La portadora del trueno.

 

El aire helado silbaba entre los árboles cubiertos de nieve, Eyra siguió avanzando por el antiguo bosque, en busca de un refugio donde esconderse. Aún recordaba el fuego y los gritos de la noche anterior, como los bárbaros del norte habían matado a todos los hombres de su pueblo y habían forzado a las mujeres, mientras celebraban la victoria en nombre de los Dioses. Ella solo había hecho lo que tenía que hacer, tras apuñalar al maldito cerdo que quería tomarla por la fuerza y escapar al bosque de la ira de los Vikingos. Se apretujó entre las pieles, que la cubrían su delgado cuerpo desnudo, su largo pelo rojo estaba cubierto de copos de nieve y su piel estaba muy pálida por el frío, sus ojos azules miraban en todas direcciones buscando un lugar seguro. Sabía lo que buscaba, aún recordaba las historias de los antiguos dioses pese a que todos en el pueblo habían abrazado el cristianismo, su abuela le había relatado cada noche las gestas de Odín y del resto de dioses. 

Eyra entró en un enorme claro, allí había un gigantesco menhir cubierto de grabados tan antiguos como el mismo mundo, temblorosamente avanzó emocionada hacia la sombra de la enorme piedra. Posó la mano sobre la fría roca, los grabados se iluminaron y la piedra crujió, abriéndose ante la asombrada Eyra. Observó las oscuras escaleras que se internaban en la tierra, el miedo batallaba con la necesidad de sobrevivir y sin dudar se internó en la oscuridad. Empezó a bajar las escaleras, escuchando con miedo como la entrada se cerraba detrás de ella, quedándose en oscuridad total. Cuándo se cerró la entrada, todas las antorchas se encendieron de forma espontánea, ardiendo con un fuego verde sobrenatural, dejando ver grabados en las paredes de las grandes gestas y batallas de los dioses. Eyra se sorprendió al ver tanto oro, plata y piedras preciosas incrustadas en las paredes, mientras seguía bajando las escaleras que no parecían tener final. Siguió descendiendo durante lo que le pareció horas, sentía el poder recorriendo las piedras de la antigua construcción y llamándola a internarse aún más profundamente. 

Al llegar al final de las escaleras, Eyra descubrió una enorme sala sostenida por columnas con intrincados grabados, que se perdían en la oscuridad del lejano techo. En los laterales enormes estatuas de dioses y héroes se alzaban vigilantes, como guardianes eternos listos para atacar a cualquier intruso que osara entrar en aquel sagrado lugar. Eyra avanzó por el suelo de losas de jade, en ellas había nombres de grandes guerreros de la antigüedad y sus gestas grabados con cuidado, sentía un aura de reverencia y sobrecogimiento la rodeaba, cada vez que daba un paso un hormigueo eléctrico parecía recorrer su cuerpo. Al fondo de la sala, se alzaba imponente una enorme de estatua de Odín parecía estudiarla con su único ojo sano, delante de aquel coloso pétreo había un altar de piedra pulida, donde descansaba un poderoso martillo de guerra con grabados de plata y oro, reposando como un bebé recién nacido encima de un manto de terciopelo rojo con hilo de plata bordado.

-Es impresionante -Eyra acercó la mano para acariciar el mango del arma. -Es un arma propia de un dios de las leyendas.

-¡Detén tu mano, mortal! -una profunda voz salió de la estatua de Odín, a la vez que empezaba a moverse despacio. -¡Este es Mjölnir, el martillo del dios Thor! ¡Solo los guerreros dignos pueden blandirlo!.

-¡No me importa! -gritó Eyra al coger la sagrada arma del altar y alzándolo con las dos manos. -¡Con Mjölnir podré salvar a mi gente! ¡Y dar muerte a esos cerdos del Norte!

-¡Guardianes alzaos! -la orden de la estatua de Odín resonó por toda la sala, a la vez que alargó la mano hacia Eyra. -¡Devuelve el martillo, humana!

