Cientos de millares de humanos caminaban arrastrando los pies encadenados, avanzando por aquella interminable calzada pavimentada con los cráneos de aquellos que habían desafiado a sus nuevos amos, los Necrones. Vigilados de cerca por las impasibles y esqueléticas formas mecánicas, empuñando con fuerza sus terribles armas Gauss y mirando a la muchedumbre de esclavos de forma fría y cruel. Los edificios de la antigua necrópolis eran imponentes y de formas geométricas puras, se alzaban con fría lógica y ángulos perfectos ante los esclavos aterrados, pero aquellos enormes mausoleos y criptas eran simples pulgas ante el enorme monolítico horno de almas, conocida como la fragua de los C’tan. Una esbelta figura observó la procesión desde el balcón de la sala de control de la fragua, era alta y sus formas estilizadas eran diferentes al resto de su gente, una larga melena de cables negros neuronales caían hasta su cadera y se agitaba como serpientes. Una tiara dorada con fragmentos pulidos de metal viviente multicolor enmarcaba el inicio de su cabellera y el fin de su pulida frente metálica, su rostro era anguloso y parecido a un cráneo, pero más estrecho y de rasgos menos afiliados. Sus largos brazos estaban cubiertos de intrincados brazaletes y sus dedos acababan en garras afiladas, de su cintura una larga falda abierta por ambos lados de metal viviente que se agitaba con cada suave movimiento suyo, ella era Saria, la Consorte del Rey Silente. Se giró con suavidad, dirigiendo una mirada al cónclave de viejos y apolillados criptecnólogos, que manejaban la fragua con extremo cuidado y la estaban preparando para utilizarla con las reses humanas.
-¿Esta todo listo? -la voz de Saria sonó fría y carente de sensualidad, enfado o emoción alguna, cosa que la enojó bastante. -¿Podremos usar a estos seres para mi propósito?
-La máquina creada para devorarnos y transformarnos en Necrones por los C'tan, está lista para su utilización -el Tecnomante Zarutek asintió, apoyándose en su báculo de luz y haciendo una reverencia con su encorvado cuerpo mecánico. -Estos seres son parecido a nuestras antiguas formas y con las modificaciones hechas, la fragua devorará su carne y esencia para generar un cuerpo nuevo para nuestra reina, además de un nuevo tipo de Necrón.
-Entonces no lo retrasemos más -Saria por primera vez en millones de años sintió algo parecido a esperanza, pero eso no importaba por qué si no se daban prisa los humanos o su propio esposo aparecería para detenerla. -¡Que entre el ganado! ¡Activad a los diferentes fragmentos de C’tan que tenemos presos!
Saria subió a la plataforma elevadora, sin volver a mirar a los criptecnólogos y al propio Zarutek, preparándose para su ascensión de aquella forma imperfecta en la que estaba atrapada. El viento árido de aquel mundo olvidado agitó su falda y su pelo, a varios metros sobre ella se alzaba una representación de metal viviente de su antiguo ser, flotando entre dos pivotes de suspensión gravitacional finamente labrados con los símbolos de la dinastía del Rey Silente. Era la hora, Saria lo sabía y sus largos cabellos de cables neurales se conectaron al suelo del techo de la forja, haciendo sentir en sus engramas cerebrales el cosquilleo eléctrico previo al banquete de esencia vital. La entrada de la forja se iluminó con una luz fosforescente verdosa y los guerreros Necrones empujaron a las masas de ganado humano, obligándolos a cruzar y ver cómo los que les precedían se desintegraban en llamas de fuego Gauss. La energía de millones de almas y sus esencias vitales recorrieron la fragua de los C’tan, iluminando la necrópolis con una tétrica luz que no se había visto desde antes de la guerra del cielo y los mismos guerreros Necrones temblaron, al recordar por un leve instante el momento de su transformación en frías máquinas. Saria gritó de placer y agonía, sintiendo al fin de verdad como un ser vivo en vez de como una insensible máquina, mientras su conciencia devoraba la esencia vital de aquellos patéticos humanos. Notaba que su cuerpo iba a explotar, el metal orgánico crujía e intentaba repararse de forma desesperada, ante unas energías que apenas podía contener. Zarutek observó el proceso y activó desde el centro de control de la fragua la biotransferencia, no se podía retrasar más el proceso o la Reina Consorte desaparecería en un mar energético y reducida a escoria fundida.
