La guerra secreta.

 


Los últimos dos siglos parecían un sueño, como si los hubiera vivido otra persona y únicamente hubiera sido un simple espectador. Rilon Vas suspiró ampliamente y observó el planeta Narlus IV, que se debatía en una cruenta guerra civil debajo de él, el reflejo de su rostro cubierto de cicatrices le devolvió una impasible mirada con sus tristes ojos grises, que le costó reconocer durante un largo segundo. Había cumplido con la misión, que se le había asignado a los padres de sus padres, tras lo que habría sido varias generaciones en su planeta natal, al fin volvía a ser él mismo. Ya no era Rilon Vas, capitán de la segunda compañía de los Escorpiones de Hierro, sino un el agente durmiente de la partida de guerra de los Dientes de Hidra perteneciente a la Legión Alfa, que había esperado su oportunidad para degollar la garganta de aquel Capítulo de Astartes. Rylon se giró sobre sí mismo y su mirada recorrió la sala táctica principal de la fortaleza-monasterio del Capítulo, los cuerpos destrozados enfundados en servo-armaduras de color plateado y rebordes de negros yacían tirados de cualquier manera, como los juguetes rotos de un titánico y caprichoso niño. Hasta hace unas horas, los había llamado hermanos y aun así los había asesinado a sangre fría con la ayuda de otros tres agentes infiltrados más, que ahora yacían muertos por la encarnizada y rápida escaramuza. El jadeó de una respiración quejumbrosa llamó su atención, sus ojos se fijaron en la destrozada y mutilada forma del Señor del Capítulo Dimas Varan, sentado en el suelo y con la espalda apoyada contra uno de los reposabrazos de su trono de mando. Rylon desenfundó su pistola Bólter y avanzó con paso tranquilo, aquel hombre que agonizaba había sido su mentor y lo más parecido a un padre que había tenido los últimos dos siglos, aun así la misión estaba por encima de afectos personales.

-Eres... un maldito... traidor, Rylon -las palabras salieron de la jadeante garganta de Dimas Varan, arrojando en cada sílaba gotas de sangre y odio contra quien había sido su mayor confidente, mientras intentaba mantenerse de una pieza. -El Imperio y Guilliman sabrá de tu traición, os perseguirán como a los perros que sois...

-Te equivocas Dimas, el Primarca y sus hijos están ocupados por mantener el último corredor seguro de la Cicatriz Maledictus -respondió Rylon acercándose con precaución al caído Señor del Capítulo y preparándose para ejecutarlo. -Capítulos desaparecen en el espiral de la guerra y más ahora con el Imperio totalmente divido en dos, además el único traidor aquí eres tú -siguió rebatiendo al caído, a la vez que le plantaba el cañón del arma en el entrecejo. -Reclutando más Astartes de los que un Capítulo tiene permitido, ansiando crear una pequeña Legión con la que intentar demostrar que podrías unificar Nihiulus bajo tu estandarte y que eras mejor que Dante ante los ojos de Guilliman.

-¡Mi dedicación y objetivo eran puros! -Dimas rugió llevado por la ira, apartando con el muñón calcinado de su muñeca derecha la pistola Bólter un instante antes del disparo ejecutor y lanzándose hacia delante para derribar a su enemigo, abalanzándose sobre Rylon enarbolando un cuchillo de combate con mano izquierda. -¡Por el Emperador! ¡Por los Escorpiones de Hierro!

