La redención del Ángel


 La solemnidad llenaba aquella antigua capilla abandonada, las llamas de dos centenares de velas bailaban en el silencio, que era únicamente roto por el susurro de una figura arrodillada rezando ante el altar principal. El color negro de su armadura reflejaba la tenue luz y su túnica estaba raída por el tiempo, su rostro angelical estaba lleno de cicatrices de una vida de guerra y su pelo totalmente encanecido por la edad. Jacob alzó su rostro hacia la estatua del Emperador, sabiendo que había fallado hacía un centenar de siglos en Caliban. Su mano derecha acarició el símbolo de la espada alada de su hombrera izquierda, antes de levantarse y desenfundar la espada de energía con un rápido movimiento. El ruido del golpeteo salvaje rompió el tranquilo silencio de la capilla, había jurado lealtad a un Dios entre los hombres, que estaba ahora ausente, atado en un Trono Dorado y a un Primarca, que había visto caer a manos de su más querido hermano. Había fallado en proteger a Lion y a su mundo, para muchos era fácil ser un traidor sin Dios, sin Primarca y sin Hermandad, pero él no podía huir de lo que era y quién era, un Ángel Oscuro. Las puertas cayeron pesadamente de forma brutal contra el suelo de mármol, dejando entrar decena de figuras contrahechas que se ocultaban en las sombras de la capilla y lo observaban con odio.

-¿Dónde estáis? -rugió Jacob abriendo sus brazos, desafiando a los invasores con furia apenas contenida. -¿Qué esperáis? ¡Solo soy un hombre! ¡Y estoy dispuesto a combatir! ¡Venid a por mí!

Un coro de gritos de guerra le respondió y una horda deforme de mutantes salió de la oscuridad a la carga, sus rostros estaban contorsionados por el odio y la locura, mientras se arrastraban hacia su enemigo agitando sus toscas armas de forma frenética. Jacob sonrió con amargura y se lanzó contra la horda sin miedo, segando cuerpos con su espada de energía a la vez que recibía una marea de golpes sobre su servo-armadura. Los recuerdos de la caída de Caliban volvían a su cabeza tan nítidos como el primer día, mientras mataba de forma sistemática y notaba las garras raspar su armadura, los tentáculos enroscarse en su cuerpo y las toscas armas golpear contra su placa pectoral. Se sumió esos recuerdos y como acompañó a Lion en el asalto a la fortaleza monasterio de su Legión, en un intento de descabezar la rebelión de un solo golpe. Allí, en el sanctasanctórum más profundo habían encontrado a Luther, deformado por los poderes ruinosos y la Disformidad, convirtiéndose en una gigantesca monstruosidad llena de odio y resentimientos. Se estremeció al recordar el choque de ambos titanes, su brutal intercambio de golpes que podrían haber destrozado un tanque Land Raider, como si estuviera hecho de papel maché. Jacob parpadeó, dejando a un lado sus recuerdos por un momento y viendo el mar de cuerpos rotos que llenaban la capilla, mientras un suspiro cansando salió de sus labios, al sobrevivir a aquella desenfrenada batalla. La visión de Lion ser derribado por Luther pasó por su mente, aquel recuerdo lo llenó pena por su Primarca y de odio por sí mismo, al no haber podido llegar a tiempo a salvarlo de las garras del traidor. Su rostro se enfureció, mientras remataba a los agonizantes mutantes de forma metódica, hasta quedar de nuevo la capilla en sepulcral silencio.

-Vaya, vaya -dijo una cruel voz desde la oscuridad de la entrada, que destilaba odio y crueldad a partes iguales. -¿Qué tenemos aquí? ¿Un ángel oscuro? ¿O un Caído?

Una figura envuelta en una servo-armadura deformada y mutada de color rojo oscuro cruzó el umbral de la puerta, su rostro estaba cubierto de runas grabadas en su piel, que relumbraban con luz propia rojiza y sonreía de forma cruel. Jacob sintió una oleada de asco al ver el icono de la hombrera izquierda de aquel Astarte, que lo identificaba con uno de los insidiosos Portadores de la Palabra. Aquel mutado legionario sujetaba con un cruel mimo un Crucius Arcanun profanado, aquella arma se retorcía como si estuviera viva y emitía una luz enfermiza amarillenta. Jacob retrocedió y se puso en guardia, alzando su arma en posición, listo para luchar a muerte con aquel ser corrupto que una vez fue un Capellán de las Legiones.

-Yo soy un fiel hijo de Lion -gruñó Jacob con un tono helado y frío, a la vez que lanzaba una estocada hacia el cuello del Portador de la Palabra. -Y pienso acabar contigo, sucio traidor.

