Fragmentado.

Cientos de letanías al Dios Emperador de Terra resonaban en aquella gigantesca bóveda y se mezclaban con el ruido de miles de pasos. Colosales arcos se alzaban hacia la oscuridad de los techos alabeados, enormes máquinas chirriaban sin parar a cada lado de la gigantesca calzada por la que avanzaban cien mil humanos condenados bajo la vigilante mirada de los custodios, que permanecían inmóviles como estatuas con sus alabardas preparadas. Viejos y polvorientos frescos de batallas cubrían las titánicas y lejanas paredes, estatuas de héroes olvidados que los miraban sin piedad desde sus pedestales, viendo cómo marchaban hacia la brillante luz del final de la calzada. Todos sabían hacia dónde se dirigían y cuál iba a ser su destino, habían sido arrancados de sus hogares por ser psíquicos latentes y lanzados a las naves negras de la Inquisición, para ser llevados al corazón del imperio y alimentar con ellos el Astronomicón.

Dazu miró lleno de miedo la brillante columna de luz, sus jóvenes ojos azules parpadearon doloridos ante la intensidad del brillo que emitía, obligándole a apartar la mirada. Tenía un aspecto terrible, su desgarbado cuerpo de catorce años estaba escuálido y su pelo rubio enmarañado, la suciedad del camino manchaba su pálido rostro, mientras seguía avanzando con el resto de condenados hacia su funesto final. Tembló de miedo al ver los cadáveres resecos de los que les precedieron, sabía que cien mil almas eran sacrificadas a diario, pero no esperaba encontrarse sus restos, arrojados en la calzada como juguetes rotos. Los custodios formaron un muro blindado con las alabardas en posición de ataque, evitando que la muchedumbre pudiera huir y empezaron a avanzar de forma sistemática, obligándoles a seguir hacia adelante. Dazu fue empujado por el resto de condenados, haciéndole caer al suelo sobre una pila de huesos y escuchando el resonante paso de los custodios.

-En nombre del Dios Emperador, levántate chico -ordenó la distorsionada voz de un custodio que se cernía sobre él, cómo un enorme gigante de las leyendas. -Levántate o te mataré ahí mismo.

-¡No me mate! -gritó Dazu aterrado, arrastrándose en dirección contraria a los custodios, hasta qué consiguió ponerse en pie. -Solo he tropezado…no pretendía huir, lo juro.

Dazu salió corriendo para alejarse aún más de los custodios, mientras empezaba a sentir la presión psíquica que emitía como un faro el Dios Emperador. Sabía que se acercaba al Astronomicón y al Trono Dorado, donde descansaba entre la vida y la muerte el Dios Emperador de la humanidad. Hombres y mujeres de todas las edades empezaron a caer de rodillas, según se acercaban al final de la calzada, mientras hilos de vapor espectral salía de sus cuerpos. Dazu escuchaba las voces bramar con mayor intensidad en su cabeza, algunas gritaban con ira y otras con un hambre ancestral, pero sobre todas ellas se impuso otra que lo llamaba por su nombre, instándole a avanzar. Un grito a su derecha le llamó la atención, uno de los psíquicos condenados se elevó en el aire riéndose de forma psicótica y brillando con luz roja. Los custodios alzaron sus alabardas y, alarmados, dispararon sus bólters. Los proyectiles salieron directos hacia su objetivo, convirtiéndolo en un montón de niebla roja, aunque quizá demasiado tarde.

Un gruñido antinatural creció de la nada y retumbó por toda la bóveda, mientras la sangre vaporosa empezaba a tomar forma, delgadas figuras de piel rojiza se solidificaban, armadas con espadas ardientes que alzaban sus cabezas astadas gritando un nombre: Khorne. Se alzó un clamor, reclamando sangre y cráneos para el trono de cráneos donde se sentaba su cruel Dios. Dazu chilló aterrado, al ver como los desangradores asesinaban a todo ser viviente con precisión letal y se enfrentaban a los custodios de igual a igual. Las voces en su cabeza rugieron de ira y odio, mostrando en la mente de Dazu recuerdos de una vida milenaria, mostrando el futuro de la galaxia si aquellos que moraban en la disformidad reclamaban a la humanidad. Llorando sangre, el muchacho corrió en dirección a la luz, huyendo desesperado de la carnicería, pese a sentir cómo su piel ardía ante el poder del Astronomicón, mientras lo hacía, escuchando el sonido del encarnizado combate que dejaba atrás. Sin detenerse, se internó en la luz y saltó al vacío, sintiendo como su mente y cuerpo se rompían en cientos de millones de fragmentos, gritando de miedo y asombro al ver la destrozada figura del Emperador.