Las alarmas sonaron por la sala de control, cuándo centenares de estelas ardientes cruzaron los cielos tormentosos. Zarutek maldijo, los Astartes humanos habían venido a reclamar a sus protegidos o vengarlos, si fuera demasiado tarde para salvarlos. Saria sintió como su esencia y su mente abandonaban el recipiente que había sido su prisión, donde los C’tan habían arrojado lo que quedaba de ella tras darse un banquete devorando a los Necrontyr y sintiéndose libre al fin. Una enorme descarga de energía pura brotó del techo de la fragua, empapando la efigie de metal vivo flotante y llenándola de energía viva en bruto y con la mente de Saria. El flotante cuerpo de metal vivo abrió los ojos y observó el mundo igual que un recién nacido, viviendo como los Necrones luchaban contra guerreros acorazados de otra especie y eran obligados a retroceder hacia la necrópolis, superados en número por los invasores. El constructo se alejó de los pivotes que la mantenían flotando, descendiendo usando el poder que había devorado en su nacimiento, mientras su cuerpo se comprimía y tomaba la estatura de su anterior cuerpo. Aterrizó ante el destrozado cuerpo metálico que fue su prisión durante eones, sintiendo pena, añoranza y alegría a partes iguales. Ella era Saria, la primera de los nuevos Necrontyr y haría lo que su esposo no consiguió, darle a su gente la verdadera inmortalidad, pero ahora debía lidiar con el problema que tenía entre manos.
-Alzaos mis nuevos guerreros -rugió Saria a la tormenta de la guerra, utilizando sus nuevos poderes para que su voz se escuchará en aquel campo de muerte. Enseñarles el destino que le esperan a todas las razas de la galaxia. ¡Servir o morir ante los Necrontyr!
La entrada de la fragua se iluminó y de ella salieron pulidas falanges de guerreros enormes, su acabado era pulido y sus rasgos más humanos que los de cualquier Necrón. Portaban largos báculos afilados de luz que blandían con precisión mortal como hachas de verdugos o los empleaban para arrojar descargas de rayos Gauss contra los Astartes, que empezaban a perder terreno y se veían obligados a retroceder. Saria asintió cruelmente y observó la carnicería con deleite, saboreando las sensaciones de horror, muerte y furia de sus enemigos como si fuera un gran manjar. Detrás de ella, el cónclave de criptecnólogos encabezados por Zarutek se arrodillaron ante ella y ofrecieron con sus manos extendidas sus báculos, que eran los símbolos de su rango y oficio.
-Salve Saria, la Reina Renacida -anunció Zarutek con tono reverencial, pero cargado de pesada estática, a la vez que se levantaba y se apoyaba en su báculo. -Hoy es el día en que empieza el renacimiento de los Necrontyr, pronto seremos libres de las prisiones de los C’tan.
-Sí, Zarutek -Saria asintió complacida ante aquella muestra de fidelidad, sabiendo que muchos se opondrían, corrompidos por sus formas sintéticas o por sus propios intereses, pero había una forma de que toda su gente pasará por aquel proceso. -Contacta con mi esposo, el Rey Silente debe saber que hemos encontrado la respuesta a nuestra maldición.
-Sí, mi señora -Zarutek asintió y se giró para marcharse. -Me pondré en contacto con toda nuestra dinastía y el Rey Silente, es nuestra hora al fin tras una eternidad de sufrimiento silencioso.
Saria asintió, la era de los Necrontyr y de ser libres del legado de los C’tan estaban al alcance de su gente. Las razas de la galaxia serían usadas para el renacimiento de los suyos y convertidos en sus sirvientes eternos, ni los Aeldari, ni las flotas Devoradoras o los seres de la Disformidad se lo impedirían. Ella volvería a reinar junto al Rey Silente y la galaxia se arrodillaría ante su imperio una vez más.
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