Nubes de moscas tan grandes como puños oscurecían los cielos llenos de nieblas necróticas, gemidos ahogados y risas crueles se mezclaban con el ruido de los disparos de Bólter y el sonido de campanas herrumbrosas. Millares de zombis de plaga avanzaban arrastrando los pies y sujetando armas herrumbrosas con sonrisas macabras en sus deformes rostros, liderados por las pútridas figuras acorazadas de los Astartes traidores de la Guardia de la Muerte. La catedral del Ángel del Emperador se alzaba hacia el cielo entre los edificios en ruinas del sector mercantil de la ciudad de Xavantis, sus góticos muros estaban desconchados y sus estatuas de santos estaban destrozadas por el fuego de la artillería enemiga. Desde sus altos ventanales que una vez estuvieron cubiertos de vidrieras, hermanas de batalla de la orden de Escudo Carmesí disparaban sus armas contra las hordas de zombis, mutantes, cultistas y Astartes traidores, en su empeño por proteger aquel lugar sagrado. Las hermanas Serafines descendían de los altos capiteles como ángeles vengativos, las andanadas de las armas de fusión y los lanzallamas de las escuadras de hermanas Dominium iluminaban las barricadas, construidas ante las puertas gigantescas de la catedral para contener la marea de carne podrida. La hermana Palatina Marina observó el mar de rugientes enemigos desde la terraza destrozada, que era usada por los Obispos de la Eclesiarquía para dar los sermones religiosos a los ciudadanos de aquella ciudad en ruinas. Sabía que estaban condenadas, la Cicatrix Maledictum había dejado aquel mundo aislado y en las podridas manos de los hijos de Mortarion. Su mirada se desvió a la enorme estatua que presidía la capilla interior de la catedral, una titánica efigie del Emperador se alzaba hacia el cavernoso techo, que parecía mirarlas de forma inclemente y entre sus manos parecía sostener un ángel de bellos rasgos, que blandía una lanza ornamentada. Por instinto, una plegaria salió de los labios de Marina, pidiendo la bendición del Dios Emperador y de su hijo angelical, Sanguinius. Una enorme sombra oscureció los sucios cielos, atrayendo las miradas de las hermanas de Batalla y las hordas de la Guardia de la Muerte, la condenación hecha carne había llegado para reclamar aquel olvidado mundo. Marina sintió el miedo aprisionar su corazón y pudo escuchar en su mente los gritos de terror psíquico al ver descender a Primarca demonio Mortarion, desenfundó su pistola de plasma mientras las lágrimas abrían surcos en su rostro manchado de hollín. Aquel semidiós caído era un titán enfundado en una barroca armadura, chorros de pus rezumaban de las junturas de las articulaciones, sus ojos amarillos relumbraban debajo de la sucia capucha púrpura y las miraban con un odio antiguo, enormes alas de mosca salían de su espalda zumbaban y levantaban un viento corrupto. Vapor amarillento salía de la máscara de gas que tapaba la parte inferior de su rostro, cada movimiento hacía repicar una decena de campanas de bronce que colgaban de cadenas herrumbrosas de su podrida armadura, sus manos sujetaban una cruel guadaña tan grande que podría partir un tanque de un solo tajo.
-El fin de este mundo ha llegado -la voz de Mortarion resonó rasposa y cargadas de flemas, mientras su mirada se clavó en la catedral y señaló con la hoja de la guadaña. -Mi padre os ha abandonado, abrazad el gentil y corruptor abrazo de Nurgle o morid, pues al final caminaremos juntos bajo su estandarte.
-¡Jamás nos rendiremos! -rugió desde el palco Marina, haciéndose oír al conectarse al sistema de amplificación de la catedral, mientras su rostro se contorsionaba por el odio y la locura ante la visión de aquel hijo caído del Emperador. -¡Eres un traidor que abandonó el abrazo de su Padre! ¡No hay piedad, ni perdón para ti!
-Que así sea -la risa podrida de Mortarion se clavó en los oídos de todos los presentes, como si fuera el zumbido de un millón de moscas a la vez que desenfundaba a Linterna y disparaba contra la posición de Marina. -Disfrutaré desmontando el templo de mi Padre piedra a piedra y vosotras seréis abono para el jardín de Nurgle.
