Los segundos pasaron y los Guerreros de Hierro ejecutaron de forma inclemente a aquellos Hechiceros que la onda antipsíquica había reducido a masas gimotenates, para luego emprender su avance hacia el pequeño grupo de Puños Imperiales. Aldor escupió una enorme flema manchada de sangre y aún mareado se levantó, listo para hacer frente a la segunda oleada de enemigos, enarbolando su espada y sus poderes psíquicos. En ese instante el desierto se iluminó con una luz de dos docenas de teleportaciones, desplegándose escuadras pesadas de Exterminadores de los Puños Imperiales. Sus Bólters de asalto rugieron derribando a las sorprendidas escuadras de Guerreros de Hierro, que superados por aquel inesperado ataque, emprendieron la retirada usando portales disformes, que los pocos Hechiceros vivos abrieron de forma desesperada. Aldor se giró y avanzó con paso rápido hasta el Apotecario Hermes, que se había autoaplicado un tratamiento de emergencia y comprobó su estado, sin quitar ojo al chico que yacía de rodillas en el polvo con la cabeza gacha mirando al suelo.
-Hermano -dijo Aldor con suavidad arrodillándose ante Hermes y posando una mano en su hombrera izquierda con delicadeza. -¿Cómo estás? ¿Son muy graves tus heridas?
-Son graves, pero no moriré por ellas -respondió Hermes con el rostro pálido y perlado de sudor por el dolor, a la vez que sonreía de manera forzada. -Pero tranquilo, volveré a estar en pie. Ya sea con mis piernas unidas de nuevo o con un par de nuevos y relucientes zapatos mecánicos.
-No tiene gracia, Hermes -reprendió Aldor intentando no reír por el chiste del Apotecario herido.-Descansa, yo tengo que hablar con nuestro inesperado héroe.
Aldor se levantó, dejando al Hermano Hermes entrar en un trance de coma autoinducido y avanzó hasta el arrodillado iniciado. Podía notar cómo el aura de aquel muchacho le hacía enojar de forma irracional y un odio inexplicable crecía en su interior. Sabía que los intocables llevaban vidas terribles, su aura de repulsión hacía que todos los humanos y en especial los psíquicos los odiarán sin motivo alguno. El muchacho alzó sus ojos y miró a Aldor, lanzando una mirada antigua y sabía, que no correspondían con la edad de su portador. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Aldor, por una extraña razón sabía que aquel muchacho era algo más que un intocable y eso le hizo bajar su mano por inercia a la empuñadura de su espada.
-Saludos, Bibliotecario -dijo con una extraña suavidad el muchacho, levantándose y haciendo una reverencia, además de la efigie del Águila bicéfala con sus manos. -¿Esta bien vuestro Hermano? ¿Sobrevivirá a sus heridas?
-Eso no es de tu incumbencia -lo cortó secamente Aldor, alzándose ante el escuálido chico como una enorme montaña acorazada y cubriéndolo con su sombra. -Puedo ver que eres más de lo que aparentas, incluso más que un intocable y eso significa que el Capítulo necesita respuestas, chico.
-Daré las explicaciones que sean necesarias, Bibliotecario -respondió sin amilanarse el muchacho, sosteniendo la mirada al Aldor con tranquilidad absoluta. -Y por favor deja de llamarme chico, me llamo Satur. ¿Entonces soy vuestro prisionero, Bibliotecario?
-Invitado bajo nuestra protección y vigilancia -corrigió Aldor, girándose e indicando con un movimiento de su cabeza a que le siguiera a la Thunderhawk, que acaba de aterrizar y de dónde salía un equipo de Apotecarios para atender a Hermes. -Vamos, tengo que llevarte ante el Señor del capítulo Lysander y el resto de señores del capítulo.
Satur asintió y siguió a Aldor hacia la nave con paso tranquilo, mientras notaba todas las miradas posarse en ellos por los sucesos de la desesperada batalla. Las ignoró y entró en la Thunderhawk, sentándose y poniéndose el arnés de seguridad cómo si lo hubiera hecho toda su vida, ante la asombrada mirada de Aldor, que se dirigió a la cabina para informar al Señor del Capítulo de lo sucedido. La nave despegó, dejando con rapidez atrás el mundo de reclutamiento de Necromunda y avanzando hacia la fortaleza monasterio Palathax, que había dejado su órbita estacionaria en Terra por orden de Guilliman para vigilar el Imperio y unirse a la nueva cruzada Indomitus.
