El silencio llevaba la cámara circular de meditación de Atris, la bibliotecaria y última maestra Jedi en una galaxia azotada por la guerra y el caos. Una perturbación en la Fuerza la sacó de su meditación, sintió la destrucción de Pegarus formando ecos que llegaban a su santuario escondido, preguntándose si los Siths acababan de hacer su movimiento contra la República. Se levantó sintiendo la vigilancia colérica de los holocrones Siths recuperados durante años, sacados de la destrucción del templo de Datooine dónde estaban custodiados y de otros lugares más oscuros, sabía que necesitaba su conocimiento para enfrentarse a esta amenaza. Atris salió de la cámara y acarició de forma ausente el sable de luz, había pertenecido a alguien que había amado y odiado a partes iguales, mientras sus doncellas la esperaban en la sala de audiencias arrodilladas. Suspiró y las miró, estaban comprometidas con ella y sabía que la servirían hasta la muerte, para restablecer a los Jedis en la galaxia.
-Levantaos -ordenó con suavidad Atris, indicando con una mano que se pusieran en pie. -¿Qué es lo que ha sucedido?
-Peragus ha sido destruido, mi señora -respondió la más joven de las idénticas doncellas, ofreciendo un pad de datos a Atris. -Una nave llamada el Halcón de Ébano ha aterrizado en la estación espacial de Telos, he incluido las imágenes de su tripulación conseguidas a través de las cámaras de seguridad del hangar.
-Bien trabajo -dijo de forma ausente Atris, al reconocer el familiar rostro de su pasado y sintiendo la ira bullir en su interior. -Traed la nave aquí, necesito saber si el Exiliado ha tenido algo que ver con la destrucción de Peragus y estad preparadas, eso lo atraerá y no vendrá de forma pacífica.
-Si, mi señora -asintieron todas las doncellas a la vez respondiendo al unísono cómo si solo fueran una. -Se hará tu voluntad.
Atris se dejó caer en uno de los mullidos asientos de la sala de circular, cuándo vio marcharse a sus doncellas, sintiendo cómo los recuerdos y sensaciones ya olvidadas bullían en su cabeza. Ella lo había amado y luego odiado, recordó cómo sus miradas se cruzaron cuándo fue juzgado, sintiendo el vacío y el dolor de la Fuerza que soportaba el Exiliado en su interior. Las preguntas se agolpaban en la cabeza de Atris sin parar, amenazándola con abrumarla y sin poder encontrar el equilibrio, mientras susurraba el Código Jedi en voz baja.
Atris respiró profundamente en su sala de meditación, habían pasado meses desde su encuentro con el Exiliado y ahora él volvía a enfrentarla, para rescatar a la más joven de las Doncellas de su inminente muerte por traicionar su juramento. El ruido de lucha le llegaba a través de las puertas blindadas selladas, podía escuchar el característico ruido del sable láser contra las vibrolanzas y luego únicamente el silencio. Atris se levantó y avanzó hasta las puertas de la sala de meditación, sin hacer caso a los gritos y gruñidos de los holocrones Siths, que la rodeaban en aquella sala. Sentía el miedo y la ira creciendo en su interior, cuándo salió al exterior y recorrió la pasarela hacia la sala de audiencias, dónde yacían derrotadas e inconscientes sus doncellas. Atris observó al Exiliado, se mantenía firme en mitad de la sala con el sable de luz apagado en su mano derecha, su rostro mostraba una serena tranquilidad y una determinación férrea.
-Eres un traidor, siempre lo has sido -rugió Atris, desenvainando y encendiendo el sable de luz de color esmeralda y poniéndose en posición de ataque. -Has hecho que una de mis Doncellas se vuelva una adepta de la Fuerza, traicionando su juramento. Y ahora cómo buen Sith vienes a salvar a tu pupila del castigo de los Jedis.
-Ella es libre para decidir su destino, Atris -respondió con tranquilidad el Exiliado, sin encender su sable de luz pero sosteniendo la mirada a Bibliotecaria Jedi. -No pienso dejar que la mates, los Jedis no son asesinos y no castigan a inocentes. No tenemos tiempo para tonterías y rabietas infantiles, los Siths están de camino, debemos luchar juntos o Telos caerá.
-¿Para que vuelvas a traicionarme cómo hiciste al seguir a Revan? -espetó furiosa Atris, sintiendo la ira correr por sus venas y mezclarse con las mareas de la Fuerza que la rodeaban. -El consejo debió castigarte con la muerte el día de tu juicio, Exiliado. ¡Yo enmendaré ese error ahora mismo!
Presa de la ira, Atris atacó hacia delante, lanzando una estocada contra el Exiliado con la intención de atravesar su guardia y clavar la hoja en su vientre. El sable de luz de Exiliado se encendió y paró el ataque con una hoja de luz blanca, haciendo saltar un montón de chispas al chocar las hojas de energía. Empezando una danza de estocadas, fintas y bloqueos a toda velocidad entre Atris y el Exiliado, qué combatían esquivando los cuerpos inconvenientes de las doncellas. Atris recordó cada palabra y lección aprendida por los holocrones Siths, dejando que la frustración y la ira la guiarán en aquel combate, acometiendo sin parar y con extrema brutalidad contra su odiado adversario. El Exiliado retrocedió ante la violencia del ataque de Atris, lanzando contra ella con empujes de la Fuerza asiento tras asiento de la sala, para entorpecer su ataque y movimientos. Soltando un rugido de furia, Atris alzó su mano derecha y de la punta de sus dedos salieron arcos eléctricos de Fuerza para el electrocutar a su enemigo. El Exiliado alzó su mano izquierda y un segundo sable de luz salió disparado de su cintura a su mano, encendiéndose con luz blanca y parando los arcos eléctricos con las hojas gemelas.
