Los relámpagos iluminaban el cielo nocturno de Noctis Perpetúa, dejando a la vista escenas de terror creadas en aquel mundo conquistado y reclamado por los Amos de la Noche. Todas las compañías de guerra se habían reunido en aquel planeta, miles de legionarios recorrían en procesión las calles adoquinadas con cráneos, mientras los aullidos de los prisioneros atados a postes de hierro negro se mezclaban con el retumbar del trueno, mientras sus armaduras relumbraban en las piras funerarias, que eran usadas para iluminar las calles. Rydwulf Hex, capitán de la trigésima compañía, sonrió bajo el casco de su armadura de Exterminador, podía sentir las miradas de odio y miedo de los mortales desde sus escondrijos en los destrozados edificios, lo saboreó como si fuera un delicioso vino y por inercia hizo chasquear sus garras relámpago, sin dejar de avanzar a la cabeza de sus guerreros. Las compañías convergían y avanzaban hacia un único lugar, el Anfiteatro de las Pesadillas. Se alzaba en el centro de la ciudad de Terror Eterno, su presencia emitía un aura de amenaza y miedo, como si fuera una bestia agazapada para saltar sobre su presa y desgarrarla. El anfiteatro era colosal, estaba construido para albergar cientos de miles de legionarios, su fachada de piedra blanca estaba manchada por el mortero hecho con sangre de millones de víctimas. De sus paredes sobresalían gárgolas de aspecto hambriento y cuerpos empotrados vivos que se retorcían agónicamente, enormes banderolas y estandartes de piel humana con el símbolo de la legión se agitaban por la tormenta nocturna. Rydwulf cruzó la enorme entrada en forma de cráneo aullante y avanzó por aquel pasillo abovedado, mientras sus legionarios desaparecían por los accesos laterales para encaminarse a las gradas para ver el ritual. Salió al enorme escenario donde los demás capitanes esperaban arrodillados y con la cabeza agachada, a la vez que escuchaban como tomaban silenciosamente asiento sus legionarios. Una decena de esclavos cubiertos de cicatrices que dibujaban con sangre fresca un círculo con la estrella del Caos sobre el escenario y colocaban a su alrededor dieciocho pares de grilletes, guiados con los hechiceros y apóstoles oscuros de la Legión. Rydwulf sintió las miradas de todos los integrantes de la Legión clavarse en el escenario, expectantes por qué empezará el ritual y diera comienzo la era del terror con la coronación del nuevo señor de los Amos de la Noche. Su mirada captó una figura que se destacaba entre los Hechiceros y Apóstoles, aquel Astarte llevaba los colores de la Legión y sobre su armadura fijadas con clavos colgaban pieles humanas aún frescas, su rostro encapuchado ocultaba sus rasgos y sus guanteletes estaban enrojecidos por la sangre, las manos acorazadas sujetaban con mimo una terrible lanza de energía y de su cintura colgaba una enorme corona. Rydwulf se estremeció, al ver aquella figura avanzar hacia el círculo y mirar a los capitanes como un depredador, antes de alzar su voz para que fuera escuchada por toda la Legión.
-El tiempo del Terror ha llegado -las palabras del encapuchado eran frías y duras, cargadas de odio y resentimiento de milenios de antigüedad. -El Saqueador destruyó Cadia, ha separado el Imperio en dos y se prepara para aislar totalmente el Imperio Nihilus -todos los legionarios de las gradas golpearon sus petos ante aquellas palabras y la figura cogió la corona de su cintura con delicadeza, para alzarla con una sola mano. -Es la hora de que la Corona de Nox sea llevada por el Señor de la Legión.
-¿Y qué debemos hacer para decidir al nuevo Señor de la Legión? -la respuesta salió de boca de Sekatar Harken, antiguo palafrenero del Acechante Nocturno y capitán de la décima compañía, que estaba arrodillado como el resto de capitanes. -¿Debemos pasar alguna prueba de que somos dignos del legado de Kurze? ¿O simplemente matarnos entre nosotros?
-Os he estado vigilando, Sekatar -el veredicto del guardián de la corona sonaron con cierta diversión cruel, mientras volvía a colocar la corona en su cinturón. -Algunos sois dignos del Primarca, otros os habéis dejado consumir por el mismo miedo que provocáis y siendo una deshonra para los ideales de la Legión.
-¿Cómo te atreves a juzgarnos? -rugió la enorme monstruosidad acorazada poniéndose en pie, que estaba arrodillado a la derecha de Rydwulf y era conocido como el capitán de la vigésima primera compañía, Arkan Veros. -Voy a arrancarte la piel a tiras por decir que...