La pistola Bólter rugió dejando enormes boquetes en el techo y las paredes, mientras ambos Astartes caían al suelo forcejeando y golpeándose mutuamente de forma brutal. El cuchillo de Dimas hizo saltar una pequeña lluvia de chispas, al raspar el pectoral de su enemigo, buscando un punto débil en sus defensas para apuñalarlo. Rylon agarró con su mano libre la muñeca de Dimas y apretó hasta que esta crujió, soltando el cuchillo de forma involuntaria a la vez que empezó a golpearlo con la culata de la pistola Bólter descargada en la cabeza. Un gruñido de dolor salió de los labios de Dimas y se separó de Rylon, sangrando por la brecha que le había abierto en la frente, intentando ganar espacio y buscar el arma de alguno de los muertos con lo que ganar aquel desesperado combate. Rugiendo como una bestia, Rylon tiró el arma contra la cara de su adversario y lo embistió utilizando la hombrera izquierda con un ariete, para luego saltar sobre Dimas y quedar sentado sobre su pecho, inmovilizando sus brazos con las piernas acorazadas. Las miradas de ambos se cruzaron durante un instante y en ellas solo había odio, sin ápice alguno de piedad o duda de que uno de ellos iba a morir. La furia ardió en el interior de Rylon, dejándose llevar por ella, empezó a descargar puñetazos contra el indefenso rostro de su enemigo, que se agitaba debajo de él como un caballo salvaje por liberarse. Los golpes resonaron por toda la sala, por lo que pareció una eternidad, salpicando de sangre la armadura y los puños de Rylon, hasta convertir el rostro de Dimas en una masa sangrienta y destrozada. Burbujas sangrientas salían de la destrozada boca de Dimas, mientras el odio y el miedo en sus ojos era visible en el momento en que Rylon agarró su cabeza y la golpeó contra el suelo de mármol, reventándola como si fuera un melón arrojando restos de sesos, sangre y hueso en todas direcciones. Rylon jadeó agotado sobre el cadáver de su enemigo muerto, cuando el siseo de la puerta de la sala al abrirse lo puso de nuevo en estado de alerta. Obligando a su cuerpo, saltó hacia el Bólter tirado más cercano y rodó por el suelo, recogiéndolo y alzando el cañón del arma hacia la entrada, mientras se levantaba para enfrentar aquella nueva amenaza. La figura vestida con una armadura de color blanca manchada de sangre, se tensó al verlo y alzó sus manos desarmadas hacia delante para que Rylon las viera antes de hablar.

-¡Hydra Dominatus! -rugió el Apotecario y bajó las manos, entrando en la sala sin miedo y observando la matanza allí ocurrida con asombro. -¿Ha sido una batalla difícil Rylon?

-¡Yo soy Alpharius! -respondió Rylon bajando el arma y asintiendo a su hermano traidor, mientras observaba como este empezaba a recoger la semilla genética de los muertos. -Si estás aquí, significa que nos hemos hecho con la fortaleza. ¿Hemos acabado con todos los Escorpiones de Hierro, Víctor?

-Solo quedan una docena atrincherada en los dormitorios, Rylon -contestó Víctor Narlus, mientras seguía su labor de apotecario sin ni siquiera alzar la mirada de su trabajo. -Pero eso no importa, él está aquí y quiere verte, te espera en el hangar tres del nivel cinco. No hagas esperar a Alpharius.

Rylon asintió y se encaminó a la salida, escuchando detrás de él los escalpelos y taladros de Víctor sobre los cuerpos de los muertos, estremeciéndose de forma involuntaria y dejando la sala táctica atrás para entrar en el ascensor. Un suspiro salió de sus labios, cuándo se cerró la puerta del ascensor y empezó a descender hacia el nivel que había solicitado, sintiendo como los nervios crecían en su interior ante la inesperada presencia del Primarca en aquella operación. Nadie fuera de la Legion sabía que había una guerra abierta y secreta, pues todo el mundo pensaba que Alpharius había muerto a manos de Dorn, pero la verdad era otra. Alpharius había sido lanzado a una trampa de los Cicatrices Blancas, traicionado y abandonado por su hermano gemelo, Omegón. Desde entonces había hecho su jugada desde las sombras, infiltrando agentes en todas las Legiones y Capítulos, para luego activarlos en el mejor momento y así creando una nueva Legión secreta con la que enfrentarse a Omegón, para recuperar lo que le pertenecía por derecho y cumplir la misión de acabar con los Dioses de la Disformidad. El fuerte parón del ascensor, sacó a Rylon de sus pensamientos y salió del ascensor, en ese instante una docena de Astartes enfundados en armaduras de color verde azulado lo apuntaron con sus armas, esperando su respuesta para dejarle pasar al interior del hangar o matarlos allí mismo.