El olor a cerrado y rancio llenó las fosas nasales de Satur, mientras estaba sentado con las piernas cruzadas sobre el frío suelo metálico de su celda, meditando en silencio a la espera de su interrogatorio. La noción del tiempo era inexistente en aquel lugar, había sido llevado allí por una escuadra de escolta encabezada por el propio Aldor, desde los hangares hasta lo más profundo de la Palathax. El sonido de pesados pasos por el pasillo lo sacó de su meditación y se puso en pie, se alisó la túnica del capítulo que le habían entregado, llevaba bordado el Puño negro en su pecho y miró con dureza la puerta de acero, que empezó a abrirse con un chirrido agudo. Aldor le devolvió la mirada desde el marco de la puerta y sin decir palabra alguna, le indicó que lo siguiera con un simple gesto de su mano derecha. Al salir de la celda, una escuadra de cinco intercesores con sus rifles Bólter le esperaba en formación, lo rodearon y siguieron al Bibliotecario en silencio sepulcral. Avanzaban por pasillos vacíos y apenas iluminados, la ruta que habían elegido había sido diseñada para no encontrarse con nadie hasta llegar a su objetivo, una sala de interrogación del Librarium del Capítulo. Aldor agarró a Satur y lo llevó casi arrastras al interior de la sala, mientras los Intercesores se preparaban para vigilar la entrada y que nadie interrumpiera la sesión de interrogación. Cinco figuras acorazadas esperaban en la pequeña, que como único mobiliario tenía una silla metálica de aspecto basto pero resistente. Satur los reconoció por el color de sus armaduras, eran los cinco gigantes que formaban en semicírculo irradiando poder y fuerza desmedida, el señor de la Santidad revestido de negro con el casco en forma de calavera, sujetaba su Crucius con firmeza y sentía la mirada de odio de las lentes de su casco en extremo derecho. Señor de Librarium vestido de Azul como Aldor, estudiaba la situación con tranquila seriedad desde la punta opuesta. El Apotecario Primus con su blanco puro y el Señor de la Forja de rojo oscuro, que estudiaba tablas de datos, a la vez que estaban listos para tomar nota de la sesión, flanqueaban al Señor de los Puños, que era el centro de todo aquel espacio y sobresalía entre sus hermanos. Eran imponentes, pero parecían niños ante el Señor del Capítulo Lysander, equipado con su armadura renovaba tras pasar el Rubicón que lo hacía parecer un Titán de guerra en vez de un Astartes.
-Bienvenido, por favor toma asiento -dijo Lysander con un tono de voz que no admitía réplica y sin inmutar su pétreo rostro, que parecía estar esculpido en granito. -¿Sabes por qué estás aquí, Satur?
-Gracias y si, sé porque estoy ante vosotros -Satur respondió sentándose en la silla y observando sin miedo alguno a los Astartes. -He sido traído para ser examinado y purgado en caso necesario, por lo más selecto de los Puños Imperiales.
-Sabes mucho, para ser un simple chico de los desiertos de ceniza de Necromunda -espetó el Señor de la Santidad Nicolás, sujetando con sus manos acorazadas su Crucius Arcanum, listo para atacarlo ante la más mínima provocación. -Es demasiada coincidencia tu aparición y el ataque de los Guerreros de Hierro, yo creo que es un espía de nuestros enemigos.
-He sido examinado físicamente y psíquicamente en las pruebas de los candidatos -respondió Satur, sintiendo la mirada del rostro del casco en forma de calavera clavarse en su persona. -Y posteriormente he sido sometido a pruebas más exhaustivas por vosotros, no sirvo a los Guerreros de Hierro y a nadie de los traidores a la Humanidad.
-Es cierto, ha pasado todas las pruebas de pureza que le hemos sometido -asintió el Apotecario Primus Jacobus, a la vez que revisaba los resultados en la tableta de datos que le acaba de entregar el Señor de la Forja Michaelos. -No hay mancha del Caos o de corrupción alguna por radiación, eso último es lo más raro viniendo de los desiertos contaminados por radiación de Necromunda.
-Es la antítesis de los seres disformes y psíquicos -dijo con voz suave el Señor de Librarium Pontus, acariciando el pomo de la espada sin quitar la vista de Satur. -No suele ser habitual que uno como él sea tomado por los poderes de la ruina, pero hay algo que oculta. ¿Qué o quién eres en verdad, muchacho?
-Si lo dijera, no me creerías -respondió Satur sonriendo levemente, lanzándoles una mirada paternal y continuó hablando. -Mi historia se remonta casi más tiempo atrás que la de cualquier mortal y que solo un ser en esta galaxia conoce.
-¡Basta de acertijos! -rugió Nicolás avanzando hasta Satur y alzando el Crucius Arcanum, como si fuera a golpearlo. -Responde a nuestras preguntas o muerte.
-Tranquilizaos mis hermanos -ordenó Lysander de forma suave apartando a Nicolás y avanzar hasta Satur, hincó una rodilla en el metálico para que sus rostros estuvieran a la misma altura y poder observarlo con detenimiento. -Cuéntame tu historia, por favor.