El custodio Arteus esquivó la hoja ardiente de uno de los desangradores, que rugía ansioso por derramar sangre y recolectar cráneos. Sentía asco e irá, por el descaro de aquellas criaturas al atacar el sanctasanctórum del Dios Emperador. Hizo girar su alabarda con un rápido movimiento y clavó su hoja en el pecho de aquel demonio para después dispararle a bocajarro, haciendo explotar sin piedad la cabeza de aquella criatura. A su alrededor se libraba una batalla desesperada, las alarmas sonaban por todo el recinto y los refuerzos estaban aún por llegar. Por su parte, ellos luchaban desesperados por defender al señor de la humanidad. La luz del Astronomicón parpadeó durante un segundo y se apagó, lo que fue respondido por un rugido de alegría de las guturales gargantas de los desangradores. Arteus y el resto de custodios formaron un círculo, para luchar espalda contra espalada frente a la horda de seguidores de Khorne, que no paraba de crecer con nuevos demonios y terribles mastines de escamosas pieles rojizas. Estaban condenados, pero debían aguantar y así lo harían hasta que llegarán los refuerzos o Terra y el Imperio caerían.

La luz del Astronomicón se encendió de repente, con más fuerza que antes, haciendo chillar a los demonios de Khorne. Una figura se movió en el interior de la columna de luz, mientras todas las miradas eran atraídas hacia lo que salía de allí. El joven Dazu les devolvió la mirada, avanzando decidido y sin miedo, mientras una manada de cinco mastines se lanzaba a por él, rugiendo con sus hocicos manchados de sangre fresca. El cuerpo de Dazu creció a cada pasó que daba, su pelo se oscureció volviéndose totalmente negro y sus ojos azules brillaba con una terrible luz dorada. El muchacho alzó su mano derecha y lanzó una terrible tormenta de rayos contra los cinco mastines. Los collares de los monstruosos perros brillaron al rojo vivo, intentando contener inútilmente aquella poderosa acometida psíquica que arrancaba trozos de piel y carne hasta desintegrar toda la materia que los formaba. Dazu recogió una de las alabardas de un custodio caído, la sopesó con cuidado y sonrió, para luego lanzarse a la carga contra la horda de demonios.

La batalla había terminado y los demonios habían sido expulsados a la Disformidad, Arteus estaba sentado, agotado y cubierto de sangre negra, su mirada se clavaba en la imponente figura de Dazu, que estaba siendo examinado por agentes de los diferentes Ordos de la Inquisición, en busca de la mancha del caos. Arteus sabía lo que había visto, avanzó cojeando lentamente, apoyándose en su alabarda como si fuera un bastón. Cada movimiento hacía chirriar su destrozada servo-armadura y sintió recorrer el dolor, por cada una de sus terminaciones nerviosas. Aun así se abrió paso entre los inquisidores, los caballeros grises, bibliotecarios y hermanos de batalla de los guardianes de la muerte y de las hermanas sororitas, hasta quedar ante Dazu. Sus miradas se cruzaron y un silencio extraño llenó aquel enorme lugar, solamente roto por el ruido incesante de las enormes máquinas que rodeaban la calzada, mientras todos los agentes de la Inquisición y custodios observaban la escena sin saber qué iba a suceder.

-He visto cómo has cambiado, chico - las palabras salieron de los labios de Arteus con dificultad, pues hasta él estaba inseguro. Aun así, decidió hacer la pregunta que nadie había formulado, pues era su deber. -¿Eres el Dios Emperador?

-Sí y no -la respuesta de Dazu fue suave y tranquila, una leve sonrisa apareció en su perfecto rostro. -Yo solamente soy un fragmento de él, una esquirla de su alma y mente en un recipiente adecuado.

-Han pasado diez milenios desde la derrota de Horus - dijo Arteus pálido y sintiendo cada vez más el calor que irradiaba aquel fragmento de la mente del Dios Emperador. -¿Por qué ahora? ¿Por qué no ha sucedido esto antes?

-Por la cicatriz de la disformidad que parte la galaxia en dos, porque va a empezar una nueva guerra, una guerra tan brutal y total como no se ha visto desde la Herejía - las palabras de Dazu sonaron cómo una certeza absoluta, helando la sangre de todos los presentes. - Vigilius caerá a manos del Saqueador y la galaxia arderá en una guerra absoluta.

Las palabras del muchacho infundido por el alma del Emperador, golpeó a los presentes igual que un puño de combate, haciendo temblar de miedo a los adeptos e inquisidores y llenando de determinación a los Astartes, Custodios y Sororitas, pues el fin de los tiempos había llegado. La lucha final por la supervivencia de humanidad se decidiría en los próximos años. Arteus comenzó a golpear su placa pectoral con el puño derecho, una vez tras otra. Al momento, cada servo-armadura que le rodeaba rugía el mismo ritmo, sus ocupantes uniéndose a él mientras cada voz gritaba al unísono: ¡Por el Emperador! ¡Por el Imperio! ¡Por la humanidad!

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