Las enormes estatuas se movieron con sus ojos ardiendo con fuego sobrenatural y con las armas de piedra apuntando a la intrusa. Eyra sintió la energía de Mjölnir recorrer su cuerpo, obligándola a cargar contra las estatuas con un ardor guerrero que nunca había sentido antes en su toda vida. La primera estatua armada con una larga lanza la acometió, Eyra giró esquivando el filo del arma y descargó un golpe contra la pierna derecha de su enemigo, la estatua cayó al suelo al romperse su pierna. Sin ni siquiera mirar al enemigo caído, se enfrentó contra la siguiente estatua, una mujer de formas seductoras armada con dos cuchillos. Eyra retrocedió ante el enjambre de ataques de los cuchillos pétreos, parando de forma desesperada cada acometida con Mjölnir. Podía sentir como si el martillo se volvía cada vez más fácil de manejar, su corazón palpitaba con velocidad, mientras sus ojos buscaban una apertura en los ataques de su enemiga. Una sonrisa feroz apareció en el rostro de Eyra, se agachó esquivando por un pelo los dos cuchillos y lanzó un golpe ascendente contra el rostro de la estatua. La piedra crujió al ser golpeada por Mjölnir y una lluvia de piedras cayó sobre Eyra, cuándo la cabeza de la estatua se rompió por el terrible golpe en cientos de pedazos. La estatua cayó hacia atrás rompiéndose en varios trozos contra el suelo, la mirada de Eyra se cruzó con la de su último enemigo, que esperaba listo para combatir. La era estatua representaba al propio dios Thor, sujetando una copia de piedra de Mjölnir, que empezó a girarlo con rapidez entre sus enormes manos. Eyra avanzó hacia la estatua, trazando rápidos giros y movimientos con Mjölnir, sin apartar la vista de su enemigo y concentrada en sus rápidas acciones. Los dos martillos chocaron en sucesivos golpes sincronizados, los ataques y fintas cada vez eran más rápidos, un solo error podía ser fatal para cualquiera de los dos contendientes. Eyra se distrajo un momento, el martillo de su enemigo encontró una apertura y golpeo en el estómago, lanzándola por los aires varios metros hacia atrás. El grito de dolor de Eyra llenó la enorme sala, sentía que el golpe le había roto varías costillas y la dejó tirada boca arriba en el suelo, observando aterrada como la estatua avanzaba hacia ella para rematarla. La mano de Eyra se cerró sobré el mango de Mjölnir, sintió la energía eléctrica del arma recorriendo su maltratado cuerpo, la ira creció en su interior revitalizando todo su maltrecho cuerpo, no quería morir en aquel lugar olvidado en la oscuridad. Alzó el martillo gritando, una descarga de rayos salieron del Mjölnir antes que pudiera golpearla su enemigo, destrozando la estatua y transformándola en un montón de rocas sin forma medio derretidas. 

-¡Bravo humana! -rugió riéndose la enorme estatua de Odín, volviendo a su posición detrás del altar. -Eres digna de Mjölnir, levántate y toma tu venganza. Conviértete en la portadora del trueno y devuelve a nuestra gente a la vieja fe.

-Pero... yo sola no puedo contra todo ese ejército, pese al poder de Mjölnir -jadeando Eyra se puso en pie, notando como el poder del arma sanaba sus costillas y órganos internos. -Necesito guerreros poderosos con los que poder vencer e instaurar la vieja fe. Un ejercito que no tenga miedo y me sea fiel, para imponer el orden y restaurar el lugar predominante de los verdaderos dioses, gran Odín.

-Que así sea -la estatua de Odín señaló el suelo de losas de jade con su mano derecha. -Bajo este suelo, descansan los guerreros y guerreras más valientes de Midgard, despierta a tu hueste del rayo y toma tu venganza, cumple con tu destino y recupera el mundo en mi nombre.

Eyra asintió y guiada por el propio Mjölnir, golpeó el suelo de jade con él. Cientos de rayos salieron de la cabeza del martillo, recorriendo todo el suelo de la enorme sala, las losas crujieron y se rompieron haciendo saltar trozos de piedra y polvo, levantado una fina niebla que cayó lentamente sobre los nichos abiertos. Más de un centenar de figuras esqueléticas se alzaron, cubiertas de armaduras oxidadas y pieles raídas, aferrándose a sus antiguas armas con manos huesudas, sus ojos eran orbes de pura electricidad. Al unísono todos los no muertos alzaron sus armas, saludando a su nueva señora, una sonrisa cruel apareció en el rostro de Eyra y alzó el Mjölnir sobre su cabeza, lanzando un grito de cruel júbilo. Tenía el poder y un ejército que le sería fiel más allá de la misma muerte, al fin podría vengarse. Eyra se giró y subió por las escaleras, escuchando los pasos de sus guerreros tras de sí, sintiendo la necesidad de matar y la sed de conquista creciendo en su interior.

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