-Yo nací en el mismo momento que el Emperador -las palabras salieron de los labios de Satur con tranquilidad absoluta, mientras sentía la mirada de Lysander lo escrutó hasta lo más profundo de su alma. -Cuando los chamanes ancestrales se sacrificaron y unieron sus almas para crear al Emperador, yo nací como un subproducto o un desecho del proceso si lo prefieres -un tono triste apareció en su voz, al contar su nacimiento con tristeza y cierta melancolía. -Él era todo lo que los chamanes esperaban, yo era todo lo contrario... el primer vacío psíquico de la humanidad.
-¿Pero entonces por qué tu cuerpo es tan joven? -la curiosidad era evidente en la pregunta de Pontus, que observaba sin moverse del sitio a Satur, junto con Michaelos que tomaba nota de forma frenética de cada palabra en sus tabletas de datos. -Si naciste al mismo tiempo que el Sagrado Dios Emperador, deberías parecer un adulto.
-Él no envejece, yo muero y como los antiguos chamanes vuelvo a nacer con todos mis recuerdos -Satur se tocó con un dedo la frente y sonrió con tristeza. -He visto todas las eras de la humanidad hasta estos tiempos oscuros y terribles, permaneciendo oculto entre las mareas de la historia y solo apareciendo en los momentos necesarios.
-Nadie se puede comparar con el Dios Emperador y no creo tu historia -gruñó Nicolás avanzando lentamente de nuevo con el Crucius encendido y chisporroteando energía. -¿Por qué deberíamos creer tu historia? ¿Por qué entonces apareces ahora? ¿Y sobre todo ante nosotros?
-Por qué el tiempo de la resurrección del señor de la Humanidad se acerca -las palabras de Satur resonaron por toda la sala de interrogación e hicieron temblar a todos los presentes. -Los signos están ante vosotros, pero sois ciegos y no los veis -se levantó y abrió sus brazos ampliamente, mirando a Lysander con intensidad. -Los poderes ruinosos y los Primarcas caídos se mueven frenéticos hacia Terra, el retorno de la muerte de Guilliman, el frenético y hambriento avance de los Tiránidos, el despertar de los Necrontyr y los Orkos unificados en un único Waghhh. Todas las fuerzas se mueven para asediar a la Humanidad, antes que sea demasiado tarde para ellos y no puedan detener el retorno del Emperador.
Todos los Astartes palidecieron y se miraron asombrados, ante la explicación tan rotunda del chico y cargada de argumentos que no podían rebatir. Lysander se levantó y suspiró asombrado, sabiendo que aquellos signos eran verdad y que mostraban una beligerancia de los enemigos de la Humanidad, como nunca antes vistos desde la Herejía de Horus. Ahora estaba claro el motivo, la posible resurrección y vuelta del Dios Emperador a la galaxia, para guiar al Imperio en su hora más oscura y reclamar lo que le pertenecía por derecho. Extendió su martillo de energía y dejó la cabeza del arma ante Satur, mirándolo como si fuera un augurio de esperanza y sonrió de forma suave, antes de dejar que su voz rompiera el silencio que acababa de apoderarse de la habitación.
-Jura por el Puño de Dorn, servir al Emperador, a Dorn y al Imperio de la Humanidad -Lysander pronunció las palabras de forma reverencial, sujetando con fuerza el martillo para usarlo en caso de que Saturn rechazara el juramento. -¿Usarás tu poder y conocimientos para protegernos y acabar con los enemigos que nos acechan? ¿Servirás al Emperador y a la Humanidad hasta el fin de tu existencia?
-Sí, lo juro -Satur posó su mano derecha sobre la cabeza del martillo y realizó el juramento de lealtad, sin apartar su mirada antigua y desafiante de los Astartes allí reunidos en aquel momento solemne. -Usaré todos mis conocimientos antiguos y nuevos, toda mi fuerza y poder para defender al Imperio, servir a Dorn y al Emperador con mis actos y mi vida.
-Acepto tu juramento, de bienvenido al Capítulo -Lysander sonrió y asintió con tranquilidad, a la vez que retiraba su martillo de trueno y miró a la pálida figura de Aldor, que había permanecido en silencio durante todo el interrogatorio como una sombra olvidada. -Hermano Aldor y todos los demás, nadie debe saber nada de lo hablado en esta sala. Ahora lleva a nuestro nuevo hermano a las celdas de los iniciados.
Aldor asintió y se giró saliendo de la sala, seguido por Satur en silencio, dejando detrás de ellos una sensación de desasosiego y esperanza a partes iguales en los presentes. Lysander estudio con interés a sus hermanos, que intentaban asimilar lo mejor posible las revelaciones obtenidas en aquel interrogatorio tan peculiar. El peso de las revelaciones y de lo que había en juego eran enormes, pero Lysander tenía la certeza que la aparición del primer intocable ante ellos, era una bendición y un arma que blandir contra los enemigos del Emperador y de la Humanidad.
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