-¡No puedes derrotarme! -rugió Atris lanzando contra el Exiliado su sable de luz, girando a toda velocidad para decapitarlo. -¡Muere de una maldita vez, Exiliado!
El Exiliado saltó hacia delante y rodó por el suelo a la vez que apagaba sus sables de luz, los rayos de Fuerza hicieron saltar esquirlas del suelo y pudo sentir el calor de la hoja pasar por encima de él, para levantarse de un salto impulsado por la Fuerza y encendiendo al unísono sus sables gemelos de luz. Atris soltó un grito de terror al verle saltar hacia ella, desesperada lanzó contra el suelo un empujé de la Fuerza que la impulsó hacia el puente que llevaba a su sala de meditación, al caer sobre la pasarela metálica alzó su mano, atrayendo y recuperando su sable de luz. El Exiliado aterrizó dónde había estado Atris un segundo antes, dejando marcas de sus hojas en el metal y tomando la iniciativa, atacando sin parar con sus dos hojas. Atris retrocedió parando desesperada cada ataque, sabiendo que necesitaba más poder para derrotar al Exiliado y solo podría conseguirlo de los holocrones Siths de su sala de meditación. La ira y el odio ardían cómo un incendio en su mente, frustrada, Atris soltó un terrible grito de la Fuerza y aprovechó el momento en que su enemigo retrocedía aturdido, para correr al interior de la sala de meditación.
Soltando un gruñido de dolor, el Exiliado persiguió aún aturdido a Atris al interior de la cámara de meditación. Allí le esperaba ella, rodeada de decenas de coléricos y gruñentes holocrones Siths, qué reclamaban sangre y muerte de forma desesperada. Atris era una estatua pálida en mitad de la sala, sujetando indolentemente el sable de luz con la mirada cargada de ciego odio y escuchando las promesas de venganza, qué susurraban los holocrones. El Exiliado tembló ante el poder del lado Oscuro allí reunido, recordando el familiar cúmulo de sensaciones de Malachor V y el valle de los lores Siths de Korriban.
-Para esta locura, Atris -la voz del Exiliado sonó tensa pero tranquila, poniéndose en guardia con sus sables gemelos. -Aún estás a tiempo, renuncia al lado Oscuro y al odio. Debemos salvar Telos y la República de los Siths.
-Todo esto es tu culpa y de Revan -Atris espetó con la voz cargada de un amargo odio. -Renunciaste a la Orden Jedi, lo seguiste a la guerra desobedeciendo al consejo, miraste a la oscuridad y al final no caíste cómo el resto. ¿Qué te hace diferente? ¿Por qué yo no he podido hacerlo si no he desobedecido las enseñanzas Jedi?
Antes que pudiera responder el Exiliado, Atris se lanzó contra él, esgrimiendo su sable de luz a una velocidad frenética, impulsada por las emociones y el poder oscuro de los holocrones Siths. El Exiliado paró cada ataque sin detenerse, moviéndose por la blanda esterilla de la sala de meditación y sintiendo las mareas de la Fuerza rugir a su alrededor cómo una tormenta, sabía qué solo era cuestión de tiempo que perdiera, únicamente podía hacer una cosa para acabar este combate. Atris gruñía con el pálido rostro tenso y marcado por venas azuladas, lanzando estocadas contra su enemigo a una velocidad de vértigo y entonces sucedió todo a cámara lenta. El Exiliado soltó los sables de luz y alzó sus manos al cielo, concentrándose y recordando el momento de la muerte del ejército mandaloriano en Malachor V, la punta de sus dedos se iluminaron y rayos de energía pura barrieron la sala, haciendo explotar varios holocrones y golpeando cada terminación nerviosa de Atris. Un grito de dolor y agonía salió de la garganta de ella, cuándo los rayos de energía se clavaron en su cuerpo y sintió los últimos gemidos de agonía de todo un planeta en su mente, para luego caer envuelta en humo y vacía por dentro al blando suelo de la sala de meditación. El Exiliado respiró profundamente y cerró sus manos, el sudor perlaba su frente y los amargos recuerdos de la agonía de Malachor V resonaban aún en su interior cómo un eco, mientras clavaba su mirada llena de compasión en la Jedi caída. Atris se sentó en el suelo, mirando asustada y cabizbaja al Exiliado, esperando el golpe de gracia, que no llegó.
-No caí por qué el dolor y el miedo, me hizo cerrarme a la Fuerza -contestó el Exiliado a la pregunta hecha por Atris antes, recogiendo sus sables de luz y acercándose a ella despacio. -Vi la oscuridad y el poder, la agonía y el dolor que conllevaba ese camino. Decidí cegarme y aislarme a mí mismo, antes que seguir ese sendero que conducía al lado Oscuro.
-¿Qué vas a hacer conmigo? -susurró asustada Atris, mirando al Exiliado con el miedo visible en sus ojos. -¿Vas a matarme?
-No, no voy a matarte -las palabras del Exiliado sonaron cómo una sentencia de un juicio a Atris. -Te he aislado de la Fuerza, ahora recorre la galaxia como una exiliada, aprende y sana tus heridas, tanto físicas cómo psicológicas. Un día estarás lista para ser una Jedi otra vez, como yo lo he hecho.
El Exiliado se giró y la dejó allí, en soledad y rodeada de los holocrones, que chillaban coléricos por aquella derrota. Atris suspiró, su caída había sido silenciosa y progresiva, se había abandonado al odio y la amargura. Ahora la misma persona que había odiado durante una década, la había salvado y dado un propósito, demostrándo que aún había esperanza para ella y para la galaxia.
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