-Oh, siempre jugando a los caballeros -espetó riéndose el Portador de la Palabra, apartando la hoja de energía de Jacob con su Crucius y desenfundado una pistola de plasma. -¡Muere! ¡Serás reducido a desechos!

Jacob saltó hacia atrás y rodó por el suelo de mármol manchado de sangre, esquivando los disparos de plasma. El Portador de la Palabra tiró el arma recalentada y alzó un libro encuadernado en piel humana con runa blasfemas en su lomo, abriéndolo y pronunciando palabras blasfemas escritas en sus páginas. Al ponerse en pie, Jacob vio como al pronunciar la última palabra su enemigo, los cuerpos de los destrozados mutantes explotaron, arrojando sangre y vísceras pulverizadas en todas direcciones, quedando suspendidas como si fueran una malsana niebla. La sangrienta bruma se condensó con rapidez entre los dos Astartes, formando seis cuerpos femeninos de belleza exuberante y demencial que miraron con ojos almendrados al Ángel Oscuro. Sus cuerpos sensuales estaban enfundados en corpiños de cuero y gasas de seda vaporosa semitransparente, sus delgados brazos acababan rematados en letales pinzas de crustáceo y sus pies en garras que dejaban surcos en el mármol, mientras reían con rostros embelesantes enmarcados en largos cabellos de colores estridentes. El Portador de la Palabra señaló a Jacob con su Crucius y las seis Diablillas de Slaanesh empezaron a bailar a su alrededor, lanzando golpes y tajos con sus pinzas contra el Ángel Oscuro. Los ataques eran destellos borrosos antes de suceder, Jacob hizo girar su espada para detener cada ataque sin tiempo para poder devolver el golpe de aquellas criaturas, que le daban repugnancia y atraían a partes iguales. 

-Vas a ser despedazado poco a poco -dijo con parsimonia el Portador de la Palabra, riéndose de forma engreída a la vez que sujetaba con fuerza su copia del libro de Lorgar. -Este mundo caerá por tu culpa, será devorado por los No Nacidos en cuanto mueras y profane este santuario del falso Emperador, que lo ata aún fragilmente a la realidad.

-¡Este santuario no caerá! -rugió Jacob, olvidándose de sus enemigas y desenfundado su pistola Bólter, disparando contra el Portador de la Palabra, a la vez que las Diablillas abrieron profundos surcos en su servo-armadura. -¡Por el León! ¡Por los Ángeles de Caliban!

El proyectil impactó en el lomo encuadernado del libro de Lorgar y explotó un segundo después, destrozando el artefacto blasfemo y la mano del Portador de la Palabra. Las Diablillas gritaron de dolor, al perder su nexo de unión con la realidad y empezar a perder consistencia, mientras Jacob se lanzó sobre ellas como si fuera un depredador salvaje. Decapitó a la que tenía enfrente suya y voló de un disparo a bocajarro la cabeza a la de su derecha, para luego girar sobre sí mismo y cercenar los brazos de las dos que intentaban atacarle por la espalda, las otras dos restantes se desvanecieron en una nube de perfume rancio de almizcle. Jacob se giró hacia el Portador de la Palabra, qué aterrado se dio media vuelta para huir de aquella batalla perdida. Asiendo con fuerza su espada de energía, el Ángel Oscuro arrojó el arma cómo si fuera una jabalina contra la espalda de su enemigo. La hoja voló zumbando a toda velocidad y se clavó en la espalda del Portador de la Palabra, atravesando su cuerpo y sobresaliendo por su acorazado pecho, cayendo de rodillas y mirando perplejo el arma que sobresalía de su coraza. Jacob avanzó con paso lento, cojeando hasta su enemigo y asió el arma, retorciéndola y sacándola con un brutal tirón. El Portador de la Palabra gritó de agonía, al notar como la hoja al ser retorcida destrozaba sus dos corazones y cayó laxo al suelo como una marioneta sin hilos. Cánticos de alabanza resonaron cada vez más cercanos, los enemigos de la humanidad marchaban en su búsqueda para reclamar su vida y aquel mundo olvidado de la mano del Emperador. Un largo y jadeante suspiro salió de sus labios, retrocedió unos pasos y alzó la hoja dejándola verticalmente frente a su rostro, mientras sus ojos azules miraban a la oscura entrada como si fuera la boca de un lobo hambriento.

-¡Venid a morir! -gritó Jacob a la oscuridad, a la vez que señaló con la punta de su arma a entrada del santuario. -¡Aún queda un hijo del León! ¡Y está dispuesto a combatir hasta la muerte!

