La vieja y corrupta barcaza de batalla Senajus surcaba las corrientes del empíreo, azotada por terribles tormentas disformes tras la batalla de Virgilius. Argoth Nar, último paladín superviviente de los Verdaderos Hijos observaba en silencio las cambiantes mareas de la disformidad a través de la claraboya blindada del puente de mando, intentando trazar un plan para salvar lo que quedaba del legado del señor de la guerra, Horus Lupercal. Una amarga maldición salió de sus resecos labios contra el Saqueador, por traicionar la memoria del padre de la Legión y su voluntad. El pitido del intercomunicador, lo saco de sus pensamientos y lo activó lleno de irracional furia.
-Aquí Nar -gruñó enfadado Argoth, a la vez que miraba hacia la Disformidad y sus cambiantes mareas. -¿Qué es lo qué sucede?
-Mi señor, hay una intrusión disforme en la nave -susurró la voz de comunicador del astrotelepata de forma temblorosa. -Su ubicación es en la cubierta tres, sección cinco a diez.
-¡Por la Garra de Horus! -rugió Argoth aterrado, al reconocer la parte de la nave que estaba sufriendo la invasión de los entes disformes. -Manda a las escuadras Astur, Loken y Tarik. Voy inmediatamente, proteged el Apotecarion a cualquier precio o juro que yo mismo os despellejaré vivos.
Las alarmas empezaron a sonar por toda la Senajus, cómo si fuera un lamento de un animal agonizante, mientras Argoth se ponía en marcha corriendo hacia el ascensor, con la espada de energía ya desenvainada, lista para ser activada y usada. Había tardado diez interminables minutos en llegar a la puerta principal del Apotecarion, un extraño silencio lo recibió, cuándo cruzó la puerta apuntando hacia delante con su ornamentada pistola bólter, avanzando entre las enormes incubadoras que burbujeaban y las sucias mesas quirúrgicas, sintiendo un extraño hormigueo en la piel bajo su servoarmadura corrupta. Frente a las puertas blindadas y abiertas de par en par de la bóveda de la semilla genética se encontraban sus tres escuadras, todos sus guerreros yacían tirados en el suelo, desmadejados, presas de convulsiones y alucinaciones cómo si estuvieran en otro lugar muy lejano. Argoth sintió el frío helador de aquella sala y el olor a antisépticos, frente a uno de los tubos con semilla genética estaba el apotecario Maltus, arrodillado en silencio con su servoarmadura perlada de escarcha psíquica y mirando en trance una incubadora llena de líquido, que burbujeaba sin parar y formaba espirales. No necesita ser un maldito psíquico para saber, que en el interior de aquel tubo estaba la intrusa criatura disforme, poseyendo uno de los cigotos de semilla genética de la Legión. Argoth alzó su pistola y disparó varias veces, los proyectiles explosivos reventaron el cristal de contención, desparramando por el suelo líquido y restos orgánicos. Un suspiro de alivio salió de los resecos labios de Argoth y bajó la pistola bólter para guardarla, cuándo escuchó un leve chapoteo, al volver la mirada vio una masa de carne de la destrozada incubadora, arrastrándose sobre el congelado suelo y crecer hasta tomar forma casi humana. Argoth alzó su espada, activando la célula de la labrada empuñadura y cubriendo el filo de adamantita con una capa de energía azulada, listo para enfrentarse a aquella criatura que estaba tomando forma, para destruirla y mandarla de vuelta a la Disformidad.
-Te conozco Argoth Nar...-siseó aquel ser poniéndose en pie y creciendo en tamaño, hasta tener la envergadura de un Astarte sin armadura, mientras jirones de piel empezaban a cubrir sus húmedos músculos. -Estuviste desde el principio con el Señor de la Guerra Horus, nuestro padre...en el alzamiento...contra el falso Emperador.
Argoth se lanzó con un furioso grito a la carga, disparando su pistola bólter contra aquel ser a medio hacer, para luego lanzar una lluvia de brutales espadazos para reducirlo a pedazos sin éxito. Aquel ser esquivaba con facilidad cada ataque y disparo, cómo si supiera qué iba a hacer el último paladín de los Verdaderos Hijos, para luego golpear con sus carnosas manos su pectoral blindado con una fuerza sobrehumana. Argoth gruñó y retrocedió un paso, a la vez que alzó su espada hacia el cuello de la criatura, deteniéndose a medio camino, notando sus huesudos dedos de su garra derecha colarse entre la juntura entre el pectoral y su respirador, mientras que con su otra garra le inmovilizó con una férrea presa la pistola bólter.
-¿Qué? ¿O quién eres? -preguntó medio ahogado Argoth, sin dejar de apuntarlo con su espada crepitando de energía hacia el cuello aquel ser, que le sujetaba con férrea brutalidad. -Habla rápido, mi paciencia es muy corta y mi ira grande.
-Yo soy Serghar Targost, Señor de la Logia de los Hijos de Horus -contestó aquel ser, soltando a Argoth y terminando de recomponerse con el aspecto que una vez tuviera Serghar, sonriendo con fiereza asesina en su perfecto rostro. -He sido mandando por los Dioses, el Saqueador solo busca sus propios objetivos y eso les ha encolerizado. No los sirve y honra como debe hacerse, por eso he vuelto desde la Disformidad a la Legión.
-¡Targost! -gritó sorprendido Argoth, arrodillándose y apoyando la punta de su crepitante espada de energía en el suelo, a la vez que inclinaba la cabeza de forma reverencial. -Gracias a los Dioses, qué te envían en este momento de necesidad para. salvar la Legión. ¿Qué ordenan los Dioses y el Señor de la Guerra Horus?
-Que reconstruyas la Legión y destruyamos al Saqueador, esa es la voluntad de Horus y de los Dioses -ordenó Targost totalmente desnudo, a la vez que indicaba a Argoth qué se levantará con un gesto de su mano derecha. -Ahora en pie, tenemos un largo y sangriento trabajo por delante. Vamos a reconstruir la gloria de la Legión y del Señor de la Guerra.
Argoth Nar se levantó ante el resucitado señor de la Logia y vio en sus ojos un extraño brillo, sintiendo cómo estudiaba cada uno de sus movimientos. Targost susurró una palabra y todos los legionarios y esclavos del Apotecarion salieron del trance en que se encontraban sumidos, mirando confusos en todas direcciones y alzando sus armas de forma agresiva, sin entender lo que había ocurrido. El asombro y la confusión llenó sus deformes rostros corrompidos, al ver a su señor y al desnudo Astarte que lo acompañaba del cual irradiaba una extraña aura de poder oscuro, mientras ambos se alejaban del lugar para trazar el plan para matar al Saqueador y recuperar la gloria del Primarca Horus Lupercal. Un cuarteto de risas dementes y poderosas resonaron cruelmente en la Disformidad, haciendo que los mismos ecos de ese sonido hiciera temblar a la Senajus, arrojándola al espacio real para qué sembrará las semillas de una nueva época de matanza y caos en el fragmentado Imperio de la Humanidad, además de preparar el camino del fin del Saqueador y su Legión Negra.
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