La sangrienta resurrección.


El hambre lo había despertado en mitad de la noche, royendo sus entrañas como si fuera una rata desesperada por salir de su estómago.  La maldición del vampiro iba a peor y cada noche que pasaba, se hacía más intensa, el monstruo de su interior rugía sin parar, ansioso por saciarse y consumía poco a poco toda su humanidad. Desesperado se arrastró entre las lápidas y criptas funerarias, buscando la tierra removida de algún entierro reciente. Henrich sonrió cruelmente, dejando ver sus amarillentos dientes afilados al encontrar lo que buscaba, cuándo acarició con sus sucias manos la superficie de la lápida recién inscrita. Agachó su  enorme y desproporcionado cuerpo, hundiendo sus manos rematadas en unas largas uñas negras en la fría tierra y empezó a cavar. Hilos de baba le caían de su desencajada boca, ansioso por devorar carne fresca y sangre aún caliente en vez de los resecos restos de las criptas, mientras los recuerdos y las promesas de inmortalidad resonaban en su cabeza. Un rápido movimiento, seguido por el ruido del correteo de unas pequeñas patas, llamó su atención, alzó su cabeza y escrutó la oscuridad con el rostro manchado de sangre, una sonrisa lobuna apareció en sus resecos y deformes labios, al ver a una pequeña rata roer un pequeño hueso sobre una lápida. Sus músculos se tensaron cómo cables de acero bajo su pálida y manchada piel, Henrich saltó cómo un gato, atrapando con sus empapadas manos en sangre a la rata, que chilló asustada y se debatió frenética para liberarse sin éxito. 

Henrich cojeaba encorvado al bajar los polvorientos escalones de aquella cripta funeraria olvidada, aquel lugar era su guarida y santuario, dónde se había escondido de la persecución de la iglesia y los cazadores de vampiros. Llegó a la última sala de aquel enorme complejo funerario, los rostros de antiguos nobles esculpidos sobre las losas de los sarcófagos verticales lo observaban con mirada intemporal, mientras avanzaba sujetando a la rata entre sus fuertes manos hacia el altar de ofrendas del centro de la sala. Sobre el altar yacía tendido un esqueleto totalmente limpio de carne, sonriente mostrando dos pares de afilados colmillos. Herinch se arrodilló ante el altar, sus deformes labios empezaron a susurrar palabras antiguas, el hedor a muerte y hierbas funerarias se hizo más fuerte. Las apagadas antorchas se encendieron al unísono en las paredes de aquella polvorienta sala, la oscura energía del ritual que se estaba llevando a cabo despertó los cadáveres resecos dentro de sus sarcófagos. Henrich no hizo caso de los suplicantes gritos de los muertos, se levantó y dio dos pasos, alzándose sobre el altar y el esqueleto que yacía allí.  Sujetó a la rata con su mano derecha y con las afiladas uñas de su otra mano la abrió en canal con facilidad, dejando que la sangre y las entrañas calientes mancharan el esqueleto. Henrich tiró a un lado los restos de la rata y se arrodilló otra vez ante el altar con gesto de adoración, mientras la sangre y las entrañas fueron absorbidas por el esqueleto. El silencio reinó en aquella sala de la cripta funeraria, para luego ser destrozado por un grito del más allá que resonó por toda la polvorienta sala, cuándo el esqueleto del altar se convulsionó y se puso en pie.

Los ojos amarillos de Henrich miraron al esqueleto con reverencia y pasión impura, sabiendo que su ama y señora había vuelto al mundo terrenal. En ese instante sobre el esqueleto empezaron a crecer tiras de músculos y tendones, órganos vitales arrugados y marchitos brotaron en su interior como si fuera fruta podrida, piel apergaminada cubrió aquella blasfema carne, formando un cuerpo anciano y marchito. Los gritos de las almas de los resecos cadáveres de los sarcófagos chillaron de terror, al sentir aquella impía resurrección de aquella antigua reina de la noche. La anciana bajó del altar y avanzó despacio hacia Henrich, que permanecía postrado ante ella, presa de un éxtasis oscuro al volver a ver viva a su oscura creadora.

-¡Más! -gritó la marchita vampira con una voz tan aguda qué hizo temblar de dolor a Henrich. -¡Dame más sangre! ¡O será la tuya la que beba!

-Si, mi señora…-Henrich corrió hacia un lateral de la sala, en busca de una pequeña jaula, dónde se revolvían cinco lustrosas ratas. -Sé que es una pobre ofrenda, lady Fabrina. Espero que sea de vuestro agrado y podáis disculparme.

Henrich alzó la jaula hecha de restos de madera podrida y huesos resecos a su ama, igual que un sirviente ofrecería un manjar a los invitados a una fiesta. Lady Fabrina agarró con sus engarfiadas manos una rata tras otras, para clavar sus largos colmillos en sus sucios pelajes y bebiendo hasta su última gota de sangre, saboreando aquel líquido de tan mala calidad. El cuerpo de ella siguió cambiando, según se iba alimentando de aquellas alimañas, su piel empezó a tensarse y suavizarse, sus músculos ganaron fuerza y definición, su pelo negro creció en su cabeza largo y lustroso. Henrich vio asombrado el resultado de la transformación de su ama, que ahora había recuperado su sensual y bello cuerpo de piel tan blanca como la porcelana, sus pechos tersos y firmes, sus curvas imposibles y ese rostro seductor de labios carnosos que brillaban rojos por la sangre. Él se miró así mismo, era una criatura deforme a medio camino entre vampiro y humano, un ser asqueroso salido de las pesadillas de un adicto al opio, tembló al sentir la caricia de su ama y señora sobre su bulbosa cabeza.

-Lo has hecho bien, mi pequeño -susurró con voz melosa lady Fabrina, sin dejar de acariciar la fea cabeza de Henrich. -Pronto te daré la recompensa por tu fidelidad, por salvar mis restos de la iglesia y traerme devuelta a la vida. Recuperarás tu antiguo esplendor juvenil, esté aspecto deforme que tienes solo será un mal recuerdo.

-Gracias, mi terrible señora -Henrich sonrió ante las caricias de su vampírica maestra, emocionado por la perspectiva de ser un vampiro totalmente. -Vivo para serviros y complacer todos vuestros deseos.

-Entonces salgamos, la noche nos llama -lady Fabrina caminó con elegancia totalmente desnuda hacia las escaleras de la sala de aquella cripta. -Es la hora de alimentarnos sangre de los mortales y no con los despojos, mi niño. Esta noche tu transformación en un verdadero vampiro será completada.

Henrich asintió esperanzado y siguió obedientemente a lady Fabrina fuera de la cripta, mientras escuchaban los lamentos de los muertos de aquella cripta a sus espaldas. Se internaron en la oscuridad de la noche, a la búsqueda de presas para saciar el hambre roja, que corroía las entrañas de ambos con sabrosa sangre humana.

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