficie.

Los tenues rayos del sol les dieron la bienvenida al salir de las alcantarillas, varios kilómetros al sur de Keldabe. Ju sabía qué habían pasado tres días por el contador de tiempo integrado en su casco, aún necesitaba ayuda para caminar, pero al menos sentía que dolor ya no era abrumador y podía respirar sin ahogarse con su propia sangre. Un pequeño grupo de sus hermanos de clan y varios civiles los recibieron con largas caras de tristeza y melancolía, mientras los guiaron lejos de agujero dónde caía el agua de las cloacas a un pozo sin fondo. Tras dos horas de tortuoso camino, llegaron al campamento provisional de los supervivientes, un montón de tiendas de color arena montadas sobre un afloramiento rocoso en medio del desierto de dunas. Desde entre las rocas del campamento se podía ver con claridad los restos en llamas y humeantes de Keldabe, Ju enmudeció al ver la ciudad domo derruida y quemada hasta los cimientos, envuelta en una espesa capa de humo negro como un sudario mortuorio. Cientos de lanzaderas ascendían y descendían de las montañas, donde estaban los complejos mineros y de los distritos de almacenamiento de la ciudad arrasada, saqueando el valioso beskar y llevándoselo a los imponentes destructores imperiales, que flotaban en órbita que estaban preparados para volver a lanzar sus mortales enjambres de naves asesinas.

-Esto es la maldición del sable oscuro -dijo de forma tétrica Ju, observando con rabia la destrucción de su mundo y como era saqueado. -Es culpa de Bo-Katan Kryze, por conseguir el arma sagrada de nuestra gente de forma deshonesta y sin honor. Ella nos hizo alzarnos contra el Imperio sin apoyos y este es nuestro castigo, hasta que el nuevo portador del sable oscuro nos vuelva a unir, mientras solo seremos fantasmas andantes.

Ju Kaery parpadeó, apartando los viejos recuerdos de aquella terrible noche y sus proféticas palabras, para observar al nuevo portador del sable oscuro, que caminaba entre de las ruinas de Keldabe a la espera de reunir a los clanes, para dar un nuevo propósito a los mandalorianos y unificarlos bajo su estandarte. Ella comprobaría lo que era capaz de hacer aquel hombre llamado Din Djarin y su hijo alienígena, sabiendo que si no estaba a la altura, ella misma lo desafiaría por el derecho a portar el sable oscuro y liderar a su pueblo.

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