Las palabras murieron en los labios de Arkan, cuando una bocanada de sangre negra como la brea salió de sus labios. Rydwulf y Sekatar, junto con el resto de Amos de la Noche habían visto suceder la escena en segundos con asombro aterrador. El guardián había arrojado con fría precisión quirúrgica su lanza contra Arkan, mientras esté lo rebatía y fue atravesando como si su armadura mutada fuera de papel maché. Arkan cayó de rodillas y alzó la mirada hacia la figura sombría del guardián, que ya estaba sobre él, asiendo el asta de la lanza y sacándola de interior de su adversario con un cruel tirón. El malherido capitán cayó laxo sobre el escenario sobre un creciente charco de sangre, maldiciendo agónicamente y presa de convulsiones, a la vez que notaba en filo de energía de la lanza sobre la separación del cuello de su armadura.
-¡Yo soy el Primero! -proclamó el guardián, quitándose la capucha con un fuerte tirón, dejando al descubierto su rostro lleno de cicatrices. -Yo soy Jago Sevatarion, primer capitán de la Legión y llevo diez milenios vigilando a los hijos de Kurze. Tú no eres digno de ser un señor del terror y reclamo la reliquia del Primarca que portas.
-¡No! -gritó aterrado Arkan, intentando alejarse arrastras de Sevatarion temiendo que lo matará como un perro, a la vez que recibió una patada en su deforme rostro y le era arrebatado el relicario de bronce, que colgaba de su cadera con un largo dedo disecado en su interior. -¡Devuélveme el dedo del Acechante!!
-Silencio, maldito bastardo -Sevatar se giró, para señalar con su lanza a Rydwulf y Sekatar. Ellos, en vez de amilanarse, encendieron sus cuchillas relámpago al unísono, dispuestos a enfrentarse como Amos de la Noche al juicio del Primer Capitán. -Agarrad a este montón de mierda lloriqueante y encadenadlo con los grilletes del círculo, luego dejad cada uno de vosotros vuestra reliquia del Primarca en el centro del círculo.
-¿Cuál es el motivo de que entreguemos todas las reliquias del Primarca, Sevatar? - preguntó de forma cautelosa Rydwulf, mientras cogía a Arkan del brazo derecho y Sekatar hacia lo mismo del izquierdo, arrastrando al condenado hasta los grilletes. -No cuestiono tu orden, solo pido una explicación...
-Sekatar y tú tenéis valor, eso me complace y merece un premio -Sevatarion sonrió y avanzó hasta el centro del círculo, abrió el relicario y lo volcó, dejando caer el dedo en suelo del escenario y respondió. -Vamos a hacer lo mismo que los estirados de nuestros primos, los Ultramarines, resucitar a un Primarca. ¡Vamos a traer a la vida a Konrad Kurze!
Aquellas palabras resonaron por todo el anfiteatro, haciendo estremecer a todos los presentes de emoción y asombro, ante la magnitud de aquel ritual. Rydwulf miró a Sekatar y ambos asintieron al instante, dejando atrás al encadenado Arkan e internándose en el círculo, para luego dejar su reliquia del Primarca con reverencial cuidado. El resto de los capitanes, los siguieron e imitaron bajo un silencio expectante y tenso de todos los legionarios, que observaban como aves de presa desde un acantilado. Diecisiete Astartes pertenecientes a cada una de las primeras Legiones, fueron conducidos como ganado por los Apóstoles Oscuros, como si fueran ganado, para ser encadenados para el ritual como ofrendas de sacrificio. Los capitanes retrocedieron y salieron del círculo, dejando en el centro del mismo solo una pila de viejos huesos y quedándose a una distancia prudencial del círculo, encabezados por Sevatarion que observaba en proceso con rostro impasible. Los Hechiceros tomaron posiciones detrás de cada prisionero y empezaron a salmodiar, un Apóstol Oscuro caminó entre los prisioneros cortándoles el cuello con un rápido tajo de la daga curva que sostenía en sus manos. Los cuerpos de los sacrificados Astartes se convulsionaron, su sangre empezó a fluir hacia el interior del círculo y un rayo azulado golpeó a cada uno de ellos, calcinándolos hasta solo dejar un montón de escoria quemada. Rydwulf sintió el cosquilleo de la Disformidad, agitándose a su alrededor y como la realidad retrocedía para dejar paso a la locura, mientras observaba aquel milagro oscuro que sucedía ante sus ojos. La sangre derramada se volvió vapor y se movió por el aire como si fueran serpientes, siseando, arrastrándose y danzando alrededor de la pila de huesos del Primarca. Un instante después, el cielo se abrió y una enorme sombra descendió, para quedarse flotando sobre el círculo de invocación y miró a cada Astarte allí reunido con cruel regocijo.
