Los verdaderos monstruos.

 

El dolor la despertó otra vez, la oscuridad cubría aquel pequeño y silencioso cubículo que llamaba hogar. El ruido de las cuchillas y de las agujas rasgando su carne, el gorgoteo de los viales llenos de líquidos extraños y los gritos de locura, había sido lo único que escuchó durante mucho tiempo, el silencio que la rodeaba era una bendición. Los recuerdos se agolparon en su destrozada cabeza, su cuerpo había sido operado en tétricos quirófanos y reformado a nivel genético en laboratorios sin ética alguna. Su mente había sido rota y reconstruida sin parar, hasta solo quedar un monstruo asesino sin piedad, poco quedaba de la inocente chica que se había ofrecido voluntaria. Intentó moverse sin éxito, el sonido de las cadenas al tensarse rompió el silencio que la rodeaba, el frío tacto del metal sobre la carne la hizo temblar levemente. Soltó un grito de frustración y tiró otra vez de las cadenas, la ira crecía en su interior, mientras forcejeaba intentando liberarse de forma desesperada. La luz llenó el cubículo por sorpresa, blanca y cegadora, haciéndola llorar por pasar de la oscuridad total a una iluminación extrema. Necesitó parpadear durante un par de minutos, para adaptarse a la intensa luz, que se reflejaba en los paneles blancos del cubículo. En frente de ella, había un espejo  que cubría la parte superior de la pared, cuándo miró hacia delante, no consiguió reconocer el rostro feroz que la devolvía la mirada.

-Día cincuenta y dos, prueba trescientos ochenta y siete -la voz sonó fría e impersonal a través de los altavoces de debajo del cristal. -Sujeto de pruebas número treinta y dos, lista para empezar.

Ella soltó un grito de terror cuando vio salir del techo dos enormes brazos mecánicos, que se desplegaban ante ella. Podía ver las cuchillas, las pinzas, agujas y sierras que tenían los terribles brazos mecánicos, sabía lo que iba a suceder a continuación. Agarró las cadenas tensas y tiró con desesperación, sin importar el roce de los grilletes en sus muñecas, siguió tirando aterrada. La cadena del brazo izquierdo crujió, cuándo se rompió uno de los pesados eslabones, su brazo cayó libre de la tensión y las alarmas sonaron, echó el brazo hacia atrás y usando la cadena como si de un látigo se tratará atacó a los terribles brazos de metal y plástico. La cadena se movió con velocidad, pesé su peso y grosor, golpeando con fuerza al primer brazo mecánico arrancándolo de su montura del techo, desesperada volvió a lanzar otro golpe al segundo brazo, que se acercaba con una sierra eléctrica rugiendo. El impacto dobló el brazo mecánico y la cadena se enrolló en la rugiente sierra, segundos después el roce del metal de la cadena y la sierra hizo saltar chispas. Soltando un rugido tiró de la cadena, arrancando la mitad de brazo mecánico, que soltó un mar de chispas y aceite. Una sonrisa feroz apareció en el rostro, cuándo tiró de la otra cadena con sus dos manos, el sonido de los eslabones al romperse le pareció una bella música.

-Detente ahora mismo, sujeto treinta y dos -los altavoces rugieron distorsionados. -¡Ríndete antes que llegué el equipo de supresión!

-Grrrrr...-ella intentó decir una respuesta, pero llevaba demasiado tiempo sin hablar. Tras concentrarse, una palabra salió de sus resecos labios.-¡Jamás!

La puerta se abrió detrás de ella, dos hombres vestidos con trajes negros de corte militar entraron, en sus manos portaban unos grilletes y unas porras electrificadas. Se giró sobre sí misma lanzando un doble latigazo con sus cadenas, golpeando al primero de los dos hombres en la rodilla izquierda y en la cadera con brutalidad. El hombre cayó al suelo gritando de dolor, con la cadera rota y la rodilla destrozada, sin perder tiempo ella se abalanzó contra el otro hombre, derribándolo y sentándose a horcajadas sobre él, inmovilizándolo y empezó a darle puñetazos en el rostro sin parar. Sus puños golpeaban de forma metódica, podía sentir como los huesos del rostro se rompían y la sangre manchaba sus puños, tras unos segundos paró y miró sus manos empapadas con incredulidad. Soltando un largo suspiro, se levantó y registro al guardia inconsciente, una sonrisa apareció en su rostro al encontrar una de las llaves de seguridad. Los grilletes cayeron al suelo al usar la llave, con paso ágil salió al pasillo lleno de puertas y avanzó por él, abriendo a su pasó todas las puertas, liberando a todos los otros sujetos de prueba.

Las alarmas sonaban sin parar por todo lo complejo, el caos se había extendido como si fuera un fuego en un bosque seco. El doctor Melstron sonrió al observar los monitores, sus creaciones estaban listas para el combate contra tropas entrenadas, podía empezar con la siguiente fase del programa Karakuri. La puerta de seguridad se abrió con un siseo, dos enormes soldados equipados con trajes antidisturbios entraron arrastrando el cuerpo del sujeto treinta y dos, que aún forcejeaba y pataleaba en un inútil esfuerzo por liberarse. Melstron se giró, su rostro bronceado sonrió con crueldad, la luz brillaba sobre su pulida calva y sus ojos observaron con interés académico el cuerpo cubierto de sangre de ella.

-Bien, ha sido una prueba exitosa -Melstron agarró la barbilla del sujeto treinta y dos con una mano enguantada, alzándola la cabeza para obligarla a mirarle a los ojos. -Lo has hecho muy bien, hija mía.

-¿Por qué… me... has... hecho esto? -las palabras salieron con esfuerzo de los destrozados labios del sujeto treinta y dos. -Soy... un... monstruo...

-Te podría decir que es por la ciencia, pero no te estaría diciendo la verdad del todo -Melstron soltó el rostro de ella y señaló los monitores. -Lo hago por qué puedo, por qué tengo la capacidad y voluntad de transformar a seres patéticos en algo sublime.

-Estas... loco...-gruñó ella, intentando lanzarse hacia delante sin éxito por la férrea presa de los guardias. -¡Te mataré!

-No estoy loco, querida hija. Yo soy el verdadero monstruo en esta habitación -Melstron se rio fríamente y miró la camilla de operaciones, que había en el centro de su laboratorio personal. -Aunque los más terribles monstruos son las personas que financian este proyecto, multinacionales, políticos y sindicatos mafiosos. Pero eso ya no importa, al menos para ti. Por favor señores, acomodadla en la camilla, tengo mucho que hacer...

Los soldados llevaron al sujeto treinta y dos hasta la mesa de operaciones, mientras esta se revolvía sin parar gritando de terror. Melstron se puso una bata blanca sobre su uniforme azul claro, sin dejar de observar como ataban a su hija a la mesa quirúrgica de forma indiferente. Cogió el carrito con instrumental y avanzó hasta su inmovilizada víctima, observó con deleite macabro el juego de cuchillos, bisturís, pinzas y sierras, hasta escoger uno muy afilado. Melstron sonrió a los soldados, al verlos temblar de miedo y apartar la vista con asco, poniéndose a trabajar sobre el cuerpo de su hija. Sí, en verdad se había convertido en un monstruo, pero eso había salvado a su hija del terrible y extraño cáncer galopante, que la habría devorado hasta morir. Sabía que cuándo terminará, ella sería perfecta y borraría estos terribles recuerdos de su mente, como si nunca hubiera sucedido. Con estos pensamientos en su mente, siguió trabajando en silencio pese a los gritos del sujeto treinta y dos.

Comentarios