El destierro de un Dios.

Las cadenas se sentían frías y pesadas, camino empujado por las calles perdido en mis meditabundos pensamientos. Siento el silencio a mi alrededor, las miradas que se clavaban mi al pasar, ahora eran duras y llenas de desprecio, escucho como me maldicen al pasar y escupen tras mi paso. Siento cómo espolean a los caballos, caigo al suelo, al no poder seguir el ritmo de los caballos de mis guardianes y noto el brutal golpe contra las piedras de las calles. Nadie me ayuda a levantarme, las risas crueles y los desprecios salen con una facilidad terrible de las bocas de aquellos, que amo y creía que eran mis amigos, me hacen más daño que cualquier golpe o herida sufrida en batalla. El frío viento me envuelve en su gélido abrazo, cuando dejamos los muros de la ciudad atrás, avanzo a trompicones por los caminos de tierra, mis ropas destrozas no me protegen del frío de la nieve del invierno, que cae inclemente sobre aquel reino.

El destello brillante y multicolor del puente me deslumbra y hiere mis doloridos ojos, tan bello cómo la primera vez que lo vi siendo un pequeño niño, los rayos del sol lo hicieron resplandecer con todos los colores de arcoíris. Al llegar me obligan a arrodillarme, no alzo la cabeza, aposta como último desafío, dejando que mis largos mechones de pelo rojizo como la sangre tapen mi magullado rostro, ocultando mi congoja y mi sentimiento de culpa por llegar a esta situación. Todo había sucedido por mi orgullo y engreimiento desmedido, tenía las manos manchadas de sangre y ahora debía pagar el precio de la desobediencia al Padre de todos.

-Es la hora, tu crimen que pesa sobre tus hombros es la muerte de veinte guerreros de Asgard, todo porque los abandonaste en pos de buscar la gloria en mitad del combate -las palabras salen de los labios de mi padre, duras y llenas de decepción, mientras clavaba su ojo sano en mi con una tristeza profunda. -Tu sentencia es el destierro, espero que encuentres la humildad y piedad que le falta a tu corazón, hijo mío.

-Acepto mi condena y mi vergüenza, mis manos están manchadas por la sangre de aquellos que debía comandar -mi voz suena apagada y siento cómo la angustia clava sus garras en lo más profundo de mi pecho. -Estoy listo para mi exilio y no volver a ver los que amo, padre. 

-Que así sea, Thor Odinsson te despojó de todo tu poder y te destierro de Asgard -la sombra de mi padre cae sobre mí, mientras siento cómo todo mi poder se desvanece, dejándome totalmente vacío por dentro. -Serás enviado a Midgard, vivirás cientos de vidas mortales, muriendo y renaciendo en un ciclo sin fin. Todos tus recuerdos de cada vida que vivas los recordarás, incluidos tus pecados que has cometido como el Dios del Trueno y lo que has perdido para siempre.

Todos se alejan de mi alrededor sin lanzarme una segunda mirada, alzó levemente la mirada y veo a mi padre, Odin señor de Asgard alzar su espada. Oigo el llanto de mi madre sobre el rugir de trueno de la tormenta, los rayos caen sobre mí rodeándome en una explosión de luz y dolor, para luego hundirme en la fría oscuridad del olvido de la muerte. 

Los gritos de dolor me rodean, los llantos y los gemidos de los heridos llenan mis oídos. Camino apoyado en largo bastón, ya no soy el Dios Thor, ahora únicamente soy un simple humano cojo, pero aun así hay algo que no me han arrebatado, todo mi conocimiento. Ahora soy Oleg Bornisson, un simple médico en una era donde la humanidad es salvaje y cruel. Mi campo de batalla es aliviar el sufrimiento, sanar a los débiles y cuidarlos, intentando evitar que las garras de la muerte se cierna sobre ellos antes de tiempo. Me siento con cuidado en una silla de mimbre, vigilando a los heridos del incendio de la sala comunal, sumido en mis pensamientos y recuerdos de cada error de mi vida como Thor. 

-¡Cuéntanos uno de tus cuentos, Oleg! - la voz suave e infantil de Oria, me sacó de mis tristes recuerdos y una leve sonrisa apareció en mis finos labios. -Por favor Oleg… 

-De acuerdo, pero solo uno por qué es tarde, pequeña -sonrió amable y con el corazón llenó de cariño, por la pequeña niña de ojos azules y pelo negro chamuscado, está tumbada en camastro a mi derecha, tiene medio cuerpo vendado por las graves quemaduras que la dejarán marcas imborrables en cuerpo y mente. - Pero después tenéis que dormir y descansar, para recuperaros todos los que estáis en esta casa de sanación. 

Las palabras salieron de mis labios, al principio de forma torpe, pero con rapidez empiezo a tomar ritmo, contando cada detalle cómo si lo volviera a vivir. Siento la mirada de niños y adultos, guardan un silencio cargado de emoción y saborean cada palabra con un hilo de esperanza, la emoción crece por la historia que cuento sobre dioses y gigantes. Para ellos son simples cuentos y mitos, pero es la historia de toda mi vida, de una ya tan lejana y pérdida que es un lejano recuerdo y sé que jamás la podré recuperar. Los aplausos llenan la sala cuándo termino de contar la historia, veo una sonrisa alegre en sus rostros y sus pesares desvanecerse, mientras van cayendo en el dulce abrazo del sueño. Arropó a Oria y siento sus ojos azules clavarse en mi, con su sonrisa dulce en los labios. 

-Gracias por ser tan bueno con nosotros, Oleg -siento su afecto y la acaricio la cabeza, veo la tristeza de Oria en sus ojos. -Tengo miedo… 

-No te preocupes, nadie te hará daño -lo digo dándole un beso en la frente y me levanto con cuidado, sabiendo que el miedo a la muerte es una sombra omnipresente en los mortales. -Ahora duérmete Oria, necesitas descansar y es tarde.

Me apoyo en el bastón y caminó cojeando, intentando no hacer ruido. Al salir de la casa de sanación siento el frío viento del invierno en el rostro, mis ojos se desvían hacia el firmamento y veo brillar las rutilantes estrellas. En mi rostro aparece una leve sonrisa, es la primera vez en toda mi existencia que me siento libre de las expectativas y deseos de mi Padre, sabiendo que puedo ser quién yo quiera ser. Tras bostezar, volví a dentro a dormir en mi lecho y volver a soñar. Soñar con mí en anterior vida, sentir otra vez el poder del rayo y recordar mis errores, para no volver a cometerlos en esa vida y en las siguientes.

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