La venganza de Frankenstein.

 

La tormenta rugía en el exterior de aquel viejo castillo abandonado, enormes gotas de lluvia golpeaban con fuerza el desvencijado tejado, mientras una siniestra luz salía de las empañadas cristaleras emplomadas. Los arcos eléctricos de las enormes máquinas iluminaron la demente figura del doctor Víctor Frankstein, mientras trabajaba encorvado sobre su última creación. Aquel cuerpo desnudo hecho de diversas partes descansaba sobre la sucia losa de piedra, cómo si fuera un puzzle o enigma macabro que solucionar. Las enguantadas manos del doctor Frankenstein se movían con rapidez metódica, suturando con aguja e hilo cada trozo de carne de aquel cuerpo hecho de pedazos, mientras repasaba las viejas notas que tenía desperdigadas sobre la enorme mesa detrás de él. Una sonrisa de satisfacción apareció en su cruel y desquiciado rostro, cuándo terminó su macabro trabajo, dejando sobre una bandeja la aguja manchada de sangre, para luego comprobar qué todas las suturas aguantarían.

-¡Igor! -el grito del doctor Frankenstein resonó por el enorme y abovedado laboratorio, mientras se apartaba de su construcción de carne. -¡Trae el último componente!

Una figura contrahecha entró en el laboratorio, cojeaba de forma pronunciada y parecía encogida por la enorme joroba de su espalda, sus deformes manos sujetaban con una fuerza sobrehumana un frasco, dónde flotaba un cerebro humano en un extraño líquido alquímico semitransparente. Su rostro picado por la viruela sonrió dejando ver unos dientes amarillentos y afilados, ansioso por servir a su amo, avanzó arrastrando los pies hasta la camilla y ofreció de forma reverencial el frasco que contenía el cerebro. El doctor Frankenstein asintió y abrió el frasco que sujetaba su aberrante ayudante, sacando con mimo y cuidado el cerebro de su interior, para colocarlo en la cavidad craneal abierta de su última creación. Igor se apartó, para dejar su maestro trabajar en los toques finales a su última criatura, sin dejar de mirar de forma morbosa cómo cerraba la cabeza del cadáver y la suturaba con maestría. El doctor Frankenstein se apartó del cuerpo, se sentía cansado y agotado, pero el esfuerzo había merecido la pena, se dijo a sí mismo mirando los centenares de figuras cubiertas por sábanas blancas sobre losas de fría piedra que llenaban todo el laboratorio del castillo.

-Ya está todo listo -dijo con solemnidad el doctor Frankenstein, mirando a su ejército durmiente a la espera de ser reanimado. -Se rieron de mí y me llamaron loco cuándo devolví a la vida a un solo cuerpo, demostrando que se puede vencer a la muerte. Veremos qué dicen cuándo un ejército de hombres revividos conquiste todo éste miserable país en mi nombre. 

-La tormenta ruge sobre nosotros, maestro -contestó de manera servil Igor, mientras hilos de saliva caían de su horrenda boca al hablar ansioso y lleno de cruel emoción. -¿Subo los pararrayos para empezar la revivificación, maestro?

-¡Sí! -rugió excitado el doctor Frankenstein, acercándose a la enorme consola de control y preparándose para empezar con el proceso. -Súbelo mi fiel Igor. Vamos a volver a hacer historia y nadie volverá a mirarnos con desprecio, nunca jamás.

Igor obedeció y se acercó a una de las paredes, dónde había una docena de manivelas de hierro forjado, para empezar a girarlas con su fuerza inhumana una tras otra, subiendo cada pararrayos hacia el tormentoso cielo. Los rayos rugieron entre las nubes de tormenta y cayeron con brutalidad sobre los pararrayos de bronce, haciendo correr miles de voltios por los gruesos cables, cargando las máquinas y amplificando los poderosos arcos eléctricos de los diodos. El doctor Frankenstein comprobó las agujas de los medidores de corriente eléctrica ycomplacido  bajó las palancas riendo de forma demente, dejando que la energía saliera de las máquinas hacia los cuerpos inertes de sus creaciones, que descansaban sobre las losas del laboratorio. Los cuerpos se convulsionaron violentamente bajos las sábanas, el hedor a ozono y carne quemada lleno el ambiente, mientras los terribles gritos de volver a la vida salieron de un centenar de gargantas, haciendo resonar una macabra cacofonía en el laboratorio. El doctor Frankenstein subió las palancas de las consolas que le rodeaban y observó cómo sus criaturas se alzaban de losas, rugiendo devuelta al mundo de los vivos para servirle y así poder tomar venganza contra sus enemigos.

-¡Viven! -rugió el doctor Frankenstein mirando a su ejército con una sonrisa demente, mientras se quitaba los guantes de goma y los arrojaba al suelo. -Están vivos y nada podrá detenerlos, mis hijos conquistarán el mundo y crearemos una nueva humanidad.

Igor observó lleno de asombro alzarse el ejército de su maestro, sin poder evitar sonreír grotescamente de satisfacción, ante la perspectiva de por fin conseguir vengarse de aquellos que los habían agraviado y convertirse ambos en los dueños del mundo. La malvada y demente risa del doctor Frankenstein, hizo temblar a los revividos y al propio Igor, sabiendo que su amo también estaba pensando en sueños de venganza y conquista, mezclados con la cruel demencia de su genial mente.

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