Un grito de dolor salió de los labios de Marina, cuándo el disparo de la pistola arcana de Mortarion destrozó su palco haciendo explotar parte de la fachada, arrojándola al vacío de la capilla interior de la catedral y estrellándose contra la estatua angelical de Sanguinius, para luego caer a los pies de la efigie de Emperador con los huesos de su cuerpo rotos. Los disparos de Bólter, el crepitar de los lanzallamas y los cañones de fusión resonaron por toda la capilla, al intentar detener la marea encabezada por el titánico y corrupto Mortarion. Marina escupió sangre e intentó levantarse inútilmente, aun así alcanzó a ver cómo sus hermanas estaban siguiendo segadas por el Primarca demoniaco y su silenciosa guardia enfundada en hinchadas armaduras de exterminador, obligándolas a retroceder hacia la efigie del Emperador que sostenía la estatua de Sanguinius, acorralándolas sin escapatoria o sitio donde retirarse. El pecho de Mortarion se hinchó y de su respirador salió una bocanada de viento verdoso contra las hermanas de Batalla más cercanas, haciéndolas vomitar sangre y llorar pus, derribándolas y cayendo de rodillas presas de violentas convulsiones de terrible agonía. Desesperada, Marina rezó por la salvación, o al menos por poder alzarse y poder morir luchando como una fiel sirvienta del Emperador, mientras hordas de zombis de plaga se abalanzaban contra sus hermanas agonizantes, para despedazarlas y decorarlas vivas. El círculo de hermanas de Batalla se redujo y retrocedió hasta ser solo quedar una docena, dispuestas a una última defensa ante la inclemente mirada de la efigie del Emperador y la imponente estatua de Sanguinius.
Una luz tenue al principio relumbró en la estatua del ángel y fue creciendo en intensidad, Marina sintió que una mano invisible alzarla como si fuera una simple muñeca de trapo y quedó flotando ante la asombrada vista de leales y traidores, hasta quedar frente a la brillante luz que envolvía la estatua de Sanguinius. Sintió una calidez, amor y piedad llenar su cuerpo, reparando sus huesos, músculos y nervios rotos, mientras los recuerdos de otra vida surcaron su mente a toda velocidad. Se vio guiando a su pueblo contra mutantes en desiertos radiactivos, arrodillándose ante el Emperador y llamarlo padre, comandar una legión de guerreros de rostros angelicales enfundados en rojas armaduras, la camaradería de sus hermanos Primarcas y luego, todo aquello fue sustituido por la ira e indignación de la traición de Horus, la lucha en Signus ante los demonios de Khorne y la gran batalla en los muros del Palacio del Emperador en Terra, para finalmente sentir el aguijón cruel de su hermano y el frío abrazo de la muerte. Los recuerdos de Sanguinius la llevaban a vivir una vida que no era suya, mientras la luz cambió físicamente a Marina, su cuerpo creció hasta un tamaño titánico, su armadura se volvió dorada y finamente decorada con rubíes rojos en forma de lágrima engastados en filigranas de plata, sus rasgos se moldearon a los finos y angelicales de Sanguinius, su pelo rojizo se volvió dorado como el trigo y sus ojos verdes se tornaron de un azul intenso. Dos alas emplumadas brotaron de su espalda y con un rugido feroz arrancó la lanza de piedra de la estatua, volviendo la réplica de la lanza de Telesto totalmente real y girándose para mirar con odio ancestral a Mortarion desde lo alto de la capilla de catedral.
-¡No es posible! -rugió Mortarion, sintiendo miedo por primera vez en diez milenios al ver a aquel avatar de su difunto hermano alzarse y desafiarlo. -¡Tú estás muerto! ¡Te mató y rompió tu alma Horus, Sanguinius!
-Puede ser…-la voz que salió de la transformada Marina era suave y dulce, a la vez que tenía un tono acerado y el peso de varios milenios. -Pero aún muerto y roto, he vuelto para cumplir la voluntad de nuestro Padre y llevar su venganza a sus hijos díscolos.