-¡Hydra Dominatus! -dijo con suavidad y sin miedo alguno, una sonrisa apareció en su rostro al ver como sus hermanos bajaban sus armas y abrían un hueco para qué pasará. -Gracias hermanos, que la astucia del Primarca os guíe.

Avanzó dejándolos atrás y observando la actividad frenética del hangar, cientos de servidores y esclavos de la Legión estaban cargando municiones, recursos y material táctico en las Thunderhawks. Tanques de diferentes tamaños desaparecían dentro de las enormes naves de carga, guiados por los tecnomarines y los apotecarios comprobaban como eran guardados los recipientes de semilla genética criogenizada. Rylon se abrió paso entre aquella marabunta de actividad hasta el centro del hangar, allí estaba Alpharius revisando una tabla de datos y dando órdenes logísticas rápidas y concisas a los diferentes grupos. A los ojos de cualquiera parecería un Astarte algo más alto y ancho de lo normal, enfundado en su servo-armadura de color verde azulada, pero de él emanaba una aura de solemnidad y poder contenido, que haría palidecer a cualquier legionario. Se había quitado el casco, dejando ver un rostro cubierto de arrugas y cicatrices a partes iguales, su cabeza estaba totalmente afeitada y sus ojos observaban cada detalle de lo que sucedía a su alrededor. Se giró y le sonrió, a la vez que guardaba la tableta en uno de sus bolsillos tácticos del cinturón.

-Has hecho un trabajo impresionante, Rylon -dijo Alpharius apoyando su mano derecha sobre la hombrera de Rylon, cómo si lo conociera de toda la vida. -Bajas mínimas y enemigo erradicado, en cinco horas estará todo este lugar limpio y será destruido.

-Gracias mi señor -respondió Rylon agachando la cabeza ante Alpharius agradecido con sus elogios, sin poder evitar sonreír ante el éxito de su misión. -Es un honor servir a la Legión y acercarnos a la victoria.

-Aún queda para terminar esta larga guerra secreta, pero estamos un paso más cerca -Alpharius asintió y se separó de Rylon, sacando otra tableta de datos y entregándosela. -Sé que acabas de finalizar esta misión, pero tengo otra que es muy importe y tiene que ser realizada por alguien de confianza. Selecciona a unas decenas de Astartes y parte de forma inmediata.

-Lo entiendo, mi señor -Rylon asintió aceptando la tableta de datos y la encendió para ver el contenido. Al leer el texto y los objetivos de la misión palideció, sintiendo la boca secársele por el objetivo asignado. -¿Es correcta esta localización de los enemigos a infiltrar y hacer caer?

-Es totalmente correcta -contestó con un tono que no permitía réplica Alpharius se separó de Rylon y se dio la vuelta para seguir con el desmantelamiento y saqueó de la fortaleza-monasterio. -Si, vas a coordinar e infiltrar decenas de agentes en los Ángeles Sangrientos. El crucero Víbora está esperando para llevarte a Baal, buena suerte en tu misión, hijo mío.

Rylon observó desde el puente de mando del Víbora, como reventaba y era reducida a basura fundida la fortaleza-monasterio de los Escorpiones de Hierro. Al explotar los generadores de plasmas de su interior, que arrojaron un mar de escombros fuera de la atmósfera de la luna sobre la que se asentaba. Su reflejo había cambiado, ahora portaba la armadura verde metálica con toques azulados y el emblema de la Hidra en su hombrera, siendo ahora un Diente de Hidra de pleno derecho. La misión había empezado y podría durar siglos, hasta que consiguiera tener suficientes infiltrados dentro de los Ángeles Sangrientos como para hacerlos caer. Apartó esos pensamientos a un lado y recordó, que estaba en medio de una guerra de engaños, asesinatos encubiertos y traiciones de diez milenios de antigüedad, para salvar a la humanidad de sí misma y de la Disformidad. Rylon sonrió con amargura y se sentó en el trono de mando, mientras la nave vibraba al activar los escudos Geiger y saltar en dirección a Baal, para dar una muerte lenta y desde dentro a los nobles hijos de Sanguinius, desatando la anarquía en todo el Imperio Nihiulus cuando sucediera el momento de salir de las sombras.

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