Sevatarion se arrodilló ante aquella sombra, Sekatar, Rydwulf y los demás capitanes lo imitaron, notando en sus cabezas el rasposo y cruel eco de una voz extrañamente familiar. Los huesos se elevaron hacia la sombra, como si fueran virutas de hierro atraídas por un imán y formando un esqueleto enorme en el interior de aquel etéreo ser. El vapor de sangre giró a su alrededor y se enroscó en los amarillentos huesos, formando órganos, vasos sanguíneos, músculos y finalmente una piel blanca como la tiza. El desnudo titán pálido descendió a la superficie del escenario y rugió a la tormenta nocturna, mientras su largo pelo negro se agitaba por el aire caliente del ritual. Su blanco y largo cuello estaba cruzado por una larga cicatriz horizontal, sus ojos eran dos pozos de oscuridad insondable y una sonrisa cruel asomaba en sus delgados labios, Konrad Kurze había vuelto a la vida e irradiaba ira apenas contenida.
-¿Por qué estoy vivo? -la pregunta de Konrad resonó como una terrible acusación, mientras sus ojos se clavaron en Sevatarion y el resto de capitanes. -Resucitado por un hombre muerto, qué ironía del destino. Aun así responde rápido a mi pregunta Sevatar, antes que descargue mi ira sobre vosotros y os desuelle vivos.
-Cadia ha caído -dijo solemnemente Sevatarion, a la vez que avanzó hasta quedar a pocos metros del Primarca y arrodillarse. -El Imperio está dividido como pronosticaste, pero hay un problema que amenaza la era del Terror. Guilliman vive de nuevo y es el general de las fuerzas imperiales.
-¿Cómo es posible eso? - preguntó Konrad frunciendo el ceño, mientras veía cómo sus capitanes seguían a Sevatarion y se arrodillaban ante él. -Recuerdo que Fulgrim le cortó el cuello con una espada envenenada y fue encerrado al borde de morir en un sarcófago de estasis.
-Muy cierto, mi Primarca -respondió esta vez Sekatar, asintiendo y alzando su cabeza para mirar a Konrad con ansia y emoción apenas contenida. -Pero los Aeldari y el Mechanicus se unieron a los Ultramarines, consiguiendo purgar el veneno de sus venas y traerlo de la muerte.
-Entiendo la situación -Konrad hizo un gesto de su mano, indicando a los Hechiceros, Apóstoles Oscuros y Herreros de Disformidad acercarse, seguidos por una miriada de esclavos que portaban ropa y piezas de su antigua servo-armadura. -¿Pero a caso me habéis traído a la vida por qué sois unas viejas asustadizas? ¿Tenéis miedo de mi querido y estirado hermano?
-No es eso, mi Señor -dijo Rydwulf levantándose desafiante, sabiendo que se arriesgaba a uno de los ataques de ira asesina de Konrad. -Es la inmensidad de lo que hay en juego, si pueden revivir a los Primarcas muertos. ¿Qué les impide hacer eso con vuestro Padre?
-Vosotros tres formaréis mi consejo del terror -sentenció Konrad, señalándolos y sonriendo como un depredador, mientras los esclavos empezaban a vestirlo con su armadura. -Falladme y encontraré un castigo peor que la muerte para vosotros -alzó sus brazos hacia la tormenta y soltó una risa cruel, mientras su rostro se iluminaba de forma tétrica por la luz de los relámpagos. -¡La noche nos llama, hijos míos! ¡La era del Terror comienza!
Los legionarios de los Amos de la Noche rugieron al unísono, haciendo vibrar el anfiteatro y alzaron sus armas a la vez que gritaban: "¡Muerte al falso Emperador!". Rydwulf observó cómo Sevatarion y Sekatar coronaban a Konrad con solemnidad absoluta. En ese instante, no pudo evitar temblar levemente dentro de su voluminosa armadura de Exterminador, sin saber si era de emoción o miedo ante la peligrosa tarea de asistir al Primarca, en la sangrienta era que se avecinaba. Solo quedando claro para él dos cosas, que su nombre sería temido por las generaciones venideras durante milenios y que tendría sangrienta.
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