La música sonaba suavemente por aquel lujoso y enorme salón, decenas de invitados de la alta sociedad hablaban entre ellos divertidos, mientras les servían delicados aperitivos y copas de caro champán. Elisabeth descendió la enorme escalera de caracol de exquisito mármol, enfundada en un ajustado vestido rojo con pedrería engarzada, su pelo negro estaba recogido en un cuidadoso moño y sus manos cubiertas por suaves guantes de seda acariciaron las barandillas labradas, mientras sonreía a sus invitados con una sonrisa divertida, sin dejar de estudiarlos con sus fríos ojos azules. Era una sensación agradable tener el poder y esgrimirlo otra vez, ver cómo aquellos idiotas se arrastraban ante ella para buscar su patrocinio y congraciarse con ella. Su mirada se desvió un segundo hacia las enormes cristaleras, que mostraban la enorme ciudad de Madrid envuelta en una sucia niebla y no pudo evitar sentir un estremecimiento, cómo si algo no estuviera bien en aquel lugar. Elisabeth tembló levemente y sintió algo mojado recorrer su rostro empañando su maquillaje, se llevó su mano derecha a su cara y vio sus dedos manchados en sangre. Un gemido salió de sus labios y cayó de rodillas, a su alrededor todo empezó a perder consistencia y distorsionarse, transformándose en una negrura digital, mientras sentía su cerebro hervir y quemarse igual que una resistencia de una bombilla antigua. El último pensamiento de Elisabeth antes de qué perdiera el conocimiento, fue qué no quería volver a perder todo su poder y posición otra vez.
El hedor a deposiciones y quemado llenó aquel enorme almacén repleto de camillas, sobre las cuales yacían acurrucadas consumidas figuras atrapadas en sueños y simulaciones digitales. Cedric se acercó al pequeño cuerpo humeante de Elisabeth y la miró asqueado, mientras la quitaba el yelmo sensorial y se la echaba al hombro como si fuera un simple saco de carne, sin apartar la mirada de la manchada camilla y sabiendo que tendría que limpiarla luego. Con pesados pasos movió su enorme cuerpo en dirección a la puerta de atrás, cargando el catatónico cuerpo de Elisabeth cómo si apenas pesará, para luego arrojarla sin piedad sobre una de las pilas de basura, que abarrotaban el apenas iluminado callejón. Cedric se agachó sobre ella, sus manos encallecidas se movieron tocando aquel consumido cuerpo, registrando las sucias y remendadas ropas de aquella yonqui digital, una sonrisa cruel se dibujó en su tatuado rostro al encontrar un par de chips de crédito y se alejó de ella con su botín, volviendo al interior del almacén con el resto de sus clientes.
La lluvia caía sucia y pesada, cómo si una deidad llorará ante los excesos de sus creaciones, figuras envueltas en gastados chubasqueros caminaban empujando una plataforma que levitaba unos treinta centímetros sobre el asfalto resquebrajado de las sucias calles, mientras revolvían en las pilas de basura a la búsqueda de material útil que pudiera ser rescatado y reparado. Uno de aquellos recuperadores se paró ante el empapado y roto cuerpo de Elisabeth, se puso en cuclillas y acercó con cuidado una mano mecánica a su cuello, para comprobar si tenía pulso. El simple roce de aquellos metálicos y fríos dedos hizo estremecer con una compulsión nerviosa el destrozado cuerpo de Elisabeth, ante aquella reacción el carroñero se puso en pie y con un gesto de su mano llamó al resto de su clan. La rodearon como si fuera un enjambre de hormigas y con extremo cuidado la alzaron en volandas, llevándola hasta la plataforma y dejándola sobre las pilas de objetos recuperados, mientras ella seguía con la mirada fija hacia el oscuro cielo y perdida en los recuerdos de su vida anterior, ajena a todo lo que pasaba a su alrededor.
-Daño neural grave...-la voz resonaba en los oídos de Elisabeth de forma lejana, mientras sus ojos únicamente veían un hilo de luz e intentaba comprender sin éxito qué le había sucedido. -Tiene quemaduras en los lóbulos sensoriales y psicomotriz, necesitará cirugía e implantes reconstructivos. Empezaremos enseguida con la operación...
Las palabras siguientes se volvieron un rumor sin forma y Elisabeth sintió cómo el gas anestésico la llenaba sus pulmones, devolviéndola otra vez a un mundo de sueños artificial. El dolor de la operación la despertó gritando, intentó moverse, pero unas fuertes correas de cuero la mantenían sujeta a aquella cama y su vista estaba borrosa, sus recuerdos eran pesadillas confusas, siendo difícil distinguir si habían sido reales o un mal sueño. Parpadeó y su vista se aclaró, dejándola ver un pequeño y sucio cuarto apenas amueblado, un hombre con una raída y sucia bata médica se acercó a ella, sacó un escáner médico y se lo pasó por la frente. Ella lo miró, vio su rostro pálido y su pelo rojo como el fuego totalmente echado hacia atrás, su mano derecha era mecánica y un fugaz recuerdo de haberlo visto antes pasó por su mente.
-Bienvenida al mundo real -la voz de aquel médico sonó suave y amable, mientras asintió al comprobar las lecturas del sensor. -Bien, los implantes neurales y la reconstrucción neurológica han arraigado correctamente, pese a todas las quemaduras por la inmersión virtual. ¿Cómo te sientes? ¿Recuerdas cómo te llamas?
-Me... siento cómo si me hubiera pasado un coche una docena de veces por encima -Elisabeth pronunció las palabras despacio y de forma titubeante, sin apartar la vista de aquel extraño médico. -Soy Elisabeth De Segado y te agradecería que me quitaras estás correas.
-¿De Segado has dicho? -el médico preguntó sorprendido, mientras la liberaba con rapidez de las correas. -¿Qué hacía alguien de una de las más prestigiosas familias en la basura?
-Mi familia ha caído en desgracia... y lo perdimos todo -la voz de Elisabeth se llenó de amargura, al recordar cómo sus padres habían sido acusados de malversación, quedándose sola y sin nada. -Yo acabé en la calle y enganchada a las Vir, supongo que me ha debido de dar una sobrecarga...
-Lo siento y si, te dio una buena -asintió el médico ofreciéndole su mano derecha para qué se incorporará. -Yo soy Sebastián Bach, médico y líder del clan de recuperadores que te encontró tirada entre la basura. Puedes quedarte con nosotros hasta que estés totalmente recuperada o incluso formar parte de nuestro clan, si lo deseas.
Elisabeth asintió asumiendo que jamás recuperaría su posición de poder, qué las Vir solo eran construcciones virtuales usadas cómo droga y cebo para los idiotas. Tenía una nueva oportunidad, podía empezar de cero desde lo más bajo de la sociedad, aunque eso significará ser una recuperadora más revolviendo en la basura, que arrojaban en las calles los poderosos de Madrid. Elisabeth se puso en pie y siguió en silencio a Sebastián, dispuesta a rehacer su vida y tal vez encontrar su sitio en aquel lugar.
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