La encarnación de Sanguinius se lanzó en picado a la carga contra Mortarion, haciéndolo retroceder y obligándolo a defenderse desesperadamente de los veloces ataques de su lanza. La brillante aura de luz sagrada llenó de determinación a las hermanas de Batalla, impulsadas por aquel milagro, se lanzaron a la carga disparando contra los aturdidos zombis y legionarios traidores, provocando estragos en sus líneas y sin detenerse pesé a sus heridas. Las armas de los dos Primarcas chocaban a toda velocidad, soltando un mar de chispas multicolores con cada impacto de las hojas, siendo dos borrones casi imperceptibles para el ojo humano capaces de destruir ejércitos enteros con sus golpes. Mortarion alzó a Linterna para disparar a bocajarro contra la encarnación de Sanguinius, pero este hizo girar la lanza de Telesto y golpeó el cañón del arma con el asta desviando el disparo, que atravesó el techo abovedado de la catedral y se perdió el nebuloso cielo. La encarnación de Sanguinius aprovechó aquello y continúo el movimiento golpeándolo con un brutal cabezazo en rostro, Mortarion retrocedió aturdido por el golpe y escupiendo sangre por el respirador. La lanza brilló y se clavó con fuerza en el pecho de corrupto Primarca atravesando el podrido pectoral, la encarnación de Sanguinius retorció la hoja del arma e hizo perder pie a su enemigo, que cayó de rodillas sobre las losas del suelo de obsidiana soltando sus armas, por la sorpresa de sentir dolor por primera vez diez milenios. La luz brotó del avatar del Primarca angelical, haciendo burbujear la carne de Mortarion y haciendo retroceder las bendiciones de Nurgle con fuego purificador.
-¡Arggghh! -el gorgojeante grito de Mortarion resonó por toda la catedral, mientras agarraba el asta de la lanza, intentando sacarla de su pecho y miraba aterrado al avatar de su hermano. -¿Qué estás haciendo? No puedes matarme... soy un ser eterno gracias al Señor de la Plaga…
-Nadie es inmortal, ni los Dioses de Caos -dos voces resonaban superpuestas en cada palabra que dijo el avatar de Sanguinius, mientras el aura de energía que lo rodeaba hacía arder a los zombis de plaga y quemaba las mutaciones de los Astartes traidores. -Horus pudo romperme en pedazos al matarme, pero casi he recuperado totalmente mi alma y en estos milenios he aprendido como romper las cadenas que te atan a Nurgle.
-¡Quema! ¡Me estás quemando por dentro! -chilló Mortarion, notando como empezaba a perder su demoníaco lazo con el Dios de Plaga, sintiendo miedo y esperanza a partes iguales por aquella situación. -No me dejará ser libre... y lo sabes, siempre he sido prisionero… primero de nuestro Padre y ahora del Señor de la Decadencia…
Las palabras murieron en el aire al empezar a disiparse la forma física de Mortarion, reclamada por el propio Nurgle desde la Disformidad al temer a perder uno de sus juguetes preferidos. Sanguinius suspiró y sonrió levemente de forma radiante, para luego abrir sus alas emplumadas y alzar el vuelo, saliendo al cielo manchado de nieblas necróticas y lleno de bandadas de moscas, ganando altura hasta que quedar a un centenar de metros sobre la ciudad. Extendió sus brazos y dio un grito, que retumbó por toda ciudad y se hizo eco en la Disformidad, dejando que un tsunami energía emergiera de su interior y se extendiera en una ola de fuego psíquico, reduciendo a polvo a todo el marcado por el Dios de la Plaga en aquel mundo. La encarnación de Sanguinius descendió como un meteoro hacia la plaza, ante la que se alzaba la catedral de Xavantis como un gigante roto, para posarse con delicadeza en el empedrado suelo cubierto de cenizas y arrodillarse en posición de oración. La presencia del alma del Primarca se retiró del cuerpo de Marina, devolviéndola su forma original, pero dejando las secuelas del toque del alma de Sanguinius en su rostro, su pelo rojizo estaba marcado por mechones dorados y sus ojos azules tenían una profundidad antigua. Las supervivientes hermanas de batalla la rodearon y se arrodillaron en adoración monástica, pues su hermana Marina se había transformado en una Santa en vida y heralda de Sanguinius, había sido bendecida por el Emperador como Santa Celestine.
-Sanguinius me ha dado un propósito en nombre del Dios Emperador -las palabras salieron de los perfectos labios de Marina, mientras se alzaba ante sus hermanas, aun irradiando un halo de energía de santidad alrededor de su cabeza. -Debo enfrentar a los hijos caídos y liberarlos de las cadenas del Caos, solo así el Señor de la Humanidad volverá alzarse de trono.
Alzó su rostro hacia el limpio cielo y vio como cápsulas de desembarco de color rojo sangre descendían a toda velocidad hacia aquel mundo. Los Ángeles Sangrientos habían llegado, atraídos por el eco psíquico de su Primarca y ella debía pasar su escrutinio, para demostrar el retorno de Sanguinius al Imperio en su hora más oscura y detener el avance del Caos. Ella había sido bendecida con el toque del ángel y debía a cambio cumplir su deber sagrado con el Emperador y el propio Sanguinius, aunque eso la llevará hasta una muerte terrible.
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