Cada metro del suelo de mármol estaba cubierto de restos de mutantes, cultistas y legionarios traidores de los Portadores de la Palabra. Sobre una montaña de cuerpos despedazados yacía una figura, enfundada en una negra servo-armadura machada y con el rostro cubierto de heridas que empezaban a cicatrizar. El sonido de dos pares de poderosas manos agarrándolo y el sonido del leve zumbido de los servomotores, despertó a Jacob de su coma curativo e intentó resistirse confuso y desarmado. Tras un segundo su vista se aclaró y vio figuras enfundadas en servo-armaduras negras con el símbolo de la espada alada de los Ángeles Oscuros, por un momento aquello le pareció un sueño o una alucinación por los daños del combate, pero la fuerte presa con la que le inmovilizaban y alzaban dos Astartes era muy real. Un capellán avanzó hasta él, las lentes ópticas rojas como la sangre de su casco con rostro de calavera parecían perforarle, sujetaba con tranquilidad su Crucius Arcanun que tenía incrustado tres perlas blancas y la cabeza del arma brillaba con la energía contenida.

-Soy el Capellán Interrogador Ismael -la voz del Capellán sonó cargada de desprecio y odio hacia Jacob, mientras la cabeza del arma cargada de energía raspaba el símbolo de la espada alada de su prisionero. -Dime tu nombre, Caído. ¿Y qué hacías en este mundo olvidado?

-¿Caído? -preguntó con cierta perplejidad y agotamiento Jacob, mientras su cuerpo empezaba fallar por el esfuerzo sobrehumano de defender aquel lugar solo y sus heridas. -Yo no soy un Caído, soy el paladín de la Primera Compañía de la Legión de los Ángeles Oscuros, Jacob Irles. Y lo que hago aquí es penitencia...

-Dices no ser un Caído, pero llevas diez milenios lejos de nuestras filas -le espetó con crueldad Ismael, agarrando con una mano libre con fuerza la barbilla. -Si estás aquí haciendo penitencia, es por qué tienes pecados sobre tus hombros. Dímelos y te daré la redención, Jacob.

-¿De verdad quieres saber, Capellán? -la mirada de Jacob se volvió turbia al recordar, como su mundo era destruido y el Primarca llevado por los vigilantes secretos de Caliban. -Yo estaba entre las fuerzas de la Legión, que asaltó la fortaleza monasterio con Lion para acabar con la insurrección -las palabras salían cargadas de dolor y cansancio de sus labios. -Luché codo con codo con el Primarca, abriéndole paso hasta el santuario del Traidor y allí fuimos emboscados...

-¿Qué has dicho? -la pregunta salió del amplificador del casco de Ismael, distorsionada, por las implicaciones que conllevaban aquellas palabras. -Si estabas allí luchando al lado del León, sabrás lo que sucedió en ese lugar.

-Lo vi caer, mientras me abría paso herido hacía él -las piernas le fallaron a Jacob, aquella visión de Lion derribado en el suelo le hizo derramar lágrimas amargas. -Después solo recuerdo llevado por los Vigilantes de la Oscuridad, antes que Caliban fuera destruida. Hace una década desperté en esta capilla y supe en mi interior que debía protegerla ,hasta que fuera reclamado cómo penitencia, por no poder salvar a nuestro señor de aquel ataque psíquico.

-¡Apotecario! -rugió Ismael, sabiendo que lo había contado Jacob era una señal del posible despertar del Primarca, además del anuncio la guerra entre los Caídos y los Ángeles Oscuros tras la liberación de Luther. -Aguanta, hermano. Tu exilio y penitencia lejos de tus hermanos ha terminado.

Jacob no escuchó la respuesta de Ismael, su cuerpo había entrado bajo los efectos de un extraño estado de somnolencia y en su mente resonó una voz con claridad cristalina. Esa voz la había escuchado mucho tiempo antes y durante la última década, había sido un murmullo en su mente al límite de su audición, eran las palabras de Lion. “No te rindas, hijo mío. Tus jóvenes hermanos, necesitarán tu guía y conocimientos ante la marea de oscuridad que está por llegar”.  Aquellas palabras encendieron el fuego del inferior del corazón helado de pena de Jacob, obligándolo abrir los ojos y mirar al preocupado Capellán Interrogador y al Apotecario que lo atendían de forma desesperada.

-Aún no es mi hora- susurró con suavidad Jacob, mirando a los allí reunidos con sus ojos cargados de fiera determinación. -La oscuridad se acerca y el León se alzará para detenerla, su rugido hará temblar a los traidores y sus hijos serán al fin perdonados.


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